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14 Jun 2011 10:27 PM PDT
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14 Jun 2011 10:16 PM PDT
OPINIONES Y APORTACIONES SOBRE EL MOVIMIENTO 15-M
¿Qué es la “democracia, S.L.”?
Raimundo Viejo Viñas
La democracia liberal es una democracia basada en la limitación inherente
al juego delegativo-representativo. Por eso la hemos denominado aquí,
irónicamente, Democracia S.L. (Sociedad Limitada). Evocamos con ello la idea de
que la limitación liberal es, al mismo tiempo, una limitación excluyente para
parte del cuerpo social. La parte excluida es sometida a una relación de
dominación mediante una representación del significante PUEBLO igualada a la
totalidad del cuerpo social, pero que no es sino la representación de un sujeto
ordenado por el mando al servicio de la minoría.
Democracia S.L. es una democracia efectiva para un grupo social, nula para el
resto; “real”, en definitiva, sólo para una parte privilegiada del cuerpo
social. Y esto con independencia de si el resto del cuerpo social dispone de
ciudadanía o no. Después de todo, las exclusiones de carácter económico,
cultural, de género, y cuantas se operan y derivan en el marco de las sociedades
liberales, no son únicamente exclusiones coincidentes con la exclusión de la
condición ciudadana, sino con el ejercicio efectivo del derecho de ciudad.
No podría ser de otro modo tratándose del significante DEMOCRACIA. Desde sus
orígenes atenienses, la democracia se ha constituido sobre una contradicción
entre sus fundamentos normativos y el cuerpo social al que se le aplica: por una
parte, la norma proclama la igualdad de palabra (isegoría) y el igual
trato ante la ley (isonomía) sin los cuales no sería posible la
deliberación agonística; por otra, la definición del demos se ha
constituido como un campo abierto al antagonismo en el que la democracia, por
ser considerada un bien, acaba siendo apropiada por un determinado grupo social
autoproclamado PUEBLO, que excluye a todos los demás.
La democracia liberal lleva inscrita en su matriz la lógica de la lectura
excluyente (elitista) y únicamente las diferentes escisiones constituyentes
provocadas por la política de movimiento la han obligado a la inclusión. La
democracia liberal tiene querencia por la exclusión en general, y por la
exclusión fundada en la riqueza, más en particular. Dicho de otro modo: para que
alguien pueda ser representado, tiene que poder pagárselo; si sus recursos no
alcanzan, los dispositivos de la representación (la ley electoral, pero no sólo)
simplemente ocultarán su existencia. De esta suerte, una minoría puede llegar a
articular mayorías sin necesidad de evitar pasar por las urnas.
El voto realmente emitido
No por nada la democracia liberal únicamente ha progresado en la misma medida
en que ha habido rupturas desobedientes de lxs excluidxs (movimiento): primero
de los varones adultos sin alfabetizar ni recursos económicos (el fin de la
democracia dicha “censitaria”), más adelante mujeres, negros, minorías
nacionales… La democracia S.L. siempre ha operado sobre la base de la exclusión
de una infinidad de minorías que, juntas, resultaban ser una gran mayoría; un
sujeto no ordenado, ni uniforme, un cuerpo social complejo y compuesto de
infinidad de singularidades; una multitud.
La explicación de esto nos remite a un problema teórico de envergadura: el
pluralismo liberal que informa el gobierno representativo es óntico y no
ontológico. En la Democracia S.L. quien no dispone de recursos no sólo no es
representado; es que tampoco es representable. Y quien no es representable bajo
el gobierno que se dice “representativo” (nótese hasta que punto esta
representación fundada en la invisibilización de lxs excluidxs ha dejado de ser
“representativa”), sencillamente, deja de existir. Por eso, la Democracia S.L.
siempre se sorprende, como Maria Antonietta, ante la irrupción de la multitud
hambrienta y piensa que si no tienen pan, siempre pueden comer pastelitos. Por
eso las subjetividades de la emancipación han sido y son invisibles a los ojos
del paradigma liberal. Porque la democracia liberal (la democracia S.L.) se
funda en la exclusión como apriori, no como elección
En el camino de la democracia absoluta
El modelo liberal nos es a todxs conocido, ya que vivimos en un régimen
político que, con mayor o menor éxito, opera de acuerdo con sus premisas. Más
complicado de entender, sin embargo, es el modelo de la democracia absoluta. Nos
referimos a esa democracia a la que se apela con el adjetivo “real”,
recordándonos el carácter “irreal” de la democracia liberal.
La democracia absoluta o “real” nace en abierta contraposición a la
democracia limitada (la “realmente” existente) y sus (d)efectos sobre la vida
pública (corrupción y abuso de poder, manipulación de la opinión, falta de
rendimientos de cuentas, etc.). La imagen de lxs indignadxs a las puertas de Les
Corts en València, mientras varios imputados entran a representar al “pueblo” y
un integrista católico hace presidir la sesión bajo la cruz no pueden ser más
ilustrativas al respecto.
Tampoco es casualidad que la mutación del repertorio de acción que inaugura
las acampadas tuviese lugar en el marco de una campaña electoral, cuestionando
las bases institucionales del propio funcionamiento del régimen con un ejercicio
de desobediencia a la jornada de reflexión. La democracia que se empieza a
instituir en estas ágoras improvisadas,auténticas zonas autónomas temporales
interconectadas gracias a las redes sociales y operativas gracias al intelecto
colectivo, es una democracia que podemos decir “absoluta”; una democracia que ni
(re)conoce (A) los límites espaciales del Estado (por todo el mundo ha habido
acampadas) ni (B) los temporales del mandato representativo (la limitación que
hace de las legislaturas una especie de “microdictaduras” de 4 años).
La democracia absoluta reivindica una democracia sin mediaciones
manipuladoras, participada directamente por el demos. Según avanza el
movimiento esta democracia va cogiendo fuerza gracias a que se alimenta de una
doble interacción: por un lado, en abierto conflicto político (y no únicamente
moral) con la democracia liberal; por la otra, en un incesante deliberar,
participar y decidir en la plaza. Esta es la doble dinámica que mueve este ciclo
del 15M: las coyunturas de desobediencia civil que se combinan con los debates
en las ágoras físicas (plazas) y virtuales (redes sociales).
Así, aunque la tensión es máxima en la represión inmediata de las acampadas,
en seguida se decide cómo responder mediante asambleas multitudinarias. Si la
Junta Electoral responde, en plena campaña, prohibiendo las acampadas, la
respuesta aún aumenta la participación, propone alternativas y se afirma en la
desobediencia. Si la jornada de reflexión se supone que las plazas ya deberían
estar vacías, resulta que están a rebosar de gente reflexionando. Si, en fin,
los mossos intentan “limpiar” Plaza de Cataluña, un enjambre de activistas
recupera la plaza y prosigue sus asambleas más fuerte que nunca.
La razón para la incomprensión de cómo funciona la democracia absoluta es
que este modelo funciona sobre unas bases distintas a las liberales,
habitualmente desconocidas por una gran parte de la ciudadanía o, peor aún,
distorsionadas por los grandes medios de comunicación bajo la etiqueta simplista
y simplificadora de lo “antisistema”. En rigor, no es que se trate de modelos
contrapuestos en el sentido de una negación dialéctica, sino que el segundo
desborda las limitaciones sobre las que se articula el primero.
Así, frente al fraccionamiento temporal en “microdictaduras electivas” de
cuatro años, la democracia absoluta se proyecta en un tiempo ilimitado. Frente
al fraccionamiento espacial del Estado nacional y sus territorialidades
derivadas supra o infra estatales, la democracia absoluta opera en un espacio
global, ajeno a las fronteras del soberano moderno.
Esta modalidad de democracia alternativa a la liberal, podría decirse, no
es únicamente una “democracia contenida”, acotada en su funcionamiento por la
supervisión de (y la permanente tensión con) el poder soberano, sino que se
afirma, antes bien, como una “democracia democratizadora” en el pleno despliegue
de la procedimentalidad democrática, esto es, en el no reconocimiento de límites
al interés particular o privado. No es de sorprender, por ello mismo, que
algunos liberales hayan llegado a defender su modelo con la sentenciosa
afirmación: “a veces hay que defender al liberalismo de la democracia”,
reconociendo, con ello, que matricialmente ambas nociones (liberalismo y
democracia) son únicamente compatibles en los márgenes de la tensión
constitutiva de la democracia liberal: el gobierno del mercado.
No es para menos. La democracia, como sabemos desde Spinoza, es un
procedimiento que se remite al plano de inmanencia, que se despliega en lo
absoluto y que no se subordina a agencia monopolística alguna (comenzando por el
moderno poder soberano del Estado nacional). Dicho con otras palabras, la
democracia es el único tipo de régimen político que no necesita remitirse a una
instancia exterior, trascendente, para fundar su propia legitimidad y
procedimiento. Mientras que toda modalidad de gobierno autocrático (la
no-democracia) se sustantiva sobre instancias de legitimación disociadas del
procedimiento (Dios, Pueblo, Partido, etc.), la democracia nos remite al hecho
político fundamental de constituir un cuerpo social (demos) con
capacidad para constituirse en términos de un poder (cratos) compartido
entre iguales (isegoría e isonomía), esto es, políticamente.
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