Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 16 de agosto de 2011

Sociedad allanada: ¿haiga sido como haiga sido?- QUE RAROS LOS DISTURBIOS

Sociedad allanada: ¿haiga sido como haiga sido?
Magdalena Gómez
La visibilización de las víctimas de la guerra desatada por Felipe Calderón es mérito indiscutible del movimiento por la paz con justicia y dignidad que encabeza Javier Sicilia, y aun con el esfuerzo que ha implicado, es evidente que todavía no se hacen presentes las familias de las 50 mil personas muertas y de un amplio número de desaparecidas.
Son muchas las barreras a vencer para que ello suceda; el miedo es un factor relevante, porque si algo tienen claro quienes acompañan este movimiento es que el Estado no les ha respondido en su demanda de justicia. Por ello tiene sentido una de las propuestas en torno a la creación de una comisión que permita nombrar a todas las víctimas y definir mecanismos de reparación (de lo irreparable).
En el inventario del horror se hizo presente en días pasados, en el Distrito Federal, la práctica de los cateos ilegales, reales allanamientos de moradas ciudadanas que también han sido cobijados por el paradigma calderoniano delineado desde 2006 en el contexto del cuestionamiento a su supuesto triunfo electoral: “Haiga sido como haiga sido”.
El autorretrato se repite una y otra vez; ahora sirve para justificar el costo del triunfo que entraña la detención de un operador de la delincuencia organizada. Importa ese resultado aun a costa del atropello en sus viviendas a ciudadanas y ciudadanos.
El Gobierno del Distrito Federal deberá dar cuenta de su omisión ante el llamado de auxilio del poeta Efraín Bartolomé y de sus pactos con autoridades de la entidad vecina para que se realicen operativos ilegales. En ese sentido, es encomiable que la Comisión de los Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) realice “una investigación de oficio con motivo de los hechos suscitados la madrugada de ayer, en la que agentes policiacos que realizaban un operativo injustificadamente violaron los domicilios de varias familias en la colonia Lomas de Padierna, en la delegación Tlalpan”.
Y lo más destacable: “manifiesta su preocupación por la sustracción de objetos y pertenencias personales de dichos domicilios y porque las viviendas de Efraín Bartolomé, Patricia Magaña Rueda y sus padres no sean la única a la que se ingresó de manera ilegal en dicho operativo”. (Boletín 294/211 del 12 de agosto de 2011.)
A reserva de que se confirme la magnitud de los allanamientos de la madrugada del 11 de agosto, al día siguiente la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) recordó, por conducto de su recomendación general 19, que la práctica de cateos ilegales o intromisiones domiciliarias contrarias a lo establecido en el artículo 16 de la Constitución se presenta en todo el país y que tiene documentadas 3 mil 786 quejas por actos cometidos en cateos desde 2006, detallando la conducta sistemática de irrumpir en domicilios en búsqueda de objetos ilícitos, donde se amenaza, lesiona y detiene, así como se sustraen objetos.
También señala que el escudo oficial es el argumento de la flagrancia, la denuncia anónima y el uso del detector molecular GT200. Anotando que este último ha sido probado como ineficaz en otros países.
El documento de la CNDH enumera la serie de recomendaciones previas sobre el mismo asunto, las cuales es evidente que no han sido atendidas; sin embargo, de nueva cuenta, entre otras cosas, solicita girar instrucciones a los elementos policiales e integrantes de las fuerzas armadas para eliminar en forma inmediata estas prácticas, y que se sujeten a los requisitos exigidos en el artículo 16 constitucional; advirtiendo que se trata de una recomendación general y, por tanto, no requiere de aceptación por las autoridades involucradas. Por lo visto, tampoco de cumplimiento.
El caso comentado nos obliga a plantearnos que todos y todas somos víctimas; paulatinamente tomamos conciencia de que se ha provocado una ruptura del tejido social en todo el territorio nacional, en unas regiones es más grave o más visible.
Ya no se respeta siquiera el más elemental de los derechos, la inviolabilidad del domicilio, lo que incrementa el deterioro en la calidad de vida. Se está alimentando la desconfianza y el temor frente a todo otro u otra antes que las condiciones para una convivencia democrática con respeto a derechos humanos. Ante ello se impone reflexionar sobre la viabilidad de promover un pacto nacional que tenga como eje la búsqueda de la paz.
El asunto es si dicho pacto saldrá del diálogo con los poderes del Estado, responsables y o cómplices de la guerra en curso o, en todo caso, si es necesario concretar previamente ese movimiento de movimientos del que empezamos a hablar en algunos espacios.
No parece justo centrar todo el peso de la salida a la crisis nacional en el movimiento de víctimas encabezado por Sicilia. Urge la participación de otros sectores. La prueba de fuego es lograr detener la ley de seguridad nacional que legalizaría el autoritarismo. Por lo pronto, mucho haremos al reconocer que esta guerra se dirige a toda la ciudadanía.
Qué raros los distrurbios
José Blanco
No será fácil explicar cada uno de los disturbios que crecientemente están apareciendo en todos los continentes. Puede ser así porque los analistas políticos no tendrán la posibilidad de elaborar sus explicaciones, dada la velocidad con que empiezan a sucederse. Quizá sea un trabajo futuro de historiadores. Cada disturbio tiene sus especificidades, pero no muchos se sorprenderán si cuando las explicaciones lleguen, nos topemos con un buen cúmulo de causas comunes. Está claro, por lo pronto, que hace mucho tiempo que grandes masas están hasta la madre con la política y con la economía, y parece que ha llegado la hora de que empiecen a expresarse, tal como lo estamos viendo.
En un mar pletórico de injusticias sin medida, dominado por algunos miles de corruptos que sin escrúpulo alguno medran insaciablemente a costa del género humano, no es sorprendente que hayamos inaugurado una era de disturbios que, por ahora, para David Cameron, se trata pura y simplemente de criminalidad y que debía ser afrontada y derrotada.
Supongo que la hipótesis plausible más general que podemos formular es que enormes segmentos de la sociedades del presente no están muy felices, aunque sea uno de los mayores deseos de quienes ejercen la hegemonía en el mundo. Las clases y grupos dominantes han montado en todas partes el mayor aparato de entretenimiento de la historia, pero no parece suficiente: cada día salen al mercado un número creciente de estúpidos gadgets; la televisión monta en todas partes las bobadas más espantosas que intentan vender como regocijo; los gritos estrafalarios de quienes quieren llevar el espectáculo de los deportes al paroxismo, pueblan todas las pantallas televisivas; los juegos con las bellas (principalmente) y con el sexo, en toda clase de PDA o teléfonos inteligentes, se reproducen como hongos; los games para computadora se cuentan por miles y miles; el cine de efectos espectaculares domina absolutamente las pantallas cinematográficas. Para las masas, la antiquísima receta de pan y circo a todas horas, aunque esta vez el pan sea escaso. Sean atrapadas y estupidizadas las mentes de todos para que el mundo se vuelva incuestionable.
Inútil. El inmenso mundo del entretenimiento no llega a millones de parias del planeta. Y quienes son bombardeados por él son precisamente los que están provocando los disturbios. En Chile –como en Brasil–, alrededor de 70 por ciento de la educación superior es privada; pero esta división no importa: la educación es a crédito, estudie el niño, el adolescente, el joven, donde estudie, al final le será pasada su cuenta. No hay chileno sin deudas educativas: ¿qué extraño que los jóvenes chilenos estén creando disturbios de tal magnitud, no es cierto? Y que además los apoye cerca de 80 por ciento de la sociedad: raro en verdad.
La indignación de los españoles es un asunto de irracionalidad y temperamento ¿no sabía usted? Los disturbios que han protagonizado los italianos y los griegos ¿será un asunto delincuencial como los de los ingleses?
Los gobernantes parecen decirse a sí mismos, mientras averiguamos, cumplamos con la ley, faltaba más, esto es un asunto de policía: reprimir es la acción porque no pueden ni saben cómo poner orden en la política y en la economía. Los disturbios organizados no hace tanto por los franceses, y los que parece que ahí vienen es seguro que será también asunto de delincuentes.
Miles de millones miran por la televisión el inverosímil nivel de consumo de los ricos de los países ricos, cuyas arcas no deben ser tocadas por la crisis; pero los siervos de la gleba del presente tienen sólo derecho a ver tales fastos, como en el medievo, y cargar con la crisis. ¿Creerán los ricos que los siervos están seguros que las abismales diferencias pertenecen al orden natural? ¿Tendrán los ricos una explicación o acaso ni se preguntan por ese ruido que allá afuera perturba su sosegada opulencia?
¿Quién puede entender a las sociedades musulmanas? ¿Qué no se cansan? ¿Será posible que estén inconformes por alguna razón racionalmente aceptable? Después de hacer hace siglos un aporte monumental a la cultura occidental ¿lo que les corresponde ahora es recibir bombas y padecer en promedio uno de los más altos índices de analfabetismo?
Si las esferas políticas de las sociedades del mundo no actúan corrigiendo drásticamente la ruta al averno al que llevan a las mayorías, serán éstas las que actuarán; acaso están empezando.
La crisis actual simplemente no tiene solución. No la tiene porque banqueros, agencias de calificación y gobiernos, sólo conocen una receta y están profundamente persuadidos de que preciso aumentar una y otra vez las tóxicas dosis financieras que hemos visto desde 2007. Saben los gobiernos en qué consisten los fraudes, desfalcos, malversaciones que por años y años vienen cometiendo banqueros y agencias calificadoras de riesgos; pero frente a la rapiña y las maquinaciones financieras para el robo vil, sólo han actuado como cómplices (haga usted las excepciones que le consten). Empiezan, entonces, a no ser tan extraños los disturbios.
Los disturbios son, por supuesto, la ley de la selva. Pero la selva ya estaba ahí, pérfida creación de la política y la economía que conformaron las clases dominantes. El orden en la selva había sido mantenido con el pan, el circo y la fuerza bruta. Ahora esos instrumentos desafinan, se destruyen, pierden eficacia. Los disturbios deberán terminar por otros caminos.

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