Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 18 de agosto de 2011

¿Por qué no hay indignados en México? La maldición de la eterna acampada

Posted: 17 Aug 2011 09:14 PM PDT
Desde la primera revuelta árabe, que arrancó en Túnez el 17 de diciembre del 2010, hasta la eclosión del movimiento de los indignados en España a partir de la mítica fecha del 15 de Mayo, varios analistas, politóligos y otros próceres mayores de la sociedad mexicana se preguntan, inquietos y hasta tristes, porqué en este país no nace un movimiento parecido que cuestione desde abajo un estado de cosas que muchos consideran terminal.
Mirar a nuestro pasado próximo nos permitiría desentrañar un acertijo que no es tal. México ha sido la cuna de los mayores movimientos de indignación a escala mundial desde la instauración del neoliberalismo en la década de los ochenta. Un breve repaso a los cuatro momentos de despertar cívico y social que se han dado en los últimos lustros nos dará una somera idea de la enjundia, relevancia y originalidad de las oleadas de indignación que conmocionaron a México y por ende al mundo.
No pretendemos hacer una tesis sobre movimientos sociales, pues las hay a montones, pero si recordar las fechas claves y los tiempos históricos que hicieron de México vanguardia de la rebelión popular:
1985. Terremoto y sociedad civil: reacción solidaria y horizontal de la sociedad defeña al margen del estado, base y simiente de la lucha por la democratización de la Ciudad de México. Nacimiento de la Coordinadora Única de Damnificados CUD, la Coordinadora de Luchas Urbanas CLU, la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular CONAMU, la UV y D (Unión de Vecinos y Damnificados) o la Asamblea de Barrios AB. Todo lo cual llevó a la victoria del proyecto de izquierda en 1997 bajo las siglas del PRD. Una herencia en peligro por la espiral de corrupción, autismo político y sumisión a los intereses especiales.
1988. Candidatura presidencial de Cuahtémoc Cárdenas y Frente Democrático Nacional. Primer órdago al poder priista con fraude electoral o “caída del sistema”, insurrección popular, toma de presidencias municipales y una extraordinaria movilización social que pudo convertirse en rebelión armada. En aras de “evitar la guerra civil”, Cárdenas renunció a la resistencia civil y prefirió formar el Partido de la Revolución Democrática, cuyo ciclo político parece más que agotado 22 años después.
1994-2001. Insurrección zapatista y emergencia del EZLN. Aquella revolución que cambió Chiapas y desafió al nuevo orden mundial, activó un movimiento espontáneo de solidaridad en México y en el mundo que impidió toda solución militar. Desde la Convención Nacional Democrática, los Diálogos de San Andrés y la Marcha zapatista al DF fueron siete años de acción zapatista en todos los frentes generando la mayor estructura de redes de la historia contemporánea. Todo un ejemplo, cuyo impacto en el inconsciente colectivo y las prácticas político-sociales fue notorio. A día de hoy, pese a todo, el zapatismo es un espacio marginal sin incidencia alguna en la vida nacional. El porqué es algo demasiado complejo para esbozar en tan corto artículo.
2004-2006: El desafuero contra Andrés Manuel López Obrador, jefe del gobierno del Distrito Federal, o el operativo del gobierno federal y la alta burguesía mexicana para impedir a toda costa la llegada al poder de este líder de centro-izquierda. En defensa de la democracia, nació un vasto movimiento de reacción ciudadana con marchas de centenares de miles de personas y el mayor plantón, o acampada, de la historia reciente. Las protestas ciudadanas y el dudoso resultado electoral del 2 de julio del 2006, con aires de fraude electoral, hundieron la legitimidad de la transición democrática mexicana y quebraron de raíz las opciones de un cambio político desde el poder ejecutivo. La eficaz campaña negra y la incapacidad de organizar una esperanza a futuro, fuera de la jugada electoral, erosionaron la base social de lopezobradorismo.
Si a estos grandes movimientos de fondo añadimos las decisivas huelgas de la UNAM, en 1986 y 1999, las protestas magisteriales, el nacimiento de los sindicatos independientes o las continuas movilizaciones de reacción y defensa contra las medidas de choque neoliberal habidas desde 1982, podemos decir que México ha vivido un movimiento de indignación de largo aliento.
¿Y cual ha sido el resultado de esta masa crítica que en más de una ocasión ha puesto en jaque al sistema de poder oligárquico?
Casi ninguno. Y decimos casi porqué sólo las grandes huelgas de la UNAM tuvieron frutos directos. Es decir, se mantuvo la gratuidad de la enseñanza pública superior. Excepción a la regla, porqué ni el zapatismo pudo conseguir la ratificación parlamentaria de los Acuerdos de San Andrés ni la victoria popular contra el desafuero impidió el asalto final contra AMLO el 2 de julio del 2006.
Esta incierto combate entre los intereses creados y los indignados de México ha resultado en carnicería, derrota y desesperación en la mayoría de los casos. La desunión, los sectarismos, el hueso y la grilla han hecho el resto.
De esa forma, lo fatal se impone. Toda movilización cívica y social en México cumple su ciclo bipolar. Se pasa del entusiasmo a la depresión en semanas. Hoy en día, además, se mueve de la esperanza a la desazón en cuestión de veinte tuits. La propia visibilidad de las redes sociales -la discusión, la transparencia o la audiencia pública- sirve al espectáculo de la política en tiempo real pero los flashes aceleran la corrosión de toda esperanza. Entre porros tuiteros, fúricas discusiones en Facebook, teorías de la conspiración, abrazos demasiado efusivos entre poderes y empoderados, más todos los juegos en lo oscurito, el resplandor de la ilusión caduca como máximo en noventa días.
Cada nueva oleada de indignación, así fuera el movimiento que generó la muerte del hijo de Javier Sicilia o la cruzada por la seguridad pública que Alejandro Martí lideró en 2008 como ungido de la burguesía mexicana, topa con los límites no escritos de la mexicanidad. Ni la burguesía puede destruir el sistema de colusión que apuntaló sus privilegios ni el pueblo puede construir una alternativa viable tras demasiadas derrotas. No hay reforma ni hay ruptura. El punto muerto es la clave.
Furia y desesperación, palabrería y simulación, liderazgo y decepción siguen su sesgo fatal mientras las reformas neoliberales marcan su agenda inexorable. Quedan los los espejos rotos, los sueños de transformación que se pierden en cada nueva batalla de esta extenuante guerra civil. A la mera hora, las clases medias pactan con el demonio para exorcizar (presuntos) diablos. Y el horror avanza sin tregua.
De aquellos polvos, esos lodos. Lodos que se extienden, como estigma fatal, por más de dos décadas. De 1988 a 2006. 18 años y de vuelta siempre al laberinto de la soledad. Sin escapatoria. El poder sigue, la calle agoniza.
¿Qué mexicano puede creer que un plantón, una acampada o una marcha cambiarán algo tras casi treinta años de continua mobilización?
Ha habido acampadas más largas que las de Plaza del sol y más extensas que las de Plaza Tahrir. Marchas más grandiosas que cualquiera de Barcelona o Túnez. Pero al final de este cuento indignado, el lobo seguía allí. Esperar que este 2011 México sea otra vez ejemplo mundial de indignación es no entender la pesada carga de la frustración que pesa sobre nuestro terrible presente.
Lo que Madrid empezó en mayo del 2011, México lo empezó en septiembre de 1985. Y lo poco que conseguimoss tras aquel despertar popular -la conquista popular de la capital, la libertad de prensa y una democracia a medias- sigue en riesgo de perderse en el abismo del narcoterror, el empobrecimiento colectivo, la arrogancia oligárquica y la programada vuelta del partido que nunca se fue.
México ha demostrado, más de una y mil veces, que la indignación sigue latente y que incluso en tiempos de apatía y nihilismo la simiente de la rebelión espera su momento. Cual volcán dormido, un país al límite puede despertar en cualquier momento. Pero ni el mimetismo árabe, la emulación ibérica ni la clonación chilena prenderán la chispa del descontento.
Nada está realmente escrito cuando concluya, de nuevo, nuestra maldición sexenal. Sobre las ruinas que nos persiguen, cimentarán sus casas las futuras generaciones. Nuestra tarea es encender los reflectores y enfocarlos sobre la bestia que ya habita en nosotros y hacer lo posible para que, bajo oropeles de vaselina y glamour, no regrese en 2012. En eso andamos Pateando Piedras.
La mecha prenderá cuando deba. Que treinta años no es nada pero si un buen lastre. Decía el viejo profeta que comprender la realidad nos permite transformarla. Lo que deba ser, será pero ni oráculos ni gurús tendrán la última palabra. Prendamos la mecha que México dirá. A su tiempo.

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