Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 12 de marzo de 2013

Los movimientos de presión en el Vaticano ante el cónclave-

Los movimientos de presión en el Vaticano ante el cónclave
Bernardo Barranco V.
Durante la sucesión pontifical, algunos movimientos seglares, ciertas congregaciones y grupos religiosos tienen un papel activo y silencioso en el proceso del cónclave que merece la pena guardar atención. Se mueven sin ser detectados en los pasillos, con bajo perfil y sigilo, juegan un rol importante en el proceso de escrutinio, promoción y negociación de los principales aspirantes al pontificado. Estos grupos se convierten en eficaces redes de cabildeo que pueden incidir en el resultado final de un cónclave. Hay que advertir que estos grupos no quieren poseer como tal el poder eclesiástico, sino un posicionamiento ventajoso que les facilite su expansión, privilegios y consolidar así su misión. La mayoría de estos grupos son conservadores y han crecido al amparo de más de 35 años de dos pontificados que los han venido consintiendo y arropando. Por ejemplo, en el cónclave de 2005, el Opus Dei emprendió un intenso y eficiente cabildeo en favor de Ratzinger, mientras los legionarios de Cristo se la jugaron vanamente por Angelo Sodano, el secretario de Estado de Juan Pablo II; para algunos especialistas, este hecho marca su deterioro, pues cayeron en desgracia cuando equivocaron su apuesta. En un precónclave, el papel que puedan desarrollar estos grupos eclesiales como los Caballeros de Colón, el Opus Dei, la Comunión de Liberación, los Focolares, Renovación en el Espíritu o la Comunidad de San Egidio, es de suma importancia en la compleja promoción que debe darse de manera delicada, así como procurar la concertación en torno a un candidato. Estos grupos también, en su defecto, pueden torpedear o bloquear el desempeño y la imagen de un aspirante que esté repuntando peligrosamente. Pueden ser portadores de guerra sucia de baja intensidad, como en los procesos electorales seculares.
 
Uno de los principales aspirantes pontificales, Angelo Scola, arzobispo de Milán, tiene fuertes apoyos de Comunione e Liberazione, al cual perteneció; Scola es discípulo distinguido de Luigi Giussani, fundador de este movimiento político-religioso neoconservador. Tiene casi 50 mil adherentes, principalmente en Italia, y fuertes nexos políticos con posturas de democratacristianas a teocráticas. Los cardenales estadunidenses Timothy Dolan, de Nueva York, presidente de la Conferencia de los obispos en Estados Unidos, y Sean O’Malley, cardenal de Boston, cuentan con apoyo y cabildeo de los Caballeros de Colón y de las redes de Pro Vida. La confrontación que estos cardenales con Barack Obama y núcleos del Capitolio rompe con la tesis de imperialismo estadunidense que se extendería a la Santa Sede. La vieja guardia wojtylana, encabezada por Sodano, Leonardo Sandri y el cardenal Paolo Sardi –por cierto, patrón este último de la Orden de Malta–, recibe apoyo de grupos que tienen nostalgia del pontificado de Juan Pablo II; entre ellos están los legionarios de Cristo, que ahora tienen mucho menos fuerza, pero su cabildeo apunta a fortalecer la curia italiana con la que se entendió muy bien en el pasado reciente, según las investigaciones de Jason Barry, con base en cuantiosos sobornos. Los legionarios estarían también cerca del ex secretario de Juan Pablo II, el cardenal polaco Stanisław Dziwisz. Por otra parte, tenemos a la poderosa comunidad de San Egidio, muy cercana al pasado gobierno de Mario Monti, en que su líder Andrea Riccardi fue ministro sin cartera para la cooperación internacional. Este grupo de más de 30 mil laicos en el Trastevere se ha centrado discretamente en el cónclave. En 2005 apostaron intensamente por Dionigi Tettamanzi, quien perdió. Sus movimientos ahora son cautelosos; Riccardi, muy cercano a Georg Gänswein, secretario de Ratzinger, pareciera que apuesta a posicionar al arzobispo de Nápoles, Crescenzio Sepe. Según Marco Ansaldo y Paul Rodari, en un artículo recién publicado en La Repubblica (“Dall’Opus Dei a Sant’Egidio la sfida all’ultimo voto”), la prelatura del Opus Dei sabe cómo influir en los cónclaves. Un peso enorme tiene el cardenal Julián Herranz, presidente del expediente secreto preparado por el Papa en Vatileaks; aunque no participa en el cónclave, sus opiniones fueron son importantes. Ahora su apuesta está más diversificada con cardenales afines; para el cónclave están apuntalando las candidaturas de Angelo Scola y Marc Ouellet, así como ven con buenos ojos al primado de Hungría, Peter Erdo. Los también poderosos grupos focolares y algunos otros de espiritualidad de corte carismático son cercanos al salesiano cardenal Tarcisio Bertone, quien los ha apoyado a posicionarse en las políticas de Roma. Tiene fuerte presencia en la curia, especialmente en la Secretaría de Estado. Es también focolare el cardenal brasileño Joao Braz de Aviz, a quien se considera papable. Entre los focolares podrían seguir los candidatos de Bertone; uno cercano es el cardenal Gianfranco Ravasi.
 
La progresiva secularización, ascenso de lógicas de laicidad en los estados y disolución progresiva de la cristiandad con sus estructuras sociales ha generado la propagación y surgimiento de movimientos conservadores; éstos han venido conquistando posiciones de poder en las estructuras de la Iglesia. Ya sea por nostalgia, revancha o sentimientos de reconquista, se conjugan para que estos movimientos y grupos se ofrezcan como salvadores de la Iglesia. Estos grupos pueden llegar a ser movimientos extremistas que entienden la salvación de la Iglesia como un movimiento ultradisciplinado y conducido férreamente por sus dirigentes que gozan del apoyo de la actores de la curia romana. Estos y otros grupos, como el Instituto del Verbo Encarnado, de Argentina; el Sodalicio de Vida Cristiana, de Perú; los Heraldos del Evangelio, herederos en Brasil de la antigua Tradición, Familia, Propiedad, o los legionarios de Cristo, en México, son poderosos grupos de presión que en estos lustros han acaparado poder y sobre todo han acumulado bienes y riqueza financiera que amenaza seguir enlodando la vida de la Iglesia, deteriorando su práctica y calidad evangélica. Estos son los grupos que actúan en las sombras hoy en Roma.
 
El pueblo de Chávez
Luis Hernández Navarro
La continuidad del proyecto chavista sin Hugo Chávez está garantizada. La revolución bolivariana sobrevivirá a su líder. El socialismo del siglo XXI no es obra de un solo hombre, sino de un pueblo que lo ha hecho parte de su imaginario y su horizonte. La unidad de su conducción política y militar está asegurada.
 
Nicolás Maduro, el presidente encargado de Venezuela y candidato a la primera magistratura en los comicios extraordinarios del 14 de abril, no es Hugo Chávez, pero hoy el conjunto del chavismo, su pueblo y sus dirigentes, están aglutinados en torno suyo. No hay, no ha habido en los últimos meses una sola expresión disidente documentada de su liderazgo.

Maduro, el conductor de metro en Caracas, el sindicalista, el músico de rock, el ex militante de la Liga Socialista, no es un improvisado. Durante más de seis años fue canciller de Venezuela, brazo ejecutor de una diplomacia activa y exitosa, promotora de procesos de integración sustentados en los principios de solidaridad, cooperación y complementación que cambiaron de fondo las relaciones entre los países del continente, y entre ellos y el mundo árabe. El que los funerales de Chávez, en que participaron 32 jefes de Estado y de gobierno, se convirtieran en una verdadera cumbre mundial dice mucho de sus habilidades diplomáticas.

La persistencia del proyecto de socialismo del siglo XXI está garantizada porque el pueblo de Chávez lo ha hecho suyo. Forma parte de su nueva identidad nacional y popular. No existe descomposición alguna de la coalición chavista. Por el contrario, hay un reforzamiento de ella.

La gente común y humilde que se adhirió y se identificó con la revolución bolivariana no se hizo chavista sólo porque el presidente redistribuyó la renta petrolera y aplicó programas sociales, sino, como explicó doña Joaquina Díaz a los periodistas Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, porque el comandante dio mucho amor y no hizo menos a los pobres, facilitó que su dignidad aflorara, y ayudó a que tuvieran un poder del que carecían. Ese pueblo es hoy dueño de su destino y no está dispuesto a dejar de serlo.

El encuentro entre Hugo Chávez y su pueblo viene de años atrás. Cuando en 1992 se levantó en armas contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez y fue detenido, las madres comenzaron a vestir a sus hijos pequeños con el uniforme y la boina con las que el teniente coronel se presentó en televisión para anunciar que por el momento el movimiento había sido derrotado. Les decían los chavecitos. En una parte de la población nació la idea de que ahora sí hay alguien que nos va a defender.

La inmensa marea roja que invadió espontáneamente la semana pasada la ciudad de Caracas para rendir homenaje a su líder, como lo hizo en 2002 para frenar el golpe de Estado de la derecha, es la principal garantía de perpetuación del chavismo. Ella ha sido la fuerza motriz que ha transformado el país. Lo seguirá siendo.

El pueblo de Chávez no está formado por ciudadanos aislados. Está integrado por un tejido asociativo vital, en el que participan redes horizontales de barrios, pobladores, trabajadores, campesinos, sindicatos clasistas, clases medias, cooperativas y medios de comunicación alternativos. Durante años se han formado literalmente miles de cuadros y organizadores populares. Además, no son pocos los chavistas que están armados.
 
Pero, además, la revolución bolivariana, en la aciaga hora de la pérdida de su fundador, es una unidad político-militar sin quiebres. El movimiento resolvió sin fisuras internas y sin defecciones el reto de la sucesión de mando. Las fuerzas armadas han mantenido su lealtad institucional. Por supuesto, muchas cosas pueden aún suceder en el camino, pero, por lo pronto, el chavismo tiene claramente marcado su rumbo y consolidado su liderazgo. Su nuevo dirigente es Nicolás Maduro.
 
Por el contrario, en la acera de enfrente, la oposición no se distingue por su unidad interna. Apoya a Henrique Capriles al tiempo que lo manda al matadero. Constelación variopinta de agrupamientos políticos de todos los signos, cohesionados por su radical rechazo a Hugo Chávez, padece recurrentemente el vicio del canibalismo. En 2012 logró actuar en común porque fantaseó con las posibilidades de un triunfo electoral que hoy no tiene. Su perspectiva inmediata en los próximos comicios presidenciales es la de una nueva e irremediable derrota.
 
En Venezuela se vive una transformación política profundamente original. Hay allí procesos de inclusión, igualdad y conquista social inéditos que buscan salir de la devastación neoliberal. La mayoría de la población está de acuerdo con ella y desea profundizarla.
 
Incapaz de tapar el sol con un dedo, la oposición no puede ignorar el éxito de los programas sociales de la revolución bolivariana, pero a cambio concentra sus críticas en el supuesto caos económico provocado por el chavismo y en su hipotético despilfarro de la riqueza petrolera. Para la derecha destinar recursos económicos a paliar la pobreza, procurar la salud de los pobres, propiciar su educación, crear empleo, pagar un salario digno y dotar de vivienda a quien no la tiene es un derroche. Para el pueblo de Chávez es una conquista en la que no hay marcha atrás.
 
Cuando Hugo Chávez llegó al poder por primera ocasión, Venezuela era considerada una nación esquirola de la OPEP. El precio del barril petróleo se había derrumbado hasta 5 o 7 dólares. El mandatario reconstruyó el cártel petrolero y elevó los precios por arriba de los 100 dólares. En el camino cambió de socios comerciales, estableció relaciones privilegiadas con China, promovió la inversión extranjera de otras naciones, y nacionalizó sectores estratégicos, como las telecomunicaciones y la industria alimentaria. No hay ningún desastre económico en puerta. Para horror de los neoliberales, los recursos petroleros seguirán fluyendo y se buscará sembrarlos para diversificar la planta productiva. La revolución bolivariana continuará su marcha por los caminos de la herejía y el rechazo al Consenso de Washington.
 
No hay vuelta de hoja. La continuidad de la revolución bolivariana está asegurada. El pueblo de Chávez es la garantía.

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