Testimonios de la guerra
Gloria Leticia Díaz
Gloria Leticia Díaz
Militares presos por supuestos vínculos
con el crimen organizado o acusados del asesinato de civiles cuentan sus
experiencias a Proceso, pero por su
seguridad no es posible identificarlos aquí por sus nombres. Los testimonios
obtenidos a través de horas y horas de conversaciones con ellos, en las
instalaciones de la prisión del Campo Militar No. 1, estremecen: hablan de la
colusión de altos mandos del Ejército con los cárteles del narcotráfico, de las
órdenes que la tropa recibe para robar o para proteger a ciertos
delincuentes... y hasta de un grupo castrense dedicado exclusivamente a cometer
homicidios.
En el norte del país, sobre todo donde
operan Los Zetas, los soldados arriesgan la vida todo el tiempo. Para evitar
que los asesinen, los altos mandos les ordenan disparar a “cualquier carro
sospechoso”.
“¿Qué características debe tener ese
vehículo ‘sospechoso’?”, se le pregunta a un grupo de militares que han
recibido esa indicación en sus misiones en Nuevo León y Tamaulipas.
Luego de pensarlo un rato, uno de ellos
responde: “Los que tienen los vidrios polarizados y los que están mugrosos, con
lodo pegado; eso quiere decir que anduvieron en la sierra o que no quieren que
los identifique el helicóptero”.
Otro interviene: “De un carro de esos a
un amigo le dispararon en la cabeza; los superiores nos dicen que para qué
esperar a que nos tiren, que lo hagamos primero”.
En un convoy o en un retén, cuenta uno
más, un tiro al aire sin previo aviso es suficiente para que el resto de la
tropa dispare; más aún si el que inicia la refriega es el superior al mando:
“Si dispara el comandante del grupo, nosotros tenemos que seguirlo, porque si no,
podemos ser procesados por desobediencia”, agrega.
Un soldado sobreviviente de ocho
tiroteos con zetas en el noreste del país reconoce que estas decisiones han
derivado en graves “accidentes”: la muerte de civiles que viajaban en “carros
sospechosos”.
Pero no dudan en responsabilizar a las
víctimas, ya sea porque conducen erráticamente o no atienden las señales para
que se detengan.
Para dejar a salvo la imagen del
Ejército y de la “guerra de Calderón”, pero sobre todo para evitar procesos
judiciales, dice, “los superiores ordenan que se les pongan armas o drogas” a
las víctimas, a los “daños colaterales”.
Las armas y las drogas, explica, “se
sacan de los decomisos, o cuando vamos en operativos mixtos con Policías
Federales o de la PGR, ellos la ponen; pero también hay superiores que tienen
contactos con el cártel del Golfo... les hablan para que les echen la mano y
ellos llegan con ese material”.
“Te das cuenta con quién
está el superior...”
Confía un oficial que operó en varios
estados del país: “Ningún superior me ha dicho que proteja a tal o cual cártel,
pero por las órdenes que nos dan los generales de las zonas y coroneles de los
batallones, te das cuenta con quién tienen arreglos. Uno tiene que obedecer. Si
no, te pueden procesar, así que no queda otra.
“En 2004 me mandaron al frente de un
operativo de destrucción de plantíos en la sierra de Michoacán. Mientras
destruíamos la hierba llegó un señor, un ranchero; no estaba armado pero sí
estaba bravo. Me gritoneó que por qué estábamos haciendo eso, que él ya se
había arreglado allá en Morelia, en la XXI Zona Militar.
“Yo le dije que cumplía órdenes y que
mejor le bajara porque me lo iba a llevar detenido. Se fue. Después recibí la
llamada del general de la zona para ordenarme que me retirara y que le urgía
que me trasladara a otro punto donde iba a reunirme con más elementos a las
ocho de la mañana del otro día. Nos fuimos caminando toda la noche para llegar
hasta el punto que nos ordenaron, pero ahí no había nada.”
“Suéltelo…”
En las ciudades la venta de droga y las
narcotienditas, asegura otro oficial, no escapan al control de algunos altos
mandos militares, y a la tropa no le queda más que obedecer órdenes.
Cuenta una anécdota: “Estaba al frente
de un patrullaje nocturno cuando de repente vimos a un tipo que al vernos
corrió y se metió a una casa. Ordené seguirlo y entramos a la casa. El tipo
tenía una tiendita y lo detuvimos.
“De inmediato me comuniqué con el
coronel del batallón para informarle de los hechos y que pondría a disposición
de la PGR al detenido y la droga. El comandante me pidió el nombre del detenido
y me dijo que esperara un momento antes de entregarlo. Unos minutos después me
llamó para decirme que lo soltara y que sólo pusiera a disposición la droga.
“Al día siguiente, después de entregar
mi parte, el comandante me mandó llamar. ‘¿Por qué en el parte dices que yo te
ordené soltar al narcomenudista?’, me preguntó muy enojado. Yo le recordé que
era eso lo que había ocurrido y me ordenó borrar esa información y poner que me
había encontrado la droga en la calle.”
“Muy amigo del
comandante…”
comandante…”
Una anécdota más ocurrida en una
carretera del sureste del país: “Estaba al frente de un retén, pedimos al
conductor de una camioneta de lujo que se parara para un revisión de rutina. Un
soldado me informó que había encontrado armas y portafolios llenos de dinero.
Los ocupantes de la camioneta no llevaban permisos para portar armas y me
salieron con que eran guardias personales de un diputado.
“Les dije que por las armas y el dinero
tenía que detenerlos, pero uno de ellos insistió en llamar a su patrón, quien
supuestamente era muy amigo del comandante de la zona. En minutos mis
superiores me llamaron. Me ordenaron dejarlos libres.”
“Se les pasó la mano…”
La mayoría de los soldados encarcelados
sienten que fueron traicionados por sus superiores y que pagan los errores de
estrategia de la guerra de Calderón. Un oficial procesado por la muerte de un
presunto halcón considera que hay una gran hipocresía porque “nosotros somos
entrenados para matar y sabemos que para ascender o lograr otro grado no hay
otra forma que dar resultados, sea como sea... a los superiores no les
importa”.
Cuenta: “Para qué le digo que no, sí le
di unas cachetadas a ese cabrón (el halcón), pero no había otra forma de que
hablara. Estábamos en su casa, hacía mucho calor, me salí unos minutos para
respirar un poco y dejé a la tropa con el halcón. Sólo fueron unos minutos que
salí a respirar y cuando regresé, el tipo ya estaba tendido en una mesa,
muerto. Se les pasó la mano: le metieron la cabeza en una cubeta de agua y no
se dieron cuenta cuando le dio un paro cardiaco.
“Yo di parte a mi superior, pero no
creí que me acusaran a mí; son unos grandes hipócritas. Me ha tocado limpiar
chingaderas de otros que no son tocados porque son gente del general
secretario”, suelta indignado.
“En una ocasión me dieron la orden de
dirigirme a un punto en Reynosa. Ahí estaba una unidad de Gafes que sólo
obedecen órdenes del general secretario y del presidente (Calderón). Hicieron
una matazón de zetas y a mi unidad le tocó limpiar esa porquería.”
–¿Ese grupo especial únicamente ejecuta
narcotraficantes?
–Al que ordenen el general secretario y
el presidente.
–¿Defensores de derechos humanos?
–Puede ser. El único caso que sé que no
fueron ellos es el de la señora que mataron en Chihuahua, a la que le mataron a
su hija.
Se refería a Marisela Escobedo.
A matar desertores
Interviene otro soldado, procesado
también por la muerte de un supuesto halcón cuando era torturado.
“Es cierto que nos dan cursos de
derechos humanos, pero cuando salimos a los operativos los mandos nos hacen
olvidar todo. Por supuesto, nunca nos lo dicen por escrito, pero nos dan
órdenes como la de eliminar a todo aquel narcotraficante que sea desertor del
Ejército o que se haya dado de baja para colaborar con el crimen organizado.
Según nos han dicho, esa es la indicación del general secretario.
“Hace poco vino a visitarme un
compañero y me contó que recientemente (en febrero) detuvieron a unos zetas.
Les ordenaron eliminarlos e irlos a tirar a Chiapas. Desde luego, la
instrucción de matarlos y tirarlos nunca fue por escrito, pero estaban
obligados a obedecer. Es lo que tienes que hacer si quieres ascender.”
El botín
Denunciado por organizaciones de
derechos humanos y víctimas de allanamientos de morada encabezados por
militares, el hurto es generalizado y hasta ordenado por los superiores. Se
trata de tomar el botín de guerra, según los entrevistados.
Cuenta un oficial que fue transferido a
Chihuahua: “En mi primer operativo me sorprendió ver que los soldados salían
con mochilas vacías. Llegamos a una casa donde encontramos droga y armas y de
repente vi que los soldados empezaron a robarse cosas; yo traté de pararlos
pero llegó un capitán y me dijo que no me hiciera el inocente. Vino después un
mayor y me dijo: ‘A ver, llévate este aire acondicionado’. Me negué y el
capitán intervino: ‘Es una orden de un superior’, y subieron el aire a mi
camioneta.
“Después llegó un coronel y por la
radio se comunicó con el general de la zona, quien le preguntó qué había en la
casa. Yo creí que el coronel le iba a pasar un reporte de la droga y de las
armas, pero no: le empezó a describir las televisiones de pantalla plana que
había, el refrigerador, las computadoras, y el general le dio órdenes de llevar
algunos de los artículos a la casa de una señora que, después me enteré,
cortejaba.”
Y una mujer le gustó
al oficial…
al oficial…
Un caso similar fue atestiguado por
otro oficial: “Mientras estuve en Tabasco me tocó formar parte de una sección
(integrada por 30 militares) y participar en tres operativos fallidos. Nos
metíamos a casas sin orden de cateo ni nada de eso, porque supuestamente
informes de inteligencia militar aseguraban que ahí había drogas y armas.
“Nunca encontramos nada. Nomás
asustábamos a la gente porque llegábamos armados y encapuchados.
“En una ocasión el capitán que
encabezaba la misión empezó a dar órdenes para que saquearan la casa. En eso
llegó el dueño. Era un licenciado que preguntó quién estaba al frente del
operativo, y el capitán señaló a un mayor. Ese mayor está ahora procesado por
robo.
“En otra ocasión ocurrió algo más
grave. En esa casa había puras mujeres y una le gustó al oficial al mando. La
violó. En el forcejeo la señora le arrancó el pasamontañas y después lo
denunció.
“Llegaban los policías y abogados con
el retrato hablado a las puertas de la zona y nomás les decían que ahí no
estaba esa persona.”
Los incondicionales
del comandante
del comandante
No todos los soldados desplegados en el
combate al narcotráfico tienen carta libre para cometer arbitrariedades y
abusos, sostiene un soldado que ha vivido la guerra en el sureste, en Sinaloa y
en Durango.
“Todas los comandantes de las zonas y
los batallones tienen a sus grupos especiales, son oficiales y tropa dispuestos
a todo, son incondicionales de los comandantes: lo mismo pueden hacer
investigaciones y decomisos que entrar a domicilios sin órdenes de cateo y
aprovechan para robar y cometer barbaridades.
“Por lo general esa gente es del GAOI
(Grupo de Análisis de Orden Interno), en las zonas, y del pelotón de
información, en los batallones. Cuando salen a sus operativos especiales no
utilizan vehículos militares. Se mueven en camionetas y carros particulares
decomisados. Tampoco llevan uniformes o nomás se quitan las insignias para que
no los reconozcan. Claro, todos llevan pasamontañas.”
Hacerse de la vista gorda
Muchos de los prisioneros aseguran que
para sobrevivir en el medio militar hay que hacerse de la vista gorda.
Un soldado fue testigo de cómo un
hombre a bordo de una camioneta de lujo baleada llegó hasta las puertas del
batallón en el que se encontraba de guardia: “Nos pidió apurado que le
abriéramos la puerta, que lo andaban persiguiendo los zetas. Nosotros le
negamos el paso pero él sacó su celular y llamó a un alto mando del Ejército
que está acá en el Distrito Federal.
“Minutos después el coronel nos ordenó
que le abriéramos la puerta y lo pasáramos a la casa de visitas, para que
comiera y durmiera.
“Al día siguiente se fue escoltado
hasta el aeropuerto y su vehículo baleado fue reparado en la Zona Militar; lo
sé porque días después llegaron guaruras del señor ese para llevárselo.
“Después nos enteramos que pertenecía a
una familia de empresarios al parecer ligados con el cártel de Sinaloa y al que
los zetas ya le habían matado dos hermanos.”
Los narcos pagan bien
En el medio militar, para vincularse
con el narcotráfico las estrategias varían según la región del país, comentan
los enterados.
En el sur y sureste “por lo general los
narcos contactan a soldados para que les pasen información de operativos y
desplazamientos. El pago depende de la jerarquía y del tipo de información”.
“A los altos mandos les dan unos 40 mil
a 50 mil pesos al mes, y a los de más bajo rango, de 3 mil a 5 mil pesos
mensuales. Generalmente hay un intermediario, que es el que paga.”
En el norte los traficantes de drogas y
armas “pagan en el momento, cuando llegan a los retenes militares; generalmente
los pagos son en dólares y varían dependiendo de la carga”.
A la guerra sin fusil
En las entrevistas los militares
procesados manifestaron su inconformidad porque aseguran que están siendo
enviados a la guerra sin contar con el equipo necesario para enfrentar a
narcotraficantes mejor armados que ellos.
“Nos mandan a la guerra con fusiles de
mala calidad, algunos hasta se rompen si se caen; los chalecos antibalas que
nos dan están vencidos o no resisten impactos de alto calibre; las botas son de
vinil y pesan tres kilos; los trajes y los cascos son un horno cuando hace
calor y un congelador cuando hace frío. Lo único bueno es que si morimos, las
familias quedan pensionadas y ellos pagan los gastos de marcha”, explica un
soldado que ha sufrido las inclemencias del clima en los estados del norte.
Y de los estímulos “mejor ni hablar”,
acota otro. A los soldados enviados a combatir al narcotráfico se les alienta
con una aportación diaria de entre 30 y 50 pesos, según el rango.
“Los generales y coroneles se llevan la
mayor parte del dinero, pero quienes estamos al frente, los que recibimos los
balazos somos la tropa, y nomás nos dan 30 pesos al día... y eso si no te
transa el pagador.”
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