Fracking: buscando el cielo capitalista
Maciek Wisniewski* /II
El casi completo laissez-faire en fracking no es
algo exclusivo del capitalismo estadunidense. También en Europa, donde se
descubrió y se empieza a explotar el gas de pizarra (sus reservas son de unos 35
brillones de metros cúbicos, frente a los 23.4 de los EU), las empresas, pese a
las regulaciones más estrictas, imponen sus intereses.
Cuando el analista George Monbiot indagó las agencias gubernamentales
británicas sobre el impacto de la fractura hidráulica y del gas de pizarra
(shale) para el medio ambiente y el clima, todas repitieron el mantra
corporativo: que
todo está seguroy que el footprint
es igual que el del gas tradicional. Aseguraron que la concesión para fracking en Inglaterra se expidió tras consultar los datos sobre la seguridad en... la página de la compañía. Pronto éste provocó allí dos pequeños terremotos (The Guardian, 31/8/2011).
Francia, apuntando oficialmente a los riesgos ambientales, impuso una
moratorio al gas de pizarra. Pero Polonia, donde se descubrieron las reservas
más grandes del viejo continente, anunció su explotación con bombo y
platillo.
Según la Administración de Información Energética de EU (AIE), este país
puede tener unos 5.3 brillones de metros cúbicos del gas. Aunque las autoridades
polacas aún están haciendo sus propios estudios, el primer ministro Donald Tusk
ya fechó la explotación comercial para 2014, sellando una alianza estratégica
con Washington y sumándose a su Global Shale Gas Initiative (GSGI).
A pesar de las diferencias geológicas, legales e infraestructurales, todos
quieren repetir el boom estadunidense.
Para EU es una oportunidad de desplazar el centro de la política energética
hacia las regiones más amigables y poner en jaque a Rusia. A principios de
noviembre se inauguró Nord Stream, un gasoducto que une Rusia y Alemania (y
pasando por el mar Báltico excluye a Polonia). Planeado desde hace tiempo
garantiza el suministro del gas ruso a la Unión Europea (que cubre 40 por ciento
de sus necesidades), sellando un eje París-Berlín-Moscú. Según Immanuel
Wallerstein, esto es ‘un gran cambio geopolítico’ (La Jornada,
27/11/2011). La apuesta por el gas polaco –que por su parte también fue
calificada de ‘un cambio en las relaciones de poder globales’ (Der
Spiegel, 3/3/2011)– pretende ser un contragolpe a Nord Stream y a su
viabilidad económica (si la fractura en Polonia tiene éxito). Todo esto provoca
nerviosismo en Moscú y en las capitales que eligieron el gas de Gazprom (otra
razón por la que Francia ‘congeló su gas de pizarra y por la que la Comisión
Europea piensa en dificultar su extracción en toda la UE).
Para las compañías yanquis, que ya se asfixian en casa, es una oportunidad de
vender sus tecnologías (todo se inscribe en el análisis de Michael T. Klare,
según el cual entramos en una turbulenta época de rivalidad entre compañías y
entre naciones por los recursos y mercados mundiales, Energy: The New Thirty
Year’s War, The Guardian, 29/6/2011).
Finalmente, para Polonia es una oportunidad para la soberanía energética
(ahora 64 por ciento del gas es importado, la mayoría de Rusia) y para las
ganancias.
El problema es que la euforia que explotó impide considerar posibles
dificultades y peligros. No está seguro si en Europa el gas de pizarra hará
tanta diferencia como en EU. Un estudio de Deutsche Bank es muy escéptico (así
las promesas de
empleosy
crecimientoquedan en el aire). Cambiar el carbono, que genera 95 por ciento de la electricidad en Polonia, por gas, no suena mal. Pero el gas de pizarra puede tener el footprint incluso más grande que el mismo carbono (Cornell University). La frase
con el gas cumpliremos las metas de emisiones, a la que se redujo el problema del calentamiento global, suena absurdo.
La
fiebre del gashace que las concesiones (ya más de 100) se expiden por un valor mínimo y sin licitación pública. Se dice que primero
se quiere atraer al capitaly luego se impondrán regalías
justos, pero así el Estado ya cedió ante las empresas –Halliburton, Chevron o ExxonMobil– que tienen el monopolio tecnológico. Además, la nueva Ley de Geología y Minas establece la expropiación sin indemnización, excluye las comunidades locales de las decisiones y los expone a la destrucción (de la que, por cierto, casi nadie habla).
Según las encuestas, 74 por ciento de los polacos apoya los planes de Tusk.
Solo 4 por ciento está en contra. En parte porque
todo lo que daña a Rusia es bueno para Polonia. Pero también porque la gente no conoce el capitalismo depredador y asocia los daños ecológicos con el socialismo (sic), confiando en que el ‘libre mercado’ es capaz de regularlos (sic). El ‘universalismo’ reinante posterior a 1989 hizo creer que los intereses de los capitalistas concuerdan con los de la gente (y con los del Estado). Esto facilitó la transformación sin mayores descontentos, formó una clase trabajadora dispuesta a los sacrificios y –como se observa– una ciudadanía lista a asumir los costos ambientales.
The Economist llamó Polonia “un cielo de fracking”
(23/06/2011). Parece que las compañías ya encontraron lo que buscaban.
*Periodista polaco
Prohibido arrodillarse
Adolfo Sánchez Rebolledo
La noche anterior a nuestra partida de Pyongyang hacia Javarosk, en
el más lejano oriente de la desaparecida Unión Soviética, nos despidieron con
una cena ofrecida en un discreto restaurante, invisible para el resto de la
ciudadanía, cena a la que formalmente nos invitaba una alta representante del
partido, cuyo nombre he olvidado. Ella era, nos advierte el guía e intérprete,
una de las pocas sobrevivientes de las batallas históricas de Kim Sung-il desde
antes de que el país se viera arrastrado a las guerras sucesivas contra los
japoneses y los estadunidenses. Es una deferencia que agradecemos. Al final del
convivio, la camarada X alzó la copa y brindó en tono de arenga:
Por el sol que está naciendo.
El ascenso de Kim Jong-il, el querido dirigente, escrito en piedra, era cosa
de tiempo; todo en el país funcionaba para aceitar la sucesión sin sobresaltos.
En las anchas y solitarias avenidas de la capital se veían grandes murales del
hijo junto al padre en poses heroicas, queriendo prolongar al infinito la épica
de la nación fundida con la genética del Gran Líder. Cierto es que ningún
coreano habría podido responder satisfactoriamente a la hipotética interrogante
de por qué un joven sin experiencia se elegía entre otros revolucionarios
probados para suceder al presidente. Ya nos lo habíamos preguntado al imaginar
qué pensarían aquellos adustos jefes militares cargados de condecoraciones que
ocupaban las primeras filas en los actos de masas. O esos otros dirigentes con
la edad y la trayectoria para ocupar, si tal cosa fuera imaginable, el gran
vacío que dejaría el presidente y fundador del Estado. ¿No tendrían también algo
que decir? ¿Se trataba sólo de un capricho personal del Gran Líder para fundar
una dinastía, es decir, de un cálculo político mediante el cual se renunciaba
explícitamente a los principios revolucionarios para fundar una variante del más
puro despotismo oriental, capaz de sobrevivir al aislamiento y a cualquier
amenaza exterior al borde del milenio? Las respuestas elaboradas por los
analistas sobran, pero al parecer no aciertan en los pronósticos.
Un cuarto de siglo después, un nuevo sol, mucho más opaco y marginal, se
instala en el firmamento. Como sea, el país sobrevivió a sus líderes, a la
hambruna, a la represión panóptica y a las presiones para obligarlo a la
desnuclearización. Dice un
expertocon cierta amargura:
La mala suerte de Corea del Norte es que, a pesar de su incompetencia, Kim Jong-il parece haber logrado legar la dinastía que heredó a su hijo menor, Kim Jong-un. Unos ponen toda la atención en la dimensión geoestratégica del asunto coreano, en particular por su cercanía a China –que es el único Estado atento a la especificidad coreana que sí se toma muy en serio–, pero hay un cúmulo de investigaciones que buscan explicarse la
excepcionalidadde la dictadura coreana a partir de las aplicaciones de la sicología. Por ejemplo, Jerrold Post, siquiatra al servicio de la CIA, define el reinado de Kim Jong-il en virtud de
las características esenciales del trastorno de personalidad más peligroso: narcisismo maligno. Y no es el único. Miles de páginas se han escrito para describir los detalles de las extravagantes aficiones, fobias y obsesiones del fallecido Kim Jong-il. Esas informaciones, generalmente tomadas de un viejo anecdotario cuya veracidad es imposible de comprobar, encajan, aunque en sentido opuesto, en el patrón de perfección creado por Pyongyang para deificar a su dinastía gobernante. Pero al final, aun siendo verosímiles, no alcanzan para destacar hasta qué grado la sobrevivencia del régimen es el resultado de la sistemática enajenación de las masas en favor del poder, alimentada por la visión patriótica de una nación que se sabe parte del botín de las potencias en el reparto del mundo.
Se ha repetido que Pyongyang imita a Stalin y a Mao, tomando para sí el
culto a la personalidad, lo cual es cierto; pero dicha visión se queda corta si no es capaz de reconocer hasta qué grado los sujetos de culto coreanos son verdaderos dioses, no simples mortales. En un país pobre y atrasado, dividido, humillado por sus poderosos vecinos, la idea zuché, que es el cimiento de la ideología de Estado, no deja de ser una forma de teleología antroprocéntrica (el hombre como dueño de la naturaleza), que en el orden social se traduce en una variante extrema del estaliniano
socialismo en un solo país(con el líder a la cabeza), convertido en una fórmula universal, unida por infinidad de lazos ocultos y visibles a la matriz del viejo despotismo oriental.
De aquel viaje a Corea nos sorprendieron muchas cosas, entre ellas el
discurso de Kim Sung-il en referencia al problema norte-sur (el único que no
citaba a Kim Sung-il); pero, sin duda, nada como la reacción de las edecanes que
nos guiaban en la recepción oficial ante la presencia del Gran Líder en el
besamanos que él cubría rutinariamente. De pronto, varias de ellas se lanzaron
al suelo para arrodillarse ante el Gran Líder, que les pidió levantarse, lo cual
no consiguieron sin ayuda: estaban conmocionadas. En segundos todo volvió a la
normalidad. Al parecer la escena era más frecuente de lo imaginable. Al salir,
el referente me dice en tono solemne:
Nosotros no alentamos esas conductas; la constitución prohíbe la genuflexión. Vaya. Me quedé mudo.
Receta para al desastre
John Saxe-Fernández
A pocos sorprendió la exclusión de la ciencia y de los avances de las
investigaciones sobre el agudo deterioro climático en la reciente COP-17
realizada en Durban, Sudáfrica. Como en los cónclaves de Copenhague y Cancún,
los principales contaminadores, encabezados por Estados Unidos, bloquearon toda
medida y compromiso vinculante efectivo y, además, se incomodan con la avalancha
de evidencia científica sobre los efectos ambientales y socio-económicos del
actual patrón tecnológico-energético, centrado en mercantilizar y especular con
los recursos naturales y aún con la atmósfera por medio del mercado de bonos de
carbono.
Los cabildos ahogan el interés público, nacional e internacional, en favor
del poder de grandes firmas dedicadas a explotar y lucrar con la quema de
combustibles fósiles y la máquina de combustión interna; la manipulación
genética; la explotación mineral, metálica y forestal; los biocombustibles; la
nucleoelectricidad y las industrias bélicas.
En Durban prosiguió el business as usual impulsado por el cabildo
fósil (carbón, gas, petróleo), orientado al debilitamiento o reversión –como
ocurrió con el retiro de Canadá del Acuerdo de Kyoto–, de todo acuerdo
vinculante con la reducción de gases con efecto invernadero (GEI).
Este oscurantismo suicida, que evoca episodios inquisitoriales con su
negación de los efectos ambientales del patrón capitalista, centrado en la
expansión sin límite, se fortalece, sólo que ahora las consecuencias están a la
vista y afectan a millones: con mayor frecuencia, extensión e intensidad de
huracanes, inundaciones, sequías y devastadores incendios forestales. En Estados
Unidos senadores y diputados, receptores de abundantes fondos del cabildo fósil
(Exxon-Móbil,Chevron, Valero, Duke, Koch, Edison, Southern Coal, etcétera),
quienes desde 1999 al presente han acumulado unos 114 millones de dólares en
donaciones, desplegaron en 2011 una ofensiva contra cualquier regulación ambiental, vetaron mejoras administrativas a la agencia encargada de asuntos oceánicos y atmosféricos y recortaron presupuestos para la investigación climática y la Agencia de Regulación Ambiental, al tiempo que, como recuerda Justin Gillis (NYT 24/12/11) se desataron más desastres climáticos extremos que en cualquier año, desde que se empezaron los registros públicos a finales del siglo XIX. El costo anual de esos eventos ha sido en promedio de mil millones de dólares (mmdd) pero este año en Estados Unidos los daños ascienden a 50 mmdd. En el mundo se dio algo similar, como lo recuerdan las grandes inundaciones en Filipinas, Australia y Asia Sudoriental y la sequía que agobia a la agricultura mexicana.
La ciencia, cuya voz los cabildos quieren acallar, advierte que el fenómeno
es antropogénico, vinculado a la emisión de GEI:
Estamos modificando en grandes órdenes de magnitud las propiedades de la atmósfera; esto ya lo sabemos con toda certeza, dice Benjamin D. Santer, climatólogo del Lawrence Livermore National Laboratory, en California: “uno no puede involucrarse en este vasto experimento planetario –calentar la superficie (y luego) calentar y humedecer la atmósfera– sin dejar de tener impacto sobre la frecuencia y la duración de eventos extremos”.
En una junta de la Unión de Geofísicos de Estados Unidos, realizada en San
Francisco, California, a finales de 2011, James Hansen, Ken Caldeira y Eelco
Rohlin, científicos dedicados al estudio del clima, ofrecieron evidencia,
emanada del registro paleoclimático, de que la
sensibilidad climáticapuede ser mayor a lo que se había contemplado hasta ahora. Hansen, director del Instituto Goddard de la NASA, indica que
aun si pudiéramos limitar el calentamiento global a 2 ºC por encima de la era pre-industrial, la tierra podría observar cambios climáticos rápidos y drásticos en este siglo.
Variaciones pequeñas o moderadas de temperatura pueden tener efectos mayores
a lo esperado. El examen detallado del registro paleoclimático indica, por
ejemplo, que cada aumento de temperatura de 1ºC, equivale a un incremento de 20
metros en el nivel de los océanos.
Aunque en Copenhague y Cancún se estableció un límite de entre 1.5ºC y 2ºC,
Hansen et al, cuyas investigaciones desde los años 80 han sido
cruciales, advierten que el registro paleoclimático sobre las perturbaciones
promedio y extremas de unos 56 millones de años, muestra que la meta de 2ºC
es una re-ceta para el desastre.
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