Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El odio de Irán a Gran Bretaña- Ocupar Durban

El odio de Irán a Gran Bretaña
Robert Fisk
Resulta una extraña paradoja que los iraníes conozcan la historia de las relaciones anglo persas mejor que los británicos. Cuando el recién instalado Ministerio de Asesoría Islámica preguntó a Harvey Morris, el corresponsal de Reuters en el Irán posrevolucionario sobre la historia de su agencia y el periodista solicitó a su oficina en Londres que le enviaran una biografía del barón Paul von Reuter, y se sorprendió al descubrir que el fundador de la mayor agencia noticiosa del mundo construyó, con enormes ganancias, las redes ferroviarias de Persia. ¿Cómo voy a mostrarle esto al ministerio?, gritaba. ¡Va a resultar que el barón era peor que el pinche sha! De esto, el ministerio estaba perfectamente al tanto.
Gran Bretaña protagonizó un invasión a Irán con fuerzas soviéticas cuando el antecesor del sha se volvió un poquito cercano a los nazis en la Segunda Guerra Mundial y después ayudó a los estadunidenses a derrocar a Mohammed Mossadegh en 1953, luego de que el gobernante nacionalizó las propiedades petroleras británicas en el país.
Esto no es un mito, sino una muy real conspiración. La CIA la llamó Operación Ajax; los británicos , sabiamente, controlaron sus ambiciones al llamarla Operación Bota. El agente del MI6 en Teherán era el coronel Monty Woodhouse, quien previamente fungió como el jefe ejecutivo de operaciones especiales dentro de la Grecia ocupada por Alemania. Yo conocí bien a Monty; bueno, cooperamos cuando investigué la escabrosa carrera durante la guerra del secretario de la ONU, Kurt Waldheim, Woodhouse era un hombre implacable; llevó armas a Irán destinadas a un movimiento de resistencia que aún no existía y apoyó ardientemente el proyecto de la CIA para fundar a los basaaris de Teherán para protagonizar manifestaciones en las que cientos o miles murieron, en los esfuerzos por derrocar a Mossadegh.
Estos esfuerzos lograron su objetivo. Mossadegh fue arrestado por un oficial que en la revolución de 1979 sufrió una muerte truculenta, y el joven sha regresó triunfal a imponer su mandato con el apoyo de su fiel policía secreta, SAKAV, cuyo régimen de torturas a mujeres opositoras fue escrupulosamente filmado y, según el gran periodista egipcio, Mohamed Hassanein Heikal, circuló entre funcionarios de la CIA y fue a parar con aliados de Estados Unidos en todo el mundo como un manual didáctico. ¿Cómo se atreven los iraníes a recordar todo esto?
El montón de documentos secretos estadunidenses encontrado después de que la embajada estadunidense fue saqueada tras la revolución constató a los iraníes no sólo los intentos de Washington de derrocar el nuevo orden impuesto por el ayatola Jomeini, sino la complicidad entre los servicios secretos estadunidenses y británicos.
El embajador de Gran Bretaña, casi hasta el final, permaneció convencido de que el sha, pese a sus profundos defectos, sobreviviría. Los gobiernos británicos subsecuentes han seguido manifestando su ira por la supuesta naturaleza terrorista del gobierno iraní. Tony Blair, incluso durante la investigación oficial sobre la guerra en Irak, encontró la oportunidad de insistir en la ncesidad de enfrentar la agresión de Irán.
En fin, los iraníes nos saquearon este martes y se llevaron, según dicen, una cartera de documentos de la embajada. Me muero por leer su contenido, y estoy seguro de que pronto éste será revelado.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

Ocupar Durban
Alejandro Nadal
El mundo enfrenta un peligroso proceso de calentamiento global y es urgente tomar acciones decisivas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Qué se puede esperar de las negociaciones sobre cambio climático que han arrancado esta semana en la ciudad de Durban, Sudáfrica? No mucho.
Cuando se negoció el Protocolo de Kioto (PK) se establecieron metas de reducciones cuantitativas obligatorias a los países que cargaban con mayor responsabilidad histórica en la acumulación de gases invernadero. Este fue el logro más importante de ese tratado. Treinta y siete países industrializados y la Unión Europea fueron incluidos en el Anexo B y fijaron metas para reducir las emisiones de gases invernadero. En promedio, las emisiones se reducirían en 5 por ciento con respecto a los niveles de 1990 durante el periodo 2008-2012.
El establecimiento de compromisos vinculantes en el PK siempre chocó con las visiones neoliberales, en las que el mercado asigna los recursos eficientemente y siempre es necesario reducir la estorbosa intervención pública.
Muy pronto comenzaron las maniobras para socavar las metas cuantitativas del PK. Hoy casi han culminado con la destrucción del tratado. Durban puede ser el lugar en el que se expida el acta de defunción de ese tratado. Terribles serán las consecuencias.
Por eso las negociaciones desde el inicio se concentraron en la forma de reducir el costo de los compromisos adquiridos en el marco del Protocolo de Kioto. Se dijo que había que dotar de flexibilidad a los países del Anexo B. En realidad se trataba de eviscerar el tratado.
Entre otras cosas, se estableció el mecanismo de mercado de emisiones de gases invernadero. Esto correspondía perfectamente a la ideología neoliberal y a las necesidades del capital financiero. Las emisiones de gases invernadero podrían convertirse en otro novedoso instrumento para manejar activos financieros, bursatilizarlos y comercializarlos por todo el planeta… aunque no se supiera a ciencia cierta cuál sería su contenido. Literalmente, los cielos se pusieron en venta.
Además se establecieron los llamados mecanismos de desarrollo limpio y el de implementación conjunta. El primero permite a los países obligados a reducir sus emisiones de GEI ejecutar proyectos de reducciones de esos gases en países subdesarrollados. Estos proyectos generan créditos de reducción de emisiones certificadas que pueden contabilizarse para cumplir con las metas fijadas en el protocolo de Kioto.
Estos créditos también pueden venderse en el mercado mundial de bonos de carbono y se les ha querido presentar como un ingenioso mecanismo que integra decisiones de inversión y cambio tecnológico con las virtudes del mercado libre. Una empresa en un país industrializado puede continuar usando su tecnología contaminante, pero puede compensar los efectos negativos al generar proyectos que reducen emisiones en otros países. Se supone que la mayor flexibilidad en los países industrializados permite alcanzar las metas de reducciones en esas naciones más rápidamente. La realidad es que estos mecanismos no sólo son ineficientes, sino que pueden hacer más lento el proceso de eliminación de la dependencia en las fuentes de energía fósil.
La implementación conjunta es el tercer mecanismo en el PK. Este instrumento permite a países del Anexo B obtener créditos a través de proyectos en otros países del mismo anexo. Esos créditos pueden ser usados para compensar emisiones y, en teoría, también proporcionan una mayor flexibilidad para cumplir con las metas de reducciones de GEI.
Hoy está a la vista de todos el fracaso estrepitoso de los mecanismos del Protocolo de Kioto. Las emisiones de gases invernadero no se han reducido y, al contrario, se aceleraron desde el año 2000. El deshielo en las regiones polares se ha acelerado y el Amazonas alcanzó los niveles más bajos en la historia, testimonio de la lenta desaparición de sistemas glaciares en los Andes. El deshielo de la capa del subsuelo que ha permanecido permanentemente congelada (permafrost) en la tundra y otras regiones peri-glaciales tendrá como efecto la liberación de una gran cantidad de gas metano, uno de los más poderosos gases de efecto invernadero. Todo esto no presenta buenos augurios en materia de cambio climático.
En lugar de tomar medidas urgentes, los países más poderosos están empeñados en proteger y conservar el modelo económico de la globalización neoliberal. En Durban, ese objetivo chocará con lo que queda del Protocolo de Kioto y buscará destruirlo y enterrarlo para siempre. En contra de todo lo que ha revelado la investigación científica hasta hoy, las negociaciones desembocarán en compromisos voluntarios de los países que generan más emisiones de GEI. Y no hay que engañarse: un régimen sobre cambio climático en el que cada país declara sus metas de reducciones voluntarias no va a dar buenos resultados. Sería bueno que los pueblos de la tierra pudieran ocupar Durban y encargarse directamente de las negociaciones.

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