Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 16 de marzo de 2013

España: pitadas al monarca y al himno nacional - Hugo Chávez y los nombres de la historia

España: pitadas al monarca y al himno nacional
Joan Martínez Alier*
Es famosa la pitada con la que en 1925, en plena dictadura del general Primo de Rivera, la afición del club de futbol Barcelona recibió la Marcha Real, es decir, el himno monárquico español. El entonces campo del FC Barcelona, Les Corts, fue clausurado por seis meses por el comportamiento de la afición catalana. Casi 90 años después son famosas las estruendosas pitadas a la monarquía y al himno nacional en 2009 y en 2012 en las finales de la Copa del Rey de futbol entre el Barcelona y el Atlético de Bilbao, en Valencia y en Madrid.
 
 
Hace algunas semanas, el 10 de febrero de 2013, Juan Carlos de Borbón fue recibido con una estruendosa pitada por el público del pabellón Fernando Buesa de Vitoria (en el País Vasco), donde se iba a disputar la final de la Copa del Rey de basquetbol entre el Barcelona y el Valencia. Había 15 mil personas. A las siete de la tarde el rey accedió al palco. Cuando el monarca aparece oficialmente en un acto público, suena el himno nacional por la megafonía. Juan Carlos fue recibido con una fuerte pitada, gritos de fuera y algunos aplausos. La pitada se mantuvo mientras se escuchaba apenas medio minuto una versión comprimida del himno nacional. El partido comenzó entonces normalmente. El diario deportivo Marca tituló así: Nuevo bochorno: brutal pitada al himno y al Rey.
 
Al día siguiente se dio la reacción automática del partido posfranquista, el Partido Popular, que tiene mayoría en el parlamento y está en el gobierno, aunque últimamente muy desmejorado en las encuestas de opinión. La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, consideró reprobable y rechazable la pitada destinada al jefe del Estado y al himno nacional en la final de la Copa del Rey de baloncesto. Declaró lo siguiente: Deberían existir sanciones para ese tipo de actos, que lo que hacen es ofender a símbolos que son de todos los españoles, a símbolos del Estado.
 
Durante la República, el himno español fue el Himno de Riego, un liberal alzado en 1820 contra Fernando VII. En el franquismo se recuperó la Marcha Real. Tras el franquismo, uno de los pactos de la transición fue restaurar la monarquía borbónica en la persona de Juan Carlos de Borbón, según lo indicado por el general Franco, y mantener la Marcha Real como himno nacional.
 
Durante el franquismo, en las escuelas y en todo lugar (dicen que hasta en los cines en los primeros años) se cantaba a la fuerza la Marcha Real con letra de un escritor franquista llamado José María Pemán. Yo me sé esta letra de haberla escuchado centenares de veces en la escuela, con el verso fascista Alzad los brazos, hijos del pueblo español. Y continuaba, Gloria a la Patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol. Eso requería algunos conocimientos geográficos. Nada decía el himno de lo que le ocurrió a la población local cuando la navegación por el azul del mar tropezó con el continente americano. Esa letra fascista duró casi 40 años.
 
Juan Carlos de Borbón estuvo bastantes años en el ejército de Franco (precisamente, hasta que Franco se murió, ni un día antes). Escuchó esa música cotidianamente, seguro que lleva esa letra en la memoria. Pero con la transición se suprimió oficialmente la letra. A quienes tienen menos de unos 45 años, la letra que les suena es una versión algo surrealista que se difundió subversivamente en las escuelas al final del franquismo: “Franco, Franco que tiene el culo blanco…”. Mis hijas la cantaban entusiasmadas a los 6 u 8 años, en 1975, ante la mirada asombrada de su abuela. Así millones de niños.
 
¿Por qué no inventaron otro himno con otra letra durante la transición? Porque la transición tuvo mucha continuidad. No podemos decir que la transición fuera la misma música con la misma letra ni tampoco la misma música con otra letra. Fue la misma música pero sin letra.
 
Y es esa música que acompaña a la monarquía borbónica, la Marcha Real, la que levanta esas pitadas en las finales de campeonatos de futbol o de baloncesto que se juegan en Cataluña o en el País Vasco, o cuando intervienen equipos catalanes o vascos que arrastran a sus aficiones. No me extrañaría que con el malestar político español actual, como protesta por la corrupción y las políticas económicas, vaya a haber imitadores en otros estadios con otros equipos y en otras finales. Ya ha habido algunas pequeñas pitadas al monarca fuera de los estadios.
* ICTA-Universidad Autónoma de Barcelona
 
 
 
Venezuela: El futuro inmediato
Hugo Chávez y los nombres de la historia
Maciek Wisniewski*
El 5 de marzo, tras la noticia del fallecimiento de Hugo Chávez, aparecieron unos tuits –entre los más de 800 mil mandados en las primeras 24 horas de su muerte– que subrayaban que éste moría el día del 60 aniversario de la muerte de Stalin; visibles en las páginas web al lado de varios comentarios del mainstream sobre lo sucedido se fundían con ellos y volvían parte de la maquinaria mediática.
 
 
Estos mensajes no fueron los primeros ni los únicos en notar aquella coincidencia histórica, pero tomando en cuenta quienes tuiteaban y retuiteaban –miembros de la dictadura mediática global– más que una observación inocente, eran un reflejo de toda la estrategia de desinformación y demonización de Chávez –la sintetizó perfectamente Eduardo Galeano (Aporrea, 11/1/2013)– implementada por la mayoría de los medios (destacaban El País y la Sociedad Interamericana de la Prensa, SIP). Sus enemigos inmediatamente resaltaron aquel detalle, ya que raras veces veían otras comparaciones, igualándolo por años sin ningún rigor ni tregua con Stalin, Hitler o Mussolini: lo hacía sobre todo la prensa estadunidense (por ejemplo Newsweek, 11/2/2009), pero también los políticos como Rumsfeld (Ap, 3/2/2006) o los gerentes regionales del imperio como Uribe (Cables Wikileaks-embajada de Estados Unidos en Bogotá, 6/12/2007).
 
Mucha tinta se ha derramado sobre el populismo de Chávez y de cómo logró cautivar los mentes de sus seguidores; poca sobre la sicología de los anti-chavistas que lo hicieron un bogeyman y veían en él la encarnación de todos los males. Lo pintaban de autoritario, dictador, déspota, tirano. El linchamiento mediático consistía también en que todo lo que aparecía sobre él era negativo, sus fallas exageradas, los logros ignorados, su posición y la de sus seguidores –la chusma borracha de petróleo– malinterpretada y menospreciada. Para los ricos y poderosos Chávez era un zambo ignorante y a la vez un demonio, medio negro, medio indio; difamándolo personificaban en realidad su miedo de los millones de pobres que estaban detrás de él, le daban una forma y lo convertían en un blanco de sus ataques.
 
La prensa opositora –como el caraqueño El Universal– nunca se pudo decidir si Chávez era fascista o comunista; lo fustigaba igual por sus rasgos de Führer y tendencias estalinistas. Los medios internacionales retomaban esta contradictoria campaña poniéndole a la vez una camisa roja y otra parda, llegando a menudo como el antichavismo venezolano a los niveles demenciales del odio. Esto ocurría incluso en los países como Polonia, donde se supone que somos más sensibles al significado de las historias detrás de los nombres de Stalin y Adolfo Hitler.
Estas comparaciones destruían el lenguaje del debate público, relativizaban las más grandes atrocidades de la humanidad, oscurecían la naturaleza de los conflictos en Venezuela y afectaban la política: si Chávez era igual que ellos, el mundo con mayor facilidad toleraba excesos antidemocráticos de la oposición e incluso alentaba el golpismo, justificado por el fin de contrarrestar el totalitarismo chavista.
 
Según la llamada ley de Godwin que se refiere a los debates en Internet, a medida de que la discusión se alarga, aumenta la probabilidad de que aparezca una comparación a Hitler o a los nazis; quien la use primero, pierde el debate (es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_Godwin). Dicho enunciado que pretende evitar el uso de comparaciones inapropiadas –y que debería aplicar a cualquier debate– podría incluir también a Stalin; esa sería, ya más allá de Internet, la conclusión tras observar la discusión en torno al líder bolivariano.
 
Mientras más se alargaba (fueron 14 años), los argumentos de los antichavistas se concentraban más en las comparaciones generadas por fobias; también ahora la mayoría de las necrologías y editoriales –ni hablar de los comentarios en redes sociales y tuits– carecen de apego a la realidad (Chávez deja un país sumergido en crisis, con la economía en escombros) y menosprecian a sus seguidores (narcotizados por su culto y desorientados). Según algunos destacados antichavistas, son las mismas muchedumbres que lloraban en los funerales de Franco o Stalin (¡sic!).
 
Chávez también usaba un lenguaje brusco, pero, como apunta Horacio González, el sociólogo argentino, de manera mucho más graciosa y estricta logró combinar las historias del pasado con la contemporaneidad, desafiando a los dueños del poder mundial; también le gustaba jugar con los grandes nombres de la historia, dándole por ejemplo, una nueva vida a Bolívar ( Página/12, 6/3/2013).
 
Jacques Rancière, el filósofo francés, en uno de sus formidables ensayos – Los nombres de la historia ( The names of history, Minneapolis, 1994)–, preocupado por las palabras del pasado, apunta que una palabra como Napoleón nombra fenómenos más allá de la vida o carrera de un individuo. Detrás de ella están las vidas de los millones sin nombre que hicieron posible su carrera, crecieron con ella o que fueron aniquilados en su desarrollo; es un deber político y científico devolverles su legítimo lugar en la historia (resuena aquí un enfoque benjaminiano).
 
Chávez también –por sus propios méritos– se volvió un gran nombre de la historia; los millones de los sin nombre que hicieron posible su carrera, que pelearon por su gobierno y lo defendieron recobrando su dignidad, saben el verdadero orden y la adecuada compañía de otros nombres con quienes entra en la historia.
Él ya les devolvió su legítimo lugar; ahora ellos le darán una nueva vida.
*Periodista polaco

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