Peña Nieto en su jugo
Enrique Peña Nieto en la FIL de Guadalajara.
Foto: AP
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MÉXICO, D.F. (apro).- “La verdad es que no me gusta leer”, le confesó Enrique Peña Nieto a Manuel Espino cuando éste le regaló, en 2008, un ejemplar de su libro Señal de alerta, en el que describe el lado oscuro de Manlio Fabio Beltrones, rival de ambos. “Voy a pedirle a mis asesores que me hagan unas tarjetas con lo más importante”.
Espino me compartió esta anécdota poco después de su encuentro con Peña Nieto, a quien yo había entrevistado para Proceso, en octubre de 2004, cuando se perfilaba para suceder a su tío Arturo Montiel, y su retórica tortuosa para evadir una definición pública de su ambición me hicieron decirle que era un político viejo a sus 38 años de edad.
–Habla usted como si tuviera 68, diputado –le dije, en el café Balmoral, del hotel Presidente, donde me citó.
–No, puede no convencerte, pero estoy convencido de esa disciplina partidaria, que ha sido una fortaleza de los priistas. No quiere decir que no se pueda, internamente, diferir. Se vale. Pero a final de cuentas debe imperar una disciplina partidaria. En la historia hay ejemplos: El Ejército y la iglesia.
Ahora que es víctima del escarnio por el ridículo que hizo en la presentación de su libro México, la gran esperanza, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) –peor aún que en la entrevista con Jorge Ramos cuando no recordó de qué había muerto su esposa y a cuánto asciende su patrimonio–, hay quienes critican a sus asesores por no haberlo preparado para una pregunta obvia, pero pienso distinto: Es positivo para los ciudadanos ver tal cual es a quien quiere gobernar México.
La descarnada ratificación de lo que Peña Nieto le confió a Espino es de extrema gravedad para México no porque en 2012 se dispute un concurso de erudición literaria, como algunos minimizan este episodio de vergüenza, sino porque la aversión al conocimiento que se adquiere a través de los libros, como es el caso del virtual candidato presidencial priista, exhibe lo que verdaderamente piensa de la educación.
No en balde los grandes proyectos educativos en México los protagonizaron intelectuales de la talla de Justo Sierra, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, Gilberto Guevara Niebla y Jesús Reyes Heroles, mientras que la decadencia ha sido obra de personajes tan frívolos y corruptos como Vicente Fox y Elba Esther Gordillo, justamente mentora ésta de Peña Nieto.
La educación es, también, fuente de valores cívicos y morales que son clave para el desarrollo de una nación y, al contrario, al desdeñarse, sobreviene la ruptura del tejido social y se gestan fenómenos tan repugnantes como la corrupción, el crimen y la guerra.
Sólo la ausencia de ética o moral permiten que un gobernante corrupto como Montiel sea encubierto por su sobrino, Peña Nieto, y exactamente por lo mismo los priistas de la cúpula aclamaron a Humberto Moreira la renuncia a la presidencia de su partido sin exigirle cuentas por el monumental endeudamiento de más de 34 mil millones de pesos, la mitad al menos contratada de manera ilegal.
De manera que la ignorancia de Peña Nieto no es sólo un “error” libresco, como quiere hacer creer, sino una concepción de México y del mundo en el que los principios éticos están sometidos a la consecución de fines sin importar los medios.
La reacción de Paulina Peña Pretelini, hija de Peña Nieto, es también lamentablemente reveladora de una pobreza educativa. A través de la cuenta de Twitter de su novio envió, la medianoche del domingo, este mensaje: “Un saludo a toda la bola de pendejos, que sólo forman parte de la prole y sólo critican a quien envidian”.
Se entiende que la joven tilde de “pendejos” a los críticos de su padre, ofuscada por la mofa que concitó el papelazo que hizo en la FIL –donde fue custodiado por Raúl y Trinidad Padilla, que controlan la Universidad de Guadalajara–, pero la expresión “prole” revela sobre todo un desprecio por los pobres.
Y como escribió José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto, si los indígenas no fueran al mismo tiempo pobres, nadie utilizaría la palabra indio como insulto.
Es obvio que la joven Peña Pretelini no usó la palabra “prole” en la acepción coloquial –“conjunto numeroso de personas que tienen algún tipo de relación entre sí”–, sino en el sentido discriminatorio: Proletarios, asalariados, pobres, jodidos.
Angélica Rivera, mujer de Peña Nieto, piensa lo mismo, pero va más allá, según sus propios mensajes en Tuíter:
“Osea (sic) sí, el PRI fue corrupto y mentiroso, pero ya supérenlo, no sean resentidos. Carlos Salinas ha sido el mejor presidente de México, me consta”. “No, los Zapatistas eran revoltosos que estaban poniendo en peligro la estabilidad de las empresas. Salinas hizo bien en mandarles al Ejécito.”
Y más de la actriz conocida como La Gaviota: “Osea (sic), yo creo que si los indios quieren salir de donde están que se pongan a trabajar y dejen de estar de flojos o violentos, como en Atenco”. “Enrique no se arrepiente nada por lo que pasó en Atenco, la verdad se lo merecían, sólo perturban la paz de todos los que sí queremos trabajar”. “Por eso dije que Salinas hizo bien cuando mando al Ejército a esos indios revoltosos, osea que se pongan a trabajar y amen a México también”.
Es el mismo nivel de insulto que las actrices Azalia Ojeda y María Vanessa Polo Cajica, a quienes se conoce como las “Ladies de Polanco”, profirieron a policías capitalinos que las reprendieron con insultos discriminatorios: “pinches asalariados de mierda”.
El lenguaje de estas cuatro mexicanas es usual en el mundillo de la farándula auspiciada por Televisa y copiada, tal cual, por Televisión Azteca y demás remedos televisivos, y es el que, ante el desdén del Estado en su deber formativo, se imparte a los millones de mexicanos.
Por esa misma razón, Televisa y todo el amasijo mediático que lubricaron los multimillonarios contratos con el erario del Estado de México callan o disimulan la ignorancia de Peña Nieto, un personaje que, ni modo, puede llegar a gobernar este país.
En 2006, Andrés Manuel López Obrador cometió el error de emplear una expresión desafortunada para exigirle a Fox no entrometerse en el proceso electoral –“cállate, chachalaca”–, y ahora Peña Nieto ha sentido el rigor de Twitter, en el que, por primera vez, se librará también la disputa presidencial.
Y es preciso recordar a Jesús Reyes Heroles: “En política únicamente se comete un error. Todo lo demás es consecuencia…”
Apuntes
Por cierto, la asesora de Peña Nieto en redes sociales es Alejandra Lagunes Soto Ruiz, exgerente de ventas de Google México y exdirectora general comercial de Televisa Interactive Media. Pero, además, es esposa de Rafael Pacchiano Alamán, diputado federal del Partido Verde y miembro de la “telebancada” controlada por Televisa.
Aclaración de Alvaro Delgado: La noche de este lunes, después de que se subió mi artículo a la página de Proceso, recibí el mensaje vía correo electrónico de una persona que se identificó como Francisco Garay para precisar que la actriz Angélica Rivera no tiene cuenta de Twitter y las expresiones que se le atribuyen son espurias, y hoy por la mañana de este martes recibí otra comunicación, firmada por Elías Ruiz Hernández, en el mismo sentido. En efecto, no existe una cuenta de Twitter a su nombre y por tanto es falso lo que le atribuí.”
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
Espino me compartió esta anécdota poco después de su encuentro con Peña Nieto, a quien yo había entrevistado para Proceso, en octubre de 2004, cuando se perfilaba para suceder a su tío Arturo Montiel, y su retórica tortuosa para evadir una definición pública de su ambición me hicieron decirle que era un político viejo a sus 38 años de edad.
–Habla usted como si tuviera 68, diputado –le dije, en el café Balmoral, del hotel Presidente, donde me citó.
–No, puede no convencerte, pero estoy convencido de esa disciplina partidaria, que ha sido una fortaleza de los priistas. No quiere decir que no se pueda, internamente, diferir. Se vale. Pero a final de cuentas debe imperar una disciplina partidaria. En la historia hay ejemplos: El Ejército y la iglesia.
Ahora que es víctima del escarnio por el ridículo que hizo en la presentación de su libro México, la gran esperanza, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) –peor aún que en la entrevista con Jorge Ramos cuando no recordó de qué había muerto su esposa y a cuánto asciende su patrimonio–, hay quienes critican a sus asesores por no haberlo preparado para una pregunta obvia, pero pienso distinto: Es positivo para los ciudadanos ver tal cual es a quien quiere gobernar México.
La descarnada ratificación de lo que Peña Nieto le confió a Espino es de extrema gravedad para México no porque en 2012 se dispute un concurso de erudición literaria, como algunos minimizan este episodio de vergüenza, sino porque la aversión al conocimiento que se adquiere a través de los libros, como es el caso del virtual candidato presidencial priista, exhibe lo que verdaderamente piensa de la educación.
No en balde los grandes proyectos educativos en México los protagonizaron intelectuales de la talla de Justo Sierra, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, Gilberto Guevara Niebla y Jesús Reyes Heroles, mientras que la decadencia ha sido obra de personajes tan frívolos y corruptos como Vicente Fox y Elba Esther Gordillo, justamente mentora ésta de Peña Nieto.
La educación es, también, fuente de valores cívicos y morales que son clave para el desarrollo de una nación y, al contrario, al desdeñarse, sobreviene la ruptura del tejido social y se gestan fenómenos tan repugnantes como la corrupción, el crimen y la guerra.
Sólo la ausencia de ética o moral permiten que un gobernante corrupto como Montiel sea encubierto por su sobrino, Peña Nieto, y exactamente por lo mismo los priistas de la cúpula aclamaron a Humberto Moreira la renuncia a la presidencia de su partido sin exigirle cuentas por el monumental endeudamiento de más de 34 mil millones de pesos, la mitad al menos contratada de manera ilegal.
De manera que la ignorancia de Peña Nieto no es sólo un “error” libresco, como quiere hacer creer, sino una concepción de México y del mundo en el que los principios éticos están sometidos a la consecución de fines sin importar los medios.
La reacción de Paulina Peña Pretelini, hija de Peña Nieto, es también lamentablemente reveladora de una pobreza educativa. A través de la cuenta de Twitter de su novio envió, la medianoche del domingo, este mensaje: “Un saludo a toda la bola de pendejos, que sólo forman parte de la prole y sólo critican a quien envidian”.
Se entiende que la joven tilde de “pendejos” a los críticos de su padre, ofuscada por la mofa que concitó el papelazo que hizo en la FIL –donde fue custodiado por Raúl y Trinidad Padilla, que controlan la Universidad de Guadalajara–, pero la expresión “prole” revela sobre todo un desprecio por los pobres.
Y como escribió José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto, si los indígenas no fueran al mismo tiempo pobres, nadie utilizaría la palabra indio como insulto.
Es obvio que la joven Peña Pretelini no usó la palabra “prole” en la acepción coloquial –“conjunto numeroso de personas que tienen algún tipo de relación entre sí”–, sino en el sentido discriminatorio: Proletarios, asalariados, pobres, jodidos.
Angélica Rivera, mujer de Peña Nieto, piensa lo mismo, pero va más allá, según sus propios mensajes en Tuíter:
“Osea (sic) sí, el PRI fue corrupto y mentiroso, pero ya supérenlo, no sean resentidos. Carlos Salinas ha sido el mejor presidente de México, me consta”. “No, los Zapatistas eran revoltosos que estaban poniendo en peligro la estabilidad de las empresas. Salinas hizo bien en mandarles al Ejécito.”
Y más de la actriz conocida como La Gaviota: “Osea (sic), yo creo que si los indios quieren salir de donde están que se pongan a trabajar y dejen de estar de flojos o violentos, como en Atenco”. “Enrique no se arrepiente nada por lo que pasó en Atenco, la verdad se lo merecían, sólo perturban la paz de todos los que sí queremos trabajar”. “Por eso dije que Salinas hizo bien cuando mando al Ejército a esos indios revoltosos, osea que se pongan a trabajar y amen a México también”.
Es el mismo nivel de insulto que las actrices Azalia Ojeda y María Vanessa Polo Cajica, a quienes se conoce como las “Ladies de Polanco”, profirieron a policías capitalinos que las reprendieron con insultos discriminatorios: “pinches asalariados de mierda”.
El lenguaje de estas cuatro mexicanas es usual en el mundillo de la farándula auspiciada por Televisa y copiada, tal cual, por Televisión Azteca y demás remedos televisivos, y es el que, ante el desdén del Estado en su deber formativo, se imparte a los millones de mexicanos.
Por esa misma razón, Televisa y todo el amasijo mediático que lubricaron los multimillonarios contratos con el erario del Estado de México callan o disimulan la ignorancia de Peña Nieto, un personaje que, ni modo, puede llegar a gobernar este país.
En 2006, Andrés Manuel López Obrador cometió el error de emplear una expresión desafortunada para exigirle a Fox no entrometerse en el proceso electoral –“cállate, chachalaca”–, y ahora Peña Nieto ha sentido el rigor de Twitter, en el que, por primera vez, se librará también la disputa presidencial.
Y es preciso recordar a Jesús Reyes Heroles: “En política únicamente se comete un error. Todo lo demás es consecuencia…”
Apuntes
Por cierto, la asesora de Peña Nieto en redes sociales es Alejandra Lagunes Soto Ruiz, exgerente de ventas de Google México y exdirectora general comercial de Televisa Interactive Media. Pero, además, es esposa de Rafael Pacchiano Alamán, diputado federal del Partido Verde y miembro de la “telebancada” controlada por Televisa.
Aclaración de Alvaro Delgado: La noche de este lunes, después de que se subió mi artículo a la página de Proceso, recibí el mensaje vía correo electrónico de una persona que se identificó como Francisco Garay para precisar que la actriz Angélica Rivera no tiene cuenta de Twitter y las expresiones que se le atribuyen son espurias, y hoy por la mañana de este martes recibí otra comunicación, firmada por Elías Ruiz Hernández, en el mismo sentido. En efecto, no existe una cuenta de Twitter a su nombre y por tanto es falso lo que le atribuí.”
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
El duopolio vuelve al ataque
Azcárraga y Salinas, dueños de Televisa y TV Azteca, respectivamente.
Foto: Miguel Dimayuga
Foto: Miguel Dimayuga
MÉXICO, D.F. (Proceso).- A raíz de la aprobación del Catálogo de Medios que participará en la cobertura del proceso electoral federal 2011-2012, así como de los procesos electorales locales coincidentes, la Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión (CIRT) desató una nueva ofensiva contra la reforma electoral del 2007-2008, ahora centrada en los dos consejeros del Consejo General del Instituto Federal Electoral –Alfredo Figueroa y Marco Antonio Baños– que con su voto favorable aprobaron dicho acuerdo.
Como ha sucedido desde septiembre de 2007, cuando la reforma constitucional empezó a discutirse en la Cámara de Senadores, los concesionarios de radio y televisión utilizan todos los recursos a su alcance para bloquearla: primero, para intentar impedir su aprobación en el Congreso de la Unión; y después, para obstaculizar su adecuada implantación y, a través de ello, construir argumentos para la marcha atrás de la misma.
En realidad los concesionarios defienden privilegios extralegales que detentaron hasta antes de la reforma y que se traducen en poder, dinero y margen de maniobra. Previamente a la reforma los concesionarios difícilmente cumplían con los tiempos fiscales y de Estado señalados en la ley y los decretos correspondientes, mucho menos con los horarios de transmisión; a partir de la misma, durante los procesos electorales se ven obligados a cumplir con la transmisión de los 48 minutos diarios en el horario de 6 de la mañana a 12 de la noche.
Sin embargo, durante los procesos electorales estatales de 2008, 2009 y 2010 y el federal de 2009, lograron que el Comité de Radio y Televisión del IFE les reconociera su supuesta imposibilidad para bloquear la señal en las denominadas estaciones repetidoras y, por lo mismo, los exentara de cumplir con la totalidad de los tiempos en los términos señalados en la Constitución y el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales.
Esto cambió para el proceso electoral de Coahuila, en 2011, y provocó que los concesionarios interpusieran un recurso ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que, el 24 de diciembre del 2010, resolvió unánimemente que “la obligación de poner a disposición de la autoridad electoral federal tiempo del Estado, se actualiza respecto de cada emisora, independientemente de la forma en que operen, ya que la expresión ‘en cada estación de radio y televisión’, como se apuntó, deja en claro que no hay exclusión por cuestiones que incumban a la clase de concesión o permiso, al carácter de la estación, tipo de programación o capacidad técnica de bloqueo, como se aduce por las apelantes”.
Aun así los concesionarios mantuvieron su lucha y esperaban que el nuevo catálogo reconociera la supuesta incapacidad técnica de bloquear la señal en alrededor de 170 estaciones de televisión, repetidoras de las llamadas cadenas nacionales de Televisa y TV Azteca, con lo cual se les eximiría de la obligación de transmitir las precampañas y campañas de las 15 (o al menos de 13) entidades federativas con procesos electorales coincidentes.
La disputa se da por las siguientes razones: uno, ni en la ley ni en los títulos de concesión están reconocidas las llamadas cadenas nacionales, sino que se extienden para una cobertura territorial específica y, en la mayoría de los casos, a empresas con diferentes razones sociales, que formalizan convenios de retransmisión de una señal generada en la concesionaria ubicada en el Distrito Federal; dos, los monitoreos realizados por las diferentes autoridades (Secretaría de Gobernación e IFE) muestran claramente que los concesionarios locales (fuera del DF) realizan bloqueos de la señal nacional durante los bloques comerciales para transmitir anuncios locales, pero alegan que no lo pueden hacer en el caso de los tiempos de Estado; tres, el no realizar dichos bloqueos durante los procesos electorales no coincidentes les permite a las televisoras comercializar el llamado tiempo de Estado que debería corresponder a los partidos políticos y las autoridades electorales estatales, que son al menos 12 minutos diarios durante las precampañas y 18 durante las campañas; cuatro, durante estos mismos procesos electorales estatales además se sigue transmitiendo la propaganda de los gobiernos federal, del Distrito Federal y del Estado de México (que también se incluye en las señales que se originan en el DF) durante las campañas electorales, lo cual está prohibido en la Constitución; cinco, en los procesos estatales coincidentes con los federales, como es el presente caso, en todo el país se tiene que ver la publicidad correspondiente a los procesos locales del Distrito Federal y el Estado de México, que se incluye en las señales que se generan en la capital; y seis, en este caso también se genera iniquidad en los otros procesos locales, pues 70% del tiempo que se distribuye proporcionalmente con el porcentaje de votación electoral se hace de acuerdo a lo federal y al resultado de los últimos procesos electorales en el DF y el Estado de México.
Así, el eximir de la obligación de bloquear la señal nacional permite particularmente a Televisa y TV Azteca obtener cuantiosas ganancias económicas, particularmente por lo señalado en la razón número tres. Pero no sólo eso, sino que les deja a ellos el poder de manejar a su antojo las concesiones; y, vinculado con este poder, está su margen de maniobra para decidir (discrecional y arbitrariamente) qué publicidad política transmiten en sus repetidoras y, por ende, venderles el favor a los actores políticos beneficiados.
En un desplegado publicado el lunes 28 de noviembre en el periódico El Universal, la CIRT nuevamente acusó al IFE de atentar contra la certeza del proceso electoral federal al “cambiar reglas de último minuto” y culpó de ello a los dos consejeros que con su voto favorable aprobaron el Catálogo de Medios 2012 el pasado 12 de noviembre.
Los concesionarios ya recurrieron el acuerdo ante el Tribunal, y por los antecedentes, particularmente el caso ya señalado, la Sala Superior debe confirmar la decisión del Comité y, por lo tanto, obligar a las “cadenas nacionales de televisión” a bloquear sus señales para transmitir únicamente la publicidad correspondiente a los procesos electorales que se celebren en cada entidad.
Sin embargo, como es evidente por la resistencia asumida desde septiembre del 2007, el asunto es muy importante para el duopolio televisivo, por lo cual es de esperarse que intensifique las presiones para tratar de modificar el sentido del voto de algunos magistrados electorales. El duopolio sabe que durante el proceso electoral presidencial es cuando más crece su poder, y eso lo harán valer al máximo para mantener o acrecentar sus privilegios, como ya lo hicieron en el proceso electoral 2005-2006 para sacar adelante la llamada Ley Televisa.
Como ha sucedido desde septiembre de 2007, cuando la reforma constitucional empezó a discutirse en la Cámara de Senadores, los concesionarios de radio y televisión utilizan todos los recursos a su alcance para bloquearla: primero, para intentar impedir su aprobación en el Congreso de la Unión; y después, para obstaculizar su adecuada implantación y, a través de ello, construir argumentos para la marcha atrás de la misma.
En realidad los concesionarios defienden privilegios extralegales que detentaron hasta antes de la reforma y que se traducen en poder, dinero y margen de maniobra. Previamente a la reforma los concesionarios difícilmente cumplían con los tiempos fiscales y de Estado señalados en la ley y los decretos correspondientes, mucho menos con los horarios de transmisión; a partir de la misma, durante los procesos electorales se ven obligados a cumplir con la transmisión de los 48 minutos diarios en el horario de 6 de la mañana a 12 de la noche.
Sin embargo, durante los procesos electorales estatales de 2008, 2009 y 2010 y el federal de 2009, lograron que el Comité de Radio y Televisión del IFE les reconociera su supuesta imposibilidad para bloquear la señal en las denominadas estaciones repetidoras y, por lo mismo, los exentara de cumplir con la totalidad de los tiempos en los términos señalados en la Constitución y el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales.
Esto cambió para el proceso electoral de Coahuila, en 2011, y provocó que los concesionarios interpusieran un recurso ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que, el 24 de diciembre del 2010, resolvió unánimemente que “la obligación de poner a disposición de la autoridad electoral federal tiempo del Estado, se actualiza respecto de cada emisora, independientemente de la forma en que operen, ya que la expresión ‘en cada estación de radio y televisión’, como se apuntó, deja en claro que no hay exclusión por cuestiones que incumban a la clase de concesión o permiso, al carácter de la estación, tipo de programación o capacidad técnica de bloqueo, como se aduce por las apelantes”.
Aun así los concesionarios mantuvieron su lucha y esperaban que el nuevo catálogo reconociera la supuesta incapacidad técnica de bloquear la señal en alrededor de 170 estaciones de televisión, repetidoras de las llamadas cadenas nacionales de Televisa y TV Azteca, con lo cual se les eximiría de la obligación de transmitir las precampañas y campañas de las 15 (o al menos de 13) entidades federativas con procesos electorales coincidentes.
La disputa se da por las siguientes razones: uno, ni en la ley ni en los títulos de concesión están reconocidas las llamadas cadenas nacionales, sino que se extienden para una cobertura territorial específica y, en la mayoría de los casos, a empresas con diferentes razones sociales, que formalizan convenios de retransmisión de una señal generada en la concesionaria ubicada en el Distrito Federal; dos, los monitoreos realizados por las diferentes autoridades (Secretaría de Gobernación e IFE) muestran claramente que los concesionarios locales (fuera del DF) realizan bloqueos de la señal nacional durante los bloques comerciales para transmitir anuncios locales, pero alegan que no lo pueden hacer en el caso de los tiempos de Estado; tres, el no realizar dichos bloqueos durante los procesos electorales no coincidentes les permite a las televisoras comercializar el llamado tiempo de Estado que debería corresponder a los partidos políticos y las autoridades electorales estatales, que son al menos 12 minutos diarios durante las precampañas y 18 durante las campañas; cuatro, durante estos mismos procesos electorales estatales además se sigue transmitiendo la propaganda de los gobiernos federal, del Distrito Federal y del Estado de México (que también se incluye en las señales que se originan en el DF) durante las campañas electorales, lo cual está prohibido en la Constitución; cinco, en los procesos estatales coincidentes con los federales, como es el presente caso, en todo el país se tiene que ver la publicidad correspondiente a los procesos locales del Distrito Federal y el Estado de México, que se incluye en las señales que se generan en la capital; y seis, en este caso también se genera iniquidad en los otros procesos locales, pues 70% del tiempo que se distribuye proporcionalmente con el porcentaje de votación electoral se hace de acuerdo a lo federal y al resultado de los últimos procesos electorales en el DF y el Estado de México.
Así, el eximir de la obligación de bloquear la señal nacional permite particularmente a Televisa y TV Azteca obtener cuantiosas ganancias económicas, particularmente por lo señalado en la razón número tres. Pero no sólo eso, sino que les deja a ellos el poder de manejar a su antojo las concesiones; y, vinculado con este poder, está su margen de maniobra para decidir (discrecional y arbitrariamente) qué publicidad política transmiten en sus repetidoras y, por ende, venderles el favor a los actores políticos beneficiados.
En un desplegado publicado el lunes 28 de noviembre en el periódico El Universal, la CIRT nuevamente acusó al IFE de atentar contra la certeza del proceso electoral federal al “cambiar reglas de último minuto” y culpó de ello a los dos consejeros que con su voto favorable aprobaron el Catálogo de Medios 2012 el pasado 12 de noviembre.
Los concesionarios ya recurrieron el acuerdo ante el Tribunal, y por los antecedentes, particularmente el caso ya señalado, la Sala Superior debe confirmar la decisión del Comité y, por lo tanto, obligar a las “cadenas nacionales de televisión” a bloquear sus señales para transmitir únicamente la publicidad correspondiente a los procesos electorales que se celebren en cada entidad.
Sin embargo, como es evidente por la resistencia asumida desde septiembre del 2007, el asunto es muy importante para el duopolio televisivo, por lo cual es de esperarse que intensifique las presiones para tratar de modificar el sentido del voto de algunos magistrados electorales. El duopolio sabe que durante el proceso electoral presidencial es cuando más crece su poder, y eso lo harán valer al máximo para mantener o acrecentar sus privilegios, como ya lo hicieron en el proceso electoral 2005-2006 para sacar adelante la llamada Ley Televisa.
De Fox a Peña Nieto, políticos de pantalla
Paulina Peña y su padre.
Foto: Tomada de Twitter
Foto: Tomada de Twitter
MÉXICO, D.F. (apro).- Lo sucedido con el librogate de Enrique Peña Nieto y la secuela de errores cometidos para “frenar” la ola de mensajes irónicos y críticas en redes sociales confirmaron no sólo la incultura del precandidato priista, sino la continuidad de una tendencia iniciada con Vicente Fox, el presidente de la decepción.
La alternancia por la vía del PAN llevó a Los Pinos a un hombre hábil en la mercadotecnia política; antisolemne, en medio de los rituales y la retórica priistas, encandiló a la mayoría de electores con su promesa del cambio y su imagen de político Marlboro. Con Vicente Fox se llegó a la cumbre de la política telegénica: la imagen por encima del programa, el desplante humorístico, el spot que sustituye al discurso coherente.
La jefa de Comunicación Social fue elevada a la categoría de vicepresidenta. Y Televisa estuvo a sus pies a cambio de poderosos favores (canales digitales, decretazo y renovación de las concesiones hasta el 2021, en automático).
La ecuación cambió desde ese momento: el poder que perdió la presidencia durante la era foxista lo ganó una empresa televisora y otros poderes fácticos, porque supieron capitalizar la vulnerabilidad del primer mandatario. Y ese talón de Aquiles se llamó déficit de inteligencia.
La incultura de Fox en campaña llamó la atención. Le dio popularidad. Al frente de Los Pinos se volvió una pesadilla. No sólo porque no supiera pronunciar el nombre de Jorge Luis Borges, sino porque menospreciar la lectura lo llevó a una impostura mayor: pretender que las críticas en su contra eran de una minoría, un “círculo rojo” de letrados, distinto al “círculo verde” de ciudadanos felices con sus gazapos.
Vimos cómo terminó Fox: engañando al “círculo rojo” y al “círculo verde”. Y sólo la televisión, hasta el final, le fue útil para salir del sexenio sin que la corrupción en su entorno fuera ventilada en las pantallas.
Fue una vergüenza para los panistas de tradición libresca. Los bárbaros del Norte –a quienes perteneció Fox– no lo eran sólo por ser arrebatados, sino porque pensaron que el menosprecio a la cultura y a los libros eran una ventaja y un sinónimo de pragmatismo.
Doce años después, la santificación del reality show, del infomercial que se vende como noticia televisiva, le llegó al PRI. El elegido fue un político sin experiencia nacional y con una gran docilidad para destinar miles de millones de pesos a los consorcios mediáticos para que lo convirtieran en un gobernador consentido y en una celebridad nacional.
Los otros políticos de su generación asumieron que el modelo de Peña Nieto era el que debían seguir: si se vuelven imparables en la pantalla y en las encuestas, son invulnerables frente a las críticas.
Peña Nieto es el reverso de la misma moneda de Fox. En lugar de bravucón, el mexiquense se presenta como un hombre de buenas maneras. En vez de bárbaro presume ser elegante. Es un modelo inspirado en la moda de los hombres metrosexuales, mientras Fox fue la versión más politizada de la onda grupera (definición de Carlos Monsiváis).
Sin embargo, ambos tienen puntos en común: adoran el teleprompter, se dicen “pragmáticos”, que es otra manera de nombrar la sumisión política frente a los intereses corporativos. Ambos privilegian la popularidad por encima de la credibilidad. Los dos confunden comunicación política con mercadotecnia televisiva. A Fox y a Peña Nieto les gusta ventilar su vida privada porque sus asesores les dicen que eso genera rating.
El librogate confirmó también que ambos tienen el mismo problema político: les gana la soberbia demoscópica. Menosprecian la cultura, no porque se hayan equivocado al mencionar libros y autores, sino porque nunca la necesitaron para escalar políticamente. Son productos de pantalla, políticos analógicos que están más acostumbrados a los fans que a las audiencias deliberativas.
Esto es lo sintomático de este episodio. El PRI está a punto de cometer el mismo error que el PAN hace 12 años: empeñar su futuro a un político de pantalla. La diferencia es que Peña Nieto no está acostumbrado al contragolpe (como sí lo estaba Fox), y la decepción que llevó al triunfo al panismo en el 2000, ahora se ha convertido en molestia, miedo y agotamiento ante los errores constantes de Felipe Calderón (político de crispación más que de pantalla).
Los defensores peñistas –convencidos o por encargo– ya salieron con un guión, tan predecible como la línea: es una “pose” criticar a Peña Nieto por ser incapaz de citar tres libros y sus autores. Los políticos se dedican a gobernar, no a leer. La mofa en redes sociales no lo afecta porque sólo 20% de los mexicanos tienen acceso a ellas.
Desesperados, los asesores de Peña Nieto se enfrentan a un fenómeno inexistente en la era foxista: las redes sociales, la comunicación digital. Por eso, Televisa ha minimizado el episodio. Confían que más de 80% de los mexicanos se informan sólo a través de la televisión. Y que el golpe dado sólo le costará 3 puntos demoscópicos.
Sin embargo, la comunicación política indica lo contrario: los políticos de pantalla, tarde o temprano se diluyen, no así las nefastas consecuencias de sus decisiones adoptadas a partir de la protección de intereses corporativos. Ahí están los antecedentes de Ronald Reagan, George W. Bush, Vicente Fox y Silvio Berlusconi.
www.homozapping.com.mx
La alternancia por la vía del PAN llevó a Los Pinos a un hombre hábil en la mercadotecnia política; antisolemne, en medio de los rituales y la retórica priistas, encandiló a la mayoría de electores con su promesa del cambio y su imagen de político Marlboro. Con Vicente Fox se llegó a la cumbre de la política telegénica: la imagen por encima del programa, el desplante humorístico, el spot que sustituye al discurso coherente.
La jefa de Comunicación Social fue elevada a la categoría de vicepresidenta. Y Televisa estuvo a sus pies a cambio de poderosos favores (canales digitales, decretazo y renovación de las concesiones hasta el 2021, en automático).
La ecuación cambió desde ese momento: el poder que perdió la presidencia durante la era foxista lo ganó una empresa televisora y otros poderes fácticos, porque supieron capitalizar la vulnerabilidad del primer mandatario. Y ese talón de Aquiles se llamó déficit de inteligencia.
La incultura de Fox en campaña llamó la atención. Le dio popularidad. Al frente de Los Pinos se volvió una pesadilla. No sólo porque no supiera pronunciar el nombre de Jorge Luis Borges, sino porque menospreciar la lectura lo llevó a una impostura mayor: pretender que las críticas en su contra eran de una minoría, un “círculo rojo” de letrados, distinto al “círculo verde” de ciudadanos felices con sus gazapos.
Vimos cómo terminó Fox: engañando al “círculo rojo” y al “círculo verde”. Y sólo la televisión, hasta el final, le fue útil para salir del sexenio sin que la corrupción en su entorno fuera ventilada en las pantallas.
Fue una vergüenza para los panistas de tradición libresca. Los bárbaros del Norte –a quienes perteneció Fox– no lo eran sólo por ser arrebatados, sino porque pensaron que el menosprecio a la cultura y a los libros eran una ventaja y un sinónimo de pragmatismo.
Doce años después, la santificación del reality show, del infomercial que se vende como noticia televisiva, le llegó al PRI. El elegido fue un político sin experiencia nacional y con una gran docilidad para destinar miles de millones de pesos a los consorcios mediáticos para que lo convirtieran en un gobernador consentido y en una celebridad nacional.
Los otros políticos de su generación asumieron que el modelo de Peña Nieto era el que debían seguir: si se vuelven imparables en la pantalla y en las encuestas, son invulnerables frente a las críticas.
Peña Nieto es el reverso de la misma moneda de Fox. En lugar de bravucón, el mexiquense se presenta como un hombre de buenas maneras. En vez de bárbaro presume ser elegante. Es un modelo inspirado en la moda de los hombres metrosexuales, mientras Fox fue la versión más politizada de la onda grupera (definición de Carlos Monsiváis).
Sin embargo, ambos tienen puntos en común: adoran el teleprompter, se dicen “pragmáticos”, que es otra manera de nombrar la sumisión política frente a los intereses corporativos. Ambos privilegian la popularidad por encima de la credibilidad. Los dos confunden comunicación política con mercadotecnia televisiva. A Fox y a Peña Nieto les gusta ventilar su vida privada porque sus asesores les dicen que eso genera rating.
El librogate confirmó también que ambos tienen el mismo problema político: les gana la soberbia demoscópica. Menosprecian la cultura, no porque se hayan equivocado al mencionar libros y autores, sino porque nunca la necesitaron para escalar políticamente. Son productos de pantalla, políticos analógicos que están más acostumbrados a los fans que a las audiencias deliberativas.
Esto es lo sintomático de este episodio. El PRI está a punto de cometer el mismo error que el PAN hace 12 años: empeñar su futuro a un político de pantalla. La diferencia es que Peña Nieto no está acostumbrado al contragolpe (como sí lo estaba Fox), y la decepción que llevó al triunfo al panismo en el 2000, ahora se ha convertido en molestia, miedo y agotamiento ante los errores constantes de Felipe Calderón (político de crispación más que de pantalla).
Los defensores peñistas –convencidos o por encargo– ya salieron con un guión, tan predecible como la línea: es una “pose” criticar a Peña Nieto por ser incapaz de citar tres libros y sus autores. Los políticos se dedican a gobernar, no a leer. La mofa en redes sociales no lo afecta porque sólo 20% de los mexicanos tienen acceso a ellas.
Desesperados, los asesores de Peña Nieto se enfrentan a un fenómeno inexistente en la era foxista: las redes sociales, la comunicación digital. Por eso, Televisa ha minimizado el episodio. Confían que más de 80% de los mexicanos se informan sólo a través de la televisión. Y que el golpe dado sólo le costará 3 puntos demoscópicos.
Sin embargo, la comunicación política indica lo contrario: los políticos de pantalla, tarde o temprano se diluyen, no así las nefastas consecuencias de sus decisiones adoptadas a partir de la protección de intereses corporativos. Ahí están los antecedentes de Ronald Reagan, George W. Bush, Vicente Fox y Silvio Berlusconi.
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