Presidencialismo transgresor
El presidente Enrique Peña Nieto.
Foto: Octavio Gómez/Proceso.
Foto: Octavio Gómez/Proceso.
MÉXICO, D.F. (apro).- Para un no priista lo ocurrido el pasado 3 de marzo en la Asamblea Nacional del PRI resulta indignante. No entienden cómo un partido político pasa a ser una simple “caja de resonancia” de los deseos del Presidente de la República; no les cabe en la cabeza que el Ejecutivo federal sea el eje aglutinador y su jefe máximo en el Revolucionario Institucional.
Sin embargo, para un priista esto resulta ser una gracia de la que cual se sienten beneficiados. Esto sucede así porque cuando el PRI perdió la Presidencia de la República en el 2000, también perdió la unidad, la disciplina y la brújula.
Los gobernadores se convirtieron en pequeños poderes que movían a su antojo a sus legisladores federales, pero también se dividieron, no supieron convivir en democracia y terminaron peleándose por la dirigencia nacional.
La pérdida de la Presidencia de la República les generó división. La división los llevó a perder más poder, salir de los presupuestos: federal y estatal.
Pero también el PRI se partió en dos: los nacionalistas revolucionarios y los tecnócratas. Unos y otros se culpaban de la pérdida del poder, de aliarse con el PAN-gobierno por intereses personales.
Ahora, con el regreso a la Presidencia, los priistas decidieron hacer, de su costumbre de antaño, una ley: que el Presidente de la República sea el jefe formal del partido, como sucedió durante los más de 70 años que estuvieron en el gobierno.
Dicen los priistas que esas facultades metaconstitucionales ejercidas por el Presidente durante la primera etapa del PRI, “hoy ya no las ocultamos, la institucionalizamos”.
El término metaconstitucional significa más allá de la Constitución, es decir, que el Presidente de la República ejercía facultades que no le estaban permitidas por ley.
Un reconocido priista de viejo cuño ya fallecido, Jorge Carpizo, definió en su libro El presidencialismo mexicano tales facultades, y dijo que existían porque:
“Es el jefe del partido predominante; el debilitamiento del Poder Legislativo, ya que la gran mayoría de los legisladores son miembros del partido predominante y saben que si se oponen al presidente las posibilidades de éxito que tienen son casi nulas y que seguramente están así frustrando su carrera política; la integración de los miembros de la Corte no se opone a los asuntos de interés del Presidente; la institucionalización del Ejército, cuyos jefes dependen de él; por su fuerte influencia en la opinión pública a través de controles de medios de comunicación; la concentración de recursos económicos en la Federación, específicamente del Ejecutivo”.
Todos estos hechos, con excepción de una sumisión de la Corte al Ejecutivo, ocurren de nuevo, sin embargo, ello no implica que por tratarse de un hecho real no pudiera ser violatorio de la ley.
Existen voces que aseguran existe una trasgresión a la Constitución, por ejemplo, que al participar directamente el Ejecutivo en un partido político rompe la norma de equidad en los procesos electorales.
Esto aún lo tendrá que definir el Instituto Federal Electoral (IFE), pues es ahí donde se determina la legalidad o no de los estatutos de cada partido político.
Pero validados o no por el IFE, lo cierto es que hoy los priistas, a diferencia de los no priistas, no sienten como ofensa el sometimiento al Ejecutivo federal; no es indignante para ellos el no defender sus posiciones políticas, no resulta cuestionable que no tengan derecho a disentir del Presidente de la República.
Y no lo es porque para ellos es más cómodo vivir en la verticalidad, en la antidemocracia interna que en la discusión de ideas. Ya lo vivieron en los 12 años recientes y no supieron qué hacer, no supieron ponerse de acuerdo para hacer valer una ideología y que ésta fuera la que convenciera a la ciudadanía.
Para los priistas es mejor que exista un eje que los aglutine a tener que tomar decisiones propias. Les resulta más cómodo que haya un jefe supremo a quien seguir; para ellos el caudillo es necesario porque de lo contrario afloran los enfrentamientos, se distraen de sus tareas y pierden el poder.
Y si así les gusta estar a ellos, pues que así sea; nadie tiene derecho a decirles cómo deben conducirse, qué quitar o poner de los documentos de su vida interna. Lo único cuestionable es si el Presidente debe formar o no parte del partido y si ello implica violentar la Constitución. Por lo demás, que el PRI se ponga sus propias reglas que a final de cuentas son ellos mismos quienes terminan aniquilándose entre sí.
¿Será por eso que la gente cree cada día menos en los partidos políticos? Entre otras cosas.
Comentarios: mjcervantes@proceso.com.mx
Twitter @jesusaproceso
Morir a tiempo
Una de las escenas de la película Amour.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La bella y estremecedora película Amour, que tiene el mismo desenlace de la película mexicana Las buenas hierbas de María Novaro, ha vuelto a poner en circulación el debate sobre la muerte compasiva. Eutanasia significa “muerte sin sufrimiento físico” y hoy en día se prefiere hablar de suicidio asistido más que de eutanasia, por el simple hecho de que en la palabra “suicidio” se reconoce más fácilmente la voluntad de la propia persona de poner fin a su vida. Nadie, en sus cabales, desea morir. Sólo un dolor enloquecedor o el miedo a una incapacidad extrema hacen que se elija la muerte.
Ya es legal en ciertas sociedades la posibilidad de que enfermos terminales, a quienes sus médicos pronostican pocos meses de vida, puedan acortar la agonía y tomar los barbitúricos indicados, incluso acompañados de sus seres queridos. Además, en otras sociedades muchos médicos facilitan –a sus pacientes extralegalmente– terminales dosis letales de sedantes, para aliviarlos en su lucha contra un final inevitable y doloroso.
A esta forma de eutanasia voluntaria se la llama “muerte con dignidad”. Pero, ¿qué hacer cuando se llega a una situación de extrema incapacidad para tomar la decisión de irse? En el caso de Amour, cuando el deterioro de Anne ya no le permite pedir un suicidio asistido, será el marido quien, en un verdadero acto de amor compasivo, tome la decisión. Y el hecho de que ella no haya consignado con anterioridad su voluntad lo obligará a él a suicidarse, probablemente para no ser acusado de asesinato.
Ahora bien, el deseo de que cada persona pueda tomar la decisión de morir dignamente no responde a un impulso de autodestrucción sino a un acto de autodeterminación, mediante el cual se desea preservar la independencia, la dignidad y el sentido de la vida. Yo espero que quienes me rodean tengan la compasión de dejarme ir, no sólo si me encuentro en un coma irreversible o descerebrada, sino también si me ocurriera algo similar a lo que le pasa a Anne en la película. Si tuviera un episodio cerebrovascular que me restara la autonomía básica, y tuviera que ser alimentada, bañada y atendida, desearía que se me preguntara si ya me quiero morir, y que me facilitaran el camino.
El pasado jueves 28 de febrero, en el Tribunal Superior de Justicia capitalino, el Colegio de Notarios del Distrito Federal, A.C., anunció que marzo será el mes del Documento de la Voluntad Anticipada. En ese acto varios personajes harán su documento notariado. Yo pienso hacerlo lo más pronto posible, para quedar tranquila de saber que, al haberlo estipulado claramente, no se alargará mi vida en una serie de circunstancias dolorosas, que van desde Alzheimer hasta daños cerebrales severos o una enfermedad degenerativa neuromuscular en fase avanzada, como esclerosis múltiple, o un cáncer maligno con metástasis.
Así como me aterra quedar en manos de médicos que traten, a toda costa, de prolongar mi vida biológica cuando ya mi mente desvaríe o no funcione, igual me causa pánico el nivel de dependencia de quedar en manos de cuidadoras que me cambien pañales y me alimenten. Quedar tan inerme como Anne me provoca horror. ¡Qué valiente y compasiva la decisión de Georges! El suyo sí fue, realmente, un acto de amor.
Finalmente, elegir morir a tiempo no sólo puede evitarnos padecimientos y degradación, sino que también puede evitarles a nuestros seres queridos situaciones dolorosas y desgastantes, además de que pueden quedar desprotegidos económicamente por las sumas considerables de los gastos médicos. Por eso, además de realizar nuestro documento de “voluntades anticipadas”, es imprescindible luchar para que se legisle sobre el bien morir.
Hoy, en México, se requiere una ley que avale el suicidio asistido. Hay una cruel paradoja: las personas sanas logran suicidarse sin problemas, pero cuando una enfermedad limita las posibilidades de un cuerpo, se requiere ayuda para quitarse la vida. Tal es el famoso caso de Ramón Sampedro, que el cineasta Alejandro Amenábar consignó en la película Mar adentro. En ese tipo de circunstancias limitantes, la ayuda de una tercera persona es crucial, pues no es posible suicidarse sin asistencia.
Es obvio que los grupos religiosos, que consideran que como Dios da la vida nadie tiene derecho a quitarla, pondrán todo tipo de obstáculos en el camino que se siga en busca del derecho a terminar de buena manera con la vida. Sin embargo, en un Estado laico como México, donde ya es una realidad el testamento en vida sobre las disposiciones que queremos que se tomen cuando nos ocurra un accidente que nos deje incapacitados para expresar nuestra voluntad, el siguiente paso adelante es legislar el suicidio asistido. Todas las personas vamos a morir. La posibilidad de elegir hacerlo a tiempo evitando dolores y problemas debería ser un derecho de todas. Parafraseando a nuestro Benemérito: El respeto al suicidio ajeno es la paz.
Ya es legal en ciertas sociedades la posibilidad de que enfermos terminales, a quienes sus médicos pronostican pocos meses de vida, puedan acortar la agonía y tomar los barbitúricos indicados, incluso acompañados de sus seres queridos. Además, en otras sociedades muchos médicos facilitan –a sus pacientes extralegalmente– terminales dosis letales de sedantes, para aliviarlos en su lucha contra un final inevitable y doloroso.
A esta forma de eutanasia voluntaria se la llama “muerte con dignidad”. Pero, ¿qué hacer cuando se llega a una situación de extrema incapacidad para tomar la decisión de irse? En el caso de Amour, cuando el deterioro de Anne ya no le permite pedir un suicidio asistido, será el marido quien, en un verdadero acto de amor compasivo, tome la decisión. Y el hecho de que ella no haya consignado con anterioridad su voluntad lo obligará a él a suicidarse, probablemente para no ser acusado de asesinato.
Ahora bien, el deseo de que cada persona pueda tomar la decisión de morir dignamente no responde a un impulso de autodestrucción sino a un acto de autodeterminación, mediante el cual se desea preservar la independencia, la dignidad y el sentido de la vida. Yo espero que quienes me rodean tengan la compasión de dejarme ir, no sólo si me encuentro en un coma irreversible o descerebrada, sino también si me ocurriera algo similar a lo que le pasa a Anne en la película. Si tuviera un episodio cerebrovascular que me restara la autonomía básica, y tuviera que ser alimentada, bañada y atendida, desearía que se me preguntara si ya me quiero morir, y que me facilitaran el camino.
El pasado jueves 28 de febrero, en el Tribunal Superior de Justicia capitalino, el Colegio de Notarios del Distrito Federal, A.C., anunció que marzo será el mes del Documento de la Voluntad Anticipada. En ese acto varios personajes harán su documento notariado. Yo pienso hacerlo lo más pronto posible, para quedar tranquila de saber que, al haberlo estipulado claramente, no se alargará mi vida en una serie de circunstancias dolorosas, que van desde Alzheimer hasta daños cerebrales severos o una enfermedad degenerativa neuromuscular en fase avanzada, como esclerosis múltiple, o un cáncer maligno con metástasis.
Así como me aterra quedar en manos de médicos que traten, a toda costa, de prolongar mi vida biológica cuando ya mi mente desvaríe o no funcione, igual me causa pánico el nivel de dependencia de quedar en manos de cuidadoras que me cambien pañales y me alimenten. Quedar tan inerme como Anne me provoca horror. ¡Qué valiente y compasiva la decisión de Georges! El suyo sí fue, realmente, un acto de amor.
Finalmente, elegir morir a tiempo no sólo puede evitarnos padecimientos y degradación, sino que también puede evitarles a nuestros seres queridos situaciones dolorosas y desgastantes, además de que pueden quedar desprotegidos económicamente por las sumas considerables de los gastos médicos. Por eso, además de realizar nuestro documento de “voluntades anticipadas”, es imprescindible luchar para que se legisle sobre el bien morir.
Hoy, en México, se requiere una ley que avale el suicidio asistido. Hay una cruel paradoja: las personas sanas logran suicidarse sin problemas, pero cuando una enfermedad limita las posibilidades de un cuerpo, se requiere ayuda para quitarse la vida. Tal es el famoso caso de Ramón Sampedro, que el cineasta Alejandro Amenábar consignó en la película Mar adentro. En ese tipo de circunstancias limitantes, la ayuda de una tercera persona es crucial, pues no es posible suicidarse sin asistencia.
Es obvio que los grupos religiosos, que consideran que como Dios da la vida nadie tiene derecho a quitarla, pondrán todo tipo de obstáculos en el camino que se siga en busca del derecho a terminar de buena manera con la vida. Sin embargo, en un Estado laico como México, donde ya es una realidad el testamento en vida sobre las disposiciones que queremos que se tomen cuando nos ocurra un accidente que nos deje incapacitados para expresar nuestra voluntad, el siguiente paso adelante es legislar el suicidio asistido. Todas las personas vamos a morir. La posibilidad de elegir hacerlo a tiempo evitando dolores y problemas debería ser un derecho de todas. Parafraseando a nuestro Benemérito: El respeto al suicidio ajeno es la paz.
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