Encinas y los trabajadores
Arturo Alcalde Justiniani
La desigualdad y el abuso de los recursos públicos que caracterizan
la campaña electoral en el estado de México nos han hecho recordar las viejas y
eternas luchas de los pobladores de esa región del país por mejorar sus
condiciones laborales y de vida, y la importancia de tenerlas presentes en el
momento de votar.
El dilema de los trabajadores será optar por un candidato que, más allá de
las promesas, dará continuidad a las prácticas que los han mantenido en la
postración: bajos salarios, sindicatos charros, impunidad e
inseguridad, o intentar transitar hacia un cambio en favor de un gobierno
cercano a sus intereses.Si bien el charrismo o la represión a la organización libre e independiente de los trabajadores es un fenómeno común en todo el país, el estado de México se caracteriza por su dureza. Esta represión es común ante el más mínimo intento de organización autónoma; todos los indicadores así lo exhiben. El acceso a la información pública gubernamental en materia laboral es nula; las redes de complicidad entre las autoridades de trabajo y los líderes venales están entremezcladas. En la práctica es casi imposible dar trámite a los juicios colectivos, incluyendo los de titularidad o cambio de sindicato, a tal grado que el personal jurídico encargado de esta función dentro de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje ha sido disminuido a su expresión mínima. El estado de México presume un control absoluto sobre los trabajadores.
A pesar de las dificultades, los asalariados de esta entidad han dado ejemplo de luchas valientes y generosas para organizarse, mejorar sus salarios y hacer respetar sus derechos. En todo el territorio mexiquense, incluyendo Xalostoc, Ecatepec, Naucalpan, Coacalco, Tlalnepantla y Cuautitlán, viven los héroes conocidos y anónimos de esas batallas, aquellos quienes desde principios de los 70 nos dieron grandes enseñanzas. Vienen a la memoria sus lugares de trabajo, entre otros: General Electric, Vidrio Plano, Empacadora Bremer, Crinamex, Kraft, Alcon, Matosa, Acermex, Herdez, Altafisa, Harper Wyman, Kelvinator, Trailmóbile, Sealed Power, Rassini Reen, Lido Texturizado, Kimex, Kindy y Piplast. Cómo olvidar a los trabajadores de Pettibone, forzados a firmar su renuncia mientras les cubrían la cabeza con bolsas de plástico que les impedían respirar; cómo olvidar las andanzas del temido Wallace de la Mancha, gángster cetemista que tenía asolados a los obreros de las fábricas en la región; o la noche previa al recuento de Itapsa, cuando el grupo de golpeadores denominado Los chiquiticos secuestraron a los trabajadores, amenazándolos para impedir su voto en favor de un sindicato independiente. Cuánto habría que contar de Spicer, Ford o Vidriera y Alumex.
En estas luchas participaron diversas organizaciones independientes, como el Frente Auténtico del Trabajo, la Tendencia Democrática de los Electricistas y el Sutin, abogados democráticos, estudiantes, sacerdotes comprometidos y diversos grupos de izquierda que hacían causa común con los trabajadores. Entre ellos destacaba la Cooperativa de Cine Marginal, integrada por jóvenes con especial creatividad y dinamismo: Paco Taibo II, Paco Ceja, Belarmino Fernández, Paloma Saiz, el Rompecoches, Guadalupe Ferrer, Servando Gaja, Francisco Abardía, el Gallo Villarreal, Nena Cortés, Horacio Gómez, el Cabezón Aurecoechea, Luis Hernández Navarro, Beatriz Novaro, Saúl Escobar, Mario Núñez, Orlando Delgado, Jorge Fernández Souza, Miguel Lanz, Gisela Landazurri, Jorge Robles y Carmen Durán, cuyo temprano fallecimiento entristeció a todos.
En todas estas batallas, los procesos de formación política y laboral fueron
elementos clave para la toma de conciencia, los círculos de estudio, las
lecturas, la entrega de periódicos a puerta de fábrica, como La causa del
Pueblo, Trabajadores en lucha o El obrero insurgente.
Múltiples fueron las formas de organización que se convirtieron en armas de
batalla.
Esta es la herencia que esos luchadores dejaron a los trabajadores que hoy, con su voto, pueden cambiar su historia. Imaginemos un gobernante cuya principal preocupación sea el bienestar de la gente menos favorecida. Imaginemos autoridades laborales que impartan justicia imparcial y honesta. Imaginemos, también, una política social y económica que logre mayor equidad y protección social, servicios otorgados no como un favor, sino en cumplimiento de una obligación del gobierno.
Alejandro Encinas, hoy candidato a la gubernatura del estado, es parte de esa generación de luchadores. Desde muy joven tuvo una clara vocación social y de compromiso con los más desprotegidos. Lo recuerdan algunos a primeras horas de la mañana durmiendo en su vocho, esperando la entrada de los obreros mexiquenses en alguna fábrica, para entregarles el volante o el periódico. Como académico, diputado y en su actuar como funcionario público, se ha distinguido por su honestidad, eficiencia y capacidad de concertación. Es, en pocas palabras, un aliado de los trabajadores del campo y la ciudad; raro, un político que no tiene cola que le pisen.
Hoy más que nunca es necesario recuperar la memoria histórica y recordar lo que han sido los regímenes priístas incrustados hace mucho tiempo en el estado de México. Estos gobiernos son los que han permitido toda clase de atropellos y abusos contra los más débiles. En la actual coyuntura electoral, la apabullante propaganda de los medios pretende hacer olvidar la condición social de los trabajadores y las causas de su marginación. Que no nos confundan: las falsas promesas, la saturación propagandística y las dádivas son las de siempre; la estrategia es que se olvide el pasado. En otras palabras, que los votantes pierdan de vista quién es quién en esta contienda.
Hoy, ir a votar es un compromiso con el pasado y el futuro. La mayoría de la población en el estado de México ha sido privada de los recursos y derechos necesarios para vivir mejor, y los gobernantes de siempre confían en el olvido. La interrogante es en qué medida las mujeres y hombres que viven de su trabajo votarán conforme a sus verdaderos intereses. Un estado de México distinto será posible si los trabajadores ejercen el poder que tienen en sus manos.
Esta es la herencia que esos luchadores dejaron a los trabajadores que hoy, con su voto, pueden cambiar su historia. Imaginemos un gobernante cuya principal preocupación sea el bienestar de la gente menos favorecida. Imaginemos autoridades laborales que impartan justicia imparcial y honesta. Imaginemos, también, una política social y económica que logre mayor equidad y protección social, servicios otorgados no como un favor, sino en cumplimiento de una obligación del gobierno.
Alejandro Encinas, hoy candidato a la gubernatura del estado, es parte de esa generación de luchadores. Desde muy joven tuvo una clara vocación social y de compromiso con los más desprotegidos. Lo recuerdan algunos a primeras horas de la mañana durmiendo en su vocho, esperando la entrada de los obreros mexiquenses en alguna fábrica, para entregarles el volante o el periódico. Como académico, diputado y en su actuar como funcionario público, se ha distinguido por su honestidad, eficiencia y capacidad de concertación. Es, en pocas palabras, un aliado de los trabajadores del campo y la ciudad; raro, un político que no tiene cola que le pisen.
Hoy más que nunca es necesario recuperar la memoria histórica y recordar lo que han sido los regímenes priístas incrustados hace mucho tiempo en el estado de México. Estos gobiernos son los que han permitido toda clase de atropellos y abusos contra los más débiles. En la actual coyuntura electoral, la apabullante propaganda de los medios pretende hacer olvidar la condición social de los trabajadores y las causas de su marginación. Que no nos confundan: las falsas promesas, la saturación propagandística y las dádivas son las de siempre; la estrategia es que se olvide el pasado. En otras palabras, que los votantes pierdan de vista quién es quién en esta contienda.
Hoy, ir a votar es un compromiso con el pasado y el futuro. La mayoría de la población en el estado de México ha sido privada de los recursos y derechos necesarios para vivir mejor, y los gobernantes de siempre confían en el olvido. La interrogante es en qué medida las mujeres y hombres que viven de su trabajo votarán conforme a sus verdaderos intereses. Un estado de México distinto será posible si los trabajadores ejercen el poder que tienen en sus manos.
Desigualdad social, realidad insoslayable
Sami David
Incertidumbre e inquietud social. Pero también el desarrollo no
equilibrado, debido a la ruptura de las cadenas productivas, lacera la
estabilidad del país. Sin movilidad social, sin una política social integral,
las opciones de desarrollo han perdido su dinámica y su competitividad. El
gobierno, simplemente, ha abdicado de su función rectora debido a los
desastrosos resultados económicos.
Mientras la población más vulnerable no supere las limitaciones económicas
continuaremos siendo un país ausente de equidad. La marginación y la desigualdad
proseguirán perjudicando a los connacionales debido a una política económica
contraria a los intereses de la mayoría.
El documento denominado México: país sin crecimiento y sin empleo,
presentado por el Partido Revolucionario Institucional en San Lázaro, señala con
cifras y datos determinantes que la economía se ha derrumbado hasta los niveles
más ínfimos. El aumento del desempleo es evidente, el ingreso per cápita es
indigno y la pérdida del poder adquisitivo una realidad.
El análisis señala que en 2000, después de la severa crisis de 1995, el
primer gobierno panista recibió una economía que crecía 6 por ciento anual, en
un contexto de estabilidad macroeconómica. El retiro del Estado como rector y
promotor directo del crecimiento, conjugado con la impericia del nuevo equipo de
gobierno, truncó la tendencia; condujo a la caída y el estancamiento de la
economía.
La realidad del México actual revela que tampoco existe una política
industrial, lo cual explica en gran medida el desmantelamiento de la planta
productiva nacional; por ello, el índice de la actividad industrial es igual al
de 2006 (sólo la industria de la construcción se contrajo 4.6 por ciento en lo
que va del presente gobierno y la inversión extranjera directa ha disminuido 59
por ciento en los últimos 10 años).
Al definir la pobreza como la insatisfacción de las necesidades básicas,
sabemos de antemano que México enfrenta rezagos importantes. La clase media
continúa, ahora, más depauperizada que nunca.
Otra cifra capital para entender el deterioro social es la tasa de desempleo
abierto, que antes de 2000 era de 2.3 por ciento y actualmente es de 5.1 (cabe
señalar que en marzo de este año era de 4.61 y para abril de 5.1); junto con los
desocupados, trabajadores sin salario o en la economía informal y subempleados,
ya suman casi 46 por ciento (22 millones).
La estabilidad macroeconómica, necesaria para el buen desarrollo de la
economía, al ser el único objetivo de este gobierno impide el crecimiento,
desalienta la inversión privada, en particular la de pequeñas y medianas
empresas, y además inhabilita al sector formal de la economía para promover el
empleo.
En lo que va del presente siglo, debido esencialmente a condiciones
internacionales, se han producido los ingresos públicos adicionales más
cuantiosos de la historia, gran parte de los cuales proceden del petróleo. Así,
el presupuesto federal casi se ha triplicado, pero ninguno de los problemas
torales del país se ha resuelto.
¿La razón?, el despilfarro de los recursos públicos, que en vez de destinarse
a la inversión en infraestructura se han usado para aumentar desmedidamente el
gasto corriente improductivo, impulsar los programas asistencialistas –que
suelen ser manejados con fines electorales y no sociales– y practicar un
federalismo perverso, que ha concentrado las decisiones de políticas públicas en
las delegaciones estatales.
En suma, después del crecimiento alcanzado en 2000, la economía se desplomó
hasta sus niveles más ínfimos en ocho décadas, y aunque hay un repunte después
de la crisis de 2009, el estancamiento persistente de la economía y la caída del
ingreso per cápita real constituyen un fracaso de los gobiernos panistas que
repercute en el rezago del empleo y el bienestar social.
Al comparar el número de empleos formales de 15 millones a marzo de 2011, con
el total de la población que está en condiciones de trabajar, que son más de 47
millones, se advierte que el empleo en el país es completamente insuficiente. Al
confrontar los mismos 15 millones de trabajadores formales con los 112.3
millones de habitantes que tiene el país, se advierte el tamaño real de la
brecha.
Los asuntos públicos competen a todos, no a un partido político ni a un poder
en especial. Madurez y corresponsabilidad descansan en todos los actores
políticos, pues la democracia se sustenta en un tejido vivo y se nutre con
acuerdos y consensos. La participación ciudadana también es importante. La
justicia social es un campo soslayado por el presente gobierno.
Violencia e impunidad son las vertientes de la indignación, generadora de esa
energía social que se advierte en la actualidad. La tensión social debe frenarse
con un trabajo consistente, con un ejercicio responsable de acuerdos y
generación de empleos y proyectos sociales. La dinámica electoral no debe
generar turbulencias ni desatinos.
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