El hombre de Caliente
Julio Scherer García
Julio Scherer García
Las excentricidades y el
estilo de vida de Jorge Hank Rhon despertaron desde tiempo atrás la atención
periodística de Julio Scherer García, quien hace cuatro años se trasladó a
Tijuana para saber más de ese personaje cuya imagen no ha podido disociarse
nunca de una inmensa fortuna aparentemente fincada en el crimen y la impunidad.
La crónica que aquí se presenta forma parte del libro La terca memoria,
publicado por el fundador de Proceso en 2007.
Jorge Hank Rhon prepara su
bebida favorita: Herradura reposado con una víbora de cascabel, una cobra, un
pene de león, un pene de toro y a veces cabellos finos de osos grises del
Canadá. En el vaso pueden quedar residuos de esos animales que, a trasluz, se
miran como minúsculos pedazos de tripas bañadas en un líquido amarillento.
En Proceso, en un pequeño
recuadro, leí la historia hacia el principio del año y me pareció que
correspondía a uno más de los gestos excéntricos del hijo del Profesor. Ya me
había llamado la atención su desplante, “la mujer es el animal que más me
gusta”, y lo había apartado como tema de un interés periodístico mayor.
En marzo pasado estuve en
Tijuana para saber más del personaje de ilustre apellido. Inmensamente rico,
poderosamente instalado en la industria del PRI y en la industria del juego,
heredero de la historia de su padre, Jorge Hank da de qué hablar como un
personaje sin parecido visible. Es quien es, fruto de sus ideas, pasiones,
ansias de poder, notoriedad y una vida envuelta en el crimen. Es punto obligado
para hablar de la nube tóxica que enferma a buena parte de la población de
Tijuana.
Apenas el 19 de febrero
pasado, Frontera publicó en su primera plana una foto con un garrafón, nunca
vacío, del tequila y sus componentes. La nota, firmada por los reporteros Jorge
Morales y Ana Cecilia Ramírez, incluye un diálogo breve que inicia el priísta
multimillonario en dólares:
–Ven, tocayo, te voy a
contar el secreto de mi virilidad.
–¿Cómo funciona? –pregunta
el periodista.
–El tequila absorbe el
poder de estos animales.
–¿Y se acaba el botellón?
–Cuando lo bajo, me lo van
llenando.
Convencido de la fuerza
sexual de la bebida, lo ofrece a sus incondicionales, a sus empleados y
cómplices. También invita a las señoras a que mojen sus labios y nutran su
cuerpo con el hallazgo que lo enorgullece.
Alejandro Ruiz Uribe,
inclinado al PRD y hace algunos años líder estudiantil de la preparatoria
estatal, me cuenta una historia que llama sencilla, sólo una anécdota y
subraya:
–Yo fui casi testigo de un
suceso que a muchos consta.
–¿Y por qué casi testigo?
–Mi madre quiso saludar a
la señora Rigoberta Menchú en una cena ofrecida en su honor. La premio Nobel de
Guatemala había impartido una conferencia en la preparatoria y queríamos
agradecerle su tiempo y la brillantez de sus palabras. A mi madre, como es
natural, le cedí mi lugar y ella me contó lo que vio y escuchó:
“El alcalde, Jorge Hank
Rhon, respondió a uno de sus impulsos y se presentó en la cena sin invitación.
Fue directo a la mesa principal, cambió unas palabras con los comensales y le
habló a nuestra invitada de su tequila vigorizante. Gustoso de sí mismo,
gustoso de su hallazgo, lo ofreció a la ilustre señora. De parte de Rigoberta
Menchú no hubo un gesto, apenas una mirada lejos del presidente municipal:
‘Gracias’.”
Me propuse visitar el
fraccionamiento de Hank Rhon, Puerta del Hierro, aún bajo el régimen de
condóminos. “Será difícil –me habían advertido–, son pocos los que entran”.
Acompañado de Felipe
Zárate, vi a la distancia la caseta de vigilancia. Dos policías privados eran
guardianes del fraccionamiento, de uniforme azul y sombreros de recortadas alas
horizontales.
En letras de buen tamaño
leí: “Prohibido el paso”.
Y luego, atónito:
“Por su seguridad, está
siendo videograbado”.
Había, en efecto, frontales
a la calle de acceso a Puerta del Hierro, dos cámaras videograbadoras,
pequeños, siniestros cañoncitos.
Me supe en el centro de un
sitio ominoso. “Por su seguridad, está siendo videograbado”. ¿Y si no soy
videograbado? Asistía a un lenguaje mafioso, voces gangsteriles.
–Permítanos pasar –dijo
Zárate a uno de los vigilantes. La respuesta se desprendió por sí misma:
–El paso está prohibido.
¿No vio?
–Sólo unos minutos.
–¿Para qué? ¿Qué quieren?
–Mi amigo viene de lejos,
quiere conocer Tijuana, y Puerta del Hierro es también Tijuana.
Intervine:
–Suba con nosotros.
Acompáñenos.
–Sólo unos minutos.
La calle principal es
circular y a la derecha el rojo se impone como el color del mundo. Una barda
interminable de más de dos metros de altura está tapizada con bugambilias.
Entre una y otra flor, apenas si aparecen pequeños espacios verdes y no se
miran ramas, esqueleto de la enredadera. La barda corresponde a la casa de Hank
Rhon.
A la izquierda se suceden
unas a otras casas impersonales y conjuntos de materiales corrientes. Las casas
están limpias pero no vi un jardín, algún lugar plácido. No vi un mercado,
alguna tienda, una peluquería, una farmacia. No recuerdo una fuente. Las calles
laterales tienen nombres de metales: mercurio, plutonio, estaño. Vi por ahí un
aviso: “Prohibido Peatones”.
Fui a Zeta, el semanario
fundado y sostenido con impresionante energía y valor por Jesús Blancornelas.
Ahí conversé con los coeditores de hoy, René Blancornelas y Adela Navarro.
Atractiva, mujer de treinta y ocho años, diecisiete entregados a los amores de
su intimidad y a la revista, escribe una columna: Sortilegioz.
–¿Qué ocurre en Tijuana,
señora?
Pone en mis manos su
artículo más reciente. “Vulgar”, lo intituló.
Pareciera –escribe– que
entre la clase empresarial y la política, el miedo se está convirtiendo en
fascinación. Es una situación que bien podría encuadrarse en una especie de
“síndrome de Estocolmo”, donde el secuestrado ha sido de tal manera sometido
por sus captores que termina por entenderlos y desarrollar lazos afectivos para
quienes le cortaron su libertad y sus derechos.
Así se encuentran muchos
personajes de Tijuana que ya pasaron del miedo y pavor hacia la figura del ex
alcalde Jorge Hank Rhon y ahora casi casi se han convertido en sus promotores
personales. Terminaron siendo lo que tanto temieron: lacayos.
Un hecho increíble se dio
cuando a una de las prominentes familias de la ciudad le secuestraron a su
hijo, un chamaco. Dada la cercanía de la familia con el presidente municipal y
el dinero que había invertido en la campaña, decidió hacerle una llamada de
auxilio. El hijo fue puesto en libertad a las pocas horas y la familia recibió
el aviso: “Ustedes están protegidos, son gente del alcalde”.
Termino la lectura y la
señora pregunta:
–¿Lo quiere así o más
claro?
–Más claro.
–La historia la anunciamos
en la portada de la revista con esta cabeza: “Policías Criminales”. Podríamos
haberla titulado: “Criminales Policías”. Son iguales, son lo mismo. Este hecho
terrible –agrega– puso en evidencia lo que para muchos es una realidad: que el
equipo cercano a Hank son policías criminales que tienen el conocimiento de las
redes de secuestradores, del narcomenudeo, de los asaltantes, etcétera.
Héctor “El Gato” Félix
Miranda fue asesinado el 20 de abril de 1988. Los crímenes contra el codirector
y director de Zeta pusieron en vilo a Tijuana. No se olvida al Gato y para
muchos no hay manera de sobreponerse a una sensación que perturba. En el hampa
que se ha extendido por la ciudad, la figura de Jorge Hank Rhon cobra la fuerza
de un protagonista.
Avivan los rescoldos
sucesos que llegan de muy lejos. Jorge Vera Ayala, hijo de Antonio Vera
Palestina, uno de los asesinos materiales del Gato, se encuentra hoy a cargo de
la seguridad del ex alcalde.
Dice Adela Navarro:
–Existen documentos, hemos
publicado reportajes que así lo acreditan. La policía que encabeza Vera Ayala
no pertenece a la estructura de la Secretaría de Seguridad Pública de Tijuana,
pero aparece en el presupuesto como un grupo de élite [...]. El año pasado
fueron asesinados veintitrés policías municipales, inmiscuidos de alguna u otra
manera en el narcotráfico. Vera Ayala no está al margen de la oleada criminal.
Pero es ahijado de Jorge Hank Rhon. Hubo quien se atrevió: “oiga usted, se
trata del hijo del que mató al Gato, ¿no?”. “Pues es mi ahijado –le llegó la
respuesta pronto–. Yo lo traje y yo lo traigo”.
–¿Cómo llegó Vera Ayala a
la posición que actualmente ocupa? –le pregunto a la coeditora de Zeta.
Hank Rhon ocupó la alcaldía
con un grupo del Estado de México, encabezado por Ernesto Santillana. Éste
llegó a Tijuana con el compromiso o la consigna, como quiera llamársele, de
acabar con el narcomenudeo y los narcopoquiteros, pero en verdad, acabar con
ellos, eliminándolos. Dueño del poder, Santillana organizó un comando negro que
robó, secuestró, mató. El escándalo, ya mayúsculo, seguía creciendo. Hank Rhon
optó por sustituirlos y llamó a Vera Ayala. En cuanto a Santillana, regresó al
Estado de México, su casa. Había trabajado con el Profesor. En el archivo
inmenso de Zeta –continúa– conservamos un editorial de Francisco Ortiz Franco,
editor del semanario y uno de los hombres más cercanos a Jesús Blancornelas. Es
un editorial que nos enorgullece. Ortiz Franco fue asesinado y el origen
profundo de su muerte permanece en la bruma, como el asesinato del Gato.
Ortiz Franco escribió
“Imperativo Ético”, avalado por Blancornelas en letras cursivas al término del
artículo. Dijo Blancornelas: “Este espacio refleja el criterio editorial de
Zeta”.
En cuanto al texto, me
dijo:
–No es una decisión
precipitada. Tampoco visceral. Al contrario, fue suficientemente analizada. El
dilema fue entre la función profesional del medio y la obligación moral. No
figuró en absoluto lo comercial. Finalmente, la decisión de Zeta es no aceptar
publicidad-propaganda a favor del precandidato del Partido Revolucionario
Institucional, Jorge Hank Rhon. Consideramos que no es ético prestar este
servicio a quien fue patrón de los asesinos materiales del codirector de Zeta,
Héctor Félix Miranda. Su conducta de patrón está más que probada e incluso fue
aceptada públicamente por el precandidato priísta. Más allá de lo profesional y
lo legal, está la obligación moral que tenemos con quien perdió la vida el 20
de abril de 1988 por publicar sus ideas en las páginas de este semanario.
No se detiene la señora.
Cuenta con naturalidad, sin énfasis en la voz, el cuerpo quieto, cuenta de
Tijuana, inseparable de su propia vida:
–Uno de los hijos de Hank
Rhon, Alberto, se encontraba en una disco y de repente, como en una ráfaga, un
instante que contenía horas, se vio enfrascado en un pleito por una muchacha.
Dos energúmenos se disputaban, más que a la muchacha, su amor propio. Los dos
la habían visto y se habían sentido atraídos por ella. Eso había sido todo. El
rival de Alberto Hank, Pablo Francisco Duarte, rompió una botella y el pleito
llegó lejos. Alberto sufrió heridas en la cara, creo recordar que también en el
cuerpo. En medio de la noche, los guardaespaldas se lo llevaron a un hospital.
A su contrincante le llovieron golpes, una terrible zarandeada. Permaneció en
el hospital tres meses. Sus padres midieron los alcances del pleito y lo
protegieron largo tiempo mandándolo a los Estados Unidos. Los hechos se habían
olvidado y el muchacho regresó a Tijuana el 29 de agosto de 2006.
Al día siguiente del pleito
no hubo rastro de Pablo Francisco Duarte. Un día después se extendió la noticia
de su muerte, el cuerpo abandonado cerca de la Clínica Número Uno del Seguro
Social. Fue golpeado con puños, pies, bats y rematado con un tiro de gracia.
A la tragedia no la
acompañó investigación alguna. Pocos tuvieron noticia en Tijuana de que el
pleito a muerte se había iniciado en el restaurante bar TRSZ, propiedad de Nico
Nacif, compadre de Hank Rhon.
–Señora, Hank Rhon sostiene
que no tiene problema alguno con el gobierno de Estados Unidos. Cita que de la
investigación conocida como “White Tiger”, salió limpio, cerrado el expediente.
–Hank Rhon dice
parcialmente la verdad: “White Tiger” es una pesquisa congelada, pero eso no
significa que el caso esté cerrado. Oculta el ex presidente municipal, en
cambio, la humillación a que lo someten nuestros vecinos. [...] Hank Rhon
–explica– posee cuarenta automóviles a su estilo. Todos son de lujo, doscientos
cincuenta mil o quinientos mil dólares, cada uno con placas de los Estados
Unidos. Cuando así lo estima conveniente, en alguno de sus vehículos, escoltado
siempre, se traslada a las zonas que pesan y a las barriadas de la ciudad. Es
su manera de hacer sentir su personalidad, unidas la riqueza económica y la
prepotencia política. Hombres de temple lo pueden todo, es el mensaje que
transmite. Así ganó las elecciones para la presidencia municipal, al frente la
marea roja, sus guaruras, sus incondicionales, sus empleados, sus cómplices,
todos púrpura y dispuestos a hacer sentir su poder. Se gastó en dólares y la
votación fue ínfima, como se sabe. [...] Existen en la ciudad veinticuatro
garitas para cruzar la “línea”. El gobierno de los Estados Unidos ideó un
acceso especial que llamó “Sentri”, un paso VIP. Si usted se presenta en las
oficinas correspondientes de aquel lado, muestra sus estados de cuenta,
declaración de impuestos, comprobante de residencia impecable, documentos
transparentes, el FBI, que lo investigó hasta la minucia, autoriza para usted
una tarjeta y lo registra en “Sentri”. [...] A Hank Rhon el FBI lo investigó y
le negó la tarjeta. Pienso que para su personalidad egocéntrica, aspirante a
los más altos puestos de la política –el tiempo es mío, ha dicho más de una
vez–, no puede existir humillación comparable al rechazo del FBI. Hank Rhon,
sus coches, sus guaruras, sus placas de los Estados Unidos, todo él ha de
someterse y transitar por una de las veintitrés líneas por las que todos
cruzamos para ir a los Estados Unidos y regresar a nuestro trabajo y al abrazo
que siempre nos aguarda.
El casino Caliente reúne a
hombres y mujeres que se evaden del mundo, los ojos inmóviles en la pantalla
donde cruzan apuestas con el azar. Los salones se escuchan silenciosos,
concentrados los jugadores en imágenes abstractas. Algunas mujeres jóvenes de
falda oscura y saco blanco, ajustado con cuatro botones dorados, van y vienen
atentas a lo que pudiera ofrecerse a la clientela.
Existen amplios espacios
con fotografías de carreras de caballos y perros, escenas fijas y partidos
febriles de futbol, beisbol, futbol americano, basquetbol, encuentros de box,
de lucha libre. Si hubiera carreras de hormigas o batallas entre hormigas rojas
y hormigas negras, ahí estaría un público ansioso de emociones reservadas a la
torturante expectativa de ganar o perder.
A corta distancia de las
pantallas y los salones con fotografías, subsisten las viejas tribunas de un
verde informe para seguir al caballo favorito en su galopar desenfrenado. Las
grandes pistas desaparecieron hace catorce años y hoy existen veredas por las
que corren los galgos, diversión pueril frente a los majestuosos pura sangre.
Un olor sucio invade la zona semiabandonada.
Cerca del casino se presta
a la añoranza la derruida plaza de toros. El ex alcalde, Jorge Hank Rhon,
decidió terminar con la tradición de los domingos taurinos. El redondel es hoy
sólo un espacio vacío que, se dice, algún día pudiera albergar un casino de
verdad, con ruletas y crupiers, evocación de Las Vegas. Desde las tribunas se
atisba apenas un ángulo del zoológico. Las jirafas, los leones, los tigres, los
hipopótamos semejan juguetes. “Mi vicio son los animales”, ha dicho Hank Rhon
más de una vez. Su pasión por ellos o la llamada fascinación por el horror lo
ha llevado a cruzar hembras y machos incompatibles.
Acceden al zoológico sólo
las personas que obtienen la aprobación del hombre importante de Tijuana. Hay
una excepción: los niños. Una vez a la semana, seleccionados por sus
profesores, recorren en camión la maravilla del espectáculo a su alcance. Hay
especies que están por desaparecer, como los osos grises del Canadá, los tigres
siberianos, blancos y de ojos azules –según se dice–, y las aves del Diluvio.
La felicidad de los niños
tiene límite. Observan, pero hasta ahí. Tienen prohibido caminar por las zonas
protegidas del zoológico. Explican, nacidas muertas sus palabras, que quisieran
mirarse, así fuera sólo eso, en los ojos vacíos de los animales, ejemplares
inofensivos.
A las dos horas de
iniciado, el viaje termina.
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