Misael: El asesinato por el que nadie, ni del PRI ni del PAN, exigió una explicación a Elba Esther Gordillo
Por: Humberto Padgett - marzo 4 de 2013 - 0:04
Destacadas, México, TIEMPO REAL, Último minuto - 11 comentarios
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Ciudad de México, 4 de marzo (SinEmbargo).– La audiencia escuchó con los brazos cruzados la advertencia de los profesores de la Escuela Héroes de Churubusco, en Ecatepec, al norte de la Ciudad de México.
–Se va Núñez Acosta o nos vamos todos– oyeron decir los padres de familia a los 13 maestros alineados con Carlos Jongitud Barrios, líder vitalicio del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Era 1980.
Jongitud había logrado, bajo la protección de Luis Echeverría, una exitosa asonada apenas nueve años atrás para hacerse del control del magisterio mexicano. Pero, en realidad, en aquella tarde en el Estado de México, los profesores tenían su lealtad puesta en Elba Esther Gordillo, verdadera líder de la Sección 36 Valle de México, correspondiente a la zona conurbada del Distrito Federal.
–Váyanse todos, que se quede el maestro Misael– resolvieron sin mayor discusión los papás de los niños y, uno por uno, con la cara hecha desconcierto y furia, los profesores abandonaron el plantel.
Cayó la noche sobre Tulpetlac, un pueblo tradicional devorado por Ecatepec y estirado hasta las faldas de la Sierra de Guadalupe: casas y casas de cemento gris, como cajas revueltas de zapatos.
Pocos meses después, tres hombres se reunieron en un restaurante Burger Boy de Ciudad Neza. Un cuarto tipo ofreció la descripción: 33 años y, donde no ha ganado la calvicie, el cabello es negro y quebrado. En ocasiones usa bigote. Mide alrededor de 1.65. Estila un paliacate en el cuello, su piel es blanca y sus ojos oscuros. Algo más: sin importar que las calles sean de polvo, Misael Núñez Acosta lleva sus zapatos negros perfectamente limpios.
Los hombres abordaron un largo, largo Le Baron negro. Prepararon una pistola .45 y una más .38 súper. Salieron de cacería. Condujeron hacia la escuela Héroes de Churubusco. Se hacía de noche.
Ahí terminaba una reunión informativa sobre el paro nacional programado para el siguiente dos de febrero. Misael salió a la calle junto con otros dos profesores.
Adentro de la escuela Héroes de Churubusco, se escucharon varios estallidos débiles. “Niños y cohetes”, concluyó alguien.
Más de 32 años después, un amigo suyo y líder de la disidencia magisterial, Pedro Ramírez Vázquez, observa su reloj y abandona el salón del segundo año de la telesecundaria Benito Juárez, en Naucalpan. No disimula el enfado que le ocasiona la falta del maestro de danza. Tiene poco tiempo: el magisterio bulle con la caída de Gordillo y a la disidencia gremial se le escurre su gran oportunidad con cada minuto de inacción.
Pero se hace tiempo y cuenta la vida y muerte de Misael y la vida y ascenso de Elba.
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Durante las décadas sesenta y setenta una oleada de maestros arribó al Valle de México como consecuencia de la inmigración atraída por la capital durante el furor demográfico de esos años.
Elba Esther llegó en 1968 a un páramo reseco y polvoso al oriente de la Ciudad de México llamado Ciudad Neza. Su maleta no era más que un curso suplente de la carrera magisterial, su ambición y, se insiste por todos lados, las características físicas del tipo de mujer interesante para su predecesor y maestro político Carlos Jongitud Barrios.
Disciplinada y astuta, Elba inició el camino del sindicalismo mexicano algunos años después. Eran los tiempos de Luis Echeverría y, con ellos, la vigencia plena en el estilo de corporativizar a los trabajadores y aniquilar, literalmente, a la disidencia.
Gordillo Morales fue maestra de 1968 a 1973 o 1974. Sólo durante esos cinco años trabajó con un pizarrón a sus espaldas. Abandonó las aulas para seguir la ruta establecida en el SNTE. Fue secretaria general de su zona, la sección 36 y luego coordinadora general. Para los hábiles o privilegiados el camino continúa hacia el Comité Ejecutivo Nacional. Al final está la secretaría general de uno de los sindicatos más grandes de América Latina. Este fue el camino de “La Maestra”, quien cumple 37 años sin pararse al frente de un salón de clases, más de la vida laboral de un trabajador de la educación.
En 1981, Elba Esther Gordillo ya se integraba en el Comité Ejecutivo Nacional del SNTE, pero era ella quien realmente controlaba la zona conurbada a la capital. Era sencillo: dejó en su lugar a su chofer y ya era la primera discípula de Carlos Jongitud Barrios.
El disidente Pedro Ramírez anota que la mujer “creció con velocidad gracias al favor que le hizo a Carlos Jongitud Barrios”.
–¿El cuál es…?– se le pregunta.
–Acostarse con él. En eso no hay duda, ellos mismos lo reconocen. Es sabido que cuando la vio Jongitud pidió: “Tráiganme a esa flaca”. Y “la flaca” inició su ascenso– responde con un rostro ausente de cualquier gesto, como afirmando así también la ausencia de morbo.
¿Qué hacía posible la cohesión del grupo político hegemónico del magisterio? Los profesores consultados coinciden: la relación con el PRI.
Presidencias municipales, regidurías, diputaciones locales y federales, senadurías y gubernaturas, casos de Humberto Moreira en Coahuila, anterior presidente nacional del partido y, más importante para el caso Misael, el propio Jongitud, mandatario de San Luis Potosí al momento de la muerte del activista.
Neza es nación de caciques. Ciudad Neza –alguna vez parte del paraíso: el Lago de Texcoco y su ribera– fue levantada por fraccionadores que vendían varias veces el mismo terreno y cobraban varias veces la dotación de servicios en acuerdo político con el Presidente municipal en turno. Fue trazada por los líderes transportistas –ahí llamados “pulpos”–. Sus terrenos están repartidos entre basureros a cielo abierto y canchas de futbol interminables de tierra y piedras. Los líderes de los pepenadores y dueños de las ligas de futbol son verdaderos poderes fácticos con ganancias millonarias.
De ahí –no tanto de Chiapas, pues ahí sólo nació y ejerció un muy humilde e incipiente magisterio– surgió la propietaria de la educación mexicana hasta hace pocos días.
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Misael nació en Hidalgo en 1950, así que en 1968, año de los movimientos estudiantes, él ya era alumno activo –y activista– en la Normal El Mexe, una escuela con una poderosa proyección social y rural. Leyó a Marx, Lenin y Mao. Admiraba a Pablo Gómez Ramírez, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. Todos guerrilleros, pero, antes, todos maestros.
Enseñó en primarias rurales de Hidalgo y Puebla, donde se concretó su proclividad al apostolado magisterial: el maestro con la gente y sufriendo con la gente. Gestionó y logró algunos servicios públicos.
Llegó en 1974 al Valle de México aparentemente por las mismas razones que lo hizo Elba Esther seis años atrás: la urgente necesidad de dar educación a los hijos del tsunami de migrantes que buscaron el DF. Misael fue ubicado en Tulpetlac, desde entonces parte de un corredor industrial densamente poblado por obreros. La combinación de los malos o nulos servicios públicos y su respuesta en la organización vecinal y el deterioro del trabajo y su inconformidad laboral combinaron en un sentido en que Núñez Acosta encajó a la perfección.
En 1978 no existía insurgencia magisterial. El movimiento, ahora conocido como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación surgió, paradójicamente en Chiapas, en 1979. Se propagó rápido al resto del país y arribó al Valle de México en 1980. Por esta razón Misael desarrolló labores sociales y sindicales antes que magisteriales.
Era un joven maestro que podía pasar por desapercibido, sin voz hipnótica ni presencia imponente. Un paisano con ropa sencilla, zapatos limpios y calvicie incipiente. Pero poseía una voluntad y una congruencia intelectual inquebrantables.
“Era un maestro común y corriente, pero con la diferencia de poseer una estrecha relación con las causas de los humildes a pesar de su juventud”, comenta Ramírez. Misael desarrolló rápidamente la capacidad de aglutinar la inconformidad y movilizarla: paros, marchas, plantones.
En ese momento, Misael reclamaba la instalación de plantas tratadoras de residuos industriales. También requirió la urbanización de las colonias y la construcción de escuelas; él mismo abrió una telesecundaria, inició centros de alfabetización para adultos y fundó una primaria de la que sería director. Quedó nombrada como Héroes de Churubusco.
Alarmado, Vicente Coss Ramírez volteó a verlo. Coss, dos veces Presidente municipal con varios trienios de separación, poseyó durante tres décadas la política ecatepense y el transporte público en esa región del Estado de México. (¿Se recuerda la anécdota contada por el ex Alcalde de Ecatepec, Eruviel Ávila, sobre su pobre y digna infancia en el camión de pasajeros de su papá? Actualmente Gobernador, Eruviel desciende de esta casta política).
Vicente Coss estableció una estrategia de acercamiento con Misael. Calculó y propuso al profesor la alcaldía del municipio que se convertiría en el más poblado del país, lo que se traduciría en cualquier cantidad de negocios favorables para los gobernantes locales.
–Canalice institucionalmente todas sus inquietudes.
Misael respondió que no.
–Sea usted un Diputado–continuó la propuesta.
Tampoco.
¿Ser reconocido como un cacique con capacidad de fraccionar y vender la tierra como nuevas colonias urbanas a su voluntad? ¿Oficializar su liderazgo magisterial bajo la vara de Elba Esther Gordillo, líder de la sección 36 Valle de México?
Menos.
Ya no había nada más que hablar, aunque los hechos lo harían pocos años después: si la plata no había entrado, el plomo sí lo haría.
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En 1980, Elba Esther no era formalmente la secretaria general de los maestros en la zona conurbada al DF. Su período, establecido para tres años, había concluido un año atrás. En la realidad mantuvo el control en esa región mexiquense. Jaló los hilos para que en su lugar quedara Leonardo González Valera, su chofer.
El deterioro del ingreso y calidad de vida de los trabajadores de la educación era tal que un albañil podía tener mejor sueldo que un maestro. La demanda hecha suya por Misael fue sencilla: el incremento del sobresueldo al 100 por ciento. La solución propuesta por el gobierno federal y Jongitud fue la disposición de plazas dobles. Si un maestro quería ganar más, debía trabajar el doble.
Misael sólo trasladó su experiencia y reconocimiento al tema profesoral. Capaz de simplificar, planteó la necesaria ruptura en lo nacional con Jongitud y en lo regional con Elba Esther.
Los líderes reconocidos por la autoridad respondieron con la convocatoria de una asamblea, efectuada en la escuela primaria Héroes de Churubusco. “Él o nosotros”, plantearon el ultimátum los demás maestros. “Él”, respondió la comunidad de Tulpetlac.
El movimiento acumulaba una fuerza inquietante. El tema ya era un asunto de interés estatal. Elba Esther regresó y, en un mitin efectuado en Tlalnepantla, advirtió:
“Los pararemos a costa de lo que sea”, aclaró Gordillo en noviembre de 1980.
Los maestros no calcularon la dimensión de la amenaza.
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El 30 de enero de 1981, un hombre llamado Clemente Villegas Villegas, ayudante de Ramón Martínez, en ese momento el secretario designado por Elba Esther para la Sección 36, se reunió con en el Burger Boy de Ciudad Neza con tres ex policías judiciales del Estado de México.
–Son 300 mil pesos– ofreció a Rufino Vences Peña, Jorge Mejía Pizaña y Joel Vences Hernández.
Los homicidas cobrarían 300 mil pesos. Durante la mañana fumaron mariguana y recibieron 5 mil pesos como adelanto. Llegaron a la una de la tarde a la esquina de las calles Chihuahua y Sonora, en Santa María Tulpetlac.
Viajaban en un auto marca Le Baron negro con placas del DF y números 729, según documentos desclasificados de la Dirección Federal de Seguridad y la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales ya disponibles en el Archivo General de la Nación.
Hacia las cuatro de la tarde, Vences Peña no resistió la ansiedad y entró a la escuela Héroes de Churubusco. Buscó a Núñez Acosta con la mirada. Preguntó a qué hora terminaría la reunión informativa del paro laboral previsto para el 2 de febrero.
Ya oscuro el cielo, a las siete de la noche, los profesores Misael Núñez, Darío Eduardo Ayala Meza, Daniel Campos Briseño e Isidro Duarte Omaña (distinta documentación excluye a Duarte Omaña).
Rufino Vences Peña señaló al hombre joven con el cabello en retirada. Encendieron la marcha y arrancaron el auto con suavidad y las luces apagadas. Se acercaron a los maestros y, a un metro de distancia, dispararon. Mejía disparó una vez la .38 súper, pero se le atascó. Vences Hernández jaló el gatillo cinco o seis ocasiones con la .45.
Núñez Acosta cayó con un tiro en tórax y otro en el muslo izquierdo. Ayala Meza fue alcanzado por un tiro que le perforó la cara interna del muslo derecho, según una versión y, de acuerdo con otra, también murió. Campos Briseño salió ileso.
Tras el atentado, los ex policías condujeron a casa de Vences Peña. Recibieron 10 mil pesos más cada uno. No les darían más. A la mañana siguiente salieron a Puerto Ángel, Oaxaca, a bordo del mismo auto al que cambiarían el color a beige.
Los dos hombres de apellido Vences fueron detenidos el 29 de junio en la carretera San Luis Potosí-Matehuala –estado con Jongitud en el gobierno– por portar armas sin permiso. Los dos confesaron el crimen de Misael por encargo de Villegas Villegas. Ambos fueron presos en el penal de Barrientos, en Tlalnepantla. Poco tiempo después fue capturado el tercer gatillero, recluido en Texcoco. En 1982, los tres hombres quedaron recluidos en la prisión de Ciudad Nezahualcóyotl.
¿Por qué se tiene por cierto el dato de que Clemente Villegas contrató a los asesinos? Los mismos pistoleros lo confesaron. Y hablaron porque el sindicato incumplió con el pago: en vez de entregar 300 mil pesos, les dieron 92 mil pesos.
“Villegas nos indicó que había unas personas que calmar ya que se encontraban agitando, realizando paros, mítines y marchas a Palacio Nacional, aceptando los de la voz calmar a estas personas que agitaban, quedando de verse en un restaurante donde los declarantes recibieron la cantidad de 60 mil pesos”, declararía uno de ellos.
El juez dictó sentencia en su contra de 30 años de cárcel para cada uno. Tras esto, los tres se fugaron.
La policía los recapturó a fines de 1982. Esta vez los encerraron en la prisión de Texcoco. No por mucho tiempo: el 30 de abril de 1983 nuevamente se fugaron. Agentes judiciales del estado de México los ayudaron a escapar, indican informes oficiales. Nunca se supo nada de ninguno.
–¿Y por qué Misael? No era el único líder magisterial– se le pregunta al maestro Ramírez Vázquez.
–Quizá pudo ser alguno más de nosotros. Retomando las palabras de Elba Esther, la intención era escarmentar, intimidar con este asesinato al magisterio democrático. El homicidio no pudo pasar sin la instrucción de Elba Esther y la certeza de su participación se tiene porque así lo declaró Jongitud sin que nadie se lo preguntara en 2002.
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“Elba Esther ha sido más perniciosa que nadie. Más que Romero Deschamps o Joel Ayala. Fue peor que La Güera Rodríguez Alcaine y Fidel Velázquez. Elba Esther se enriqueció a costa de la ignorancia de millones y millones de niños, de generaciones y generaciones de mexicanos condenados a no entender el aprendizaje y el conocimiento y convertirlo en parte de ellos mismos”.
Durante su reinado de 20 años, Gordillo no sólo posó al lado de los presidentes en turno, excepto el actual, Enrique Peña Nieto, con quien mantuvo una buena relación cuando gobernó el Estado de México. ¿Con quién acordaba en suelo mexiquense “La Maestra”? Entre 11 gobernadores, con el saliente Carlos Hank González, Alfredo del Mazo Maza, Emilio Chuayffet, César Camacho Quiroz, Arturo Montiel y Enrique Peña Nieto.
Las relaciones políticas de Gordillo Morales trascendieron las fronteras mexiquenses y, en 1988 el rector del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, la designó jefa delegacional en Gustavo A. Madero. Entonces se le consideró “camachista” como lo fuera Marcelo Ebrard quien debería pasar el trago amargo de reconocer la relación.
El breve elenco anterior muestra seis políticos presidenciables, uno con éxito, en la red de “La Maestra”. Pero también incluye a Emilio Chuayffet, uno de sus más acérrimos enemigos ganado años después de sus días mexiquenses.
–¿Qué epitafio quiere que le ponga a su tumba?– le espetó Elba Esther en 2003, en tiempos del PAN durante la guerra al interior del PRI que culminó con la salida de la chiapaneca del partido político. Más correctamente, fue una salida hacia Los Pinos gracias a su cercanía con el Presidente Vicente Fox o, más concretamente, con Martha Sahagún de Fox.
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¿Hubo, en los años siguientes al asesinato de Misael, algún atisbo de llamar a cuentas a Elba Esther? ¿De poner los dedos de la profesora sobre el cojinete entintado y luego presionados sobre su ficha signaléctica, como la filtrada durante los últimos días en las redes sociales?
Parte de la respuesta podría estar en la contestación que hizo Elba Esther al quinto informe de gobierno de Miguel de la Madrid, en 1987:
“Los mexicanos no hemos caído en el desánimo. Tenemos fe y esperanza. Usted las inspira. Creemos en su probado patriotismo. Nos revalora la dignidad que impone a las tareas que manda la República. Nos estimula su entereza. Nos enaltece su obra moral, su convencido respeto al pluralismo. Nos alienta su capacidad innovadora.
“Los mexicanos testificamos su prudencia y su firmeza; su preferencia por el diálogo, la negociación y la concentración. Su actuación nos confirma su probada vocación por la política. México puede esperar con tranquilidad el curso de su historia. Hay rumbo y hay mando”.
Cuando Elba Esther arribó al Comité Ejecutivo Nacional del SNTE, tuvo posibilidad de demostrar sus habilidades como operadora del PRI un año antes del elogio a De la Madrid. Desarrolló su primera gran maniobra electoral en Chihuahua en 1986 fraguando el fraude contra el panista Francisco Barrio. Los priistas llamaron ese desaseo político “un fraude patriótico” cometido para “salvar” al estado de los “bárbaros del norte del PAN”. Irónicamente, Barrio no sólo conseguiría la gubernatura años después, sino también la secretaría de la Contraloría con Vicente Fox. Para esos días,“La Maestra” tenía tal cercanía con el gobierno de la transición que se le fotografiaba a carcajada abierta y tomando de las caderas a Martha. Ni por revancha fue el “bárbaro del norte” tras ella.
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La primera mitad de la administración Fox viene a cuento del asesinato de Misael, porque un año atrás, en 2002, el defenestrado Jongitud Barrios declaró en entrevista con La Jornada que el autor intelectual del crimen había sido su pupila, amante, creatura, verdugo y sucesora. Integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación corrieron a presentar una denuncia ante la recién y poco después desaparecida Fiscalía Especial para Movimiento Sociales y Políticos del Pasado.
Nada pasó. Ni siquiera se tomó declaración a Jongitud.
El maestro Pedro Ramírez Vázquez reflexiona sobre el fin de la lideresa sinfín.
“Por supuesto que estamos contentos, pero ¿justicia?”, se pregunta el maestro disidente antes de volver con sus muchachos de segundo grado. Responde él mismo: “Existe un ajuste de cuentas, pero justicia, definitivamente no. Misael nunca tuvo justicia”.
El pasado 30 de enero, Misael cumplió 32 años de muerto. A partir de su homicidio, la muerte de profesor se convirtió en consigna durante las –muy frecuentes– marchas de la parte magisterial que se asume como la democrática, en oposición a la orgánica del SNTE. Coreaban:
“¡Elba Esther asesina, el PRI te patrocina!”.
Sin embargo, debe decirse que luego de 32 años y 27 días del asesinato impune de Misael, al menos la segunda mitad de la oración es falsa. Al tiempo, fue Chuayffet uno de los redactores del epitafio de Gordillo.
Y fue un Presidente surgido del PRI y del Estado de México, donde se creara a “La Maestra”, quien resolvió que la mujer más poderosa de México hasta pocos días atrás quedaría con los dedos manchados, pero sólo de tinta.
“¿Que se robó 2 mil 600 millones de pesos? Esas son migajas. ¿Sólo robó ella? Por supuesto que no. Lo ha hecho toda la dirigencia, incluida la que hoy es vigente. Y del asesinato político, propio de la guerra sucia, Elba Esther quedará impune”.
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