Identificación de víctimas: las enseñanzas de Sarajevo
Las enseñanzas de Sarajevo.
La experiencia de la antigua Yugoslavia en materia de identificación de
restos de víctimas de la guerra tiene un trágico paralelismo con el caso
mexicano, pero con una diferencia de fondo: en aquella región se ha apelado a la
voluntad política Así, la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas
(ICMP), organización establecida en 1996, ha ayudado a identificar a 18 mil
personas, de las 29 mil desaparecidas en Bosnia y Herzegovina.
SARAJEVO, BOSNIA.- La puerta de metal resguarda una bodega climatizada a baja
temperatura en la que se aprecian filas con nueve pisos de planchas metálicas
que sostienen bolsas clasificadas en clave. Son restos de personas que estaban
desaparecidas y que han sido recuperados durante los 20 años que han pasado
después de la guerra que despedazó a Yugoslavia. Huesos en espera de que les
devuelvan su identidad. A que los regresen a sus familiares. A que les hagan
justicia.
Son cráneos con un balazo en la sien. Huesos fragmentados por la
retroexcavadora con la que los asesinos los enterraron y desenterraron hasta
tres veces para ocultarlos. Restos que se rehusaron a ser reducidos a cenizas
aunque les prendieron fuego. Esqueletos encontrados a la vera de un río. En
cajas, en el último piso, están las pertenencias que en vida portaban: el
retrato de la familia que espera su regreso a casa, las llaves que no volvió a
utilizar, el rosario musulmán, la brocha y el rastrillo, el calzón color
lodo-oxidado.
Cruzando el pasillo, en un laboratorio, un trío de forenses arman esqueletos
como si armaran un rompecabezas. Les toman muestras que mandarán a un
laboratorio ubicado en otro edificio, donde lo contrastarán con las muestras de
sangre de miles de familias. En ese otro laboratorio, un técnico contrasta
huesos contra sangre, una, varias veces, de varios individuos, hasta que,
¡bingo!, en la pantalla aparece una cifra: “99.99999999999%”. Una persona
desaparecida acaba de recuperar su identidad.
“Es uno más pero sé que este hallazgo traerá paz a una familia que lo está
buscando”, dice sin emoción el técnico que logró el embonamiento.
Así es la rutina en la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas
(ICMP), una organización establecida en 1996 por iniciativa estadunidense que
opera con fondos internacionales. Desde 2001 es líder mundial en uso de ADN para
la identificación de personas. Con ese método ha ayudado a identificar a 18 mil
personas de las 29 mil reportadas como desaparecidas en Bosnia y
Herzegovina.
“Hemos aprendido que esto no sólo es un esfuerzo humanitario sino que tiene
que utilizarse en procesos legales, si las familias quieren justicia a la que
tienen derecho”, indica Kathryne Bomberger, la directora de la comisión.
El alto éxito en la identificación de cadáveres es una buena noticia para
esta región que de 1993 a 1995 fue escenario de masacres de miles de personas.
Llegó un momento en que no cupo tanta muerte, así que se improvisaron
cementerios en terrenos baldíos, en los parques, en los cerros y hasta en un
estadio de futbol.
Las cicatrices de la guerra todavía son visibles. A lo largo de la carretera
se ven casas y edificios cacarizos por las ráfagas que recibieron. En cualquier
momento uno encuentra placas en las paredes, que recuerdan que en ese lugar
varios ciudadanos fueron asesinados. Lo mismo les cayó una granada mientras
compraban en el mercado o hacían la fila para comprar el pan, que los sacaban de
su casa junto a todos los hombres de su comunidad.
En la plaza de cualquier pueblo es fácil encontrar memoriales que recuerdan a
las personas asesinadas por los chetniks (el ejército ultraconservador serbio).
Como en Srebrenica, donde 8 mil 100 varones en edad productiva fueron masacrados
y enterrados en fosas clandestinas. Gracias al ICMP, 90% de los desaparecidos (o
al menos fragmentos de sus huesos) han sido encontrados.
“Esta región tuvo más suerte que otras partes del mundo”, dice Blomberger,
quien señala que la experiencia de los Balcanes puede ser emulada por México,
donde la desaparición de personas es un fenómeno masivo. Algunas fuentes
extraoficiales han señalado que son más de 10 mil las víctimas de este delito
durante el violento sexenio de Felipe Calderón.
“Si México quiere hacer esto hay que hablar de posibilidades y hacer
cálculos. El dinero siempre es una excusa. Hay que ver la realidad, qué es
posible y cuál es el precio para la sociedad si no se hace. El costo de no
hacerlo es demasiado y difícil de calcular. De alguna manera hay que decir que
un gobierno debe dejar de permitir la impunidad”, dice Bomberger en su oficina.
En la pared está un mapa del país, que sirve para planear las exhumaciones.
En otro edificio hay carpetas identificadas con rótulos que señalan: Kuwait,
Filipinas, Colombia, Chile, Maldivas, Bosnia & Herzegovina, Noruega,
Camerún, Kenia, Huracán Katrina, Croacia, Tsunami, Libia, Chipre, algunos de los
países en los que la comisión ha trabajado porque encontró un ingrediente
fundamental: “voluntad política”.
“Si el gobierno no tiene voluntad es difícil porque la mayoría de las veces
las personas desaparecidas fueron torturadas, maltratadas, enterradas en fosas
comunes y escondidas porque sufrieron violaciones de derechos humanos. En muchos
casos organizaciones políticas a nombre de un gobierno lo hacen, y en casos como
México lo hace el narcotráfico.
“Si no hay cuerpo no hay crimen. Los responsables del crimen no van a
prisión. Por eso es clave que los gobiernos se involucren en los procesos,
muestren voluntad política, porque las familias de las personas desaparecidas,
además de identificar, quieren recibir sus huesos, quieren saber cómo fue, quién
fue, por qué, y justicia para que los responsables sean juzgados”, dice en
entrevista.
Esa es una particularidad de la ICMP, que al exhumar busca evidencias que
puedan constituirse en pruebas en los tribunales que juzgan a los asesinos por
crímenes de guerra.
“La situación ideal no sólo es recuperar personas, es encontrar las
circunstancias en las que murieron, es tener pruebas para llevar a un juzgado. A
fin de cuentas se necesita exigir cuentas a la gente”, dice la funcionaria.
Cuando se le pregunta si la comisión podría trabajar en México responde que
sí, pero aclara: “El elemento crítico para nosotros es tener invitación del
gobierno de México y recaudar fondos para hacer el trabajo, pero sí podríamos ir
a México. Queremos ayudar a gobiernos a hacerlo, hay que desarrollar el proceso
respetando a la sociedad civil, a la gente y su historia”.
Agrega: “Algunos países consideran que lo más importante es la construcción
de un laboratorio, pero lo más importante es la voluntad política; después,
construir instituciones, una base de datos central, que el Estado reconozca a
los desaparecidos”.
Explica que en otros países la comisión colabora con los gobiernos para
capacitar al personal, homologar criterios de exhumación, crear bancos de datos
genéticos y estándares de búsqueda; desarrolla equipos especializados, que
incluyen ministerios públicos, jueces, laboratoristas, trabajadores sociales y
forenses. Una agenda que México tiene pendiente.
Tiempo de abrir fosas
En Yugoslavia la búsqueda de personas desaparecidas comenzó durante la
guerra. En 1996, las exhumaciones se realizaban en forma tradicional: se sacaban
restos, se mandaban a las morgues, se hacían estudios antropológicos pero la
mayoría quedaban sin ser identificados. Ante la rápida saturación se les
depositó hacinados en túneles con humedad.
Desde el 2000, el ICMP tiene sus instalaciones propias con cámaras
refrigeradas y salas de examinación, lavado de cuerpos, autopsia y secado de
huesos. Como primer paso, empezó a abrir fosas comunes que sobrevivientes
señalaban como cementerios clandestinos, o siguieron pistas de informantes
anónimos o que criminales proporcionaban en juicios. También utilizaban imágenes
satelitales para detectar los lugares donde la vegetación estaba alterada y la
tierra removida.
De las fosas han sacado huesos y tomado muestras a 36 mil de éstos.
Simultáneamente, personal de la comisión viaja a campo, visita casa por casa o
cita a la comunidad en centros colectivos, donde toma la muestra de sangre a un
promedio de tres o cuatro miembros de cada familia. Luego pone un código secreto
y un sello a cada una. Hasta el momento se han recabado 90 mil muestras.
Además, entrevista a las familias para recabar toda la información posible
que pueda ayudar a identificar a su pariente, como las características físicas,
lo que sabe de su paradero, la vestimenta que llevaba.
Al final, un formulario, una pregunta clave: “¿Está de acuerdo con que la
información genética se use en los tribunales?”.
En el laboratorio de la ciudad de Tulsda, que se ocupa únicamente para el
análisis de los huesos de la masacre de Srebrenica, la antropóloga forense,
Majda Saracevic está concentrada en armar tres esqueletos.
Mientras acomoda los huesos en una plancha metálica explica: “Examinamos cada
esqueleto, tomamos la foto de cada pieza que encontramos, no sabemos si cada uno
es de un individuo… En algunos casos tenemos partes del cuerpo, huesos aislados
o cuerpos completos. Cuando determinamos si corresponden a un individuo o a
varios les hacemos cortes para tomarles muestras y enviarlas al laboratorio.
Ellos mandan la respuesta cuando realizan el match con la sangre de la
familia”.
Sin el contraste del ADN hubiera sido difícil dar identidad a los restos,
explica Emina Kurtalic, directora de proyecto de Tulsda, ya que se trata de
huesos de 8 mil varones de mediana edad, con las mismas complexiones, criados
con la misma alimentación y que usaban el mismo tipo de ropa proveniente de la
ayuda humanitaria.
“Aunque las características físicas son importantes, el ADN es crucial”, dice
Kurtalic, quien enseña el tomo de uno de los libros que contienen las fotos de
las identificaciones personales y ropa halladas en cada fosa.
Detrás de ella una gráfica pegada a la pared muestra que, en 2001, 51
personas habían sido identificadas y en 2002 (cuando comienza a usarse la
genética) la cifra se dispara a 516 y crece cada año. La identificación se
efectúa a escala masiva.
Los asesinos hicieron todo lo posible por que sus víctimas no fueran
encontradas. En un primer momento, las enterraron masivamente con bulldozers.
Pero cuando comenzaron los juicios en tribunales nacionales e internacionales
destaparon esos cementerios clandestinos, sacaron con máquinas los huesos y los
enterraron y desenterraron hasta tres veces y en distintos lugares para
desvanecer las evidencias.
Por eso, los restos tocados por el aire se descompusieron rápido. Dejaron
pequeñas tumbas con huesos mezclados, parciales o en pedazos. En esos casos el
ADN fue el método certero para regresarles nombre y apellido.
Los huesos que no se corresponden con las muestras de sangre permanecen en la
bodega climatizada y llevan una clave con datos, como el lugar donde fueron
encontrados, el número de fosa y el número de cuerpo. Si con el tiempo se
obtienen más muestras de sangre de familiares, cuando se tienen pruebas
suficientes un hueso puede tardar tres meses en ser identificado.
Cuestión de leyes, no de humanidad
Durante la entrevista Bomberger remarca: “No es cuestión humanitaria; es de
aplicación de la ley y de justicia”. Por ello, insiste, se requiere de la
voluntad política, porque ningún equipo antropológico tiene permitido remover
tierra, sacar cadáveres y hacerles prueba sin orden judicial de por medio.
En su edición 1802 Proceso reveló que el gobierno mexicano, especialmente la
Procuraduría General de la República, se rehúsa a recibir ayuda de una comisión
internacional que pueda examinar el material genético de los restos
desenterrados en las fosas de San Fernando, en el estado de Tamaulipas, porque
considera que sus laboratorios son de máxima calidad, no obstante que Guatemala,
Honduras y El Salvador sospechan que algunos connacionales terminaron ahí sus
días y, posiblemente por impericia, fueron enterrados por el gobierno federal
como “no identificados”.
Bomberger señala que en la ex Yugoslavia los acuerdos políticos fueron
básicos, pues se logró unificar el criterio en un país gobernado por tres
presidentes, dividido en dos regiones y con muertos de tres países. “Puede ser
usado en cualquier parte del mundo. Vienen iraquíes, colombianos (patólogos,
osteópatas, antropólogos) por entrenamiento, para ver el método porque tenemos
un alto grado de calidad en lo que hacemos”, dice Kurtalic.
Los hallazgos del IMCP han dado fe de las brutalidades que se cometieron en
Srebrenica, donde todos los hombres reclutables fueron cazados y asesinados
(hecho nada alejado en similitud a lo ocurrido en San Fernando, Tamaulipas, con
el asesinato de los 72 migrantes, o del caso de los pasajeros de los autobuses
que iban a Matamoros).
En otros lugares, como el municipio de Ilijas, cerca de Sarajevo, aún hay 54
personas desaparecidas desde 1992.
La presidenta de la asociación de madres, Zekija Avdibegovic –que busca a su
marido Omer, de 38 años, y a su hijo Evedin, de 16– señala que aunque se sabe
dónde pudieron haber sido enterrados, no ha habido excavaciones. Esta es una de
las más de 200 organizaciones de familiares de desaparecidos que existen en la
ex Yugoslavia.
“Lo más importante sería la voluntad política; lo que más duele es que se
sabe dónde están pero no los buscan”, dice con una mezcla de decepción y rabia
mientras muestra un mapa del campo abierto donde se sospecha que están
enterrados.
“Hemos intentado ofrecer dinero para obtener información. También el alcalde
prometió recompensa a quien dijera algo, y nadie dice. Ahora el IMCP tiene una
línea de teléfono para que la gente informe esto”, explica.
En la plaza central, ante el campo de futbol donde los chetniks tuvieron
concentrados a todos los hombres, frente a la mezquita, hay un memorial en el
que se lee: “A las víctimas de la agresión del 2 de mayo de 92 a finales de 95,
en el municipio de Ilijas y otras partes, en 10 campos de concentración donde
encerraron y torturaron a más de 500 civiles bosnios, croatas, albaneses y roma
(gitanos). De manera brutal han matado a 128 ciudadanos”.
Zekija no ha tenido la suerte de encontrar a los suyos; otros vecinos sí.
Cada día que en la pantalla del técnico aparece la cifra “99.999999999999%”, que
da positiva a una identificación, personal de la comisión se reúne con la
“afortunada” familia, le enseñan los resultados, le explican los pasos que se
siguieron para identificar los restos, le muestran la ropa, le dicen cuántos
huesos tienen y pone a su consideración si les parecen suficientes para
enterrarlo o esperan que se abran nuevas fosas para hallar más.
“Lo recomendable es que se tenga 75% del cuerpo y no dos o tres huesos,
porque eso es muy duro. Tampoco alimentamos esperanzas porque si fue encontrado
en un río o en una fosa común quizás no encontraremos más. Pero las personas
viejas que no saben si van a vivir más deciden que aunque encontremos un hueso
les avisemos porque quieren enterrar algo. Otros, como los islámicos, por
asuntos religiosos necesitan todo el esqueleto para enterrarlos y a veces
esperan hasta tres años hasta que dicen: ya no podemos esperar más”, comenta
Kurtalic.
A su vez, Bomberger indica que la comisión trabaja con los familiares para
que entiendan sus derechos y el proceso forense, para que se sacudan el miedo y
den permiso para que el material genético se use con fines de búsqueda, y
también, si quieren, en los juzgados.
Si no se castiga a los culpables cada país estará condenándose a repetir la
misma historia.
“No estamos diciendo que el Estado es responsable; puede ser el crimen
organizado, pero el gobierno tiene que mandar la señal de que va a buscar. Y
aunque parece un pequeño paso, es un gran paso, lograr la voluntad política”,
dice Bomberger.
En la conclusión de la entrevista y de ese recorrido por el moderno mundo de
la identificación científica de restos, la funcionaria reflexiona: “Aquí nos
enfrentamos con la irracionalidad, el salvajismo de todo lo que es capaz el ser
humano. No hay ningún país del mundo que pueda decir que no ha cometido
crímenes. Lo que nos previene es la ley, encontrar las fosas comunes, devolver
la identidad de los muertos, encontrar quién es el responsable y encontrar la
responsabilidad del Estado en esto. Sólo así podemos avanzar”.
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