Enrique Krauze | Los motivos del lobo
Para enfrentar su indecible dolor, Javier Sicilia ha acudido a la fuente
primera y última de su ser -su fe religiosa-, y desde allí lanza un llamado
estremecedor a "todos los grupos" de este país
(incluidas "las mafias del crimen organizado") para llegar a un
pacto que nos permita detener la violencia y "recuperar el amor".
primera y última de su ser -su fe religiosa-, y desde allí lanza un llamado
estremecedor a "todos los grupos" de este país
(incluidas "las mafias del crimen organizado") para llegar a un
pacto que nos permita detener la violencia y "recuperar el amor".
Hay una evidente impregnación mística en tal actitud. En la marcha
que encabezó vio la palabra encarnada en acción cívica, vio la poesía
transfigurada en comunión. "Creo que los capos aún tienen un sentido
de lo humano -declaró a Proceso- y tienen que amarrar a sus
demonios, tienen que controlarlos". Con todo, en la misma entrevista Sicilia
admite su perplejidad ante el mal: "Dicen algunos que son como animales,
pero los animales no hacen esto (los asesinatos), que ya pertenece
a una esfera más allá de la naturaleza porque no hay nada que
se le compare; pertenece a un mundo muy lejos de lo
humano, tiene que ver con submundos profundos".
que encabezó vio la palabra encarnada en acción cívica, vio la poesía
transfigurada en comunión. "Creo que los capos aún tienen un sentido
de lo humano -declaró a Proceso- y tienen que amarrar a sus
demonios, tienen que controlarlos". Con todo, en la misma entrevista Sicilia
admite su perplejidad ante el mal: "Dicen algunos que son como animales,
pero los animales no hacen esto (los asesinatos), que ya pertenece
a una esfera más allá de la naturaleza porque no hay nada que
se le compare; pertenece a un mundo muy lejos de lo
humano, tiene que ver con submundos profundos".
Ante su actitud religiosa y su perplejidad ante el mal, un amigo
me recordó el poema de Rubén Darío "Los motivos del lobo". En
él, San Francisco de Asís se aventura a la guarida del terrible
lobo de Gubbia y le dice "¡Paz, hermano lobo!". Al escuchar
la prédica, el gran lobo, humilde, confiesa sus motivos: el
duro invierno, el hambre horrible, pero sobre todo la
sangre del jabalí, del oso, del ciervo, vertida sin motivo
por el humano cazador: "vi / mancharse de sangre, herir,
torturar, / de las roncas trompas al sordo clamor, / a los
animales de Nuestro Señor". San Francisco lo persuade.
El lobo pacta: "tras el religioso iba el lobo fiero, / y, bajo la testa,
quieto lo seguía / como un can de casa o como un cordero".
El milagro operó por un tiempo. El lobo convivió con la gente
de la aldea. Pero de pronto, al ausentarse el santo,
el lobo "tornó a la montaña / y recomenzaron su aullido
y su saña". A su regreso, el varón de Asís lo increpó
"en nombre del Padre del sacro universo", pidiéndole que
diese los motivos de su reincidencia. Y sus motivos
no eran otros que el triste espectáculo del mal entre los
hombres: había visto la ira, la envidia, "y en todos los rostros
ardían las brasas / de odio, de lujuria, de infamia, mentira".
Vio la guerra de hermanos a hermanos. "Y me sentí lobo
malo de repente; / mas siempre mejor que esa mala gente".
El lobo pidió al hermano Francisco volver a su convento,
a su camino de santidad. El santo no le dijo nada, "y partió con
lágrimas y desconsuelos". Solo pudo musitar
un Padre Nuestro.
me recordó el poema de Rubén Darío "Los motivos del lobo". En
él, San Francisco de Asís se aventura a la guarida del terrible
lobo de Gubbia y le dice "¡Paz, hermano lobo!". Al escuchar
la prédica, el gran lobo, humilde, confiesa sus motivos: el
duro invierno, el hambre horrible, pero sobre todo la
sangre del jabalí, del oso, del ciervo, vertida sin motivo
por el humano cazador: "vi / mancharse de sangre, herir,
torturar, / de las roncas trompas al sordo clamor, / a los
animales de Nuestro Señor". San Francisco lo persuade.
El lobo pacta: "tras el religioso iba el lobo fiero, / y, bajo la testa,
quieto lo seguía / como un can de casa o como un cordero".
El milagro operó por un tiempo. El lobo convivió con la gente
de la aldea. Pero de pronto, al ausentarse el santo,
el lobo "tornó a la montaña / y recomenzaron su aullido
y su saña". A su regreso, el varón de Asís lo increpó
"en nombre del Padre del sacro universo", pidiéndole que
diese los motivos de su reincidencia. Y sus motivos
no eran otros que el triste espectáculo del mal entre los
hombres: había visto la ira, la envidia, "y en todos los rostros
ardían las brasas / de odio, de lujuria, de infamia, mentira".
Vio la guerra de hermanos a hermanos. "Y me sentí lobo
malo de repente; / mas siempre mejor que esa mala gente".
El lobo pidió al hermano Francisco volver a su convento,
a su camino de santidad. El santo no le dijo nada, "y partió con
lágrimas y desconsuelos". Solo pudo musitar
un Padre Nuestro.
Javier Sicilia reencarna hoy, entre nosotros, el alma franciscana, la misma
que fundó la espiritualidad de México. Pero el mal que enfrenta, al que
increpa, no es un lobo: es el hombre (lobo solo del hombre)
que puede matar sin motivos.
que fundó la espiritualidad de México. Pero el mal que enfrenta, al que
increpa, no es un lobo: es el hombre (lobo solo del hombre)
que puede matar sin motivos.
Teólogos y filósofos han interrogado esos motivos con la esperanza
de reducir el mal, explicándolo. Tras las guerras de identidad
(religiosa, racial, nacional) se han propuesto siempre
causas que buscan discernir (y a veces justificar) las acciones
violentas. Y en nuestra actual situación, también abundan
las explicaciones: la pobreza, la ruptura del tejido social, la quiebra
de la familia, el repliegue de la religión y los valores, la penuria
educativa, el abandono de los gobiernos, la falta de
horizontes profesionales. Todo ello se esgrime como la
causa última de la violencia. Un amplio sector de la opinión
maneja otro motivo (que Sicilia, con acierto, ha visto como una
responsabilidad, no una culpabilidad): la decisión
del gobierno de sacar al ejército a las calles.
de reducir el mal, explicándolo. Tras las guerras de identidad
(religiosa, racial, nacional) se han propuesto siempre
causas que buscan discernir (y a veces justificar) las acciones
violentas. Y en nuestra actual situación, también abundan
las explicaciones: la pobreza, la ruptura del tejido social, la quiebra
de la familia, el repliegue de la religión y los valores, la penuria
educativa, el abandono de los gobiernos, la falta de
horizontes profesionales. Todo ello se esgrime como la
causa última de la violencia. Un amplio sector de la opinión
maneja otro motivo (que Sicilia, con acierto, ha visto como una
responsabilidad, no una culpabilidad): la decisión
del gobierno de sacar al ejército a las calles.
En todos estos motivos hay un fondo de razón. Y lo hay, por supuesto,
también en el último. Pero en términos prácticos no basta con apuntar las
causas generales, algunas recientes, la mayoría atávicas. Hay que
afrontarlas, pero no podemos esperar a que México se vuelva
Suiza para atender con la debida urgencia, eficacia e
inteligencia el tremendo problema de criminalidad que nos abruma.
Y las argumentaciones, en términos morales,
deben hilarse con más cuidado.
también en el último. Pero en términos prácticos no basta con apuntar las
causas generales, algunas recientes, la mayoría atávicas. Hay que
afrontarlas, pero no podemos esperar a que México se vuelva
Suiza para atender con la debida urgencia, eficacia e
inteligencia el tremendo problema de criminalidad que nos abruma.
Y las argumentaciones, en términos morales,
deben hilarse con más cuidado.
¿Es válida, por ejemplo, la correlación entre pobreza y violencia? No lo
parece, ni empírica ni moralmente. Es obvio que muchos
delincuentes no son pobres, es obvio que muchos pobres no
delinquen. Por otra parte, está el concepto de proporcionalidad: una
acción violenta provoca una respuesta violenta. Pero
es obvio también que esta regla no corresponde a un Estado de
derecho, menos aún en el caso de delincuentes que con saña
"subhumana" roban, vejan, torturan y asesinan a víctimas
inocentes. Aquí no cabe hablar de motivos. Aquí no hay paliativos que
valgan. Esas personas, esos actos, son la prueba de que el
mal existe. Es uno de los grandes misterios de la vida.
Y es irreductible.
parece, ni empírica ni moralmente. Es obvio que muchos
delincuentes no son pobres, es obvio que muchos pobres no
delinquen. Por otra parte, está el concepto de proporcionalidad: una
acción violenta provoca una respuesta violenta. Pero
es obvio también que esta regla no corresponde a un Estado de
derecho, menos aún en el caso de delincuentes que con saña
"subhumana" roban, vejan, torturan y asesinan a víctimas
inocentes. Aquí no cabe hablar de motivos. Aquí no hay paliativos que
valgan. Esas personas, esos actos, son la prueba de que el
mal existe. Es uno de los grandes misterios de la vida.
Y es irreductible.
Algunos pensarán que el llamado de Javier Sicilia es ingenuo.
Yo no. Creo que no hay una vía única para combatir
la violencia. Creo que debe combatirse por varias vías. Y una de
ellas es la movilización de las conciencias. A muchas almas
buenas conmoverá. A algunas malas almas
tocará. A otras, que ni siquiera tienen conciencia de lo
que está mal, las alertará. En suma, además del combate
armado a la violencia armada, es bueno que Sicilia
nos recuerde que la conciencia mexicana puede despertar
^Yo no. Creo que no hay una vía única para combatir
la violencia. Creo que debe combatirse por varias vías. Y una de
ellas es la movilización de las conciencias. A muchas almas
buenas conmoverá. A algunas malas almas
tocará. A otras, que ni siquiera tienen conciencia de lo
que está mal, las alertará. En suma, además del combate
armado a la violencia armada, es bueno que Sicilia
nos recuerde que la conciencia mexicana puede despertar
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