A vencer el
miedo...
José Gil Olmos
José Gil Olmos
CIUDAD JUÁREZ, CHIH.- Era casi la
medianoche del lunes 6 en la ciudad de Durango cuando la mujer joven se acercó
al poeta Javier Sicilia, rodeado por decenas de personas que querían ser
escuchadas. Parecía un cervatillo que no lograba superar los nervios, y al
final se retiró sin atreverse a hablar en público.
“Tengo miedo porque seguramente nos
están viendo”, dijo al reportero en voz baja al contar la historia de las
arenas que Los Zetas han construido fuera de la ciudad y en las que ponen a
pelear a los hombres que secuestran, liberando a quien sobrevive en las luchas
a muerte.
Con voz apenas audible, la joven mujer
contó que su amigo, un hombre también joven, fuerte y alto, regresó apenas a su
casa, muy golpeado pero vivo, tras varios días de haber desaparecido.
Dijo que estas peleas son la nueva
diversión de Los Zetas, quienes las organizan en medio de bacanales en los
parajes desolados de Durango. Hay apuestas y, como en los tiempos de la Roma
antigua, a los vencedores se les perdona la vida y recuperan su libertad.
“Mi amigo dijo que un grupo de hombres
armados se lo llevó afuera de la ciudad, lejos, en un paraje donde había como
una plaza de toros donde había mucha gente apostando y bebiendo alcohol. No
supo exactamente dónde estaba porque cuando lo llevaron le taparon los ojos y
era de noche”, susurró la mujer.
“Mi amigo tiene miedo ahora de salir de
su casa porque cree que se lo van a llevar otra vez, que volverán a
secuestrarlo y que, como ganó, lo pondrían a pelear nuevamente en esa plaza.”
Su amigo le contó que durante toda una
noche lo pusieron a pelear con otros secuestrados. Cada vez que ganaba le
ponían otro en medio de apuestas. “Se enfrentó a cuatro, y como ganó lo dejaron
libre”.
Reclutas a la fuerza
Esa misma noche, en la Plaza de Armas
de Durango, donde fueron encontrados más de 200 cuerpos en fosas clandestinas,
otra persona narró una historia que tampoco llegó al templete donde se hallaba
Sicilia. La razón: el miedo a Los Zetas, quienes están reclutando por la fuerza
a jóvenes de San Luis Potosí, Zacatecas y Durango, justo las entidades por las
que pasó la Caravana por la Paz y la Justicia.
Esta vez es un hombre el que habla,
pidiendo también el anonimato. Describe los lugares que en Durango sirven como
“campos de concentración” en los que a golpes y drogas fraguan su reserva de
ejército de sicarios.
“Desde hace tiempo han secuestrado a
puros jóvenes, casi niños. Se los llevan a lugares que tienen en el campo y ahí
los tienen torturándolos por muchos días, y luego los drogan, los hacen
adictos. Después de un tiempo los doblegan y les meten el miedo. Cuando ya no
ponen resistencia los ponen a trabajar para ellos… Son sus nuevos sicarios.”
La presencia de Los Zetas en una parte
de la ruta que tomó la caravana es evidente. Por la carretera que va de Torreón
a Monterrey puede verse con claridad una “Z” pintada de blanco en una montaña.
El símbolo ha estado ahí por mucho tiempo, señal de control y dominio.
Días antes de que pasara por ahí la
caravana alguien trató de modificar el símbolo trazando unas líneas con la idea
de convertirla en una “X”, pero la diferencia de color no borró la última letra
del abecedario con la que se distingue este grupo del crimen organizado,
formado originalmente por soldados y policías de élite.
Historias de agravios
En el mundo del poeta Javier Sicilia,
todo es al revés. La sociedad es la que manda y no la clase política; la paz se
gana con amor y poesía, no con las armas; la gente del centro viaja a la
frontera norte para resolver los problemas del país y no al contrario, como
tradicionalmente ocurre; la gente es la que habla y él escucha, y ante los
reflectores de la fama se esconde y agacha la cabeza, y llora cada vez que
escucha una historia de dolor.
Quizá por eso es que desde el momento
en que se inició la “Caravana del Consuelo” –como él mismo rebautizó a la
Caravana por la Paz y la Justicia–, que partió de Cuernavaca a Ciudad Juárez en
un recorrido de casi 3 mil kilómetros, la gente salió de sus casas, venció el
miedo para hablar en público de su dolor y con coraje dirigirse al presidente
Felipe Calderón, a la sociedad y a Dios, exigiendo justicia.
“En todos los pueblos vemos fotografías
de gente muerta y desaparecida, oímos de narcofosas y todos nos preguntamos:
¿dónde está el gobierno, dónde está la justicia, dónde está Dios?”, reclamó en
Durango Julián Le Barón, campesino mormón de Chihuahua que siempre lleva la
bandera nacional en las marchas y manifestaciones.
A su paso por ocho estados y en los
actos públicos realizados en una decena de plazas, la presencia de la caravana
sirvió para hacer visibles a las familias de las víctimas caídas en la guerra
contra el narcotráfico.
No sólo fueron civiles; también
policías y soldados que han muerto en esta zona del país, la más peligrosa y
donde ha sido encontrado el mayor número de fosas clandestinas, donde en los
últimos cinco años se han registrado más de 20 mil muertos.
En Zacatecas, dos familias denunciaron
casos en los que policías ministeriales y municipales desaparecieron a manos
del cártel que domina la región: Los Zetas.
La señora Enriqueta Trejo denunció en
la Plaza de Armas de esa entidad que su hijo Dagoberto Esparza, quien trabajaba
como ministerial, desapareció el 24 de septiembre del 2010 después de que la
policía detuvo a un grupo de hombres armados, presuntamente zetas.
Dagoberto no había participado en el
operativo pero salió en una foto cuando presentaron a los sicarios. Según su
madre, su hijo le llamó para contarle que unos hombres llamaron para decirles
que liberaran a los detenidos, pues de lo contrario habría consecuencias.
“Ese día salió a comprar unas
hamburguesas con una compañera que se llama Verónica y a los dos se los
llevaron. En la procuraduría nos dijeron que no sabían nada y el gobernador no
ha querido recibirnos. Supimos que a Verónica la dejaron libre, pero no nos han
dejado hablar con ella”, dijo en entrevista.
Otro caso es el de Édgar Heriberto
Quezada Castillo, quien desapareció el 13 de julio de 2010, cuando trabajaba
como policía de barandilla en el municipio de Calera, Zacatecas. Según el
testimonio de su madre, Ofelia Castillo, su hijo se comunicó y le dijo que
tenía miedo porque un grupo de hombres que se presentaron como zetas lo habían
amenazado.
Antes de ser policía, Heriberto fue
sargento primero del Ejército. La familia presentó la denuncia y señaló que la
propia policía del municipio lo “entregó” a Los Zetas.
En Monterrey, la señora Gloria Aguilera
denunció la desaparición de su esposo y dos hijos, agentes de tránsito de Santa
Catarina, en septiembre de 2008. “Ellos tienen nombre y tienen rostro y tienen
madre que los busca”, dijo en esta ciudad, donde hay un promedio de seis
muertos diarios.
Víctimas de la violencia han sido
también los trabajadores de medios de comunicación de entidades como Zacatecas,
Nuevo León y Coahuila, quienes han sufrido secuestros, asesinatos y ataques con
granadas. El resultado: islas de silencio y autocensura.
El 7 de junio, justo el día de la
libertad de prensa, una reportera joven y bajita, nerviosa, aprovechando la
parada de la caravana en Saltillo, sin dar su nombre pero con el rostro
descubierto, narró que de 2007 a la fecha se han registrado seis agresiones
contra instalaciones de medios de comunicación, que “las redacciones de los
diarios coahuilenses reciben llamadas anónimas que prohíben publicar tal o cual
nota relacionada con la delincuencia organizada, e incluso amenazas de
atentados, por lo que se han pedido medidas cautelares a la fiscalía del
estado.
“Por estas agresiones difundidas en
medios de comunicación y por aquellas que sólo son secreto a voces, los medios
de comunicación de Coahuila nos unimos a este grito de paz y justicia, porque
también somos las víctimas de esta guerra.”
El rastro de sangre
Conforme la caravana se iba acercando a
Ciudad Juárez para firmar el Pacto Ciudadano por la Paz, un rastro de violencia
la seguía o la precedía.
El 7 junio, un día antes de que
arribara la caravana, un centro de rehabilitación para alcohólicos y
drogadictos de Torreón fue atacado por un comando que asesinó a 13 personas e
hirió a dos más.
Al día siguiente, al llegar a
Monterrey, la caravana fue recibida no sólo por las policías municipal y
federal, sino también por varios grupos de civiles en autos, taxis y
motocicletas que incluso abordaron a algunos reporteros preguntando sobre el
lugar donde se quedarían a dormir los caravaneros. Eran los halcones que
vigilan las calles de la ciudad y reportan todo lo que sucede a diferentes
grupos del narcotráfico.
El miércoles 8 por la mañana, mientras
la caravana abandonaba la ciudad, dos hombres fueron hallados colgados de las
manos en el puente de la avenida Revolución y Chapultepec.
Javier Sicilia dice que en el
transcurso de la caravana el miedo le impidió a mucha gente llegar a las plazas
a exponer sus casos.
“El Estado junto con el crimen
organizado han creado una sicosis del miedo, una realidad de la impunidad, una
realidad de la inseguridad… Las víctimas tienen miedo no sólo de los
narcotraficantes, sino de la impunidad de los vínculos de criminalidad que hay
en las instituciones judiciales.
“Porque hay familias que tienen miedo
no sólo de los criminales sino del propio Estado. Pero hoy esas voces se
empiezan a oír, a unir y volverse conciencia ciudadana que se une a la
conciencia ciudadana de la propia caravana.”
–¿La caravana está venciendo ese miedo?
–Creo que sí. La caravana está
sembrando algo y es eso: romper el miedo. La caravana es el reencuentro del
consuelo, abrazar la soledad del otro y unirnos. Si no nos consolamos, si no
rompemos nuestro propio miedo, no podremos hacer nada. Solos somos muy
impotentes, pero juntos no. Entonces creo que esta semilla la está sembrando la
caravana.
–¿Le ha dado miedo en algún momento ir
por esta ruta sembrada por miles de muertes?
–No. Bueno, miedo… todos tenemos miedo,
pero el miedo es buena compañía porque nos hace evitar imprudencias. De hecho
la virtud del valor, de la valentía, tiene un buen componente de miedo. Sólo
los irracionales, los audaces, que dejan ver algo que no creo que sea una
virtud, no tienen miedo, y terminan siendo irresponsables. Nosotros vamos con
ese miedo que va de la mano de la prudencia, una prudencia que nos permite ser
valerosos. l
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