Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 10 de marzo de 2013

El Despertar- El nuevo viejo PRI- Zedillo y Acteal: leve esperanza de esclarecimiento

El Despertar
Mis experiencias con la mujer
José Agustín Ortiz Pinchetti
Aquellos malpensados que, atrapados por el título, crean que voy a confesar mis aventuras galantes, se verán chasqueados. Casi nada puedo decir en esa área autobiográfica y esta es una columna seria. Aprovecho la celebración del Día de la Mujer para ventilar algunas opiniones (propias de una generación que dice adiós) sobre la emancipación femenina desde cierta augusta serenidad provecta.
 
La política: en México hemos llegado a empatar o superar los índices de los países desarrollados en cuanto a la participación femenina en los distintos poderes. El señor Ruiz Cortinez concedió el sufragio a las damas sin que éstas tuvieran que hacer los esfuerzos heroicos de las sufragistas de Europa y Estados Unidos. Estoy de acuerdo que la mujer es más leal que el hombre, pero no alcanzo a ver que su incorporación haya mejorado el desagradable escenario de la política nacional. En el mundo las mujeres gobiernan países, dirigen portaaviones y se destacan en todas las profesiones. La última trinchera machista es la Iglesia católica: debiera haber obispas, como decía Rafael Solana.

 
La incorporación de la mujer al mundo del trabajo ha mejorado la situación económica de los hogares, pero obreros y obreras siguen siendo explotados ferozmente. Hay ejecutivas trepadoras que imitan y superan la ferocidad de los varones; no veo en ello mejoría alguna. Me parece muy bien el ascenso de la mujer a la enseñanza superior y sus aportaciones a la cultura, la ciencia y la administración. No hay un solo campo que no hayan enriquecido. Y es el comienzo. Yo di clases durante décadas: cuando empecé, en los años 60, las alumnas eran pocas; 30 años después en muchas escuelas superiores rebasan 40 o 50 por ciento de la matrícula. Muchas son brillantes, aunque un buen número (sobre todo de la clase media alta) cuelga el título y se va a una dorada calidad de ama de casa.
 
Lo más significativo ha sido la revolución sexual. La pequeña píldora ha tenido un efecto sobre la humanidad que no logró ningún otro método. La mujer pudo gozar del sexo como lo hacían los varones desde hace unos 5 mil años y además decidir cuántos hijos tener. Esto cambió la relación entre los sexos y en el mundo, porque las mujeres son el eje de la humanidad.
 
En cuanto al feminismo, diría que penetró en México como parte de la influencia extranjera y que ha tenido efectos benéficos en cuanto a la protección de la mujer contra la sevicia de los machos (no son pocos los varones golpeados por sus parejas). Me choca de algunas feministas su postura reivindicatoria: parece que quieren vengarse hoy de las crueldades que sufrieron sus madres, abuelas y bisabuelas, como si trataran de castigar a una casta maldita. Sería bueno que recordaran que el machismo fue inculcado a los hijos por sus madres.
El nuevo viejo PRI
Arnaldo Córdova
Foto
Los ex dirigentes del PRI Jorge de la Vega Domínguez, Humberto Roque Villanueva, Gustavo Carvajal Moreno y Mariano Palacios Alcocer, durante la ceremonia por el 84 aniversario del tricolor, celebrada el pasado 4 de marzo
Foto María Meléndrez Parada
 
El PRI ha sido siempre, desde su fundación en 1929 y su refundación, en 1938, un partido de Estado, hecho desde el Estado y para servir como un instrumento en manos del Estado en el gobierno de la sociedad. Nunca se ha parecido a lo que son los verdaderos partidos: organizaciones de ciudadanos, fundadas por ellos y manejadas por ellos mismos con la finalidad, eso sí, de alcanzar mediante elecciones el poder del Estado. El PRI nunca ha sido una organización ciudadana independiente del Estado, ni siquiera en el interludio panista en la Presidencia de la República, cuando los gobernadores priístas llenaron el vacío del presidente.
 
 
Desde sus inicios, el PRI no fue, como cualquier partido, un organismo que se fijara como objetivo la conquista del poder o su conservación una vez obtenido. Este partido oficial fue una maquinaria de control, primero de los grupos revolucionarios (cada uno con su propio partido) que hacían reinar la anarquía y el desorden en el control de la sociedad y, después, de las masas organizadas (obreros, campesinos y sectores populares de diversa índole) que eran el sostén del consenso social en el que se apoyaba el Estado de la revolución. Nunca funcionó como una maquinaria electoral independiente. Su control de la sociedad residía en la administración de los diferentes intereses agrupados y representados en él.
 
La era de las grandes organizaciones de masas se dio a todo lo largo del siglo XX después de 1938. Como maquinaria electoral, por supuesto, jugó un rol importantísimo en la política nacional. Pero su desempeño no era el de un partido, sino el de una corporación burocrática de control de la sociedad. El presidente palomeaba los puestos de elección popular o designaba en decisiones de hecho (sin ninguna atribución legal) a los dirigentes y administradores del partido. Su función era arrasar con los puestos electorales en disputa y presentarlos como muestra del enorme consenso del que gozaba el gobierno priísta.
En toda una época se le llegó a considerar como uno de los tres pilares fundamentales del Estado mexicano (los otros eran la Presidencia y el Ejército) y hay que decir que el Estado, en efecto, no se habría desarrollado como lo hizo durante 40 a años (hasta los 80) sin la acción de este partido. Después de López Portillo (1976-1982) pudo verse que los presidentes antiestatistas y proempresariales dejaron cada vez más de saber exactamente qué hacer con el partido que, muchas veces, les pareció más un estorbo que una maquinaria de poder, cosa que nunca dejó de ser.
 
Hasta 1987, año en que se escindió la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, el partido había venido siendo, sin lugar a dudas, un teatro permanente de luchas de carácter ideológico, en el que, como en los viejos tiempos de la política, se representaban su derecha, su centro y su izquierda. Eso también estorbaba a los presidentes: generalmente, su punto de apoyo era el centro partidista para contrarrestar posiciones extremas de derecha o de izquierda. Una vez que la izquierda desapareció como actora importante en la lucha interna, el partido perdió su carácter de foro de intercambio ideológico y se despeñó sin obstáculos hacia abiertas posiciones de derecha, tanto, que llegaron a confundirse con las del PAN.
 
Jesús Reyes Heroles veía en el PRI un punto de apoyo para el Estado porque seguía prevaleciendo como una base real de poder. Lo que resiste apoya, solía decir (hace poco más de 180 años, Stendhal formuló la idea del siguiente modo: “On ne s’appuie que sur ce qui résiste”Uno no se apoya sino sobre lo que resiste–, subr. por el autor, Le rouge et le noir, en Romans, La Pléiade, París, 1932, t. I, p. 268). Paradójicamente, en la medida en que el PRI se derechizaba y se desideologizaba, dejaba de ser esa base de apoyo esencial para el Estado. La trágica muerte de Luis Donaldo Colosio fue indicativa de que en el PRI ya no se podían dirimir diferencias si no era a base de conflictos de gran peligro.
 
La sana distancia de Zedillo fue señal, a su vez, de que el presidente ya no necesitaba al partidazo para gobernar. Así lo hizo y perdió la Presidencia. Los candidatos priístas dejaron de tener el arrastre que los había caracterizado. Antes, el partido les creaba un carisma especial que correspondía a su pujanza política y electoral. El partido ya no servía para eso, ya no era el factor que decidía las contiendas. Su cúpula dirigente ya no confiaba en él y se entregó a otros factores reales de poder que, lo mismo que en el PAN, eran los que decidían quién ganaba y quiénes perdían.
 
Enrique Peña Nieto en la Presidencia dice que quiere un nuevo PRI. Ha estado trabajando por él desde que era gobernador del estado de México. Un PRI depurado de viejos vicios antiautoritarios y de costosa demagogia que ya no va de acuerdo con los tiempos del capitalismo salvaje. Un PRI que pueda ser de nuevo esa gran maquinaria de poder que fue antes, sin discordias internas ni rejuegos ideológicos pasados de moda. Un PRI sin corrientes internas opuestas antagónicamente. Uno que vuelva a ser el dúctil instrumento en manos del presidente y que pueda responderle sin reservas. Pues ése es el PRI que acaba de nacer en su reciente Asamblea Nacional.
 
Se trata de un PRI liberado de viejas ataduras ideológicas. No sólo se trata de que podrá apoyar al presidente en su intención manifiesta de elevar el IVA y aplicarlo, además, a medicinas y alimentos (su bandera antipanista) o de abrir la industria petrolera cada vez más a los intereses privados. Se trata del viejo PRI, pero ahora abiertamente derechista, que servirá fielmente a la política igualmente derechista de su primer mandatario. El objetivo es volverlo a convertir en una maquinaria de poder presidencial que apoye en todo, específicamente, desde las cámaras del Congreso de la Unión, las iniciativas y la política general de desarrollo del gobierno priísta.
 
El hecho, inédito hasta ahora, de que el presidente formará parte de sus más altos órganos de dirección (el Consejo Político Nacional y la Comisión Política Permanente), aunque sin tener la jefatura formal, que seguirá en manos de Camacho, tiene el objetivo de imponer una visión única de los problemas que es la del propio mandatario. Ya podemos imaginarnos quién podrá ya no digamos contrariar o contradecir lo que el presidente proponga, sino plantear un punto de vista diferente. Su misma presencia será ya un obstáculo para una verdadera discusión y para la manifestación libre de las ideas.
 
Por supuesto, no se trata de una vuelta al pasado ni, mucho menos, de una copia del pasado; el pasado no se repite. Lo que estamos presenciando es la reproducción de un modo de dominación, el del presidencialismo autoritario, en el que, en las condiciones actuales, lo que menor significado tiene es, justo, el partido. Éste seguirá siendo una maquinaria electoral y parlamentaria en manos del presidente, pero será sólo un instrumento, sin autonomía, sin vida propia ni intereses propios. La presencia del presidente en sus filas lo garantizará de modo férreo y eso se verá muy pronto.
 
 
Zedillo y Acteal: leve esperanza de esclarecimiento
El pasado miércoles, un juzgado de distrito en materia administrativa concedió un amparo para efectos a familiares de víctimas de la masacre de Acteal, quienes impugnaron las gestiones realizadas por la embajada de México en Estados Unidos con el propósito de solicitar inmunidad para el ex presidente Ernesto Zedillo, denunciado en una corte de Connecticut por su responsabilidad en la referida matanza.
 
 
De acuerdo con el fallo judicial, la solicitud de inmunidad para el ex mandatario por parte de la legación diplomática del gobierno mexicano resulta violatoria de la Constitución, en la medida en que fue formulada por un funcionario –el embajador de México en Estados Unidos, Arturo Sarukhán– carente de atribuciones legales para ese efecto, así como de tratados internacionales en materia de derechos humanos. Si la referida petición de inmunidad por parte del gobierno calderonista fue parte de una vieja cadena de encubrimiento que persiste sexenio tras sexenio, el desaseo con que tales gestiones se desarrollaron sugiere un desorden y un descontrol de importancia mayúscula entre las legaciones diplomáticas de nuestro país y el gobierno mexicano, y sería necesario que tal desorden fuera esclarecido a partir de este caso y además de que deberían fincarse las responsabilidades correspondientes.
 
Adicionalmente a la confirmación del carácter improcedente e ilegal de la solicitud de inmunidad para Ernesto Zedillo –porque la mencionada inmunidad presidencial expiró, en todo caso, el 30 de noviembre de 2000– el otorgamiento del amparo abre una rendija para la reactivación del proceso emprendido en contra del ahora académico de Yale en una corte de Hartford, Connecticut, y por esa vía, para el esclarecimiento de la responsabilidad legal –la política y la moral son innegables– del ex mandatario en el episodio en que murieron 45 indígenas tzotziles pertenecientes a la organización Las Abejas.
 
Sin desconocer que la referida acusación ha sido cuestionada en sus motivaciones por un sector importante de las víctimas –concretamente, la organización Las Abejas y su entorno social de apoyo– la continuación de dicho proceso se presenta como una de las contadas vías para comenzar a destrabar la escandalosa impunidad que ha prevalecido en torno al caso en estos tres lustros, y para confirmar o desestimar las acusaciones por crímenes de lesa humanidad que desde 1997 persiguen al ex mandatario y a varios de sus colaboradores.
 
Tal perspectiva es particularmente necesaria en el momento presente, cuando la impunidad de que han gozado los autores intelectuales de la masacre se ha extendido al ámbito de los autores materiales –tras su liberación a instancias de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en agosto de 2009–, y en la medida en que no parecen haber voluntad para el esclarecimiento de esos crímenes por parte de las instancias nacionales de procuración e impartición de justicia.
 
Hasta ahora, la estrategia tanto de Zedillo como de su defensa ha consistido en eludir toda discusión sustantiva por la responsabilidad en el caso Acteal: mientras que el primero ha rechazado pronunciarse alguno sobre el tema para no responder a calumnias, la segunda se ha escudado en alegatos impresentables, como la solicitud de inmunidad para el mandatario a fin de evitar la continuación del proceso en su contra. Paradójicamente, tales actitudes han reforzado la percepción pública sobre la responsabilidad del sucesor de Carlos Salinas en la masacre de Acteal.
 
Lo que nadie, ni Zedillo ni sus abogados ni el gobierno mexicano han podido negar es que la masacre de Acteal ocurrió con el telón de fondo de una estrategia contrainsurgente en contra de bases de apoyo zapatistas, debidamente documentada en informes de la Fiscalía Especializada para el Caso Acteal, y en papeles desclasificados de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos. Tales elementos habrían tenido que derivar en su momento en una investigación seria y profunda por parte de las autoridades nacionales y es necesario, ante la inoperancia de éstas, que el caso sea ventilado y abordado, así sea en el ámbito de la justicia internacional.

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