Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 20 de marzo de 2013

Francisco jesuita, Bergoglio no tanto- Papa a la carta-¿Quién asesora a Dios en el Vaticano?

Los retos del Vaticano
Francisco jesuita, Bergoglio no tanto
Bernardo Barranco V.
Una de las sorpresas del cónclave no sólo fue haber elegido a un Papa no europeo, sino a un jesuita. El nombramiento de Jorge Mario Bergoglio como Papa causó sorpresa hasta en la propia Compañía de Jesús, ya que por primera vez en la historia el máximo líder de la Iglesia católica será un jesuita. Llama la atención por las fuertes estigmatizaciones y distancias entre la compañía y el pontificado particularmente de Juan Pablo II.
 
Los últimos papas han privilegiado a otras congregaciones religiosas, como el Opus Dei, a los Focolares, Schoenstatt, Salecianos y de manera trágica a los legionarios de Cristo. Sin embargo, Bergoglio no fue electo Papa por ser jesuita, sino por sus cualidades como pastor, sencillez y austeridad, así como su inteligencia teológica. Pensar que por ser jesuita será un actor de vanguardia y pastoralmente revolucionario es una trágica equivocación. Los cardenales que entraron al cónclave, todos son conservadores sin excepción, incluido por supuesto el actual papa Francisco. Si bien su estilo austero de cura de parroquia contrasta con la opulencia reinante en la curia romana, no debemos confundirnos.

En el plano doctrinal, Bergoglio es tan conservador como el propio Benedicto XVI. Es más, viene de una de las iglesias igualmente más conservadoras de todo el continente latinoamericano, casi como la mexicana. Tampoco debemos absolutizar la idea muy generalizada de que la Compañía de Jesús es progresista por antonomasia. La Iglesia y los jesuitas para nada son un bloque monolito; por el contrario, están atravesados por las más diversas corrientes teológicas y de pensamiento social y filosófico existentes en la realidad secular. Los jesuitas son una gran familia en la que hay de todo, grandes conservadores y grandes reformadores, pensadores posmodernos, sicologistas, nostálgicos de la cristiandad y, por supuesto, grandes simpatizantes de la teología de la liberación.

En suma, Bergoglio es ideológicamente conservador como la mayoría de cardenales creados por los 35 años del binomio Juan Pablo/Benedicto XVI. Tienen el mismo molde doctrinal y varían en las formas y acentos.

A pesar de lo anterior, los jesuitas son los jesuitas. Algunos ven con mucha esperanza su entronización. Otros le miran con recelo no sólo por su conservadurismo sino por su sagacidad política. Pero el sello jesuita lo tiene. Cuando explicó a los periodistas cómo eligió su nombre Francisco por el abrazo y susurro del cardenal brasileño Claudio Humes, quien le habría dicho al oído: no te olvides de los pobres, tuve la rara sensación de un déjà vu. Y al preparar estas notas encuentro con sorpresa y cierta perplejidad que la misma historia ha sido narrada por otro jesuita. Se trata de Adolfo Nicolás, superior general, de origen español y quien había pasado casi toda su vida como misionero en Asia. Cito un artículo publicado por el que escribe hace más de cinco años: “A la sorpresiva opción por Nicolás que pocos le daban crédito, y representa una apertura de la Compañía a las opciones más pastorales y misioneras que han venido resquebrajándose en la Iglesia católica en general. ‘No te olvides de los pobres’, dijo un jesuita compañero al nuevo general al felicitarlo por su nombramiento después de ser elegido. Lo contó él mismo, con mucha emoción, en su primera homilía como superior de la Compañía, en la misa celebrada en la iglesia del Gesú: Uno de vosotros me ha dicho en un susurro: ‘¡No te olvides de los pobres!’ Quizá éste es el saludo más importante, como cuando Pablo se dirige a las iglesias más ricas pidiendo para los pobres de Jerusalén. No te olvides de los pobres: éstas son nuestras ‘naciones’. Éstas son las naciones para las que la salvación es todavía un sueño, un deseo. Quizá está ya entre ellas, pero no la perciben” ( La Jornada, miércoles 23 de enero de 2008).

Probablemente la anécdota flotó en el ánimo de Bergoglio y de manera inconsciente la clonó para justificar el sentido del nombre, inspirado en San Francisco de Asís, revolucionario de los pobres y crítico de las estructuras eclesiásticas en el siglo XIII. Muchos nos sorprendimos por haber adoptado el nombre de un santo de una congregación que en cierto tiempo rivalizó con los jesuitas: los franciscanos. Por ahí se dice que fue adoptado así, como parte de una buena maniobra típicamente jesuita. A pesar del nombre, el escudo del pontificado del papa Francisco contiene el emblema de la Compañía de Jesús IHS, representa que Jesús es el principio y fundamento de la espiritualidad ignaciana y aunque se explica como la abreviatura de Jesús, hombre salvador, esta es una tradición devocional que se añade al significado original.

Los jesuitas han sido la orden más perseguida, admirada y asediada en la historia de la Iglesia. Los jesuitas siempre siembran polémica. O los aman o los repudian. Los jesuitas fueron fundados en 1534 por el militar místico Ignacio de Loyola, bajo el lema Ad maiorem Dei gloriam (Por la mayor gloria de Dios). Hacen los votos de pobreza, castidad, obediencia y absoluta subordinación al papado. En algún tiempo hubo un juramento antimoderno. Su finalidad es la salvación y perfección de los prójimos a través de la militancia evangélica. Fue aprobada el 27 de septiembre de 1540 por el papa Pablo III. Su estructura es sólida, marcadamente centralizada. La máxima autoridad es el padre general, electo a través de una congregación general. Actualmente, la orden cuenta con cerca de 20 mil miembros y se divide geográficamente en sectores, y éstos a su vez en 64 provincias. Sus normas y principios rectores se resumen en las constituciones y otros documentos fundacionales y normativos.
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Jorge Mario Bergoglio, un jesuita que fue elegido Papa por su inteligencia teológica
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Los jesuitas se distinguen de otras órdenes religiosas por su amplio nivel intelectual y aguda capacidad de discernimiento. Además de la disciplina, los jesuitas están presentes en la cultura, la formación académica a través de colegios y universidades de alto reconocimiento. La formación de sus novicios es rigurosa, así como el estilo de vida austero pero decoroso. Sus principios espirituales se fundan sobre la idea de san Ignacio de Loyola de buscar y encontrar a Dios en todas las cosas. En enero de 2008, Adolfo Nicolás asume la conducción jesuítica no sin recibir advertencias de la curia romana. Franc Rodé, entonces prefecto de la sagrada congregación para los institutos de vida consagrada, formuló en la misa inaugural del 7 de enero de 2008 que veía con inquietud el alejamiento de la Compañía de la jerarquía de la Iglesia y le recordaba que la espiritualidad ignaciana era de absoluta subordinación al Papa; advirtió también a los teólogos jesuitas que “deben vigilar sobre la doctrina de vuestras revistas, de las publicaciones, lo hagan a la luz y según las reglas para sentir cum Ecclesia con amor y respeto”. La alusión era clara a las condenas que el Vaticano había evidenciado entonces contra los jesuitas Jon Sobrino, Roger Haight, Jacques Dupuis y Anthony de Mello.
 
Bergoglio estaría en esta tesitura de mayor disciplina y control doctrinal de los jesuitas. Por ello, algunos jesuitas dicen en silencio que Bergoglio, a pesar de ser jesuita, está más cercano ideológicamente al Opus Dei. Otros recuerdan sus increpaciones al padre Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía entre 1965 y 1983, por tolerar la infiltración de la subversión marxista en la Iglesia. No son casuales los reclamos y reproches que enfrenta en su país sobre su actitud y silencios cómplices durante el golpe y la dictadura militar. Aunque algunos lo exculpan, como Adolfo Pérez Esquivel, el papa Francisco debe clarificar su proceder de manera más amplia no sólo a la sociedad argentina, sino a la feligresía mundial. Y pudo haberse equivocado, a más de 30 años de distancia uno puede entender el clima crispado de polarización, pero ante todo debe primar la verdad y la honestidad de un altísimo conductor espiritual. Y sobre todo la Iglesia argentina, que no quiere o no puede reconocer sus errores y diagnósticos equivocados de ese periodo dramático en la vida de aquel país.
 
Para el historiador italiano Alberto Melloni, el papa Francisco es ante todo un jesuita por formación, así lo demostró, por ejemplo, manteniendo un gran equilibrio sicológico ese miércoles cuando se anuncia su elección. No estaba ni siquiera especialmente emocionado, dice Melloni; eso le viene de la espiritualidad que enseña la santa indiferencia, el desapego a los altos cargos y al poder superficial.
 
Finalmente, son inquietantes los testimonios críticos de personas que han convivido de cerca con el ahora sumo pontífice. Óscar Cámara, profesor en el Centro de Estudios Salesiano de Buenos Aires y del Instituto Teológico Franciscano, sostiene de manera contundente sobre el papa Francisco que “su austeridad personal, indiscutible, siempre ha convivido con una decidida y sostenida búsqueda del poder, primero en su congregación, luego en la Iglesia argentina y ahora universal. Bergoglio es un estratega y un político, como hace mucho no había en nuestra Iglesia… No obstante los antecedentes, no habría que descartar que una figura tan lejana al ceremonial y al protocolo, y consciente de la necesidad de ponerle fin a los escándalos (financieros, sexuales, políticos) continuados desde hace tiempo en la Iglesia universal y en Roma, sea capaz de imponer un cambio de rumbo en muchos temas sensibles” ( Página 12, 15 de marzo de 2013, Buenos Aires).
Blindaje divino-Magú
Papa a la carta
Carlos Martínez García
Tras la elección del papa Francisco se han comenzado a difundir análisis sobre hacia dónde se orientará el pontificado del nuevo obispo de Roma. Sobre todo los vaticanólogos, y entre ellos una subespecie que bien podemos llamar la de los papólogos (estudiosos y especialistas en la vida y pensamientos de los papas), ya están haciendo proyecciones a partir de algunos gestos, pocas palabras y leves acciones de Francisco. No sería extraño que, como sucede a menudo, sean los expertos los primeros en equivocarse, como se equivocaron en pronosticar al sucesor de Benedicto XVI, y fallen igualmente acerca del perfil que en su política eclesiástica imprima Francisco.
 
Es claro que la Iglesia católica está urgida de cambios y reformas. En esto hay coincidencia entre especialistas y la opinión pública, sea católica o no. Donde comienzan a presentarse brechas es en la naturaleza de los cambios a realizar. Con razón se expresan quienes demandan que la Iglesia católica se incline decididamente por reorganizarse para preservar y potenciar el carisma (un ethos más cercano al evangelio), y se deslinde del poder en sus versiones políticas y económicas que la han llevado a marginar las necesidades pastorales de su feligresía.

Las prácticas eclesiásticas copulares que se revigorizaron con Juan Pablo II y Benedicto XVI, que tan certeramente criticó en su momento Hans Küng, conformaron colegios cardenalicios cuyos integrantes prácticamente en su totalidad poseen el mismo perfil conservador y reacio a una mayor horizontalidad de la institución. Esto, para los partidarios de que la Iglesia católica se abra a vientos renovadores, tiene que sustituirse por mayor participación de los feligreses y sus organizaciones en la postulación de clérigos cuyos antecedentes puedan de alguna manera garantizar mejor servicio al pueblo católico.

Los interesados e interesadas en el saneamiento de la Iglesia católica apuntan, con sobrada preocupación, a la urgencia de desmantelar las redes pederastas protegidas por obispos, arzobispos y cardenales. Porque el tema de los abusos sexuales clericales perpetrados contra infantes y adolescentes, en los países donde han tenido lugar de forma continuada, no es cuestión de unos cuantos abusadores solitarios, sino de estructuras verticalistas y conspicuos clérigos que protegen a los delincuentes sexuales con el argumento de que lo hacen para salvaguardar a la institución del descrédito y los ataques de sus críticos y adversarios.

En el mismo sentido renovador van las propuestas de quienes ante las evidencias negativas proponen aperturas en el acceso al sacerdocio. Por todo el mundo es constatable que el clero católico envejece y no se vislumbran sustitutos jóvenes en la cantidad necesaria. Calculan, tal vez con razón, que si deja de ser exigible el celibato para los sacerdotes y se permite la ordenación de clérigos casados, entonces podrían crecer de manera importante las vocaciones sacerdotales. Necesariamente, opinan los propulsores de que la ordenación ya no sea vedada a los sacerdotes casados, Francisco tendrá que mostrarse caritativo en el tema y abrir el ministerio a quienes se les ha cerrado la puerta.
 
La información existente y que ha trascendido sobre turbios manejos financieros del Vaticano, así como su participación con inversionistas especialistas en la especulación, ya tiene larga data. Desde los años en que estuvo al frente del Instituto para las Obras Religiosas (Banco Vaticano) el obispo Paul Marcinkus, que dirigió esa institución de 1971 a 1989, tejió relaciones peligrosas que de manera inercial continuaron con sus sucesores. Es posible que el tema de la prosperidad económica de que goza el Vaticano y las formas en que ha llegado a ella sea un punto candente que le explote al nuevo Papa. La cercanía al poder económico difícilmente es compatible con la pretensión de las cúpulas clericales de mantener níveas sus sotanas.
 
La austeridad personal del papa Francisco puede ser encomiable. Contrasta con los extravagantes lujos de la mayoría de quienes lo eligieron. La sencillez mostrada por él en los actos que ha presidido tal vez incomode a los obispos, arzobispos y cardenales que tienen a su servicio séquitos que les cumplen sus antojos y excéntricos gustos. Proyectar de la austeridad y sencillez de Francisco un porvenir para la Iglesia católica orientado hacia el servicio de los más necesitados es, me parece, un cálculo un tanto cándido a estas alturas. Habrá que ver si esas características personales del nuevo Papa se transforman en políticas institucionales o solamente quedan en meros rasgos que no trascienden al conjunto de la institución que preside.
 
Es muy temprano para hacer comentarios sustanciales a partir de una declaración papal. Hay que esperar a ver políticas eclesiásticas concretas que, por ejemplo, den fondo y forma a la declaración del papa Francisco hecha el sábado en su primera audiencia con periodistas: Queremos una Iglesia pobre, para los pobres. Las anteriores palabras suenan bien, nada más que, como no se trata de acuñar consignas ingeniosas sino de acciones concretas, será durante el tiempo que dure Francisco en el cargo para el cual fue elegido donde se verá si su declaración se vierte en hechos comprobables.
 
Por su historia ministerial en Argentina difícilmente puede esperarse que Francisco abra las ventanas y las puertas de la Iglesia católica. No tiene mucho tiempo para hacerlo. Primero tendría que mostrar voluntad y después la fuerza para airear las anquilosadas estructuras que le han sido confiadas. ¿Estará dispuesto a emprender la tarea?
Los ricos también oran-Rocha
¿Quién asesora a Dios en el Vaticano?
José Steinsleger
En asuntos celestiales, mi campo es finito. Y en los terrenales, más allá de los desmanes causados por los milicianos de la banda de Loyola, que en el siglo XVI fueron autorizados por el Papa para luchar contra… (toc-toc-toc)… ¡Joder!…Justo cuando me estaba cayendo el veinte. ¿Quién será?
–Ah… ¿cómo le va, vecino?
–Permítame darle un abrazo.
–Pero mi santo es el 19...
–Pues que sea por anticipado…
–¿Y a cuento de qué?
–¡El nuevo Papa, vecino! ¡El nuevo Papa es argentino!
–Mire usted, yo…
–¿A poco no es usted argentino?
–Y mexicano.
–¡Pero de la tierra del Papa!
–Y de la mano de Dios.
–Caray… tiene usted razón.
Toc-toc-toc… (La esposa del vecino y la perrita histérica que ladra cuando asomo por el balcón.)
–Buena tardeeeee… Debe sentirse orgulloso ¿verdá…?
–Gracias, gracias… muy amables, pero yo…
Dirigiéndose a la perrita que no dejaba de husmear y de gruñirme, le dijo:
–Calma, Preciosa… ¡hazte amiga del señor, que el Papa es argentino!
Pletórica de dicha y armonía vecinal, la tertulia fue breve y acabó cuando la perrita se meó sobre una pila de periódicos. Al despedirse, frunciendo el entrecejo, el vecino asumió un porte más serio:
–Tenemos que platicar. ¿En qué periódico dijo que trabaja? –Y la señora, meneando con suavidad su cabeza, me miró con redoblada ternura:
–Un Papa argentino… ¡Que Dios le dé más!
Cerré la puerta, tomé aire, y sacudiéndome el confeti de congratulaciones me dije: ¿Y ahora? ¿Cómo sigo? En su primer mensaje del ángelus, el papa Francisco pidió a los católicos ser más indulgentes y que no se apresuren a condenar los errores de los demás. ¿Y los que no lo son?
Quizá peco de sentimental, pero siempre me costó enfriar la inocencia y la fe de la gente. ¿Con qué derecho? Sin embargo, y en comparación con otros siglos, las creencias religiosas y dogmas de toda índole se hallan en retirada o a la defensiva, Incluyendo los fanatismos que, en el fondo, son manifestaciones de intrínseca debilidad.
Tampoco me caen los que se erigen en predicadores del aristotélico justo medio, sugiriéndonos condenar la violencia provenga de donde provenga y permaneciendo equidistantes de los extremos de uno y otro signo. Pues ambas expresiones son las favoritas de los hipócritas que lavan su complicidad con la violencia y el extremismo para salvaguardar sus miserables cuotas de poder terrenal… o celestial.
La designación de Jorge Mario Bergoglio fue causa de alegría en cientos de millones de creyentes, y motivo de esperanza en cientos de millones que no lo son porque se cansaron de esperarla. Por consiguiente, hay que sopesar. Porque en esta alegría participaron encumbrados teólogos de la liberación, y 44 defensores de la civilización occidental y cristiana que están siendo juzgados en la provincia argentina de Córdoba, acusados por delitos de lesa humanidad cometidos en el campo clandestino de La Perla.
El día del Ungido, los genocidas entraron en la sala del tribunal luciendo en sus solapas cintas con los colores amarillo y blanco: la bandera del Vaticano. Gesto más que simbólico que seguramente también hizo suyo el ex capellán de la policía Christian von Vernich, a quien la Iglesia no excomulgó ni le prohibió impartir misa en el penal donde purga condena.
Ahora bien. Sería injusto igualar a Bergoglio (el simple que viaja en Metro) con los curas que supervisaban la picana de 220 voltios. Pero el ex asesor espiritual de Guardia de Hierro (capítulo argentino de la fascista y ultracatólica de origen rumano) no acompañó a obispos comprometidos como Miguel Hesayne, Vicente Zazpe o Jaime Nevares. A más de guardar silencio luego de los asesinatos de los obispos Carlos Ponce de León, Enrique Angelelli, y el padre Carlos Mugica, entre cientos de seminaristas caídos en la lucha.
Recordemos las palabras de Victorio Bonamín, provicario general de las fuerzas armadas, antes del golpe: Cuando hay derramamiento de sangre, hay redención. Nuestra religión es terrible: se nutre de la sangre de Cristo y se sigue alimentando de nuestra sangre ( La Nación, 23/9/1975). Y la bendición impartida a las tropas del ejército tres meses después del golpe por el cardenal Pio Laghi, patrono de la Soberana Orden Militar de Malta y nuncio apostólico en Buenos Aires:
“El país tiene una ideología tradicional. Y cuando alguien pretende imponer otro ideario diferente y extraño, la nación reacciona como un organismo con anticuerpos ante los gérmenes, generándose así la violencia. Los soldados cumplen con el deber prioritario de amar a Dios y a la patria que está en peligro…” ( La Nación, 27/6/1976).
Lo importante: El papa Francisco no es un hombre de escritorio, y proviene de la única institución argentina que no pidió perdón ni mostró arrepentimiento por su complicidad con el terrorismo de Estado. Y como no hay dos sin tres, hincha de San Lorenzo de Almagro: el equipo favorito del embajador yanqui James Cheek cuando el país se fue al descenso, y los argentinos padecieron el infierno del llamado consenso de Washington.

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