La batalla por el Edomex
Arnaldo Córdova
La lucha por el estado de México, que este año elegirá nuevo gobernador, se está revelando como un elemento decisivo en la lucha por la Presidencia de la República en 2012. Claro que no todo se decidirá allí, pero sus resultados serán cruciales para lo que vendrá el año entrante. Las razones son harto conocidas: una, el principal precandidato priísta a la Presidencia es gobernador de ese estado; otra, es la entidad más poblada de la República y en ella habita una gran proporción del electorado nacional. Hay, tradicionalmente, un alto abstencionismo, pero eso no le quita su importancia a escala nacional. Lo que allí pase este año repercutirá en el que sigue y de un modo que nadie puede predecir.
Las sorpresas han estado a la orden del día en ese estado. Del lado del PRI, era casi un hecho que el candidato sería de nuevo un miembro del Grupo Atlacomulco, Alfredo del Mazo. Pero resultó que le ganó un lumpen de la política mexiquense, con un historial plagado de manchas negras, Eruviel Ávila, presidente municipal de Ecatepec, el municipio con la mayor población del país. Del lado del PAN y el PRD se vaticinaba el triunfo de la política de alianzas entre ambos partidos, sobre todo, por el peso que en el estado tiene la corriente Alternativa Democrática Nacional del senador Bautista, perruno sostenedor de esas alianzas. También en este caso el resultado fue otro.
Con su dominio puramente burocrático del PRD, los Chuchos y su consejero Manuel Camacho, así como los seguidores de Bautista en el Edomex, cantaban victoria hasta no hace mucho. Nadie podría revertir la tendencia favorable a las alianzas en el Edomex entre la derecha y la izquierda. López Obrador y la final entereza de Alejandro Encinas revirtieron esa tendencia y el aliancismo chuchista resultó un soberano fracaso. Primero, fueron incapaces de obtener la mayoría calificada en el Consejo Estatal del PRD en el estado de México (al saberlo Jesús Zambrano mismo sentenció el resultado: la propuesta ni siquiera cabía presentarla al Consejo Nacional). En el Consejo Nacional el resultado fue el mismo.
Este logro, que todavía hace unos meses nadie podía imaginarse, se debe, en lo esencial a López Obrador. Él abrió el debate, a escala nacional y estatal, sobre la pertinencia de las alianzas entre la izquierda y la derecha. Un acuerdo casi unánime que los Chuchos habían impuesto en el PRD a favor de esas alianzas se estrelló contra una deliberación de masas que permeó las filas del PRD; obligó a Encinas a definirse firmemente y a declararse en contra de esas alianzas y, al final, sus recorridos por el estado de México ayudaron a la izquierda de esa entidad a reagruparse, por fuera del cacicazgo de Bautista, y a empujar la oposición decidida en contra de las alianzas. Esto ha sido un triunfo claro de López Obrador. Con el resultado extra de que en el Edomex el Morena es ahora una fuerza real y actuante.
Creo que López Obrador siempre ha tenido una gran cauda de seguidores en el estado de México (en 2006 ganó allí las elecciones presidenciales). Ahora la refrenda con sus giras por todos los municipios. La gente lo arropa y lo sigue. No tengo noticias del tamaño del número de seguidores del lopezobradorismo en los años anteriores, después de 2006. Ahora se puede ver que son una fuerza de mucho cuidado con la que sus enemigos tendrán que enfrentarse en serio. Los recorridos de López Obrador por la entidad muestran, ante todo, la gran audiencia de la que goza el tabasqueño y el entusiasmo que despierta en sus concentraciones da idea del peso que el líder izquierdista tiene entre los mexiquenses.
El fracaso estrepitoso de la política de alianzas con la derecha ha provocado un debate en torno a los resultados que ello tendrá en el futuro. No han faltado quienes piensen que la derrota de ese aliancismo entre derechistas e izquierdistas, que desafía todas las reglas de la lógica política, ha sido un error fatal. No se hace consideración alguna de lo que implica la identidad política de las fuerzas partidistas que contienden por el poder del estado. Su punto de vista, muy elemental, es que al PRI, con la fuerza que tiene en el Edomex, sólo se le puede derrotar si se le echa montón. Luego se hacen pueriles juegos aritméticos, como el de que en 2005, de haberse unido el PRD y el PAN, habrían vencido a Peña Nieto.
En las elecciones, la suma de los factores nunca da el producto. Ante todo, se debe pensar en la elección de los candidatos de las alianzas. El PAN habría intentado que el candidato fuera de sus filas y el PRD igual. En el Estado de México esa hipótesis es irrealizable por la compacticidad del poder priísta. El Edomex no es Oaxaca ni Puebla y ni siquiera Sinaloa. Un analista (sin otra base que las muchas estadísticas en circulación) aventura la idea de que esa hipótesis se daba con Eruviel Ávila. Él era la carta marcada de la alianza. No habría sido, normalmente, elegido como candidato del PRI y, al parecer, él mismo esperaba el desenlace. Finalmente, Peña Nieto prefirió no darle esa oportunidad a la presunta alianza y sacrificar a quien era su favorito.
A ese analista le parece una jugada de alta política el que el Grupo Atlacomulco haya hecho a Ávila el candidato del PRI. En sus análisis de fundamento puramente estadístico, al PRD, fuera de la alianza izquierda-derecha no le concede la menor oportunidad. Así razonan los adoradores del más poderoso, en este caso, Peña Nieto. Es muy probable que Peña Nieto se haya decidido por Eruviel Ávila en contra de su supuesto delfín Del Mazo porque, como se supone, haya pensado que de otra manera estaba empujando una candidatura de la oposición nuevamente con un cartucho quemado del PRI. Pero es igualmente posible que el Grupo Atlacomulco haya medido muy bien los riesgos de un enfrentamiento interno del PRI por la candidatura. Eso hablaría bien del grupo. Eruviel Ávila ganó porque era el más fuerte. Las cosas tomaron su cauce.
El PRD es un partido de paradojas. Siempre lo ha sido. Muchas veces, lo impensable es lo que decide su destino. Eso ha sido así desde su fundación. Nació como un partido de corte democrático y, gracias a su líder moral, acabó siendo un conjunto multiforme y deforme de tribus y grupos mafiosos de poder. Era el partido más connotado, a lo largo de la historia nacional, de la izquierda mexicana y, debido al pragmatismo inmoral y desvergonzado de sus grupos hegemónicos, los Chuchos, auxiliados por ese mago fracasado de las alianzas a toda costa que es Manuel Camacho, nos salió con la fórmula de que, para vencer a un partido de derecha declarado como lo ha demostrado ser el PRI, había que aliarse con la otra derecha, peor, si se piensa bien, y más rapaz y depredadora de lo que fue la priísta.
El triunfo de López Obrador abre verdaderas perspectivas de un triunfo de la izquierda popular en el estado de México. No hay que pensar en las estadísticas. Éstas no nos lo dicen todo. Sólo son indicativas. El modo de hacer política de López Obrador ha entusiasmado a los mexiquenses. Y Alejandro Encinas es un gran candidato. Ya no es el de los años noventa, bisoño y casi desconocido. La izquierda en el Edomex se está volviendo hoy una fuerza temible.
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