El futuro sin Chávez
La muerte del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ocurrida ayer tras casi tres meses de ausencia en el cargo por motivos de salud, tiene implicaciones que rebasan, por mucho, el ámbito de la mera sucesión presidencial en el país caribeño: la ausencia definitiva del mandatario venezolano plantea una disyuntiva entre la continuidad o no del proyecto de transformación política, económica y social iniciado hace casi 14 años, que marcó un parteaguas en la historia de ese país y de la región.
dictadorque han sido formulados contra Chávez por sus opositores y críticos con la aportación realizada por el difunto mandatario al desarrollo democrático de su país: tras irrumpir en la escena pública en el contexto de una fallida intentona golpista contra el ex presidente Carlos Andrés Pérez, en 1992, Chávez supo transitar del ámbito militar a la defensa de la institucionalidad democrática y al sometimiento sistemático de las decisiones de su gobierno al veredicto de la soberanía popular y contribuyó, con ello, a que la ciudadanía de su país transitara del desencanto generalizado hacia las gestiones de los partidos políticos tradicionales durante la segunda mitad del siglo pasado –Acción Democrática y Copei– a la participación electoral constante y nutrida, y dejó, como legado, un sistema político renovado, en el que se desarrolla una competencia partidista real.
En materia social y educativa, la revolución bolivariana tiene logros indiscutibles como la erradicación del analfabetismo y la multiplicación del número de docentes; la activación de mecanismos de redistribución de la riqueza y el abatimiento de los indicadores de desigualdad social y de pobreza.
En el ámbito externo, la Venezuela chavista fue un referente principal en el viraje político ocurrido en la última década en América Latina, con el surgimiento de gobiernos que, con distintos matices y actitudes –la Argentina de los Kirchner-Fernández, el Brasil de Lula-Rousseff, la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa, la Venezuela de Hugo Chávez–, han resuelto hacer realidad el principio de soberanía y han emprendido un realineamiento regional sin precedentes que busca la integración latinoamericana con superación de la miseria y las desigualdades sociales compartidas, y que han constituido un contrapeso necesario a la proyección hegemónica Estados Unidos en la región.
En forma paradójica, el peso específico que adquirió la figura del mandatario venezolano en el ámbito nacional y regional hace inevitable preguntarse por la estabilidad y la durabilidad de la revolución bolivariana, así como sobre la capacidad de Nicolás Maduro –quien se perfila como el candidato natural a suceder a Chávez– para erigirse en una figura que cohesione los diversos intereses dentro del círculo oficialista y en las bases sociales de apoyo al gobierno de Caracas.
No menos pertinente resulta la pregunta sobre las posibles implicaciones que el deceso de Hugo Chávez pudiera tener en la viabilidad de proyectos como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), que agrupa a Antigua y Barbuda, Bolivia, Cuba, Dominica, Ecuador, Nicaragua, San Vicente y Granadinas, además de la propia Venezuela; la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que aglutina a todas las naciones del continente, con excepción de Estados Unidos y Canadá, y el Mercado Común del Sur, así como en los intentos de distintos gobiernos regionales por redirigir y diversificar sus relaciones diplomáticas con naciones como Rusia, China e Irán.
En meses y semanas próximos, y en la medida en que se vayan despejando las referidas interrogantes, podrá saberse si la revolución bolivariana es, como afirman muchos de sus críticos, un reducto del poder unipersonal, o si constituyeun entramado popular e institucional lo suficientemente sólido para dotarse de nuevos cuadros y liderazgos y para sobrevivir a su máximo dirigente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario