Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 18 de mayo de 2011

TARDE Y MAL- CHURCHILITO- HUMILLACION


Tarde y mal

Carlos Martínez García

Tras dos décadas de escándalos de pederastas en su seno, la Iglesia católica da lineamientos para enfrentar ese mal. Pero lo hace tarde y, además, no ofrece certeza de que los abusadores sexuales de niños y adolescentes sean llevados ante las autoridades civiles para ser penalizados por sus delitos.

Aunque es larga la historia de paidofilia en un buen número de sacerdotes en la Iglesia católica, fue hace dos décadas cuando comenzaron a salir a la luz pública denuncias sobre este tipo de casos en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos. Las primeras reacciones de las autoridades eclesiásticas fueron cambiar de capilla o templo al abusador señalado. Son muchos los casos en que, al hacer esto, el clérigo reincidió en su conducta delictiva en otro lugar y con nuevas víctimas. También, obispos, arzobispos y cardenales eligieron defender a los curas transgresores mediante la estrategia de señalar a sus acusadores de querer desprestigiar a la Iglesia católica con inculpaciones falsas.

Fue tal el cúmulo de casos en Estados Unidos que, por ejemplo, el cardenal Bernard Law, arzobispo de Boston, tuvo que renunciar (finales de 2002) a seguir presidiendo su diócesis. Las investigaciones periodísticas demostraron que encubrió a pederastas con un largo expediente de ataques sexuales y que, en lugar de dar alguna atención a las víctimas, simplemente trasladaba de parroquia a los depredadores de niños y adolescentes.

En México hubo sólidos expedientes preparados por quienes padecieron ataques sexuales de Marcial Maciel Degollado, fundador de los legionarios de Cristo, pero ni las autoridades eclesiásticas de aquí ni las del Vaticano prestaron oídos a los señalamientos contra el personaje. Es más, Juan Pablo II le confirió a Maciel varios nombramientos y tratos especiales tras las denuncias en su contra, en 1997.

El Vaticano hizo circular anteayer una circular en la que “el cardenal estadunidense William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, exhorta a las conferencias episcopales de cada país a preparar para antes de 2012 un documento con las ‘líneas guías’ que servirán de modelo para los ‘procedimientos’ en casos de abusos sexuales a menores perpetrados por curas” (nota de Afp, La Jornada, 17/5). Cada conferencia episcopal enviará sus considerandos a Roma; después, allá, se tomarán su tiempo para redactar el documento final sobre el tópico.

Sobre cómo lidiar internamente con los pederastas y medidas de prevención para cerrarles espacios en cada diócesis, el cardenal Levada pone en manos del obispo respectivo cuáles deberán ser los pasos a seguir en cada caso. Acerca del punto de qué hacer cuando hay pruebas claras de que se han cometido ataques sexuales por parte de algún cura, el documento señala que el abuso sexual de menores no es sólo delito canónico, sino también un crimen perseguido por la autoridad civil. Si bien las relaciones con la autoridad civil difieran en los diversos países, es importante cooperar en el ámbito de las respectivas competencias.

La cooperación eclesiástica con las autoridades civiles queda al arbitrio de la autoridad diocesana. No debe ser así, porque los delitos tienen que ser penalizados por las instancias del Estado que tienen bajo su responsabilidad ejercer esa tarea. Sobre todo tiene validez lo anterior cuando continúan en funciones obispos que en el pasado reciente se singularizaron por tender velos de protección a consumados pederastas.

Tiene razón el ex sacerdote católico Alberto Athié, solidario con el grupo de víctimas de Marcial Maciel y que dejó el sacerdocio por comprobar la existente red de encubrimiento en la Iglesia católica que protegió al legionario mayor, al asegurar que la circular está lejos de incluir cambios de fondo. Y va más lejos, al subrayar que la instrucción sigue la política de la Iglesia católica desde los años 1960 para acá, sólo añade algunas cosas, ni llega al fondo del asunto: que la pederastia es un delito grave que debe ser denunciado a las autoridades civiles (nota de Carolina Gómez Mena, La Jornada, 17/5).

Lo que Alberto Athié argumenta es que al ser la pederastia un delito grave, ante el mismo no caben componendas ni supuestas disciplinas internas de la Iglesia católica, sino que los transgresores deben enfrentar, como todos los demás ciudadanos, las consecuencias de sus actos en los tribunales. No a los fueros que privilegian a los victimarios y añaden a las víctimas el flagelo de comprobar que la impunidad blinda a su agresor.

Mientras en Roma siguen haciendo llamados a la buena voluntad de los obispos para que controlen y dicten medidas disciplinarias sobre la pederastia y sus perpetradores, en otros ámbitos de la sociedad habrá que seguir documentando y presionando para que las cúpulas de la Iglesia católica tengan cada vez menos espacios de maniobra para ocultar a los pederastas.

Por su parte, a las autoridades civiles de todos los órdenes les corresponde dejar a un lado sus reticencias (nacidas del temor o de la inercia cultural que favorece al catolicismo) e investigar, y eventualmente penalizar, las denuncias de pederastia clerical.

Churchilito

Luis Linares Zapata

El intento de diálogo que se prepara entre el Ejecutivo federal y el movimiento en ciernes, despertado a raíz de los trágicos acontecimientos del asesinato de seis jóvenes morelenses, tiene que ser repensado. Las pruebas de la cerrazón que emana desde Los Pinos así lo obligan. En esas enrarecidas cúspides del poder se piensa que se tiene la ley, la razón y la fuerza. Por tanto, ¿dónde, en esa tesitura, puede caber el diálogo propuesto? Ahí no hay resquicio alguno. Sólo un soberbio acto de monólogos, repetidos hasta el cansancio, se podría dar. El camino, se ha dicho hasta la saciedad, está trazado y no habrá marcha atrás, paso lateral o rectificación de estrategia que pueda responder a las angustias de buena parte de la sociedad.

Los anteriores encuentros fueron un espléndido espectáculo para el despliegue de vanidades, cifras sin reposo ni consistencia y simulaciones por doquier. De poco valieron los alaridos de padres dolidos y madres recias que no sólo reclamaron atención, sino lograron imponer la justicia que se les negaba. Ninguno de los funcionarios presentes en esas solemnes reuniones cumplió con su cometido u honró sus promesas. Ninguno de ellos, tampoco, renunció a causa de su incumplimiento. Ahí andan todos orondos o han sido remitidos al extranjero para gozar de exilios dorados mientras la lumbre se apaga sola.

Los pactos que se signaron quedaron en el papel. Los programas iniciados a todo vapor se fueron difuminando para terminar en lirones de cifras dispersas o de poca monta. El Todos somos Juárez es ejemplo señero del manipuleo del oficialismo y las riñas posteriores entre peticionarios ciudadanos. Las maniobras de alto nivel para mediatizar a los protestantes, a los agraviados, a los desesperados, fueron sutiles, abiertas o forzadas, pero en mucho han logrado su objetivo final: neutralizar el paso de la manifestación airada, callejera, a la formación de agrupamientos organizados que penetren hasta abajo y puedan conducir a la sociedad.

El ¡Estamos hasta la madre! que lanzó al aire Javier Sicilia, y que galvanizó el sentimiento colectivo actual de furia, fatiga y dolor de buena parte de los mexicanos, requiere de un delicado tratamiento y visión de amplio espectro al futuro. No debe exponerse a una aventura mediática, aunque sea lucidor para algunos aparecer en Palacio. Reunión que será, sin duda, montada por expertos maniobreros. Tampoco debe prestarse a un intercambio de reclamos y promesas o de enconos personalizados frente a retóricas vacías. Hay urgencia de trabajar arduamente para ir uniendo lo disperso, para recoger iniciativas y solidificar posturas que inciten a la acción. Tiene este movimiento el respaldo explícito de buena parte de la crítica inteligente que se expresa en medios, al menos los escritos. Tendrá, en lo venidero, las oposiciones frontales, las acusaciones sesgadas y las traiciones de aquellos que se sentirán atacados, de los que defenderán privilegios o intereses surgidos a partir del conflicto, del cruento militarismo por la guerra desatada.

La ruta correcta ya se ha visualizado con claridad por algunas mentes con experiencia en estos menesteres. Ir a Juárez, sí. Ir a Juárez a integrarse, a sumarse y ensanchar los cauces de actuación. Hay que asumir que firmar un pacto es un paso y sólo eso. Después, faltará la larga, tediosa marcha por la República sembrando células y para conocer, de viva voz, las dolencias particulares, las minucias, los detalles de la angustia y recoger esos sentimientos de abandono e impotencia que atiborran la vida de muchos.

El primer paso público, organizativo, perfeccionador, no debe darse frente a un hombre, y su gobierno, en etapa terminal. Muy poco, poquísimo puede hacer un individuo que se siente Churchill en sus tiempos de guerra. El señor Calderón habita ya un laberinto de sospechas trasmutadas en fatigas, de rechazos que asolean sus incomprensiones hacia los demás. Pretende, como otras tantas veces lo ha hecho, dar brincos hacia el vacío y escapar de la presión. Hay que recordar sus fallidos decálogos anunciados con grandes vozarrones en Palacio. Nada quedó de sus promesas de ir por reformas de fondo, ni siquiera las famosas estructurales le salieron bien a pesar de coincidir con los deseos de la plutocracia. Ahora, al cuarto para la hora, vuelve a su ritornelo y ofrece vender Pemex. Pura palabrería de un grupo de ambiciosos que pretenden seguir haciendo negocios, no más de eso.

El movimiento, cuando nazca y tenga los arrestos requeridos para la conducción social, tiene que fijar la vista en 2012. Tiene la obligación de inquirir a todos y cada uno de los que pretenden ganar la voluntad ciudadana sobre sus planes de cambio. No todos quieren y podrán enfrentar la adversidad actual. No todos tienen el ánimo transformador ni las capacidades efectivas o los aliados adecuados para asegurar la paz con dignidad y oportunidades para todos. Algunos de ellos, Peña Nieto en lo particular, ya fue a Estados Unidos a prometer, desde ahora y para concitar apoyo, continuar con la estrategia guerrera americana para combatir al narco. ¿Será él ese candidato esperado, el requerido para saldar cuentas, para curar heridas, para responder al movimiento? Hay que saber que el sistema de privilegios exige, para existir y prolongarse, de un entramado de corrupción que permea todos los resquicios de la convivencia. Y la corrupción es la indisoluble pareja de la impunidad, el cemento de las complicidades que atan al poder. No cualquier candidato puede dar garantías de reformar esta tupida red malograda que impide el avance nacional. A eso bien podría abocarse el movimiento en ciernes.

 Humillación

Arnoldo Kraus

Situaciones similares a humillación son ultraje, degradación, desprecio, oprobio, insulto, agravio, vergüenza, denigración, deshonra, vejación, sufrimiento, desdén y olvido. Aunque los diccionarios contienen otras ideas afines bastan las anteriores para comprender algunas de las vivencias de las personas o de las sociedades que padecen alguna forma de humillación. Padecen en el sentido de ser portadores de una enfermedad y víctimas de algo nocivo.

Ignoro si existen estudios científicos sobre el problema de la humillación e ignoro también si se han publicado estadísticas en poblaciones diversas con respecto a la prevalencia y tipos de ese sinvivir. A pesar de no contar con esos datos, es indudable que la humillación es un fenómeno frecuente y grave, tanto a escala personal como social. La humillación diezma a muchas sociedades, fractura la vida de personas y polariza las distancias entre los seres humanos. La humillación es un acto cuyas consecuencias pueden ser impredecibles, ya que atenta contra la dignidad de la persona o del grupo.

La dignidad es uno de los bienes más preciados del ser humano. Algunas Organizaciones Defensoras de los Derechos Humanos consideran la humillación como una forma de tortura pasiva, debido a que viola los derechos humanos. Desde esa perspectiva hay quienes consideran la humillación como uno de los problemas centrales del mundo contemporáneo. Las desigualdades en la oportunidad de empleos entre hombres y mujeres, el mal trato por parte de algunos prestadores de salud, la estigmatización por raza o religión y el desprecio hacia los pobres son orígenes y factores asociados de la humillación. Mientras no se atiendan las razones de ese oprobio la mentada globalización seguirá adornando los escritorios de los políticos.

Dividir a la población mundial y a los individuos en ricos y pobres ha sido una tradición. Ampliar la división entre humilladores y humillados, en este mundo globalizado, es imprescindible. Para Aristóteles, nunca sobra regresar a él, los vínculos entre política y pobreza eran muy férreos; para el filósofo griego la pobreza era la razón de la política. Su idea, además de ser vigente, muestra el fracaso de la política –la pobreza se ha convertido en miseria– y la miopía de los políticos: pocos, muy pocos, se ocupan del problema de la humillación.

La crueldad de la pobreza conlleva el dolor de la humillación; ambas fomentan la indignidad, el sabor de la desesperanza. El buen ejercicio político debería incluir la humillación como tema de estudio. Vivir excluido y sin futuro es muy común en el mundo contemporáneo. Cincuenta o más millones de mexicanos perviven marginados. Para ellos la humillación es cotidianidad y la politiquería barata de nuestros gobernantes la responsable de su marginación.

Apatía y depresión son consecuencias de humillación individual. Agresión, violencia, desesperanza e incluso suicidio son respuestas individuales. Hartazgo, desesperanza e imposibilidad de acceder a un futuro mejor son consecuencias de humillación comunitaria o nacional. Marchas –México, Javier Sicilia–, linchamientos de policías –México, Centroamérica–, ejecuciones –Rumania, esposos Ceausescu–, sublevaciones –Egipto, Túnez– y piras humanas –Guatemala– son respuestas grupales.

La humillación tiene límites. Así lo demuestran los ejemplos antes citados. Tiene límites porque el fracaso social y político también tiene límites. Así lo advertían los viejos marxistas cuando señalaban las contradicciones del capitalismo. Así lo demuestran quienes cuelgan a sus ex presidentes, queman a sus policías o desean apresar y castigar a sus políticos. La humillación no es un fenómeno natural ni consecuencia lógica de ningún acto. Nadie merece ser humillado. La humillación retrata bien la opresión del hombre por el hombre y la pauperización de la especie humana.

Considerar, como hacen algunas organizaciones no gubernamentales, la humillación como una forma de tortura pasiva es correcto. Esa tortura, aunada a la indignidad, son humus del malestar social y fiel retrato del fracaso de la mayoría de los políticos y sus políticas en los países pobres. Ideas afines a humillación, i.e., degradación, oprobio, desdén, sufrimiento, etcétera, son algunos síntomas de ese mal ahora convertido en epidemia.

El mundo, ancho y globalizado, al igual que muchos humilladores, continuarán su marcha y sus quehaceres. Algunas naciones, sociedades e individuos, hartos de tanta humillación continuarán protestando. Quienes humillan, con porras, quienes padecen, con sus vidas. Unos asesinando y vejando, otros superviviendo y sufriendo. Lo que no es posible es continuar perviviendo de las cuotas de un pasado cada vez más agotado: confrontar y abatir la humillación es tarea ingente.


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