Si bien es cierto que los Talibanes han estado de moda en los últimos años, me temo sin embargo, que los mismos no sean patrimonio exclusivo de Afganistán, sobre todo cuando miramos a nuestro alrededor y podemos constatar que en el planeta tierra sobreabundan los fundamentalistas. Se les puede encontrar por todas partes.
Si bien es cierto que el terrorismo es abominable, execrable, que procura someternos a un odio insano, descomunal, endemoniado, también lo es la ley del Talión ojo por ojo diente por diente. Como quien dice, tú me sacas un ojo, yo te saco el tuyo, desde luego, con criterios como estos en pocos días el mundo estaría ciego.
¿Cuánto de locura existirá en quienes para justificar un crimen invocan a Dios? De igual manera, quien creyéndose Todopoderoso, omnipotente, obliga a las comunidades a creer en él, o de lo contrario sentirá todo el odio y rigor de su represalia.
El mal es el mal. Los indigentes piden limosna, pequeñas sumas de dinero que cualquier persona la puede obsequiar, lo hacen en nombre de Dios; pero cuando no le dan entonces, te dicen "Que Dios te bendiga", pero son más las ganas de venganza, de que fracases, que de inminente humildad.
Hace dos mil años nació un hombre, su padre lo trajo al mundo con la misión de establecer sobre la tierra la revolución del amor de la paz, vino precisamente a abolir la ley del Talión. Sin embargo, hoy existen algunos o quizás muchos que la han olvidado totalmente, porque se consideran iluminados, omnipotentes, quizás locos, tal vez ignorantes que desobedecen las leyes del amor, creo que por esto, padecerán también el escarmiento, es lo más seguro.
Al finalizar la guerra contra los soviéticos, los afganos, pakistaníes, árabes sauditas y con el acuerdo de EEUU, conquistaron la mayoría del territorio de Afganistán e impusieron un régimen fundamentalista que buscó crear El Emirato con el Islam más puro del mundo. Bin Laden y el gobierno Talibán son apenas los rostros visibles de una silenciosa "guerra santa", la Jihad, que declara a voz en cuello, que contra el infiel todo está justificado, celebra cualquier derramamiento de sangre que aproxime el mundo a la verdad de Alá, y no está dispuesta a cejar sino hasta conseguir el triunfo definitivo del Islam.
Algo hay de verdad en lo anterior. El peligro de que un avión convertido en bomba, un depósito de agua contaminado, o cualquier otro acto atómico terrible de un suicida enloquecido pueda cobrar otra vez miles de vidas es trágicamente real y, sin duda, pone en peligro seguridades, confianzas y libertades fundamentales para los países del occidente.
La creencia de que todo ser humano tiene derecho a ciertas cosas fue curiosamente, un resultado indeseado de la guerra religiosa que estalló poco después de la reforma Luterana, alrededor de 1530. El conflicto como bien se sabe, duró casi cien años y recorrió todas las crueldades imaginables, y dio origen a la convicción de que cada quien tenía derecho a decidir su fe y el gobierno del Estado estaba obligado a respetar y a defender su decisión.
La idea parecerá menor, pero tuvo muchas consecuencias: por ejemplo, cambió la naturaleza del poder político y las iglesias tuvieron que renunciar a su vieja pretensión de ser lo mismo que el Estado. Se le otorgó valor absoluto a la libertad por sí misma, sin vincularla al más allá. Desde entonces un gobierno válido es quien ofrece más libertad a sus miembros.
A nuestro juicio una tiranía y un buen gobierno no se pueden juntar, pues el primero es producto de la arbitrariedad en donde nacen las represiones y la fuerza y el segundo por el contrario debe cumplir con las reglas del Derecho, en donde se puede encontrar el bien común, la voluntad popular y se reconocen las libertades individuales.
Sin embargo, la ciudadanía en nuestra nación ha estado prescindiendo sin razón alguna de los valores de la democracia; con injustificadas razones, quizás sí, ante el temor de la violencia existente.
También sabemos lo mal que nos ha ido por habernos dejado llevar, contemplando pasivamente y en algunos casos esperanzadamente, las constantes violaciones a la Constitución, a las leyes y también a los Derechos Humanos; tal vez, por habernos entregado a uno u otro mesías del orden y del progreso.
Vivimos momentos muy duros, muy difíciles, aquí todas las veces que quieren destruir las esperanzas de los pobres, lo intentan, lo hacen y no pasa nada, sin darnos cuenta se ha venido instalando en nuestras regiones y en nuestra ciudad una especie de fracaso colectivo, que ha venido generando en los últimos tiempos el peor flagelo en el alma de nuestros ciudadanos: la desesperanza.
FUENTE: EL INFORMADOR
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