Criminalizar a las víctimas
En busca de los desaparecidos.
Foto: Octavio Gómez
Foto: Octavio Gómez
MÉXICO, D.F., (apro).- Primero se intentó criminalizar a las víctimas cuando, a raíz de la matanza en Villas de Salvárcar, Felipe Calderón señaló que los 16 jóvenes asesinados en Ciudad Juárez eran pandilleros, con lo que intentó justificar el multihomicidio de los adolescentes, quienes resultaron ser estudiantes y deportistas. Hoy ya no se trata de acusar de delincuentes a las víctimas, sino a sus familiares que buscan paz y justicia.
Nepomuceno Moreno, un sonorense de 56 años, fue acribillado el pasado lunes 28, en pleno centro de Hermosillo. Iba a bordo de su camioneta cuando recibió cinco impactos de bala de grueso calibre, sin que ningún policía se hiciera presente, pese a que a unas calles se encuentra el Palacio de Gobierno.
La reacción de las autoridades del estado de Sonora fue inmediata, pero no para anunciar que se investigaría el asesinato del activista del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que encabeza Javier Sicilia, sino para acusarlo de sus vínculos con el crimen organizado.
El vocero de la Procuraduría estatal, José Larrinaga Talamantes, informó que Nepomuceno Moreno fue detenido en 2005, luego de un enfrentamiento en Hermosillo, en el que murió una persona. Lo que no dijo es que tras cuatro años de encarcelamiento injusto fue liberado y absuelto, porque no se le comprobó ningún delito.
El funcionario recordó que otro de los hijos de Nepomuceno, de nombre Gilberto, estuvo preso, acusado de un asalto con violencia en una tienda de autoservicio. Además, mencionó que el gobierno del estado nunca recibió una solicitud de protección del activista.
En el fondo, la argumentación oficial era que Nepomuceno Moreno había sido ejecutado porque estaba vinculado con el crimen. O sea que se lo merecía.
El caso del sonorense se viene a sumar a los de Marisela Escobedo, Julián Le Barón, la familia de Olga Reyes, y de los veracruzanos que fueron ejecutados y arrojados en la principal arteria de Boca del Río, en septiembre pasado, y a quienes el gobernador Javier Duarte acusó de estar vinculados con el crimen organizado.
La criminalización de las familias de las víctimas por parte de las autoridades en cada caso es doblemente grave, pues no sólo se acusa y se trata de justificar el asesinato de las víctimas, sino que ahora también se responsabiliza a sus familiares, vinculándolos con el crimen organizado para que no sigan con sus demandas de investigar a fondo y aplicar la justicia.
Y es esto lo que ahora ocurre con Nepomuceno Prieto, quien desde mayo pasado se unió al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, para seguir con su demanda de encontrar a su hijo Mario, desaparecido el 1 de julio de 2010 por agentes policiales de Sonora. Estos mismos le exigieron a don Nepomuceno 30 mil pesos, a cambio de la liberación de su hijo, que nunca llegó.
Las declaraciones del gobierno sonorense para desprestigiar al activista social caen, sin embargo, por su propio peso. Si bien es cierto que en un principio tuvieron el efecto que deseaban y se creó una cortina de humo entre algunos que creyeron que se trataba de un delincuente y padre de otro delincuente, al paso de las horas esa información fue desmentida cuando se reveló que Nepomuceno había sido declarado inocente, luego de permanecer cuatro años en la cárcel.
Ahora es el gobernador panista Guillermo Padrés quien debe explicar por qué se quiso enlodar a Nepomuceno Moreno, asesinado de cinco tiros a unas cuantas calles de la sede del gobierno, a plena luz del día, lo que refleja la incapacidad e ineficiencia de las autoridades del estado de dar seguridad a sus ciudadanos.
Manejar con toda intención los antecedentes penales de Nepomuceno y su familia, sin decir antes que se llegaría a fondo para encontrar a los culpables, habla de la impunidad que hay en Sonora y en todo el país.
Sólo hay que recordar que el procurador actual de la entidad, Abel Murrieta, fue el responsable de las investigaciones de la muerte de los 49 niños de la guardería ABC en Hermosillo, que nunca llegaron a fondo, pues se protegió a familiares del exgobernador Eduardo Bours y de la primera dama, Margarita Zavala de Calderón, quienes tenían subrogada dicha guardería.
Nepomuceno Moreno sabía que lo querían asesinar aquellos a quienes acusó de la desaparición de su hijo. Así se lo hizo saber a Felipe Calderón el 14 de octubre, cuando interrumpió el diálogo con los integrantes del Movimiento por la Paz que acudieron al Castillo de Chapultepec. En ese momento el presidente giró una orden a la procuradora general de la República, Marisela Morales, para que al activista se le diera la protección que necesitaba.
Pero esa seguridad nunca llegó, y tampoco se la dio el gobernador Guillermo Padrés.
Nepomuceno Moreno fue acribillado el mediodía del lunes 28, cuando viajaba por el centro de Hermosillo. En su camioneta llevaba pancartas y fotos de su hijo y otros jóvenes desaparecidos y ejecutados en Sonora.
Sus asesinos actuaron con toda impunidad y libertad, como sabiendo que nadie los detendría en su misión de acallar a este ciudadano, cuyo único delito fue querer dar con el paradero de su hijo Mario, uno de los 10 mil desaparecidos que hay en todo el país desde hace cinco años.
Nepomuceno Moreno, un sonorense de 56 años, fue acribillado el pasado lunes 28, en pleno centro de Hermosillo. Iba a bordo de su camioneta cuando recibió cinco impactos de bala de grueso calibre, sin que ningún policía se hiciera presente, pese a que a unas calles se encuentra el Palacio de Gobierno.
La reacción de las autoridades del estado de Sonora fue inmediata, pero no para anunciar que se investigaría el asesinato del activista del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que encabeza Javier Sicilia, sino para acusarlo de sus vínculos con el crimen organizado.
El vocero de la Procuraduría estatal, José Larrinaga Talamantes, informó que Nepomuceno Moreno fue detenido en 2005, luego de un enfrentamiento en Hermosillo, en el que murió una persona. Lo que no dijo es que tras cuatro años de encarcelamiento injusto fue liberado y absuelto, porque no se le comprobó ningún delito.
El funcionario recordó que otro de los hijos de Nepomuceno, de nombre Gilberto, estuvo preso, acusado de un asalto con violencia en una tienda de autoservicio. Además, mencionó que el gobierno del estado nunca recibió una solicitud de protección del activista.
En el fondo, la argumentación oficial era que Nepomuceno Moreno había sido ejecutado porque estaba vinculado con el crimen. O sea que se lo merecía.
El caso del sonorense se viene a sumar a los de Marisela Escobedo, Julián Le Barón, la familia de Olga Reyes, y de los veracruzanos que fueron ejecutados y arrojados en la principal arteria de Boca del Río, en septiembre pasado, y a quienes el gobernador Javier Duarte acusó de estar vinculados con el crimen organizado.
La criminalización de las familias de las víctimas por parte de las autoridades en cada caso es doblemente grave, pues no sólo se acusa y se trata de justificar el asesinato de las víctimas, sino que ahora también se responsabiliza a sus familiares, vinculándolos con el crimen organizado para que no sigan con sus demandas de investigar a fondo y aplicar la justicia.
Y es esto lo que ahora ocurre con Nepomuceno Prieto, quien desde mayo pasado se unió al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, para seguir con su demanda de encontrar a su hijo Mario, desaparecido el 1 de julio de 2010 por agentes policiales de Sonora. Estos mismos le exigieron a don Nepomuceno 30 mil pesos, a cambio de la liberación de su hijo, que nunca llegó.
Las declaraciones del gobierno sonorense para desprestigiar al activista social caen, sin embargo, por su propio peso. Si bien es cierto que en un principio tuvieron el efecto que deseaban y se creó una cortina de humo entre algunos que creyeron que se trataba de un delincuente y padre de otro delincuente, al paso de las horas esa información fue desmentida cuando se reveló que Nepomuceno había sido declarado inocente, luego de permanecer cuatro años en la cárcel.
Ahora es el gobernador panista Guillermo Padrés quien debe explicar por qué se quiso enlodar a Nepomuceno Moreno, asesinado de cinco tiros a unas cuantas calles de la sede del gobierno, a plena luz del día, lo que refleja la incapacidad e ineficiencia de las autoridades del estado de dar seguridad a sus ciudadanos.
Manejar con toda intención los antecedentes penales de Nepomuceno y su familia, sin decir antes que se llegaría a fondo para encontrar a los culpables, habla de la impunidad que hay en Sonora y en todo el país.
Sólo hay que recordar que el procurador actual de la entidad, Abel Murrieta, fue el responsable de las investigaciones de la muerte de los 49 niños de la guardería ABC en Hermosillo, que nunca llegaron a fondo, pues se protegió a familiares del exgobernador Eduardo Bours y de la primera dama, Margarita Zavala de Calderón, quienes tenían subrogada dicha guardería.
Nepomuceno Moreno sabía que lo querían asesinar aquellos a quienes acusó de la desaparición de su hijo. Así se lo hizo saber a Felipe Calderón el 14 de octubre, cuando interrumpió el diálogo con los integrantes del Movimiento por la Paz que acudieron al Castillo de Chapultepec. En ese momento el presidente giró una orden a la procuradora general de la República, Marisela Morales, para que al activista se le diera la protección que necesitaba.
Pero esa seguridad nunca llegó, y tampoco se la dio el gobernador Guillermo Padrés.
Nepomuceno Moreno fue acribillado el mediodía del lunes 28, cuando viajaba por el centro de Hermosillo. En su camioneta llevaba pancartas y fotos de su hijo y otros jóvenes desaparecidos y ejecutados en Sonora.
Sus asesinos actuaron con toda impunidad y libertad, como sabiendo que nadie los detendría en su misión de acallar a este ciudadano, cuyo único delito fue querer dar con el paradero de su hijo Mario, uno de los 10 mil desaparecidos que hay en todo el país desde hace cinco años.
El arte vacío se disipa
Paisaje, de Diego Rivera. Lo compraron en 46 mil 875 dólares.
Foto: Sotheby's
Foto: Sotheby's
MÉXICO, D.F. (Proceso).- 1. Dentro del edificio de la prestigiosa casa de subastas Sotheby’s sucedía este 17 de noviembre la subasta anual de arte latinoamericano. Un Diego Rivera se subastaba entre un público ávido y las paletas subían, bajaban, algunas volvían a subir, en cada ronda unas cuantas menos, mientras se escalaba a un precio climático por la obra del pintor, hasta hace unos meses mejor conocido en esta ciudad de Nueva York como “el esposo de Frida Kahlo”.
En tanto, en la acera opuesta del edificio, una decena de neoyorkinos, empleados despedidos por la subastadora en un reciente recorte de personal, desfilaban con pancartas, en las que sobresalía el retrato de Rivera. La más memorable exponía, rotulado sobre el retrato: “Rivera was for all workers”.
Y en los umbrales del mismo edificio, varios policías con macanas equilibraban su peso entre una pierna y luego la otra, en espera de la anunciada irrupción de ocupas en la subasta.
Rivera infecta a La Gran Manzana. El Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MoMa), presenta, también desde este noviembre y hasta mayo del año siguiente, la exposición retrospectiva del muralista mexicano, por la misma razón que a unas cuadras los ocupas acampan en el Parque Zuccotti, a pesar de que fueron desalojados hace tres semanas, supuestamente para limpiar el sitio, y más probablemente para desalentar su ocupación.
Paul Jackson, director del departamento de comunicaciones de MoMa, lo explica así: “La crisis económica actual fue la razón principal para montar una exposición de Rivera. Rivera es un modelo para el presente. Fue capaz de comunicar a las masas valores sociales colectivos en tiempos de crisis”.
Algo está pasando en la cultura. Algo está migrando a través de ella y surgirá como arte social y político. No idéntico al arte de Rivera, desde luego, pero tocado por las mismas intenciones: movilizar las conciencias a la acción.
2. ¿Cuántos años lleva Occidente esforzándose por no hacer arte político? Esforzándose por no incomodar ni con el pétalo de una rosa a la elite de ricos que fondea los museos. Los mismos años que los museos de las grandes metrópolis de las democracias capitalistas se han desestatizado total o parcialmente y dependen de patronos ricos, no casualmente los únicos que pueden comprar el arte actual.
Dos décadas, aproximadamente. Vasos comunicantes: los ricos han estado comprando el arte que les complace, o por lo menos no los irrita, y luego lo han estado valuando a precios exorbitantes en sus museos. Una transacción gano y vuelvo a ganar, diría un financiero de Wall Street.
En el año 2007, en una entrevista a Spencer Tunik, le pregunté si sus fotografías de cientos de personas desnudas en lugares públicos tenían una intención social. Si eran una invitación a algo. “A nada”, respondió sonriendo. “¿Y qué significan?” “Nada. Me gusta el color rosa de las pieles, las formas redondas de los muslos y las nalgas y las cabezas”. “¿No son una invitación a la libertad del cuerpo?”, insistí en traspasar su superficialidad. “¿No son un reclamo de más erotismo y menos represión en la vida pública?” “No. No. No”: lo afirmó espantado.
“Mi sobrino se desnudó para una de tus fotos”, le conté, “y dice que ha sido una de las experiencias más poderosas que ha tenido. Se sintió liberado. Se acordó que desnudo es igual a cualquiera”. “Go figure”, dijo Tunik encogiendo los hombros. “Y si no son políticas”, volví a retar su ligereza, “¿por qué crees que el periódico La Jornada, una publicación de izquierda, le dio la portada a tu foto de mexican@s desnud@s en el Zócalo de la capital del país?” “Les gustó la foto”, contestó. “Qué groovy”, añadió.
Esa noche en el Museo Tamayo lo reencontré en una exposición y le dije lo que pensaba. “Tus fotos despiertan mucho más intelectualmente de lo que te atreves a comprender”. Fue muy cándido al replicarme: “Groovy. Pero si mis fotos en serio dijeran algo político, no podría exponer en ningún museo de prestigio internacional. Decir algo con tu arte, hoy no es groovy”.
Y sí, durante dos décadas no ha sido groovy expresar la dimensión social en la plástica, salvo honrosas excepciones. Ya incitar al cambio de lo social con una imagen o una experiencia sensual, ha sido calificado de pornografía para las masas.
Así lo expresa Damien Hirst, el artista plástico vivo más caro del mundo, autor de célebres tiburones y corderos sumergidos en estanques llenos de formol y de calaveras forradas de diamantes: “El arte (en nuestra época) es lo que hace un artista reconocido como artista”. O bien: el arte es lo que no sirve para nada, sino para ser colocado en el sitio donde se supone que va una cosa llamada arte. O bien: el arte es lo que cuesta como si fuera arte.
El arte vacío. El arte premeditadamente hueco. O bien y en suma: el arte de no molestar a los multimillonarios que compran el arte y fondean los museos de arte.
3. Pero algo está, oh sí, cambiando en la cultura, ahora que los Ocupas y los Indignados y los Anónimos están creando imágenes y frases que capturan el descontento social. Las más memorables a mi parecer y por lo pronto, aparecen en las pancartas de las ocupaciones de espacios públicos.
En Nueva York, tres pancartas que se han vuelto icónicas: “Somos el 99%”. “El 1% se come la mitad del pastel”. “Tú me importas”. En México, dos carteles pegados a la acera frente a la Bolsa de Valores y protegidos con micas transparentes: “Antes de pisarme, léeme”, “Me mataron los sueños, entonces desperté”. En Tel Aviv otra pancarta: “El triunfo es habernos reunido”.
O el happening ocurrido en el Congreso de Chile: cuatro muchachas en falda escocesa de preparatoria se subieron a la mesa enmantelada en fieltro verde alrededor de la cual conferenciaban ceñudos congresistas y permanecieron ahí de pie, aburridas, mientras los viejos señores continuaban su discusión através de sus calcetas blancas: la fotografía dio la vuelta al mundo.
Rivera estaría complacido y muy pocos extrañarán el arte del vacío, sus cajas vacías, sus corderos en formol, sus perros gigantes recubiertos de margaritas, las sonrisas bobaliconas que despiertan en el público perplejo. El vacío fue su vocación y se disipará sin dejar siquiera el trazo de una nostalgia. Cabe la pregunta: y si el arte vuelve a ser para los muchos, ¿quién pagará ese arte?
No es casual que sea la misma pregunta que se hacen los editores de libros y los grandes estudios de cine al ver que millones de personas están bajando del Internet de forma gratuita libros y películas.
Quién sabe, pero a qué detenerse en detalles insignificantes como el dinero si se trata de regresar la cultura a los muchos.
En tanto, en la acera opuesta del edificio, una decena de neoyorkinos, empleados despedidos por la subastadora en un reciente recorte de personal, desfilaban con pancartas, en las que sobresalía el retrato de Rivera. La más memorable exponía, rotulado sobre el retrato: “Rivera was for all workers”.
Y en los umbrales del mismo edificio, varios policías con macanas equilibraban su peso entre una pierna y luego la otra, en espera de la anunciada irrupción de ocupas en la subasta.
Rivera infecta a La Gran Manzana. El Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MoMa), presenta, también desde este noviembre y hasta mayo del año siguiente, la exposición retrospectiva del muralista mexicano, por la misma razón que a unas cuadras los ocupas acampan en el Parque Zuccotti, a pesar de que fueron desalojados hace tres semanas, supuestamente para limpiar el sitio, y más probablemente para desalentar su ocupación.
Paul Jackson, director del departamento de comunicaciones de MoMa, lo explica así: “La crisis económica actual fue la razón principal para montar una exposición de Rivera. Rivera es un modelo para el presente. Fue capaz de comunicar a las masas valores sociales colectivos en tiempos de crisis”.
Algo está pasando en la cultura. Algo está migrando a través de ella y surgirá como arte social y político. No idéntico al arte de Rivera, desde luego, pero tocado por las mismas intenciones: movilizar las conciencias a la acción.
2. ¿Cuántos años lleva Occidente esforzándose por no hacer arte político? Esforzándose por no incomodar ni con el pétalo de una rosa a la elite de ricos que fondea los museos. Los mismos años que los museos de las grandes metrópolis de las democracias capitalistas se han desestatizado total o parcialmente y dependen de patronos ricos, no casualmente los únicos que pueden comprar el arte actual.
Dos décadas, aproximadamente. Vasos comunicantes: los ricos han estado comprando el arte que les complace, o por lo menos no los irrita, y luego lo han estado valuando a precios exorbitantes en sus museos. Una transacción gano y vuelvo a ganar, diría un financiero de Wall Street.
En el año 2007, en una entrevista a Spencer Tunik, le pregunté si sus fotografías de cientos de personas desnudas en lugares públicos tenían una intención social. Si eran una invitación a algo. “A nada”, respondió sonriendo. “¿Y qué significan?” “Nada. Me gusta el color rosa de las pieles, las formas redondas de los muslos y las nalgas y las cabezas”. “¿No son una invitación a la libertad del cuerpo?”, insistí en traspasar su superficialidad. “¿No son un reclamo de más erotismo y menos represión en la vida pública?” “No. No. No”: lo afirmó espantado.
“Mi sobrino se desnudó para una de tus fotos”, le conté, “y dice que ha sido una de las experiencias más poderosas que ha tenido. Se sintió liberado. Se acordó que desnudo es igual a cualquiera”. “Go figure”, dijo Tunik encogiendo los hombros. “Y si no son políticas”, volví a retar su ligereza, “¿por qué crees que el periódico La Jornada, una publicación de izquierda, le dio la portada a tu foto de mexican@s desnud@s en el Zócalo de la capital del país?” “Les gustó la foto”, contestó. “Qué groovy”, añadió.
Esa noche en el Museo Tamayo lo reencontré en una exposición y le dije lo que pensaba. “Tus fotos despiertan mucho más intelectualmente de lo que te atreves a comprender”. Fue muy cándido al replicarme: “Groovy. Pero si mis fotos en serio dijeran algo político, no podría exponer en ningún museo de prestigio internacional. Decir algo con tu arte, hoy no es groovy”.
Y sí, durante dos décadas no ha sido groovy expresar la dimensión social en la plástica, salvo honrosas excepciones. Ya incitar al cambio de lo social con una imagen o una experiencia sensual, ha sido calificado de pornografía para las masas.
Así lo expresa Damien Hirst, el artista plástico vivo más caro del mundo, autor de célebres tiburones y corderos sumergidos en estanques llenos de formol y de calaveras forradas de diamantes: “El arte (en nuestra época) es lo que hace un artista reconocido como artista”. O bien: el arte es lo que no sirve para nada, sino para ser colocado en el sitio donde se supone que va una cosa llamada arte. O bien: el arte es lo que cuesta como si fuera arte.
El arte vacío. El arte premeditadamente hueco. O bien y en suma: el arte de no molestar a los multimillonarios que compran el arte y fondean los museos de arte.
3. Pero algo está, oh sí, cambiando en la cultura, ahora que los Ocupas y los Indignados y los Anónimos están creando imágenes y frases que capturan el descontento social. Las más memorables a mi parecer y por lo pronto, aparecen en las pancartas de las ocupaciones de espacios públicos.
En Nueva York, tres pancartas que se han vuelto icónicas: “Somos el 99%”. “El 1% se come la mitad del pastel”. “Tú me importas”. En México, dos carteles pegados a la acera frente a la Bolsa de Valores y protegidos con micas transparentes: “Antes de pisarme, léeme”, “Me mataron los sueños, entonces desperté”. En Tel Aviv otra pancarta: “El triunfo es habernos reunido”.
O el happening ocurrido en el Congreso de Chile: cuatro muchachas en falda escocesa de preparatoria se subieron a la mesa enmantelada en fieltro verde alrededor de la cual conferenciaban ceñudos congresistas y permanecieron ahí de pie, aburridas, mientras los viejos señores continuaban su discusión através de sus calcetas blancas: la fotografía dio la vuelta al mundo.
Rivera estaría complacido y muy pocos extrañarán el arte del vacío, sus cajas vacías, sus corderos en formol, sus perros gigantes recubiertos de margaritas, las sonrisas bobaliconas que despiertan en el público perplejo. El vacío fue su vocación y se disipará sin dejar siquiera el trazo de una nostalgia. Cabe la pregunta: y si el arte vuelve a ser para los muchos, ¿quién pagará ese arte?
No es casual que sea la misma pregunta que se hacen los editores de libros y los grandes estudios de cine al ver que millones de personas están bajando del Internet de forma gratuita libros y películas.
Quién sabe, pero a qué detenerse en detalles insignificantes como el dinero si se trata de regresar la cultura a los muchos.
Don Nepo y los muertos vivientes
Nepomuceno Moreno Núñez, asesinado el lunes pasado.
Foto: Luis Gutiérrez
Foto: Luis Gutiérrez
MÉXICO D.F. (apro).- La última vez que vi a don Nepomuceno Moreno Núñez fue en el autobús en el que regresaban las víctimas que integraron el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad de regreso de la Caravana del Sur. El camión parecía una peña: las madres y padres huérfanos de hijos, todos tragados por la maquinaria de la violencia, penaban a una misma voz sus ausencias con canciones rancheras.
“Amor eterno, e inolvidable, tarde o temprano estaremos juntos para seguir… amándonos”, era la canción encarnada por todos.
Al fondo del autobús, en el último asiento, un equipo de periodistas escuchábamos a Don Nepo relatar su historia de padre amoroso que busca a Jorge Mario, el hijo de 18 años, desaparecido junto con tres amigos, que investiga y descubre que unos policías lo capturaron, que reclama a las autoridades pero nunca lo escuchan, y que con los bolsillos vacíos decide convertirse en nómada que recorre el país pidiendo ayuda.
Aquella fue la única vez que vi llorar a ese sonorense bonachón, de sonrisa permanente enmarcada por el bigote cano, de golpeado hablar norteño, con los surcos de la vida trazados en el rostro. Ni en ese momento soltó ese cartel azul con la foto de los cuatro jóvenes capturados, que parecía llevaba incorporaba al cuerpo, y levantaba, como si fuera un estandarte, en cada plaza visitada.
“Dios no quiera, pero me van a matar muy pronto. Yo asumo mi responsabilidad. Páseme lo que me pase esto no es vida: te levantas y piensas a tu hijo, todo el día no lo puedes dejar de pensar, lo llevo a misa, platico con él, lo oigo riendo, me traje conmigo su camiseta del béisbol”, dijo esa tarde con la garganta hecha nudo, el hombresote quebrado en llanto. Después relató cómo habían tratado de eliminarlo en Sonora, en un primer atentado fallido, a su regreso de la primera Caravana. Sabía que su suerte estaba echada.
La cámara de video captaba su testimonio de amor: “Investigué la última llamada que salió del celular de mi hijo, estuve a pie recorriendo caminos, canales en el Valle del Yaqui buscando evidencias, ya me quité el miedo”.
La cinta se convertía en evidencia de la impunidad que esta semana se materializa: el pasado lunes 28 de noviembre al medio día, cinco balazos silenciaron a don Nepo en el centro de Hermosillo, una más de las tierras sin ley que alberga este país.
En la red circulan videos donde consta su transformación de padre en activista.
En uno de los últimos, grabado hace mes y medio, se le ve en el Castillo de Chapultepec serio entregando el expediente judicial con el caso de su hijo a Felipe Calderón y éste, tomándolo del brazo, prometió revisar su asunto. Ahora sabemos, el presidente pecó de omisión.
Moreno se suma a la cuenta de los 50 mil asesinados del sexenio que él denunciaba. Engrosa también una de las listas más dolorosas y abominables fabricadas en esta maquiladora de muertos: la de padres, madres, hermanos e hijos asesinados por implorar que alguien investigue el destino final de sus seres más queridos, sangre de su sangre.
Don Nepo estaba consciente de que buscar justicia para su Jorge Mario, en este país de impunidad, lo convertía en sentenciado a muerte. Parecía que no le importaba, pero los ojos se le encharcaban y la garganta se le cerraba en un nudo cuando preludiaba su muerte.
El era de ese nuevo tipo de padres suicidas que engendra el sexenio, que se dicen a sí mismos “muertos en vida”. Esos que acuden a redacciones como la de Proceso a denunciar la tragedia que han vivido, el asesinato, la desaparición, la tortura, el secuestro, el encarcelamiento injusto de uno o varios familiares, el dolor que llevan en el alma.
Aquellos que llegan con la rabia trabada en el cuerpo tras el humillante peregrinaje entre procuradurías de justicia, despachos de diputados, o del presidente, alcaldes o gobernadores, donde sólo juegan con ellos ping-pong hasta quebrarles los ánimos.
Aquellos suicidas por tener demasiado amor que piden llorando del miedo a perder la vida, pero con la convicción arraigada: “Publique mi historia”.
“Pero pueden matarlo a usted y a su familia”, escuchan por respuesta; perplejos los periodistas.
“Publíquela, ya nada importa, ya estamos muertos”.
Todos ellos y ellas aprendieron pronto que en este país que nadie los va a proteger. Que están huérfanos de autoridades.
En esta lista abominable apareció por un tiempo Marisela Escobedo, la madre de la adolescente Rubí Frayre, que caminó el país movida por la rabia de saber absuelto al asesino de su pequeña.
Al día siguiente de su muerte, afuera del Palacio de Gobierno donde la cazaron sus asesinos, unas madres vestidas de negro –hermanadas con ella en la búsqueda de justicia para sus propias hijas–, lloraban su orfandad absoluta. Y tragándose las lágrimas decían valientes: “Si nos van a matar que vengan por todas nosotras, ya saben dónde estamos y que vamos a seguir buscando a nuestras hijas”.
Entre las familias de los muertos en vida están las de los 13 jóvenes masacrados en agosto de 2008 en Creel, Chihuahua. Gloria Lozano, una de las madres coraje convertida en investigadora por su impaciencia ante la injusticia, con frialdad decía: “Ya nos dijeron que nos van a mochar la lengua por andar hablando, pero no importa que nos maten, si ya nos mataron junto a nuestros hijos”.
En Creel pagó con su muerte Daniel Parra, miembro del grupo de padres huérfanos. Otro de este equipo, Oscar Loya, al poco tiempo desarrolló un cáncer de garganta y, según me explicó un día, “fue por tanto gritar sin que nadie escuche”.
Esta maquinaria, que considera enemigos a quienes se mueven por los lazos del afecto desafiando las lógicas del terror, que criminaliza y asesina quienes les es negado el luto desde que les fue vedada la justicia, opera impune.
Esa misma fue la que exterminó a la familia Reyes, del Valle de Juárez, que cuando ya lloraba dos muertes tuvo que instalar un campamento a las puertas del Senado para exigir la búsqueda de los otros tres miembros desaparecidos. Sí se los regresaron. Escupieron sus cadáveres arrojados como desperdicio en la cuneta de una carretera.
Esa fue la que alcanzó al líder mormón Benjamín Lebarón, que en su natal Galeana, Chihuahua, lazó la voz contra el secuestro de su hermano Erick y pagó esa lección de dignidad con su muerte y la de su cuñado Luis Withman.
Fue la que silenció a Leopoldo Valenzuela Escobar, don Polo, el desesperado duranguense dueño de una refaccionaria que pidió ayuda inútilmente a la policía y al ejército para que liberaran al hijo secuestrado en una casa de seguridad de domicilio conocido.
Cuando supo que tenía los días contados por haberse atrevido a suplantar al ministerio público y hacer pesquisas por su cuenta, el hombre acudió a Proceso para dejar su historia como testamento.
“Si me matan, me harían un favor. Esto no es vida”, dijo cuatro días antes de ser acribillado.
Ese ha sido el destino de tantos hombres y mujeres anónimos que a diario gritan su tragedia pero nadie escucha. Como le oí decir a una mujer que buscaba a su hijo en las narcofosas de San Fernando: “Parece que hablamos desde abajo del mar”.
El Estado mexicano se lava las manos por estas muertes aunque ha pecado de omisión. Peca por no brindar seguridad a sus ciudadanos. Por no investigar sus homicidios o desapariciones y juzgar a los responsables. Por impedir el luto a estas familias amputadas que tienen que dedicarse a empujar con sus vidas al podrido aparato de justicia.
¿Qué clase de país exige contra-natura que sean los padres y madres los que entierren a sus hijos y además les exige que, cómo un último acto de amor, se arrojen con ellos a sus tumbas y ofrenden su vida en desagravio? ¿Qué clases de padres y madres son estos que no escarmientan y siguen alzándose para pedir justicia y penando su amor eterno?
Estoy segura de que en este momento Don Nepo está abrazado a su querido Jorge Mario como se aferraba a su estandarte sobrecargado de fotos o a su camiseta de béisbol. En estos casos a los muertos se les desea que descansen en paz; y a los que nos decimos vivos que la inmolación de tantos padre y madres amorosos no nos permita descansar.
“Amor eterno, e inolvidable, tarde o temprano estaremos juntos para seguir… amándonos”, era la canción encarnada por todos.
Al fondo del autobús, en el último asiento, un equipo de periodistas escuchábamos a Don Nepo relatar su historia de padre amoroso que busca a Jorge Mario, el hijo de 18 años, desaparecido junto con tres amigos, que investiga y descubre que unos policías lo capturaron, que reclama a las autoridades pero nunca lo escuchan, y que con los bolsillos vacíos decide convertirse en nómada que recorre el país pidiendo ayuda.
Aquella fue la única vez que vi llorar a ese sonorense bonachón, de sonrisa permanente enmarcada por el bigote cano, de golpeado hablar norteño, con los surcos de la vida trazados en el rostro. Ni en ese momento soltó ese cartel azul con la foto de los cuatro jóvenes capturados, que parecía llevaba incorporaba al cuerpo, y levantaba, como si fuera un estandarte, en cada plaza visitada.
“Dios no quiera, pero me van a matar muy pronto. Yo asumo mi responsabilidad. Páseme lo que me pase esto no es vida: te levantas y piensas a tu hijo, todo el día no lo puedes dejar de pensar, lo llevo a misa, platico con él, lo oigo riendo, me traje conmigo su camiseta del béisbol”, dijo esa tarde con la garganta hecha nudo, el hombresote quebrado en llanto. Después relató cómo habían tratado de eliminarlo en Sonora, en un primer atentado fallido, a su regreso de la primera Caravana. Sabía que su suerte estaba echada.
La cámara de video captaba su testimonio de amor: “Investigué la última llamada que salió del celular de mi hijo, estuve a pie recorriendo caminos, canales en el Valle del Yaqui buscando evidencias, ya me quité el miedo”.
La cinta se convertía en evidencia de la impunidad que esta semana se materializa: el pasado lunes 28 de noviembre al medio día, cinco balazos silenciaron a don Nepo en el centro de Hermosillo, una más de las tierras sin ley que alberga este país.
En la red circulan videos donde consta su transformación de padre en activista.
En uno de los últimos, grabado hace mes y medio, se le ve en el Castillo de Chapultepec serio entregando el expediente judicial con el caso de su hijo a Felipe Calderón y éste, tomándolo del brazo, prometió revisar su asunto. Ahora sabemos, el presidente pecó de omisión.
Moreno se suma a la cuenta de los 50 mil asesinados del sexenio que él denunciaba. Engrosa también una de las listas más dolorosas y abominables fabricadas en esta maquiladora de muertos: la de padres, madres, hermanos e hijos asesinados por implorar que alguien investigue el destino final de sus seres más queridos, sangre de su sangre.
Don Nepo estaba consciente de que buscar justicia para su Jorge Mario, en este país de impunidad, lo convertía en sentenciado a muerte. Parecía que no le importaba, pero los ojos se le encharcaban y la garganta se le cerraba en un nudo cuando preludiaba su muerte.
El era de ese nuevo tipo de padres suicidas que engendra el sexenio, que se dicen a sí mismos “muertos en vida”. Esos que acuden a redacciones como la de Proceso a denunciar la tragedia que han vivido, el asesinato, la desaparición, la tortura, el secuestro, el encarcelamiento injusto de uno o varios familiares, el dolor que llevan en el alma.
Aquellos que llegan con la rabia trabada en el cuerpo tras el humillante peregrinaje entre procuradurías de justicia, despachos de diputados, o del presidente, alcaldes o gobernadores, donde sólo juegan con ellos ping-pong hasta quebrarles los ánimos.
Aquellos suicidas por tener demasiado amor que piden llorando del miedo a perder la vida, pero con la convicción arraigada: “Publique mi historia”.
“Pero pueden matarlo a usted y a su familia”, escuchan por respuesta; perplejos los periodistas.
“Publíquela, ya nada importa, ya estamos muertos”.
Todos ellos y ellas aprendieron pronto que en este país que nadie los va a proteger. Que están huérfanos de autoridades.
En esta lista abominable apareció por un tiempo Marisela Escobedo, la madre de la adolescente Rubí Frayre, que caminó el país movida por la rabia de saber absuelto al asesino de su pequeña.
Al día siguiente de su muerte, afuera del Palacio de Gobierno donde la cazaron sus asesinos, unas madres vestidas de negro –hermanadas con ella en la búsqueda de justicia para sus propias hijas–, lloraban su orfandad absoluta. Y tragándose las lágrimas decían valientes: “Si nos van a matar que vengan por todas nosotras, ya saben dónde estamos y que vamos a seguir buscando a nuestras hijas”.
Entre las familias de los muertos en vida están las de los 13 jóvenes masacrados en agosto de 2008 en Creel, Chihuahua. Gloria Lozano, una de las madres coraje convertida en investigadora por su impaciencia ante la injusticia, con frialdad decía: “Ya nos dijeron que nos van a mochar la lengua por andar hablando, pero no importa que nos maten, si ya nos mataron junto a nuestros hijos”.
En Creel pagó con su muerte Daniel Parra, miembro del grupo de padres huérfanos. Otro de este equipo, Oscar Loya, al poco tiempo desarrolló un cáncer de garganta y, según me explicó un día, “fue por tanto gritar sin que nadie escuche”.
Esta maquinaria, que considera enemigos a quienes se mueven por los lazos del afecto desafiando las lógicas del terror, que criminaliza y asesina quienes les es negado el luto desde que les fue vedada la justicia, opera impune.
Esa misma fue la que exterminó a la familia Reyes, del Valle de Juárez, que cuando ya lloraba dos muertes tuvo que instalar un campamento a las puertas del Senado para exigir la búsqueda de los otros tres miembros desaparecidos. Sí se los regresaron. Escupieron sus cadáveres arrojados como desperdicio en la cuneta de una carretera.
Esa fue la que alcanzó al líder mormón Benjamín Lebarón, que en su natal Galeana, Chihuahua, lazó la voz contra el secuestro de su hermano Erick y pagó esa lección de dignidad con su muerte y la de su cuñado Luis Withman.
Fue la que silenció a Leopoldo Valenzuela Escobar, don Polo, el desesperado duranguense dueño de una refaccionaria que pidió ayuda inútilmente a la policía y al ejército para que liberaran al hijo secuestrado en una casa de seguridad de domicilio conocido.
Cuando supo que tenía los días contados por haberse atrevido a suplantar al ministerio público y hacer pesquisas por su cuenta, el hombre acudió a Proceso para dejar su historia como testamento.
“Si me matan, me harían un favor. Esto no es vida”, dijo cuatro días antes de ser acribillado.
Ese ha sido el destino de tantos hombres y mujeres anónimos que a diario gritan su tragedia pero nadie escucha. Como le oí decir a una mujer que buscaba a su hijo en las narcofosas de San Fernando: “Parece que hablamos desde abajo del mar”.
El Estado mexicano se lava las manos por estas muertes aunque ha pecado de omisión. Peca por no brindar seguridad a sus ciudadanos. Por no investigar sus homicidios o desapariciones y juzgar a los responsables. Por impedir el luto a estas familias amputadas que tienen que dedicarse a empujar con sus vidas al podrido aparato de justicia.
¿Qué clase de país exige contra-natura que sean los padres y madres los que entierren a sus hijos y además les exige que, cómo un último acto de amor, se arrojen con ellos a sus tumbas y ofrenden su vida en desagravio? ¿Qué clases de padres y madres son estos que no escarmientan y siguen alzándose para pedir justicia y penando su amor eterno?
Estoy segura de que en este momento Don Nepo está abrazado a su querido Jorge Mario como se aferraba a su estandarte sobrecargado de fotos o a su camiseta de béisbol. En estos casos a los muertos se les desea que descansen en paz; y a los que nos decimos vivos que la inmolación de tantos padre y madres amorosos no nos permita descansar.
Los Moreira, artífices de “una monarquía” en Coahuila: AMLO
López Obrador, excandidato a la presidencia
Foto: Miguel Dimayuga
Foto: Miguel Dimayuga
MÉXICO, D.F. (apro).- El virtual candidato presidencial de los partidos de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, arremetió hoy contra los hermanos Rubén y Humberto Moreira, a quienes acusó de ser artífices de “una monarquía” por la que se heredaron el poder en Coahuila.
Ante un centenar de empresarios de La Laguna, el político tabasqueño también deploró la megadeuda dejada en la entidad, de unos 33 mil millones de pesos.
Insistió en que lo de Moreira en Coahuila es lo de Enrique Peña Nieto en el Estado de México, pues se trata de un grupo que actúa de la misma manera en todos lados.
López Obrador estuvo hoy en la Comarca Lagunera, donde expuso a empresarios su proyecto económico y con quienes habló sobre el panorama para el próximo año, de cara a los comicios federales.
Dijo que ofrece una alternativa a los problemas del país y pidió además desechar aquella idea de que es enemigo de los empresarios.
Luego subrayó que esa es una idea equivocada, pues durante su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal llevó una buena relación con la iniciativa privada.
En el encuentro, varios empresarios formularon cuestionamientos a López Obrador en temas que fueron desde educación, combate a la corrupción y hasta el porqué sí creerle ahora.
El tabasqueño dio a conocer además que el próximo 17 de enero tendrá una reunión con empresarios de Coahuila y la sede será la ciudad de Saltillo.
Más tarde, en rueda de prensa, anunció la incorporación a su movimiento de Alejandro Gurza Obregón, empresario de la industria automotriz, a quien dio la bienvenida porque su proyecto tiene las puertas abiertas para todas las mujeres y hombres de buena voluntad.
En el acto estuvo acompañado por Armando Guadiana Tijerina, presidente de la organización Claridad y Trasparencia AC, que ha criticado severamente la megadeuda que dejó en Coahuila el exgobernador Humberto Moreira.
López Obrador afirmó que su lucha va más allá de los partidos políticos, “es un propósito que nos une para transformar al país para sacarlo adelante”.
El objetivo es frenar esta decadencia, sostuvo, que es más que una crisis, para comenzar una etapa nueva, darle otra viabilidad a la nación y rescatar al pueblo, no sólo de la pobreza, sino también del miedo y el temor por la inseguridad.
Con ironía, dio a conocer los integrantes de un eventual gabinete de Peña Nieto, y señaló a Humberto Moreira como secretario de Gobernación; Elba Esther Gordillo, en Educación, y en Contraloría a Arturo Montiel.
Ante un centenar de empresarios de La Laguna, el político tabasqueño también deploró la megadeuda dejada en la entidad, de unos 33 mil millones de pesos.
Insistió en que lo de Moreira en Coahuila es lo de Enrique Peña Nieto en el Estado de México, pues se trata de un grupo que actúa de la misma manera en todos lados.
López Obrador estuvo hoy en la Comarca Lagunera, donde expuso a empresarios su proyecto económico y con quienes habló sobre el panorama para el próximo año, de cara a los comicios federales.
Dijo que ofrece una alternativa a los problemas del país y pidió además desechar aquella idea de que es enemigo de los empresarios.
Luego subrayó que esa es una idea equivocada, pues durante su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal llevó una buena relación con la iniciativa privada.
En el encuentro, varios empresarios formularon cuestionamientos a López Obrador en temas que fueron desde educación, combate a la corrupción y hasta el porqué sí creerle ahora.
El tabasqueño dio a conocer además que el próximo 17 de enero tendrá una reunión con empresarios de Coahuila y la sede será la ciudad de Saltillo.
Más tarde, en rueda de prensa, anunció la incorporación a su movimiento de Alejandro Gurza Obregón, empresario de la industria automotriz, a quien dio la bienvenida porque su proyecto tiene las puertas abiertas para todas las mujeres y hombres de buena voluntad.
En el acto estuvo acompañado por Armando Guadiana Tijerina, presidente de la organización Claridad y Trasparencia AC, que ha criticado severamente la megadeuda que dejó en Coahuila el exgobernador Humberto Moreira.
López Obrador afirmó que su lucha va más allá de los partidos políticos, “es un propósito que nos une para transformar al país para sacarlo adelante”.
El objetivo es frenar esta decadencia, sostuvo, que es más que una crisis, para comenzar una etapa nueva, darle otra viabilidad a la nación y rescatar al pueblo, no sólo de la pobreza, sino también del miedo y el temor por la inseguridad.
Con ironía, dio a conocer los integrantes de un eventual gabinete de Peña Nieto, y señaló a Humberto Moreira como secretario de Gobernación; Elba Esther Gordillo, en Educación, y en Contraloría a Arturo Montiel.
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