Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

viernes, 16 de diciembre de 2011

LOS DERROTADOS DE TAHRIR

LOS DERROTADOS DE TAHRIR

TEMORIS GRECKO
Paradojas de la revolución egipcia: los jóvenes activistas que ocuparon la plaza Tahrir, que provocaron la caída del dictador Hosni Mubarak, que forzaron a la junta militar a pactar con los partidos de oposición y a adelantar las elecciones presidenciales, fueron derrotados estrepitosamente en las urnas. Tan rápida y sorprendente fue su irrupción en la escena política como lo es ahora esa debilidad que los obliga a replegarse…
EL CAIRO.- Los revolucionarios egipcios tardaron 18 días en derrocar a Hosni Mubarak. Todo empezó con una manifestación el pasado 25 de enero y el clímax se alcanzó el 11 de febrero, cuando el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) depuso al dictador.
Los activistas del movimiento revolucionario siguieron llenos de energía y resolución y mantuvieron su campamento en la plaza Tahrir, cuyo control han ganado y perdido en distintas ocasiones a lo largo de 10 meses, disputándolo con fiereza y sangre.
El CSFA les reconoció el derecho a quedarse ahí después de un gran mitin realizado el 18 de noviembre y de cinco días de enfrentamientos callejeros, del 19 al 23 de ese mes, que dejaron 42 muertos y más de 3 mil heridos.
Pero esta vez los 18 días les sirvieron a los jóvenes de la revolución para descubrirse en un punto muerto, como un campeón que no ha sido derrotado pero que no ha conseguido más que el dominio de un ring en el que se ha quedado solo, mientras los demás han ido a pelear a otro lugar y con otras reglas.
A las 19:00 horas del lunes 5 los manifestantes se replegaron a la rotonda central para abrir las avenidas de la plaza Tahrir al tránsito, mientras que el epicentro de su protesta se movió a otro plantón en un sitio mucho más discreto: una pequeña calle frente a la sede del gabinete de gobierno.
En contraste, los partidos islamistas están exultantes. Los resultados de las elecciones legislativas de los días 28 y 29 de noviembre –las primeras de tres bloques de gobernaciones– les fueron más favorables de lo que ellos mismos anticipaban.
La coalición La Revolución Continúa, compuesta por pequeños partidos con una militancia de menores de 40 años, obtuvo 336 mil votos. En cambio la Alianza Democrática, liderada por el Partido Justicia y Libertad (brazo político de la organización Hermanos Musulmanes), recibió 3 millones y medio de votos y la Alianza Islámica, encabezada por el partido Al Nour, del movimiento musulmán salafista, sumó 2 millones 300 mil votos.
En conjunto las organizaciones islamistas concentraron las dos terceras partes de la votación. El resto se dividió entre decenas de agrupaciones liberales (la mayor es el Bloque Egipto, con 1 millón 300 mil votos), izquierdistas y de exmiembros del partido de Mubarak, el Nacional Democrático.
Debido a la inestabilidad política en el país y a los problemas financieros mundiales, las reservas internacionales de Egipto cayeron en un año de 36 mil millones a 20 mil millones de dólares, los cuales sólo alcanzarán para cubrir dos meses de importaciones, salvo que el régimen militar obtenga apoyos extraordinarios.
Este panorama se combina con el miedo a la imposición de un estricto régimen islámico. De hecho muchos egipcios –entre ellos musulmanes moderados y miembros de la minoría cristiana– se plantean emigrar.
Los Hermanos Musulmanes tratan de tranquilizar tanto a los laicos como a las potencias occidentales, especialmente a Estados Unidos. Insisten en que su prioridad es resolver las necesidades de la mayoría de la población, no imponer sus creencias religiosas; y afirman que colaborarán con los partidos seculares –y no con los salafistas– en el nuevo Parlamento que deberá integrarse en marzo próximo para redactar una nueva Constitución. Sin embargo, su vocación de poder es manifiesta.
Los sectores no islamistas rechazan la intención del CSFA de mantener su dominio unilateral sobre el gobierno y de controlar la elaboración de la carta magna; pero al mismo tiempo recelan de los Hermanos Musulmanes, quienes desean utilizar su capital electoral para influir en el Poder Ejecutivo.
En entrevista con Proceso, el analista político liberal Amr Hamzawy –quien ganó un escaño con 52% de los votos del distrito cairota de Heliópolis y quien se perfila para ser la figura que aglutine a los revolucionarios– discrepa: “Rechazo totalmente los rumores que tienen como propósito infundirnos miedo de los islamistas. (Esos rumores) fueron difundidos por el viejo régimen”.
Y plantea que la mayoría religiosa “deberá estar acompañada por una minoría que colabore para aplicar la democracia y obtener justicia social”.
Vacilaciones
“Cualquiera que no sea capaz de llevar a cabo las aspiraciones del pueblo fracasará en las siguientes elecciones, en cinco años”, afirma Hamzawy, en referencia a una realidad que más allá de sus victorias o descalabros deben tomar en cuenta todas las formaciones políticas: estas elecciones no representan fielmente la composición de la sociedad ni anticipan que algún grupo podrá dominar con comodidad la vida política.
Los egipcios se están enfrentando de golpe con un sistema formalmente democrático. La organización de la jornada electoral fue caótica. Abundan las anécdotas de centros de votación que nunca abrieron, de papelería equivocada y de jueces confundidos.
“Me formé a las ocho de la mañana y a las cinco de la tarde todavía no llegaban las boletas”, dice Amira Arabi, una estudiante cairota. Entre risas cuenta que las mujeres que se encontraban en esa casilla electoral golpearon a los jueces encargados del proceso y a los soldados que vigilaban. Finalmente “los encerramos en un cuarto. Ahí se quedaron hasta que nos fuimos”.
También abundaron las violaciones a las normas electorales, atribuidas a casi todos los partidos, especialmente a los Hermanos Musulmanes y los salafistas. Estos dos grupos fueron los únicos capaces de tener representantes en todas las casillas… y realizaron propaganda mientras la gente votaba, sus militantes intervinieron en las mesas y se generaron discusiones y peleas.
Los electores por su parte se vieron de pronto obligados a discernir por quién votar. Los Hermanos Musulmanes, una organización activa desde los veinte, resultaron beneficiados por ser los más conocidos entre la población, por su amplia presencia territorial basada en las mezquitas de casi todo el país y por tener dinero y canales de televisión. Algo parecido, aunque en menor medida, ocurrió con los salafistas.
El único grupo liberal con una votación relevante, el Bloque Egipcio, se apoyó en la minoría cristiana (10% de la población) y en los recursos financieros de su dirigente, el multimillonario de las telecomunicaciones Naguib Sawiris.
La mayoría de los 47 partidos que participaron, así como miríadas de candidatos independientes, trabajaron en condiciones de enorme desventaja: sin dinero, sin acceso a los medios y sin estructuras políticas, religiosas o sociales que les permitieran establecer contacto con un electorado poco acostumbrado a las opciones políticas. Casi todas estas agrupaciones fueron creadas después de la caída de Mubarak y carecen de experiencia; unos cuantos meses no fueron suficientes para que se organizaran.
“Yo me afilié al Partido Egipcios Libres (el de Amr Hamzawy) y los he llamado durante semanas, pero nunca me han respondido”, explica Amr Fekry, un activista de 25 años que trabaja como operador en un centro de llamadas telefónicas.
La coalición La Revolución Continúa (que reúne a seis partidos incluidos el de Hamzawy, el de la Corriente Egipcia y la Alianza Socialista Popular) se vio afectada además por la falta de convicción: muchos de sus miembros y líderes sintieron que su participación convalidaba una farsa, que la junta militar que gobierna el país no tiene intenciones de entregar el poder y la prueba de ello está en que los generales rechazan concederle al nuevo Parlamento más facultades que la redacción de la Constitución.
La reocupación de la plaza Tahrir y los duros enfrentamientos escenificados en la semana previa a las votaciones acentuaron estas vacilaciones. Varios partidos y candidatos suspendieron sus campañas electorales para sumarse a la movilización y otros las cancelaron definitivamente tras afirmar que, debido a la inseguridad y la represión, no había condiciones para ir a las urnas.
“¿Cómo íbamos a ir a votar si todo era una mentira?”, explica el joven Fekry después de mencionar que él y muchos de sus compañeros sospechan que Mubarak sigue mandando tras las cortinas del CSFA y que su caída fue un montaje.
“La juventud se siente decepcionada. Cree que no se ha conseguido ninguno de los objetivos de la revolución”, dijo el domingo 4 Mohamed el-Baradei, Premio Nobel de la Paz, exdirector del Organismo Internacional de Energía Atómica y a quien los liberales impulsan como candidato presidencial.
En entrevista con la agencia AP, el-Baradei añadió que los candidatos de la plaza Tahrir “fueron diezmados” ya que no consiguieron unificarse y “formar una masa crítica”.
Futuro y presente
Los jóvenes de la plaza Tahrir reforzaron su determinación para luchar contra la junta militar durante los días de batallas callejeras. Su principal discrepancia se refería al carácter de ese nuevo alzamiento: “Segunda revolución”, lo llamaban unos; “continuación de la primera”, replicaban otros.
Como sea, el movimiento derribó al gobierno del primer ministro Essam Sharaf, creó una crisis política y forzó a los militares a negociar con dirigentes de partidos para asegurar que la serie de elecciones legislativas se llevaran a cabo.
De esta forma el CSFA aceptó adelantar los comicios presidenciales de 2013 a junio de 2012 y entregar el poder a los civiles el próximo 1 de julio. Además reconoció el derecho de los egipcios a manifestarse pacíficamente. En la práctica esto significó que admitía la ocupación indeterminada de la plaza Tahrir, algo largamente peleado por los manifestantes.
Pero su victoria parcial les hizo perder la iniciativa. Sin combates y con la existencia de un acuerdo entre los políticos, el foco de interés nacional regresó a las elecciones, un espacio en el que los revolucionarios no saben moverse con la agilidad que exhiben en las calles y las plazas. Durante la semana de los comicios sólo se acordaron de ellos los automovilistas que estaban impedidos de transitar por el estratégico nudo vial que es la plaza Tahrir.
La participación en los comicios –52% del padrón electoral, muy alta en comparación con los tiempos de Mubarak– y los votos masivos a favor de los islamistas fueron como bofetadas para los jóvenes manifestantes.
Todos los viernes realizan manifestaciones y la del día 2 fue sólo una sombra de los mejores tiempos. Las personas que acampaban se redujeron de miles a centenas. Los revolucionarios además se sabían infiltrados en la plaza Tahrir por agentes del régimen que se mezclaban entre la gente o que usaban a los vendedores como informantes. Incluso los agentes llegaron a tomar calladamente el control de algunos accesos. También acudieron muchas personas sin conciencia política que sólo pululaban por la plaza, convirtiéndola en una verbena.
Un segundo plantón se estableció frente a la sede del gabinete, a tres cuadras de la plaza Tahrir. Su objetivo: impedir que el primer ministro designado por el CSFA, Kamal el-Ganzouri, entrara a sus oficinas. Pero este plantón –en un espacio más pequeño y fácil de defender– se convirtió en una especie de refugio para los activistas más involucrados; una especie de acampada VIP para revolucionarios de cepa.
Conscientes de su debilitamiento, varios grupos acordaron limitar la ocupación de Tahrir a la rotonda principal y a algunos jardines. Liberaron así las avenidas y permitieron la circulación. El domingo 4, grupos de jóvenes con palos estuvieron a punto de enfrentarse entre sí. No se ponían de acuerdo sobre si limitar o no la acampada en la plaza: unos retiraban las barricadas y otros las volvían a colocar.
La tarde siguiente, al cumplirse el número simbólico de 18 días desde la reconquista de la plaza, los autos y los autobuses volvieron a transitar por ahí, con su ruido y su smog.
“Tendrán que pasar algunos meses hasta que logremos reconstruirnos. El futuro es de los jóvenes de la revolución”, dice Amr Fekry, mirando desde la clínica improvisada por sus compañeros al lado de un restaurante de comida rápida. “Pero el presente… se ve muy mal”, añade.

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