Pasado presente
Bárbara Jacobs
He recorrido varios temas posibles para mi colaboración del 25 de
diciembre, desde la diferencia entre la alegría y la felicidad, hasta algunos
olvidos memorables que recuerdo (por ejemplo, el nombre del narrador y
protagonista de América, de Kafka, o el argumento de Valiente nuevo
mundo, de Aldous Huxley, ambas novelas leídas y releídas y consideradas
grandes por mí).
Pero como desde la ventana acabo de ver una lluvia de hojas (de veras ocres y
naranjas, de veras tapizar la calle empedrada), pensé en la actividad de barrer
en calidad de una de las más útiles, y al mismo tiempo más inútiles, que yo
podría enumerar, especialmente en estos últimos días del otoño y primeros del
invierno de 2011.
Me pregunté qué se necesitaba para ser un buen barredor (el que observé,
sonreía), y me pareció razonable contestarme que, por lo que hacía a
conocimiento, no era necesario tenerlo, aunque tal vez sí lo fuera la decisión o
determinación de serlo.
Seguí pensando en quien barría, y llegué a la conclusión de que, para hacer
bien su tarea, tendría que tratarse o de un sabio o de una persona sin ambición.
Y esto último me llevó a entrever que no ser ambicioso puede ser un rasgo de
sabiduría. (Si estuve batallando ante mis notas varias horas, él estuvo varias
horas barriendo la entrada de la misma casa. La lluvia de hojas cedía. Luego,
recomenzaba.)
El hombre que no ambiciona ganar más dinero (o lo que él considere valioso,
que puede ser amigos o lecturas) que el necesario para vivir, no es un tonto,
como sí puede serlo quien ambicione más dinero (o lo que él considere valioso)
del que es capaz de obtener.
La ambigüedad de estas deducciones me desanimó. Me di cuenta de que yo
carecía de ánimo para definir mejor las líneas de pensamiento por las que iba.
Me encontraba demasiado cansada para pensar. O estaba deprimida. Pero si el
obstáculo que entorpecía mi entendimiento era atribuible a la depresión,
entonces debía virar el curso de mis reflexiones y orientarlo hacia algo que no
me deprimiera.
Propuesta difícil me hice, pensar en algo que no me deprimiera, pues una de
mis características personales (quizás incluso de origen genético) es ser una
persona deprimida, además de que, salvo para los barredores del mundo, la
realidad deprime y es deprimente, sea uno depresivo o no.
Y no bien alcancé esta nueva afirmación, me induje a ilustrarla, sólo que
mediante un ejemplo que tuviera carácter de irrefutable.
De modo que, porque no me puedo engañar, de inmediato recurrí a mí misma, y
fui directamente tras algún hecho de veras incontrovertible en mi experiencia,
aun cuando fuera de interpretación ambigua, como el que enuncié que equipara la
sabiduría con la falta de ambición.
Lo cierto es que es que tengo 64 años de edad y he pasado 64 Nochebuenas en
mi casa de familia. De los descendientes de mis padres, únicamente yo puedo
sostener esta realidad, no porque mis hermanos sean menores que yo, pues cuando
yo tuve sus años también sólo yo habría podido sostener lo mismo. He vivido
fuera del país, pero la Nochebuena de esos años o de esas ocasiones en que
estuve lejos de mi casa, por no decir que ella de mí, yo viajaba a donde ella se
encuentra para estar dentro de ella en esta celebración, celebración, por otra
parte, cuyos fundamentos, aparte de los que establecen que es una fiesta que se
pasa en familia, y que yo no he cuestionado, no necesariamente secundo los
otros, ni los he secundado nunca (para empezar, porque a un buen porcentaje de
mi genética no le ha correspondido secundarlos). De qué manera o en qué términos
me definan o califiquen estas incidencias, no lo sé.
Me pregunto, cómo puede ser que, con los atributos con los que cuento, que
hablarían de alguien de mundo, y que van de las circunstancias en que me he
visto, al trabajo al que me he dedicado, los viajes que he hecho, las dos
parejas con quienes he vivido y la gente que he encontrado, yo siga pasando
Nochebuena en mi casa de familia.
¿Significa entonces que no soy de mundo? ¿O es común lo que señalo? ¿Qué ha
implicado para otros que hubieran pasado por lo mismo? ¿O por qué me ha llamado
a mí la atención que éste sea mi caso?
La ambigüedad de las respuestas posibles a mis preguntas no está en que sea
un hecho que he estado tantas Nochebuenas como años de vivir tengo en mi casa de
familia, sino en saber cómo entenderlo, si reír o llorar, y por qué.
Los de Abajo
Estudiantes asesinados
Gloria Muñoz Ramírez
Una larga columna de alumnos de la Federación de Estudiantes
Campesinos Socialistas de México (Fecsm), de las 16 normales de esta agrupación,
recorrió el jueves las calles de la ciudad de México con sorprendente orden y
una consigna:
Pedimos educación y recibimos balas.
En clara respuesta a las acusaciones de
revoltososy
guerrilleros, que les han imputado instancias gubernamentales, los estudiantes marcharon pacíficamente hacia la Secretaría de Gobernación, donde encontraron, como siempre, las puertas cerradas. Igual que en Guerrero.
Encabezada por estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa,
Guerrero, plantel al que pertenecían Jorge Alexis Herrera del Pino y Gabriel
Echeverría de Jesús, asesinados durante un bloqueo pacífico que sostenían junto
a sus compañeros en la autopista México-Acapulco en demanda de mejores
condiciones educativas, la movilización se trasladó a la ciudad de México, donde
fueron recibidos por estudiantes de diversas universidades y gente de
movimientos sociales, como el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra.
Entrevistado frente a las puertas fuertemente custodiadas de Gobernación, un
representante de la Fecsm explica sus motivos:
Que se esclarezca y castigue a los responsables intelectuales y materiales de los asesinatos de nuestros compañeros. Juicio político al gobernador Ángel Aguirre Rivero y atención a las demandas de las escuelas normales.
¿Y si no les resuelven nada?
Continuaremos con nuestras actividades hasta donde lleguemos. Saben la trayectoria de Ayotzinapa y que tenemos mucho respaldo de la Federación, así que seguiremos movilizándonos en acciones que después daremos a conocer, responde otro joven de Ayotzinapa, representante de la Fecsm, quien se niega a dar su nombre. Lleva dos días sin comer, entre un traslado y otro. No se preparó para el frío capitalino y está ahí recibiendo una manzana que una mano le acerca.
Nuestro ánimo es bueno. A pesar de todo estamos contentos por ver la participación de las 16 normales. Queremos educación, no que nos llamen guerrilleros ni vándalos. Los funcionarios no viven en lugares marginados, no conocen la falta de educación ni de salud. Nosotros por eso tenemos necesidad de hacer actividades para exigir recursos. Sólo eso.
Las balas del pasado 12 de diciembre, advierte,
nunca las vamos a olvidar. Nos sentimos con mucho coraje. No nos sentimos tristes. Nos sentimos orgullosos y le vamos a seguir. Esas balas nos levantan y no importa que Gobernación no nos reciba.
La incompatibilidad entre ciencia y religión
Julio Muñoz Rubio
Uno de los conceptos morales que más auge ha tenido en los últimos
lustros, principalmente alrededor de algunos movimientos sociales, como el
feminista, indígena, ecologista o de diversidad sexual, es el de
tolerancia. La tolerancia se ha explicado como la actitud de respeto a lo que es diferente, a lo que no es como uno, a lo que constituye al otro.
Sin meterme en las muchas deficiencias que el concepto tiene, es importante
señalar que, como en muchos otros casos, el Estado y las esferas neoliberales
del poder se lo han apropiado y transformado en algo que implica el deber de
soportar cualquier expresión de autoritarismo. Esgrimiendo argumentos
relativistas y posmodernos, ataca la disidencia pretendiendo que las diferencias
entre personas o grupos son circunstanciales, no obedecen a criterios de verdad
ni a principios éticos. En consecuencia, no habría ningún parámetro para juzgar
como más verdadero o moralmente aceptable a ninguna proposición o punto de
vista. Hay que ser tolerantes frente a todo.
Esto se expresa con claridad en ciertos planteamientos sobre las relaciones
entre ciencia y religión que afirman que, siendo un derecho de las personas
creer en lo que quieran, no existe una forma de conocer el mundo que sea
superiora otra. O, como se plantea de manera más suavizada desde el agnosticismo: la ciencia y la religión son esferas separadas, y dado que la existencia de Dios no puede ser probada, éste no es un problema en el que la ciencia se deba meter. No es su esfera de acción. Cada quien puede desarrollar su manera de pensar independientemente. A partir de posiciones como ésta, se justificaría una posición de tolerancia entre religión y ciencia, incluso de complementariedad entre una y otra. La religión se ocupa de los aspectos espirituales del humano, la ciencia, de los materiales. Tanto unos como otros son imprescindibles para la vida humana.
Sin embargo, ambas posiciones evitan poner el dedo en la llaga. En primer
lugar se parte de una confusión entre lo que es espiritual o místico y lo
religioso. Todo lo religioso es místico, pero no todo lo místico tiene que
adoptar la forma de una religión ni lo religioso tiene que expresarse como las
religiones que ha habido o hay. En segundo lugar, evaden pronunciarse sobre los
contenidos específicos de las creencias religiosas y sobre las instituciones y
formas de ejercicio del poder provenientes de la religión.
Además, estos puntos de vista ignoran algo fundamental: que una de las
características de la ciencia es que puede determinar verdades, que puede al
menos señalar los probables caminos en dirección a la verdad, que puede corregir
errores y mostrar falsedades. Así, la ciencia es capaz de abordar muchos de los
fundamentos de las religiones o muchas de las creencias en que se basan y
mostrar su falsedad. Se puede mostrar, con criterios y métodos científicos, que
la Tierra no es plana, ni está sostenida sobre las espaldas de un par de
elefantes parados sobre un par de tortugas nadando en un gran mar; se puede
mostrar científicamente que las personas que mueren no resurgen, que el agua no
se puede convertir en vino, que no hay nirvana, ni infierno, ni cielo. Para
acabar pronto, se puede mostrar, racional y científicamente, la incoherencia e
insostenibilidad de todos los argumentos esgrimidos a favor de la existencia de
Dios, como lo demuestra el filósofo estadunidense John Allen Paulos (Elogio
de la irreligión, Ed. Tusquets, 2009).
Desde hace unos cuatro siglos que la ciencia y la filosofía han venido dando
salida satisfactoria a muchas de las dudas existenciales y problemas que fueron
la fuente del surgimiento de las religiones, allá en la antigüedad, cuando el
conocimiento racional del mundo era muy pobre aún. Copérnico, Kepler, Galileo,
Darwin, Marx, Nietzche, Freud, Bertrand Russell, Oparin, Newton, etcétera,
dieron explicaciones que echaron por tierra las creencias religiosas. Llegaron a
conclusiones con un valor de verdad incomparablemente más alto que el de estas
últimas. Produjeron una cantidad de conocimiento nuevo sobre el universo con el
cual la religión no puede ni podrá rivalizar.
La ciencia y la razón no son ninguna panacea, el culto desmedido a éstas ha
resultado nocivo para la civilización contemporánea, pero eso no puede soslayar
los logros científicos. Uno de los más importantes es haber desmentido toda una
mitología basada en mentiras que ha sido explotada por la religión. Esta última
nunca ha mostrado la más mínima tolerancia hacia las expresiones distintas a
ella. Siendo así y estando constituida en buena parte por mentiras, ¿por qué
querer situarla en el mismo nivel que la ciencia?
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