Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 9 de marzo de 2013

La dimensión de Hugo Chávez- Venezuela: Las exequias.- Hugo Chávez desde lo personal

La dimensión de Hugo Chávez
Enrique Calderón Alzati
De tiempo en tiempo, la humanidad genera algunos hombres y mujeres destinados a pasar a la historia por su ejemplo y legado para la humanidad, logrados no sólo por sus virtudes y su visión personal, sino por la magnitud de los problemas y la complejidad de las situaciones a las que hubieron de hacer frente en la consecución de sus objetivos. En algunos casos, ello fue posible con sus esfuerzos y capacidades individuales, pero sólo de manera extraordinaria, mediante la claridad y firmeza de su convocatoria, la cual les llevó a mover la voluntad de miles y de millones de seres humanos para hacerla realidad. Este fue el caso de Hugo Chávez, querido y admirado por la inmensa mayoría de sus compatriotas, así como por los líderes y pueblos de muchas naciones latinoamericanas y de otras partes del mundo, y al mismo tiempo repudiado como pocos, por los representantes de los intereses más retrógradas del planeta, pero también por multitudes incapaces de entender la importancia de las luchas libertarias en el mundo.
 
Si bien Hugo Chávez es el gran reformador y revolucionario comprometido con la justicia y el bienestar de las mayorías de su país, Venezuela, la tierra misma que vio surgir al libertador Simón Bolívar, resultaría difícil explicar la gran transformación que ha vivido Sudamérica en la década reciente, con el surgimiento de los diferentes regímenes democráticos que hoy gobiernan Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, ni tampoco las situaciones que han estado viviendo Chile y Perú, sin la presencia de Chávez, y ello no por el supuesto intervencionismo que sus opositores le han atribuido, sino por el ejemplo del gobierno de Chávez, y por el respaldo que el pueblo venezolano le dio para hacer las nacionalizaciones y transformaciones que han convertido a esa nación en un ejemplo a seguir para su emancipación y progreso, como tampoco podría explicarse el surgimiento mismo de Chávez sin pensar en el liderazgo ejemplar de Fidel Castro, de Ernesto Guevara y de la revolución cubana.

A partir de los comités de ciencia y tecnología que se formaron por iniciativa del gobierno español para festejar los 500 años del primer viaje de Colón, fui invitado a representar a México y posteriormente a dirigir los trabajos de un comité, relacionado con la tecnología educativa; ello me dio la oportunidad de viajar y conocer la mayor parte de los países de América del Sur a principios de la década de los 90 y de observar de cerca la existencia de los diferentes regímenes militares y civiles de la región, así como sus formas de gobernar en ellos. En esos años visité Venezuela en varias ocasiones, percatándome de la corrupción existente en los círculos gubernamentales y de los enormes privilegios de que disponían los miembros de una elite de burócratas y comerciantes que, haciendo gala de su capacidad para dilapidar los recursos del país, comentaban, por ejemplo, de la servidumbre doméstica que importaban de Italia, de Francia y de otros países europeos, en virtud de la ignorancia y desaseo típico de sus compatriotas con menores recursos, a quienes no era posible confiar el aseo de sus residencias y menos la administración de las mismas.

La arrogancia, superficialidad y estupidez de aquellos hombres y mujeres me hizo pensar en la necesidad del cambio evidente que esa nación requería y que, sin embargo, se veía muy remota, en virtud de la existencia de intereses estadunidenses en torno a la explotación de los gigantescos recursos petroleros de los que allí podían disponer. La existencia de enormes cantidades de petróleo en su subsuelo había caído como una maldición para el país, cuya dependencia del extranjero se hacía evidente hasta en los alimentos más básicos, importados todos ellos –con excepción del azúcar y el ron–, ante la actitud y miopía de los sucesivos gobiernos que se habían desentendido del desarrollo industrial y económico del país, ubicados ellos en su amplia zona de confort generada por la riqueza aparente del oro negro, mientras la inmensa mayoría de la población se sumía en la pobreza.
 
La vista del creciente cinturón de miseria, observable en todas las colinas y montes que rodean a la ciudad de Caracas e incluso en la carretera atestada de autos que subían a la ciudad, desde el aeropuerto ubicado en la costa, marcaban con claridad las dimensiones de la miseria de aquel país de abundancia. Fue un poco después de aquel tiempo, cuando nos enteramos por la prensa de un golpe militar realizado por un oficial para deponer a Carlos Andrés Pérez, presidente entonces de aquel país de contrastes –bueno, un golpe militar más como todos los que sucedían en aquellos años en Sudamérica–, aunque las declaraciones de aquel oficial, llamado Hugo Chávez, detenido luego del golpe, parecían ser de naturaleza diferente a las otras ocurridas en aquellos años y aquellas regiones.
 
Luego de algún tiempo, la prensa comenzó a hablar de nuevo de aquel hombre, al principio dándole poca importancia, la cual fue creciendo después, ante el entusiasmo que sus discursos comenzaban a tener entre la población venezolana, hasta que a finales de 1998, supimos de su triunfo electoral. Desde el inicio de su mandato, Chávez dio muestra de su voluntad transformadora, destruyendo privilegios y poniendo en marcha programas de asistencia social y de restauración de la capacidad industrial abandonada. El descontento de quienes vieron sus intereses afectados no se hizo esperar, especialmente de la poderosa elite de los dirigentes petroleros, cuyos privilegios se veían afectados, el país entero se fue sumiendo en una crisis que parecía insalvable, la cual culminó con otro golpe militar perpetrado por un grupo de oficiales al servicio de los intereses opositores. La respuesta de la población y la posición asumida por el ejército en su conjunto, lograron restituirle en el poder, con lo que su imagen pública internacional comenzó a llamar la atención en otros países.
 
A partir de ese momento y hasta el lamentable día de su muerte, su influencia transformadora movió profundamente la conciencia de otros países, en la medida que iba siendo claro que, con el apoyo de sus pueblos, los gobernantes podían restablecer las ideas de soberanía e independencia respecto de los poderes trasnacionales. La pequeñez, la falta de visión y de compromiso social de nuestros últimos gobernantes, nos ha llevado a nosotros por caminos diferentes. Esperemos que la muerte de este líder latino americano del siglo XXI llame a la reflexión a quienes hoy tienen los cargos de mayor responsabilidad para transformar nuestro país.
 
Venezuela: Las exequias
Chávez, el legado y los desafíos
Boaventura de Sousa Santos *
Foto
Ejecución de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar durante el funeral de Estado del presidente Hugo Chávez. Dirige Gustavo Dudamel
Foto Xinhua
Murió el líder político democrático más carismático de las últimas décadas. Cuando esto sucede en democracia, el carisma crea entre gobernantes y gobernados una relación particularmente movilizadora, porque reúne la legitimidad democrática con una identidad de pertenencia y un conjunto de objetivos compartidos que van mucho más allá de la representación política.
 
Las clases populares, habituadas a ser golpeadas por un poder lejano y represor (las democracias de baja intensidad alimentan ese poder), viven momentos en los que la distancia entre representantes y representados casi se desvanece. Los opositores hablan de populismo y autoritarismo, pero raramente logran convencer a los votantes. Es que, en democracia, el carisma permite niveles de educación cívica difícilmente alcanzables en otras condiciones. La compleja química entre carisma y democracia profundiza ambos procesos, sobre todo cuando se traduce en medidas de redistribución social de la riqueza. El problema del carisma es que termina con el líder. Para continuar sin él, la democracia necesita ser reforzada con dos ingredientes cuya química es igualmente compleja, sobre todo en un inmediato periodo poscarismático: la institucionalidad y la participación popular.
 
Al gritar en las calles de Caracas ¡todos somos Chávez!, el pueblo es lúcidamente consciente de que Chávez hubo uno solo y que la revolución bolivariana tendrá enemigos internos y externos lo suficientemente fuertes como para poner en cuestión la intensa experiencia democrática de los últimos 14 años. En Brasil, el presidente Lula fue también un líder carismático. Después de él, la presidenta Dilma aprovechó la fuerte institucionalidad del Estado y de la democracia brasileñas, pero ha tenido dificultades para complementarla con la participación popular. En Venezuela, la fortaleza de las instituciones es mucho menor, mientras que el impulso de la participación popular es mucho mayor. Es en este contexto que debemos analizar el legado de Chávez y los desafíos en el horizonte.
 
 
El legado
La redistribución de la riqueza. Chávez, al igual que otros líderes latinoamericanos, aprovechó el boom de los recursos naturales (en especial el petróleo) para realizar un programa sin precedentes de políticas sociales, sobre todo en las áreas de educación, salud, vivienda e infraestructura, que mejoraron sustancialmente la vida de la inmensa mayoría de la población. La Venezuela saudita dio lugar a la Venezuela bolivariana.
 
La integración regional. Chávez fue artífice incansable de la integración del subcontinente latinoamericano. No se trató de un cálculo mezquino de supervivencia o hegemonía. Chávez creía como nadie en la idea de la Patria Grande de Simón Bolívar. Las diferencias políticas sustantivas entre los países de la región eran vistas por él como discusiones dentro de una gran familia. Cuando tuvo la oportunidad, procuró restaurar los lazos con el miembro de la familia más reticente y más pro estadunidense: Colombia. Procuró que las relaciones entre los países latinoamericanos fueran mucho más allá de los intercambios comerciales y que éstos se pautasen por una lógica de complementariedad y reciprocidad, no por una lógica capitalista. Su solidaridad con Cuba es bien conocida, pero fue igualmente decisiva con la Argentina durante la crisis de 2001-2002 y con los pequeños países del Caribe.
 
Fue un entusiasta de todas las formas de integración regional que ayudaran al continente a dejar de ser el patio trasero de Estados Unidos. Encabezó el Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas), luego Alba-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos); también quiso ser miembro del Mercosur. La Celac (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe) y la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) son otras de las instituciones de integración a las que Chávez dio su impulso.
 
Antimperialismo. En los momentos más críticos de su gobierno (incluyendo la resistencia al golpe de Estado de que fue víctima en 2002), Chávez se enfrentó con el unilateralismo estadunidense más agresivo (George W. Bush), que llegó a su punto más destructivo con la invasión de Irak. Chávez tenía la convicción de que lo que estaba pasando en Medio Oriente pasaría un día en América Latina si la región no se preparaba para esa eventualidad. De ahí su interés por la integración regional. Pero también estaba convencido de que la única manera de frenar a Estados Unidos era alimentar el multilateralismo, fortaleciendo lo que quedaba de la Guerra Fría. De ahí su acercamiento a Rusia, China e Irán. Sabía que Estados Unidos (con el apoyo de la Unión Europea) continuaría liberando a todos los países que pudieran desafiar a Israel o ser una amenaza para el acceso al petróleo. De ahí, la liberación de Libia, seguida por la de Siria y, en un futuro próximo, Irán. De ahí, también, el desinterés de Washington y la Unión Europea por liberar la nación gobernada por la dictadura más retrógrada: Arabia Saudita.
 
El socialismo del siglo XXI. Chávez no consiguió construir el socialismo del siglo XXI, al que llamó socialismo bolivariano. ¿Cuál sería su modelo de socialismo, teniendo en cuenta que siempre mostró reverencia por la experiencia cubana, que muchos consideraron excesiva? Me consuela saber que en varias ocasiones Chávez se refirió con aprobación a mi definición de socialismo: El socialismo es la democracia sin fin. Es cierto que eran discursos y que la práctica sería sin duda mucho más difícil y compleja. Quiso que el socialismo bolivariano fuera pacífico, pero armado para que no le ocurriera lo mismo que a Salvador Allende. Nacionalizó empresas, lo que causó la ira de los inversores extranjeros, que se vengaron con una impresionante campaña de demonización en su contra, tanto en Europa (especialmente en España) como en Estados Unidos. Desarticuló el capitalismo que existía, pero no lo sustituyó. De ahí, las crisis de abastecimiento e inversión, la inflación y la creciente dependencia de los ingresos petroleros. Polarizó la lucha de clases y puso en guardia a las viejas y a las nuevas clases capitalistas, que habían tenido durante mucho tiempo un monopolio casi total de la comunicación social y que siempre mantuvieron el control del capital financiero. La polarización llegó a la calle y muchos consideraron que el gran aumento de la delincuencia era su producto (¿dirán lo mismo del aumento del delito en San Pablo o Johannesburgo?).
 
El Estado comunal. Chávez sabía que la máquina estatal construida por las oligarquías que siempre habían dominado el país haría todo lo posible para bloquear el nuevo proceso revolucionario que, a diferencia de los anteriores, nacía con la democracia y se alimentaba de ella. Buscó, por eso, crear estructuras paralelas. Primero fueron las misiones y las grandes misiones, un amplio programa de políticas públicas en diferentes sectores, cada una con un nombre sugestivo (por ejemplo, la Misión Barrio Adentro, para ofrecer servicios de salud a las clases populares), con participación social y ayuda de Cuba. Después fue la institucionalización del poder popular, un ordenamiento territorial paralelo al existente (estados y municipios), con la comuna como célula básica, la propiedad social como principio y la construcción del socialismo como objetivo principal. A diferencia de otras experiencias latinoamericanas que trataron de articular la democracia representativa con la democracia participativa (el caso del presupuesto participativo y los consejos populares sectoriales), el Estado comunal asume una relación de confrontación entre esas dos formas de la democracia. Tal vez ésa sea su gran debilidad.
 
Los desafíos. La unión cívico-militar. Chávez asentó su poder sobre dos bases: la adhesión democrática de las clases populares y la unión política entre el poder civil y las fuerzas armadas. Esta unión siempre ha sido problemática en el continente y, cuando existió, casi siempre tuvo orientación conservadora e, incluso, dictatorial. Chávez, él mismo un militar, consiguió una unión de sentido progresista que le dio estabilidad al régimen. Pero para eso tuvo que dar poder económico a los militares, lo que, además de ser una fuente de corrupción, mañana puede volverse en contra de la revolución bolivariana o, lo que es lo mismo, subvertir su espíritu transformador y democrático.
 
El extractivismo. La revolución bolivariana profundizó la dependencia del petróleo y los recursos naturales en general, fenómeno que, lejos de ser específico de Venezuela, está hoy presente en otras naciones administradas por gobiernos que consideramos progresistas, como Brasil, Argentina, Ecuador o Bolivia. La dependencia excesiva de los recursos naturales bloquea la diversificación de la economía, destruye el medioambiente y, sobre todo, constituye una agresión constante a las poblaciones indígenas y campesinas, en cuyos territorios se encuentran esos recursos, contaminando sus aguas, desconociendo sus derechos ancestrales, violando el derecho internacional que exige la consulta a las poblaciones, expulsándolas de sus tierras, asesinando a sus líderes comunitarios. Hace apenas unos días asesinaron a un gran dirigente indígena de la sierra de Perijá (Venezuela), Sabino Romero, referente de una lucha con la que me solidarizo desde hace años. ¿Sabrán los sucesores de Chávez enfrentar este problema?
 
El régimen político. Aun cuando es votado democráticamente, un régimen político hecho a medida de un líder carismático tiende a ser un problema para sus sucesores. Los desafíos son enormes en el caso de Venezuela. Por un lado, la debilidad general de las instituciones; por otro, una institucionalidad paralela, el Estado comunal, dominado por el partido creado por Chávez, el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela). Si se instaura el vértigo del partido único, será el fin de la revolución bolivariana. El PSUV es un agregado de diversas tendencias y la convivencia entre ellas ha sido difícil. Desaparecida la figura aglutinante de Chávez, es necesario encontrar maneras de expresar la diversidad interna. Sólo un intenso ejercicio de democracia interna permitirá al PSUV ser una de las expresiones nacionales de profundización democrática que bloqueen el avance de las fuerzas políticas interesadas en destruir, punto por punto, todo lo que fue conquistado por las clases populares en estos años. Si la corrupción no es controlada y si las diferencias internas son reprimidas por declaraciones de que todos son chavistas y que cada uno es más chavista que el otro, se abrirá el camino para los enemigos de la revolución. Una cosa es cierta: si hay que seguir el ejemplo de Chávez, es crucial que no se repriman las críticas. Es necesario abandonar el autoritarismo que ha caracterizado a grandes sectores de la izquierda latinoamericana.
 
El gran desafío para las fuerzas progresistas del continente es saber distinguir entre el estilo polemizante de Chávez, ciertamente controvertido, y el sentido político sustantivo de su gobierno, inequívocamente a favor de las clases populares y de una integración solidaria de América Latina. Las fuerzas conservadoras harán todo lo posible para confundirlos. Chávez contribuyó en forma decisiva a consolidar la democracia en el imaginario social. La consolidó donde es más difícil que sea traicionada: en el corazón de las clases populares. Y donde también la traición es más peligrosa. ¿Alguien imagina a las clases populares de tantos otros países derramando ante la muerte de un líder político democrático las lágrimas amargas con que los venezolanos inundan las pantallas de televisión del mundo? Este es un patrimonio precioso, tanto para los venezolanos como para todos los latinoamericanos. Sería un crimen desperdiciarlo.

* Doctor en sociología del derecho, profesor de las universidades de Coimbra, Portugal, y Wisconsin, Estados Unidos
• Traducción para Página12: Javier Lorca
Chávez-Ahumada
Venezuela: Las exequias
Hugo Chávez desde lo personal
Marcos Roitman Rosenmann
No nos engañemos, la entrada de Hugo Chávez en la política latinoamericana no fue bien vista. El 4 de febrero de 1992 las noticias hablaban de un intento de golpe de Estado en Venezuela. Las mentes de la izquierda no visualizaron un militar reformista o nacionalista, el imaginario se trasladó a dictadores como Augusto Pinochet. Y desde luego por su graduación, teniente coronel, a las maniobras desestabilizadoras de los oficiales argentinos liderados por el neofascista, cara pintada, Aldo Rico.
 
Si el entonces presidente venezolano Carlos Andrés Pérez estaba sentenciado por sus políticas fondomonetaristas y la represión ejercida durante el caracazo, con más de 500 muertos, nadie, en su sano juicio, avalaría un putsch militar. La intelectualidad, la izquierda política y social se apresuró a condenarlo. Las aventuras de uniformados que se arrogaban la función salvadora de la patria concitaban una repulsa general.

El continente aún buscaba salir de la noche oscura de las dictaduras que habían asolado la región. Así, cuando el responsable de la asonada, Hugo Chávez Frías, deponía las armas, asumiendo toda la responsabilidad política y dando a entender que lo hacia temporalmente, ese por ahora que le hizo famoso, se entendió como una bravuconada de un golpista frustrado. Su detención, encarcelamiento y condena no concitó rechazo. Al contrario, supuso parabienes. Las paradojas de la historia hicieron que Carlos Andrés Pérez acabara entre rejas, acusado de corrupción y malversación de fondos públicos.

El nuevo presidente, Rafael Caldera, amnistió a los soldados que habían participado en el golpe de Estado. Hugo Chávez reaparece en el escenario político. Pero su periplo no fue fácil. Buscó interlocutores para hacer ver que no era un militar al uso. Que su ideario en nada asemejaba a los militares gorilas. Recibió la indiferencia. Producía rechazo.

Entre 1996 y 1998, su labor fue abrir puertas, despejar incógnitas, y definir una alternativa social renovadora. El proyecto V República. En esos años el pueblo comenzó a ver al joven oficial y sus compañeros como una opción política de cambio.

Venezuela había entrado en un estado de corrupción generalizada. La crisis institucional afectaba a todos los ordenes. Los partidos políticos tradicionales perdían representatividad, la desigualdad social, la pobreza, se alzaban como los principales problemas nacionales. La deuda social se acumulaba. La realidad dibujaba un panorama oscuro, un país sin futuro, sin salida. En ese contexto, Hugo Chávez lograría sumar voluntades. Su propuesta crecía a la par que su liderazgo. Aun así, su pasado le perseguía. Sus detractores lo caricaturizaron. Para ellos seguía siendo un golpista y por tanto un peligro para la democracia.

El triunfo en las elecciones presidenciales de 1998 en poco cambió esta esperpéntica visión. La oposición presentaba, al ahora presidente electo, como un hombre que no estaba en sus cabales. Que no era digno de ocupar la máxima magistratura del país. Buscó horadar sus apoyos y restar fuerza. Eran tiempos de orgía neoliberal, de triunfalismo privatizador. América Latina vivía los tiempos de la desintegración, de la perdida de identidad colectiva. Proliferaban los tratados de libre comercio. El sueño de los libertadores, una patria grande, había pasado a mejor vida.
 
El triunfo de Hugo Chávez dejó patidifusa a la derecha y la socialdemocracia. Sus internacionales se dieron a la labor de financiar y apoyar a sus filiales criollas en el lento camino desestabilizador. Tenían todo a su favor. El perfil diseñado para identificar a Hugo Chávez fue sellado en los despachos del Pentágono. Los medios de comunicación se dedicaron a reproducirlo a escala mundial. Sólo requerían un caballo de Troya. A poco de andar lo consiguieron.
 
Teodoro Petkoff, ex guerrillero, socialista enfrentado a Carlos Andrés Pérez y aliado electoral de Hugo Chávez en las presidenciales de 1998, rompe su alianza e inicia un furibundo ataque al gobierno y a su presidente. Lleno de resentimiento, sus palabras se convertirán en el referente cuando se adjetiva a Hugo Chávez. Populista, dictador, autócrata, caudillo vengativo y megalómano. Entre 2000 y abril de 2002, mes del intento fallido de golpe de Estado, la oposición interna, el imperialismo y sus aliados, centraron los esfuerzos en difundir dicha imagen. Enrique Krauze fue su principal difusor.
 
El fracaso del golpe militar fue un punto de inflexión. El pueblo venezolano salió a la calle a defender a su presidente, y las fuerzas armadas, casi en su totalidad, se mantuvieron leales. Ya no había marcha atrás. Los cambios se aceleran, y la obra de gobierno mostró sus resultados. La figura de Hugo Chávez saldrá fortalecida, haciéndose un sitio entre los grandes del continente. Algunos seguían recelando de sus formas, de su espontaneidad, pero nadie cuestionó su convicción democrática, su profundo amor a su pueblo y su talle de estadista. La izquierda lo comenzó a reivindicar. Ganaba enteros y con ello el proceso iniciado en 1998 se institucionalizaba.
 
La primera batalla al neoliberalismo se saldaba con victoria. Después vinieron otras. Venezuela lideraría con Cuba nuevos proyectos: Alba, Celac o el Banco del Sur. Devolvió la alegría sus conciudadanos. Ese es el legado. Forma parte de ese reducido núcleo de personas cuya impronta política está por encima de las opiniones personales. Es un referente de la historia con mayúsculas.
Entre el año 2002 y la muerte del presidente Hugo Chávez, la oposición buscó denodadamente presentar a Venezuela como un pueblo dividido, sometido al odio y los deseos afiebrados de un déspota sin control. Perdieron elecciones, no lograron el apoyo popular y hoy seguramente no guardan luto. Pero la realidad es obstinada. Muestra otro escenario. El pueblo venezolano sale a la calle, llora a su presidente y se crece en la adversidad. Mandatarios de todo el mundo acuden a mostrar sus respetos. Ha sido su lucha por construir una América Latina libre del imperialismo y soberana; así como su perseverancia ante la adversidad, el mayor ejemplo de dignidad de un soldado cuya política fue servir al pueblo, no a la oligarquía. Por ello trasciende la coyuntura. La revolución bolivariana pierde a su líder más destacado, pero no queda huérfana. Mas quisiera la oposición.

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