UNA ORACION POR LA PAZ
Ricardo Rocha.
Que, antes que nada, en estos días de guardar le dirijas la luz del entendimiento al cerebro y al corazón del presidente Felipe Calderón.
Que le hagas comprender que nadie está atacando lo que él cree que será su gran herencia de gobierno. Que lo que muchos mexicanos hacemos es cuestionar el método –sin estrategia– que eligió en una guerra contra el narcotráfico fallida y perdida. Que ésta no es una afirmación para insultarlo o hacerlo enojar, sino basada en tres hechos incontrovertibles: cada vez hay más muertos, más consumo de drogas y más control del narco en el territorio nacional.
Que le recordamos que en su campaña se comprometió a ser el presidente del empleo y nunca el de la violencia. Que por eso no pocos creemos que, ya en la Presidencia, inventó lo de la guerra al crimen organizado para sacar al Ejército a las calles y demostrar quién manda. Para legitimarse luego de una elección tan cuestionada. Que por eso, por su apresuramiento, no empezó por limpiar la casa, es decir, los cuerpos militares, policiacos y de procuración de justicia, muchos de cuyos funcionarios y jefes no sirven al país porque están en la nómina de los cárteles; nadie puede ganar así ni siquiera una batalla.
Que no se acelere declarándonos también la guerra a quienes no pensamos como él; tiene que ser tolerante e incluyente. Que lo que le pedimos millones de mexicanos es que reenfoque sus prioridades: la obligación fundamental de cualquier Estado moderno es proteger a sus ciudadanos y no necesariamente exterminar a los criminales; menos aun con las balas cruzadas que también matan hombres, mujeres y niños inocentes. Que un solo muerto ya debería dolernos; que ya padecemos 40 mil dolores que además se multiplican en muchos miles más de parientes y amigos. Que admita que en ningún otro lugar del mundo “desaparecen” miles de personas –muchas de ellas a manos del Ejército– para luego del suplicio de la incertidumbre “reaparecer” en la atrocidad de las fosas clandestinas.
Que trate de ponerse en el lugar de las empleadas de maquiladoras en Juárez, que tienen que caminar kilómetros de madrugada para volver a casa; de los que saben que tomar un camión en Tamaulipas es jugarse la vida, de las madres y padres que han visto morir en sus brazos a sus hijos por los disparos de los soldados en un retén, de cualquier mexicano de a pie, que vive una realidad muy distinta a la que disfrutan él y sus funcionarios con sus autos blindados, sus escuadrones de guaruras y la realidad vista a través de una laptop o la ventanilla de su jet privado. Que reflexione si de verdad piensa llegar a 60 ó 70 mil o “tantos muertos como sean necesarios”. Que si no le importa pasar a la historia como el presidente de la muerte y la sangre. Que a nosotros ya se nos acabaron las palabras para intentar describir lo que han sido estos años de su Presidencia.
En fin, que si cree que ya se pasó el tiempo para emprender las reformas fundamentales, como la del Estado, la del modelo económico y la educativa, que son las que en realidad podrían evitar tanta pobreza violenta, al menos debería atreverse a plantear, en serio, el tan pospuesto debate sobre la legalización de las drogas. Y en lugar de terminar su sexenio en un baño de sangre, operar con inteligencia siquiera el último tramo, con principios de investigación tan elementales como seguir la ruta del dinero, por ejemplo.
También que les des la fortaleza, pero no la resignación, a todos aquellos que han perdido un ser querido en estos días de fuego. Como al señor Adán Abel Esparza, que fue el único sobreviviente cuando los soldados mataron a su esposa y a sus hijos en una vuelta del camino saliendo de Culiacán. A los padres de los niños Brian y Martín Almanza Salazar, muertos por la furia insomne y hambrienta de los militares en Nuevo Laredo. A los que sobreviven de la familia de Marisela Escobedo y de tantos luchadores por los derechos humanos que en este país son tan o más perseguidos que los delincuentes.
A quienes lloran a sus muertos que cada día brotan de las fosas criminales por montones. A los padres que se angustian por el México que habrán de dejarles a sus hijos. Al poeta sensible y crítico implacable del sistema Javier Sicilia, que sigue viviendo en carne propia el dolor más profundo de todos los dolores, la pérdida anti natura de Juan Francisco, y que ahora, sin proponérselo, se ha convertido en la voz de los sin voz, de todos los que no piden más que lo indispensable en cualquier lugar del mundo: encender la luz y salir a la calle con el propósito de trabajar y sin el miedo a morirse.
Porque todos los hombres y mujeres de buena voluntad acudamos al llamado de Javier para esa gran marcha del domingo 8 de mayo rumbo al Zócalo. Una gran manifestación pacífica. Sin insultos ni denuestos para nadie. Tampoco para el presidente Calderón, aunque él se quiera sentir aludido. No será contra él, sino por él, aunque él no quiera entenderlo. Por eso será una marcha silenciosa. Porque ya decíamos que se nos acabaron las palabras. Porque ya le dijimos todas las palabras. Por eso el silencio.
Que le hagas comprender que nadie está atacando lo que él cree que será su gran herencia de gobierno. Que lo que muchos mexicanos hacemos es cuestionar el método –sin estrategia– que eligió en una guerra contra el narcotráfico fallida y perdida. Que ésta no es una afirmación para insultarlo o hacerlo enojar, sino basada en tres hechos incontrovertibles: cada vez hay más muertos, más consumo de drogas y más control del narco en el territorio nacional.
Que le recordamos que en su campaña se comprometió a ser el presidente del empleo y nunca el de la violencia. Que por eso no pocos creemos que, ya en la Presidencia, inventó lo de la guerra al crimen organizado para sacar al Ejército a las calles y demostrar quién manda. Para legitimarse luego de una elección tan cuestionada. Que por eso, por su apresuramiento, no empezó por limpiar la casa, es decir, los cuerpos militares, policiacos y de procuración de justicia, muchos de cuyos funcionarios y jefes no sirven al país porque están en la nómina de los cárteles; nadie puede ganar así ni siquiera una batalla.
Que no se acelere declarándonos también la guerra a quienes no pensamos como él; tiene que ser tolerante e incluyente. Que lo que le pedimos millones de mexicanos es que reenfoque sus prioridades: la obligación fundamental de cualquier Estado moderno es proteger a sus ciudadanos y no necesariamente exterminar a los criminales; menos aun con las balas cruzadas que también matan hombres, mujeres y niños inocentes. Que un solo muerto ya debería dolernos; que ya padecemos 40 mil dolores que además se multiplican en muchos miles más de parientes y amigos. Que admita que en ningún otro lugar del mundo “desaparecen” miles de personas –muchas de ellas a manos del Ejército– para luego del suplicio de la incertidumbre “reaparecer” en la atrocidad de las fosas clandestinas.
Que trate de ponerse en el lugar de las empleadas de maquiladoras en Juárez, que tienen que caminar kilómetros de madrugada para volver a casa; de los que saben que tomar un camión en Tamaulipas es jugarse la vida, de las madres y padres que han visto morir en sus brazos a sus hijos por los disparos de los soldados en un retén, de cualquier mexicano de a pie, que vive una realidad muy distinta a la que disfrutan él y sus funcionarios con sus autos blindados, sus escuadrones de guaruras y la realidad vista a través de una laptop o la ventanilla de su jet privado. Que reflexione si de verdad piensa llegar a 60 ó 70 mil o “tantos muertos como sean necesarios”. Que si no le importa pasar a la historia como el presidente de la muerte y la sangre. Que a nosotros ya se nos acabaron las palabras para intentar describir lo que han sido estos años de su Presidencia.
En fin, que si cree que ya se pasó el tiempo para emprender las reformas fundamentales, como la del Estado, la del modelo económico y la educativa, que son las que en realidad podrían evitar tanta pobreza violenta, al menos debería atreverse a plantear, en serio, el tan pospuesto debate sobre la legalización de las drogas. Y en lugar de terminar su sexenio en un baño de sangre, operar con inteligencia siquiera el último tramo, con principios de investigación tan elementales como seguir la ruta del dinero, por ejemplo.
También que les des la fortaleza, pero no la resignación, a todos aquellos que han perdido un ser querido en estos días de fuego. Como al señor Adán Abel Esparza, que fue el único sobreviviente cuando los soldados mataron a su esposa y a sus hijos en una vuelta del camino saliendo de Culiacán. A los padres de los niños Brian y Martín Almanza Salazar, muertos por la furia insomne y hambrienta de los militares en Nuevo Laredo. A los que sobreviven de la familia de Marisela Escobedo y de tantos luchadores por los derechos humanos que en este país son tan o más perseguidos que los delincuentes.
A quienes lloran a sus muertos que cada día brotan de las fosas criminales por montones. A los padres que se angustian por el México que habrán de dejarles a sus hijos. Al poeta sensible y crítico implacable del sistema Javier Sicilia, que sigue viviendo en carne propia el dolor más profundo de todos los dolores, la pérdida anti natura de Juan Francisco, y que ahora, sin proponérselo, se ha convertido en la voz de los sin voz, de todos los que no piden más que lo indispensable en cualquier lugar del mundo: encender la luz y salir a la calle con el propósito de trabajar y sin el miedo a morirse.
Porque todos los hombres y mujeres de buena voluntad acudamos al llamado de Javier para esa gran marcha del domingo 8 de mayo rumbo al Zócalo. Una gran manifestación pacífica. Sin insultos ni denuestos para nadie. Tampoco para el presidente Calderón, aunque él se quiera sentir aludido. No será contra él, sino por él, aunque él no quiera entenderlo. Por eso será una marcha silenciosa. Porque ya decíamos que se nos acabaron las palabras. Porque ya le dijimos todas las palabras. Por eso el silencio.
A ver si el silencio lo entiende al fin.
Te rogamos, señor.
Narcofosas y Calderón, mensajes frente al horror
Jenaro Villamil
Jenaro Villamil
MÉXICO, DF, 19 de abril (apro).- El mismo día que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) lanzó un duro comunicado de condena al Estado mexicano por el hallazgo de 145 cadáveres en el municipio de San Fernando, Tamaulipas, el presidente Felipe Calderón hacía uso de su nueva estrategia de comunicación (o incomunicación) en su cuenta de Twitter y escribió el siguiente mensaje:
“Muchas felicidades a las Fuerzas Armadas por la captura de El Kilo y toda su banda de Zetas, autores de la masacre de migrantes ahí”.
A las 11:17 horas del lunes 18 de abril, el mandatario mexicano insistió en la alabanza:
“La detención de El Kilo y Los Zetas de San Fernando, fue el resultado de una gran coordinación de fuerzas federales”.
Ni una sola palabra presidencial de apoyo a los cientos de personas que han acudido a la morgue para saber si entre esos cadáveres se encuentra algún familiar. Tampoco ningún compromiso por investigar si existen otros cuerpos hallados en fosas similares. Mucho menos referencia alguna a lo expresado por la CIDH.
La Comisión Interamericana instó al Estado mexicano “a esclarecer lo ocurrido, identificar a las víctimas y sancionar a los responsables, así como a adoptar en forma urgente las medidas necesarias a fin de evitar que estos hechos sigan repitiéndose”. El Estado mexicano no ha respondido formalmente a este llamado.
La pesadilla de las narcofosas apenas empieza a desentrañarse y el gobierno federal insiste en asumir como “logros” lo que es una demostración de la impunidad generalizada, con un alto grado de responsabilidad de los tres niveles gubernamentales (estado, municipios y Federación).
El incómodo blog del narco publicó el mismo día que la Secretaría de Marina presumió ante los medios la detención de Martín Estrada Luna, El Kilo, que “fuentes anónimas y confiables” indicaron que se encontraron 55 cuerpos más en una nueva narcofosa, donde existen cuerpos de bebés, niños y jóvenes “quienes fueron ejecutados con brutalidad extrema”.
En su edición de este martes 19, el periódico Reforma realizó un recuento para señalar que en cinco años se han hallado 156 fosas en todo el país, con un total de 645 cadáveres, diseminados en 22 entidades de la República y el Distrito Federal. En Tamaulipas, Guerrero y Chihuahua se ha encontrado más de 60% de estos cuerpos. Lo peor de estos hallazgos es que la gran mayoría de los restos humanos no han sido plenamente identificados.
En otras palabras, apenas estamos en el umbral de un escándalo internacional que ya comenzó a generar notas muy duras en las cadenas televisivas internacionales como Telesur, CNN o las agencias informativas europeas y estadunidenses.
El sicario y sus víctimas
“No puedo decir con precisión cuánta gente fue ejecutada... Es imposible saberlo. Yo estuve una vez en la ejecución de cien personas. Todas fueron enterradas en un lugar específico; pudieron ser miles de ejecuciones”.
Este es el testimonio de El sicario, libro y documental del mismo título realizados por los periodistas Charles Bowden y Molly Molloy, cuyo adelanto se publica en la edición de Proceso de esta semana.
Las palabras de este asesino a sueldo, de Ciudad Juárez, Chihuahua, sólo confirman el horror que está por venir. El protagonista del documental insiste: “Bueno, digamos que hay por lo menos cien narcofosas, de las cuales posiblemente sólo cinco o seis han sido descubiertas”.
El menciona tan sólo las fosas existentes en la frontera de Ciudad Juárez y Estados Unidos. Además de estos cementerios clandestinos, en Tamaulipas, en Nuevo León, en Durango y en Coahuila se calcula que pueden existir decenas o cientos de estos sitios.
El país apenas entrará a las compuertas de este horror, uno de los verdaderos rostros de la espiral de brutalidad, violencia, impunidad y miedo que ha acarreado la guerra entre los cárteles, la persecución contra migrantes y contra la gente humilde, sin rostro, sin nombre.
Más de 3 mil desaparecidos
En la misma edición de la revista Proceso, la reportera Gloria Leticia Díaz cita el cálculo del Grupo de Trabajo sobre la Desaparición Forzosa o Involuntaria (GTDFI) de las Naciones Unidas en México. En su informe preliminar del 31 de marzo pasado, este organismo advierte que “más de 3 mil personas habrían desaparecido desde 2006” en todo el país.
El recuento hemerográfico realizado por Proceso señala que se han descubierto 718 cadáveres en 47 fosas clandestinas en Guerrero, Nuevo León, Tamaulipas, Michoacán, Chihuahua, Oaxaca, Coahuila, Guanajuato, Zacatecas, Durango, Sinaloa, Sonora, Baja California, Campeche, Quintana Roo, Jalisco e Hidalgo.
La reportera Marcela Turati, en su recorrido por la morgue de Matamoros, Tamaulipas, relata en la misma edición de Proceso que el Servicio Médico Forense (Semefo) está desbordado y más de 400 personas han acudido a este sitio –provenientes del mismo estado y de otros como Guerrero, Oaxaca, Veracruz, Hidalgo, Distrito Federal, Zacatecas, Michoacán y Jalisco-- en busca de sus familiares desaparecidos.
Un investigador, entrevistado por Turati, describe así el perfil de las víctimas:
“Algunos de los muertos tienen ropa de invierno. Casi todos eran pobres (‘no tenían para pagar casetas, para vías más rápidas y nadie quiso enterarse porque no eran hijos de ningún famoso’, dice la fuente).
“--¿Por qué los habrían matado? –se pregunta al investigador.
“--A todos los hombres, jóvenes, en edad de enrolarse, los ven como potenciales enemigos. Podría ser que están tan desesperados que los matan previniendo que se hagan sicarios del Golfo. Además, así les impiden llegar a Matamoros y Reynosa, que controlan los sicarios”.
Esos son los muertos sin nombre. Sus cuerpos apenas comienzan a descubrirse.
Sin embargo, para ellos no hay palabras de consuelo ni de compromiso contra la impunidad del presidente de la República.
Comentarios: www.homozapping.com.mx
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