Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

viernes, 23 de diciembre de 2011

El dragón cambia de piel

El dragón cambia de piel
ALBERTO NICOLAU
En una década China logró un milagro: se convirtió en el máximo exportador del mundo, se volvió la segunda economía más sólida del planeta –con una explosión del consumismo compulsivo interno– y ha crecido a tasas de más de 9% al año. Y la del gigante asiático sigue siendo una economía controlada por el Estado. Pero no todo es ideal en la milenaria nación: el costo de la expansión se le carga a los obreros y campesinos, condenados a salarios insuficientes y sin perspectivas de movilidad social.
BEIJING.- La Wangfujing es una de las pocas calles peatonales en la capital china. Es también una de sus principales arterias comerciales, donde los jóvenes acuden en masa las tardes y los fines de semana para comprar productos electrónicos o artículos de moda mientras los recién casados de la alta sociedad visitan las concesionarias de autos de lujo para adquirir los últimos modelos de Ferrari o BMW.
El gobierno chino decidió instalar en esta calle la primera máquina expendedora de oro. Vende lingotes que desde el pasado 25 de septiembre se cotizan en un millón de yuanes (unos 156 mil dólares), pagaderos de inmediato con tarjeta de crédito o incluso en efectivo.
China se ha lanzado a una carrera capitalista y parece que siempre estuvo en ella, como si las cartillas de racionamiento y las trabas al comercio no hubieran existido nunca, como si la escasez derivada del maoísmo no hubiera matado de hambre a decenas de millones de personas en menos de un lustro, lo que duró el Gran Salto Adelante (1958-1962) –como afirma Frank Dikotter en su obra Mao’s Great Famine (Bloomsbury, 2010).
Y sin embargo la inserción de China en el sistema económico mundial cumple apenas una década.
En diciembre de 2001 el gigante asiático entró, tras 15 años de arduas negociaciones, en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Un hito para el país y un acontecimiento cuya magnitud y relevancia sólo se comprenden ahora, cuando China ya es el primer exportador del planeta, se afianza como segunda economía mundial y crece a más de 9% anual mientras la sombra de la recesión persiste en Occidente.
La adhesión a la OMC sirvió en primer lugar de catapulta para la exportación de productos chinos. De Dakar a Nueva York, de Sidney a Astaná, su resultado es arrollador. Si el total del comercio de China con el mundo era de 510 mil millones de dólares en 2001, el año pasado alcanzó 2.97 billones, según los datos publicados en su sitio de internet por el US-China Business Council.
No se trata sólo de productos básicos “maquilados” Made in China, sino de bienes con alto valor agregado cuyos precios pulverizan a la competencia, como paneles solares, celulares Huawei o tabletas digitales ZTE.
Y esto no ha hecho más que empezar: mañana serán los automóviles eléctricos, el material médico de última tecnología o las marcas de ropa deportiva.
El milagro chino
“Muchos pensaron que los artículos europeos y los productos agrícolas estadunidenses invadirían a nuestro país. Sin embargo, el principal beneficiado de la entrada en la OMC ha sido China”, dice a Proceso el profesor de economía Kang Ronping, asesor del gobierno chino, en referencia a los temores que había en sectores del Partido Comunista sobre el impacto económico de la entrada en el organismo.
El ingreso de China en la OMC apuntaló las reformas económicas y forzó al país a emprender transformaciones en su industria y su comercio.
“Las empresas que no lo hicieron se quedaron en la cuneta”, agrega, en referencia a las decenas de millones de puestos de trabajo que se perdieron por las privatizaciones o el fin de los monopolios estatales. Se pasó, primero, de una economía planificada a una basada en el sector de la exportación y actualmente el dragón vuelve a cambiar de piel para basar su crecimiento en el consumo doméstico, algo que no acaba de despegar.
Para preparar a sus corporaciones ante la feroz competencia global, Beijing creó “superempresas” que pudieran competir a escala internacional con las primeras espadas mundiales en sectores como la extracción de recursos o las telecomunicaciones. Se pretendía evitar que la competencia japonesa o canadiense, por ejemplo, arrinconaran a las compañías chinas y las condenaran a una posición marginal en el mercado mundial justo cuando el país más necesitaba al resto del planeta para obtener petróleo, cobre o bauxita.
Así nació el capitalismo de Estado chino: un sistema en el que el gobierno fija las prioridades estratégicas y las empresas estatales ejecutan las órdenes, espoleadas por la capacidad crediticia –ilimitada y con créditos blandos– que les proporcionan los bancos nacionales.
Es precisamente esta capacidad de crédito la que, en plena crisis de liquidez mundial, está marcando la diferencia. Una investigación del Financial Times publicada el pasado 18 de enero reveló que Beijing ha prestado en 2009 y 2010 más de 110 mil millones de dólares a países en desarrollo, superando por primera vez al Banco Mundial como prestamista.
Así está logrando China –cuya tecnología sigue por detrás de la estadunidense o la europea– anclar su suministro de minerales o ganar proyectos para construir infraestructuras por todo el planeta. Según un estudio llevado a cabo por Derek Scissors, investigador de la Fundación Heritage, publicado el 10 de enero de 2011, el valor de los contratos o las inversiones que China ha hecho por todo el planeta desde 2005 supera los 378 mil millones de dólares.
Generación “mingong”
Esta expansión no se ha producido sin costos. El ciudadano chino Zhang Zhiqiang los ha sufrido en carne viva desde 1983, cuando comenzó a buscarse el sustento en fábricas y talleres insalubres.
“China se ha desarrollado mucho económicamente. Desde el exterior da la impresión de que el país se hace rico, pero quien realmente se llena los bolsillos es el gobierno”, cuenta a Proceso este obrero migrante que hace una década cambió la línea de montaje por el ejercicio del derecho. Ahora es uno de los que se dedica a defender los intereses de la clase migrante (unos 200 millones de personas) en los tribunales.
“Defiendo a los que sufren injusticias, los que son tratados como esclavos, los que no cobran porque el patrón huye con todas las ganancias. Cursé mis estudios al tiempo que cosía tenis para Occidente”, explica mientras su celular no deja de sonar. “Cada día me llaman 10 o 20 obreros cuyos derechos han sido pisoteados. El gobierno olvida que el desarrollo del país se ha basado en su explotación”.
Si bien el daño al ambiente ha sido enorme, el efecto más nocivo del milagro chino ha sido su costo para la clase obrera y los campesinos. Según el informe La unidad es la fuerza. El movimiento de trabajadores en China, publicado en octubre pasado por la respetada organización China Labour Bulletin, la disparidad de ingresos entre los trabajadores del campo y las ciudades es de uno a seis y sigue creciendo.
Más aún, el trampolín de ascenso social parece haber alcanzado su límite entre la clase migrante (mingongs en mandarín). La razón principal es el hukou: un sistema de empadronamiento que impide a los chinos cambiar de residencia libremente dentro del país so pena de perder servicios sociales como la educación y la salud pública. Por tanto, estos migrantes sólo pueden acudir a los servicios privados, mucho más caros.
“La primera generación de mingongs se sacrificó por sus hijos pensando que éstos podrían estudiar y tener mejores empleos. Pero esto no ha sido así, porque sus hijos no han cursado estudios. Y si lo han hecho, han sido de calidad muy inferior a los del resto. Y así se ha creado una segunda generación de mingongs, nacida después de 1980 y con hábitos urbanos, pero que no tienen sueños por los cuales sacrificarse”, resume Zhang.
Esta situación ha provocado protestas públicas en zonas de la costa este y sur del país, donde se concentra el músculo industrial chino. Las huelgas se han sucedido en fábricas como la que tiene Honda en Foshan (sur), donde la perseverancia de los obreros se tradujo en un aumento salarial de 35% en mayo de 2010. Le han seguido otras provincias y regiones que en apenas dos años han aumentado por ley el salario mínimo 30%, según el informe de China Labour Bulletin mencionado anteriormente.
Lo anterior ha tenido consecuencias importantes para los inversionistas y para el mismo modelo económico chino. “En diez años el costo de producción en China aumentará entre 300% y 400%, a lo que hay que sumar la revaluación del yuan, lo que supondrá la destrucción del modelo de crecimiento basado en la exportación”, asevera Eduardo Morcillo, socio de la consultora Interchina, entrevistado por Proceso en su oficina de Beijing.
Esto no significa que China deje de exportar, sino que abandonará el segmento más bajo de productos para escalar en la cadena de valor añadido.
“La prioridad para los cinco años (2011-2015) es la innovación y la creación. Queremos reducir la dependencia respecto a las ventas al exterior de productos básicos. Eso va a desacelerar el crecimiento, pero nos permitirá enfatizar en la calidad de lo que vendemos”, dice a este semanario Zheng Zhihai, secretario general de la Sociedad China de Estudios de la OMC y exconsejero comercial de la embajada de China en Estados Unidos.
Es hora de dejar de pensar en China como el país que nos calza y comenzar a hacernos a la idea de que dentro de muy poco equipará nuestros hospitales e inventará nuevas vacunas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario