Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Por qué quieren golpear a La Jornada?- Primeras definiciones de las precampañas-Observar, cuidadosamente, a los adversarios

El Despertar
Observar, cuidadosamente, a los adversarios
José Agustín Ortiz Pinchetti
El triunfalismo es funesto en la política y en la vida. Quien da por seguro un logro y se duerme en sus laureles, lo perderá. Por eso la derrota es una maestra que nos enseña y la victoria un cantinero que quiere embriagarnos. El Frente Progresista y su candidato deben aprender de las adversidades y aprovechar y consolidar el impulso reciente.
Deben observar, cuidadosamente, a sus adversarios, no dejarse acomplejar por la soberbia priísta ni menospreciar al PAN y/o a Calderón y, por supuesto, no abandonar sus propias tareas.
¿El PRI es un tigre verdadero o un tigre de papel? Ha tenido habilidad y recursos para presentar su triunfo como inevitable. Tiene una gran maquinaria alimentada por recursos fiscales y por dinero de origen desconocido. Amarró una alianza con los grandes grupos de interés. Ha impuesto un candidato gracias a una campaña de medios costosa, efectiva y hasta abrumadora. Confía en que la gente haya olvidado su fracaso y esté harta de la transición democrática. Pero puede ser un tigre de papel. Su triunfalismo lo puede llevar al despeñadero. Demuestran cada día que no han cambiado. Sus corruptelas y sus rituales siguen iguales. Han postergado a muchos de sus mejores cuadros en aras de alianzas con los verdes y con Elba Esther, seguros de que ésta los proveerá del know how para las trampas electorales. Pueden generarse grandes tensiones internas y hasta rupturas. Quizás los más duros oligarcas estén con ellos, pero muchos empresarios importantes no. La decadencia del país es consecuencia de las políticas tecnocráticas del PRI. No es muy atractivo regresar al salinismo en lo económico y a la restauración en lo político.
2012 no es 1988. El pueblo ha evolucionado. Aunque una gran masa está sumergida en el engaño mediático y sobornada con regalos miserables, son millones los que han despertado y se están organizando. La contracción económica y la revelación de las infamias de los priístas pueden sacudir quizás a la mayoría. La televisión está con ellos, pero se alquila, no se vende, y podría estar contra ellos. El PRI es vulnerable.
¿Y el PAN? No lo descontemos. Es cierto que su desempeño ha sido malísimo, pero tiene muchos recursos y una absoluta falta de escrúpulos. ¿El PAN es un tigre de papel o un tigre verdadero?
Primeras definiciones de las precampañas
Arnaldo Córdova
Las llamadas precampañas tienen como finalidad específica servir como mecanismo de elección por parte de los partidos y sus seguidores de aquellos que están destinados a ser sus candidatos en las elecciones. Los abusos del poder que ejercen quienes anteriormente han sido elegidos a cargos públicos, particularmente los titulares de los poderes ejecutivos federal o locales (se recuerda mucho el caso de Fox, que siendo gobernador de Guanajuato se la pasó tres años en abierta campaña por la Presidencia de la República), aprovechando esos cargos para favorecer a individuos de su bandería, llevaron con la reforma electoral de 2007 a instituir y a reglamentar las precampañas.
En realidad, se trata de auténticas campañas o de una etapa previa de las campañas que llevarán a las elecciones generales del próximo año. La relativa escrupulosidad con que la nueva institución ha sido reglamentada tuvo siempre como motivo el evitar cualquier clase de desigualdad o inequidad entre los diferentes procesos partidistas de selección de sus candidatos. Que la precampaña es para que alguien obtenga en el propio partido la postulación a una candidatura se explica cuando hay contienda interna por el puesto.
Cuando se da un candidato único, debería suponerse que no hay ya necesidad de ella. Esto ha molestado a muchos porque se juzga que no es posible mantener sin manifestarse de ningún modo a un candidato único durante todo el periodo fijado por la ley para las precampañas. Cualquier acto que aquél realice, aun procurando respetar puntualmente la norma, puede llevar a que sus adversarios lo acusen de estar realizando actos de precampaña o incluso de campaña. La razón que se aduce para mantener el silencio de los precandidatos no tiene eco en la reglamentación legal que, en todo momento, puede ser burlada por los contendientes. El pretendiente único a la candidatura debería quedarse inactivo por completo y eso resulta imposible.
En los hechos, hay que decirlo, aun antes de que empiecen las precampañas, los aspirantes han andado en campaña desde hace muchos meses y los primeros resultados se han estado dando sin pedirle permiso a la ley. Por lo menos dos de los tres principales bloques en pugna han alcanzado las definiciones que deberían dar las precampañas. La izquierda ya tiene prácticamente decidido quién será su futuro candidato; la derecha priísta tiene también ya amarrado al que será el suyo. La derecha panista podría ser el único bloque que necesitara de una precampaña para definir a su abanderado, siempre y cuando no sufra imposiciones que la obliguen a designar un candidatito también único.
La izquierda fue, quizá, la fuerza política que más cerca estuvo de un proceso de ruptura interna, más que por el enfrentamiento entre sus principales aspirantes, debido a la acción facciosa de algunas de sus corrientes y, en especial, de la de los inefables chuchos, los cuales, debido más que nada a su perruna oposición a López Obrador, anduvieron por más de un año haciéndole la corte a Marcelo Ebrard para animarlo a lanzarse por su cuenta y así aislar al tabasqueño. Hubo momentos en que parecía que lograban su objetivo. De pronto, sobre todo en algunos círculos de intelectuales timoratos y conservadores, aparecieron en legión simpatizantes de Ebrard que cantaban sus virtudes como el prospecto más aceptable para la sociedad.
El mismo Ebrard dio pie para que se pensara que la unidad de la izquierda era imposible y, a final de cuentas, él buscaría por sí solo la candidatura. Tocó a López Obrador, sin que muchos le creyeran, velar por la unidad, buscando en todo momento que las ambiciones personales y de facción no separaran ni enemistaran a los dos prospectos de la izquierda. A los asesores que formamos su grupo de apoyo siempre nos aseguró que su acuerdo con el jefe de Gobierno del Distrito Federal seguía sólido y ambos marcharían juntos hasta el final. El modo como se resolvió el diferendo, mediante dos encuestas y la aceptación de sus resultados, demostró que López Obrador tenía la razón y Ebrard, caballerosamente, respetó el acuerdo.
Las concesiones que ambos se hicieron no fueron ningún secreto y se manifestaron públicamente, para sorpresa de muchos. López Obrador triunfó en las encuestas y se le respetó su triunfo; a Marcelo Ebrard se le garantizó su autoridad política en el DF, con la promesa de dejarlo decidir cómo poner en paz a los grupos de poder y servirles de referente cuando por su rijosidad y sus ambiciones parciales volvieran a poner en peligro la unidad de la izquierda en la capital que es, de hecho, la única entidad que le queda en toda la República como fuerza gobernante.
Mucho más dramática ha sido la experiencia del PRI. Yo nunca ví (y lo dije en su momento) mucha diferencia entre Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones. El segundo fue mucho más discreto que el primero, desde luego, pero ambos representan los mismos intereses. Con toda propiedad se puede decir que fue una contienda interna de la poderosa derecha del PRI. Lo que animaba el ambiente político era la posibilidad de que, después de años de campaña virtual de parte del primero, siendo todavía gobernador del estado de México, hubiera cierta competencia que le diera, a la vez, mayor credibilidad y seguridad hacia dentro y hacia fuera.
Sabemos de muy antaño que los priístas acostumbran llevarse pesado entre ellos, de manera que a nadie se le ocultó que la pugna entre ambos prospectos priístas no sólo iba en serio, sino que sería de verdad muy ruda. Eso lo vinimos a comprobar una vez más en la semana que está terminando. El presidente del PRI, Humberto Moreira, alineado desde el principio con Peña Nieto y obrando bajo el impulso de la derecha más conservadora y reaccionaria del antiguo partidazo, manipuló la convocatoria a la precampaña imponiendo el requisito de apoyos de las diferentes instancias organizativas, en especial, de los sectores (obrero, campesino y popular), que antes estaban acostumbrados a escuchar y atender a todos los aspirantes para después apoyar al que fuera de sus preferencias y no, como ahora, obligados a dar su apoyo anticipado a alguno de ellos.
La aventura priísta mostró que la ventaja corría del lado de Peña Nieto porque todos los aparatos partidistas le están sometidos. Beltrones hizo su lucha, desde mi punto de vista, a destiempo y sin contar con el apoyo interno indispensable. El único resultado fue mostrar algunos puntos flacos y las debilidades de Peña Nieto que comenzaron a hacerse patentes. En su desplegado de renuncia a la contienda que apareció publicado el pasado día 22, Beltrones señala, apenas veladamente, a aquellos que se confabularon en su contra para conservar sus privilegios o garantizar sus intereses.
En el caso del PAN no hay ninguna definición todavía a la vista. Tenemos a un candidato que parece ser el preferido de Calderón y a otros dos que son punteros en las encuestas. Si éstas se respetaran, como en la izquierda, Josefina Vázquez, que es la puntera, debería ser la candidata; pero muchos apuestan a que Calderón impondrá finalmente a su delfín, con lo que el PAN difícilmente podrá evitar las fracturas internas. Y eso sería lo único, porque su derrota en las elecciones está más que cantada.
¿Por qué quieren golpear a La Jornada?
Guillermo Almeyra
La Jornada es –siempre lo fue– un diario atípico. En un mundo donde los grandes medios de información pertenecen a consorcios económicos y sirven los intereses de los mismos, fue creada por suscripción popular y, desde sus comienzos, ha sido plural. En sus columnas, en efecto, se despliegan todas las posiciones posibles, todas las gamas de opiniones existentes dentro del amplio marco de la lucha contra el autoritarismo y por la democracia, contra el imperialismo y por la soberanía de los pueblos, por los derechos de los oprimidos en cualquier parte del mundo. En cierta medida, La Jornada es un corte vertical en la densidad cultural y política de la sociedad mexicana y saca a la luz todos sus estratos. Lo hace, además, con gran calidad e innovando, y en sus páginas nacionales o internacionales escribieron o escriben casi todas las mejores firmas del mal llamado progresismo latinoamericano, o sea, de una izquierda vasta que va desde el liberalismo de izquierda, pasando por el nacionalismo revolucionario, hasta el pensamiento renovador dentro de la tradición marxiana.
La Jornada es un diario independiente, de periodistas y escritores, orientado hacia los grandes problemas sociales de México y del mundo, y es, por su calidad, un punto de referencia obligado en escala mundial para seguir lo que pasa en nuestro país. En un país militarizado y en el que los derechos democráticos se reducen diariamente, como la piel de zapa, La Jornada aparece como un bastión orgulloso que defiende las libertades ciudadanas, como un periódico sin patrón que se niega a sumarse al coro –o a la jauría– de quienes sienten repugnancia ante la democracia, y asume la defensa intransigente de los restos de los derechos sociales y políticos que, en otros tiempos mejores, dieron lustre en nuestro continente al nombre de México. La Jornada asume la causa de los indígenas, de las mujeres, de los campesinos, del ecologismo, de la cultura amenazada por el ataque contra la enseñanza de la filosofía, por ejemplo, o del pensamiento crítico, golpeado por los asesinatos de profesores y alumnos universitarios, de luchadores sociales, de periodistas. Por su parte, los trabajadores de La Jornada –los jornaleros– no se ganan simplemente el pan haciendo el periódico sino que son militantes de las causas nacionales y populares, con su trabajo diario y con su sindicato.
Por supuesto, los límites y defectos de La Jornada son muchos, pero son pecados veniales porque La Jornada jamás cometió el pecado mortal de defender al capitalismo o a los poderosos contra los desposeídos. Sus carencias o errores periodísticos o políticos son solucionables y los problemas del diario son perfectibles, en la medida en que los propios lectores colaboran para ello con sus críticas, porque ellos son también más que simples consumidores de noticias de un diario que no tiene otro apoyo que el de su dignidad.
La Jornada es, por eso, mucho más que un diario: es un foro esencial para la reflexión política y cultural, un centro de información y de formación política de una vasta capa ciudadana, el remplazante muchas veces de un partido nacional, popular, reformador social que no existe, un instrumento que defiende a todo lo que –como el zapatismo, en su momento– puede ser germen de un futuro mejor para el país, América Latina y la lucha contra el gran capital financiero internacional expropiador de las soberanías, destructor de las conquistas de la civilización.
No es casual, por lo tanto, que desde tribunas marcadas a fuego por su pensamiento oscurantista y reaccionario y desprestigiadas por la falta de objetividad de sus artículos, como Letras Libres, hayan volcado contra La Jornada calumnias de todo tipo como, por ejemplo, un supuesto apoyo del diario al terrorismo de la organización vasca ETA por el simple hecho de que La Jornada estableció en su momento un acuerdo periodístico de intercambio con el diario vasco abertzale Gara. Dicho sea de paso, este odio de la derecha ibérica y de todo el colonialismo español contra la defensa de los derechos de los vascuences, odio que alimentaba a Letras Libres, tan ligada a Aznar y al Partido Popular español, acaba de recibir la respuesta del País Vasco donde, al igual que en Navarra, la coalición abertzale es el primer partido.
Un fallo de la Suprema Corte abre en nuestro país el camino a la calumnia sin argumentos que prueben lo que se afirma y al terrorismo verbal de los grupos de interés, mediante sucias mentiras y bajas insinuaciones, contra los adversarios de los que mueven los hilos de publicaciones como Letras Libres. Ese fallo, incoherente e insustentable, no resiste el menor análisis jurídico ni político y puede facilitar el linchamiento político y periodístico de todo aquel que, como La Jornada, no sirva al poder o lo critique.
Por consiguiente, es un nuevo ataque contra los derechos democráticos y las tradiciones en nuestro país, un ataque contra todas las fuerzas sociales, pues las mismas podrán en lo sucesivo ser acusadas de cualquier crimen por la prensa, en nombre de la libertad de expresión, sin pruebas de ningún tipo, aunque en todo el mundo esté claro que las diferencias de opinión y las críticas no deben tener traba alguna, pero las acusaciones concretas sobre la comisión de delitos deben ser probadas o, en el caso de que no lo fuesen, castigadas.
El responsable de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, recomendaba calumniar sin cesar porque de la calumnia siempre algo queda. El fallo de la SCJN deja vía libre a esa tradición goebbeliana y no por casualidad, ya que el mundo que quería Hitler es el mismo que prepara hoy, con sus políticas, el bloque que está detrás de Letras Libres, y La Jornada es un obstáculo duro para ese retorno al pasado.

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