Nosotros ya no somos los mismos
La misión de la Suprema Corte es garantizar la justicia, no evaluar la gramática
Ortiz Tejeda
Don Jaime Labastida.
Director de la Academia
Mexicana de la Lengua:
¡Duro! ¡Duro!
Director de la Academia
Mexicana de la Lengua:
¡Duro! ¡Duro!
Sinopsis: En el estado de Puebla, dos periodistas se enfrentan. Uno califica al otro como puto, maricón, puñal. La disputa (perdón, perdón, ya estoy comprando una bronca ajena; precisamente estas expresiones malsonantes son las que dieron pie al problema) se judicializa y llega al penthouse: la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ésta, ni tarda ni perezosa (¿cómo dije?) dictamina que expresiones de semejante jaez son discriminatorias y homofóbicas. Es decir, atentatorias de los derechos humanos, pero además vulgares, es decir, propias de gente corriente, grosera, poco refinada.
En cuanto al uso punible de la palabra puto, quiero refugiarme en la sabiduría enciclopédica de Corominas, F. Díaz o S. Covarrubias. Entresaco de ellos algunos datos. En el origen, el significado de putta era, simplemente, muchacha. En masculino, puttus era chiquillo. Estos nombres estaban tan desprovistos de insanas acepciones, que tal vez recuerden ustedes algunas pinturas antiguas, especialmente de temas rosas y un poco más, cuyos marcos estaban adornados por pequeños angelitos llamados puttis o erotes. Fue hasta tarde que el vocablo putus adquirió el significado de prostituto, es decir, persona que realiza actividades sexuales a cambio de un determinado estipendio. (Ese estipendio dependía de múltiples factores: urgencia, posibilidades, antojo, fijación, buenura, coyuntura). La constante que define el acto es la contraprestación económica, no el sexo de los contratantes que, para estos menesteres, puede ser semejante o diferente. No conozco al señor Prida Huerta pero, sin ser homofóbico (no suelo comer lumbre, H. Suprema Corte) se me hace difícil que, dedicado a este rubro comercial tenga más éxito que como periodista. Luego entonces, el señalamiento de
putohace más referencia a una preferencia sexual que a un contrato mercantil. Lo que seguramente quiso decir el señor Núñez Quiroz (recuérdese que su diario se llama Intolerancia) es que el señor Prida siente ñáñaras con sus compañeros de sector y de partido (frase fundamental de la política de los años cincuentas). La sustitución de
putopor
puñalno llega siquiera a la categoría de sinónimo estricto o contextual, si acaso a una variación dialectal. Más bien un simplón juego de palabras: Núñez le dice a Prida
puñalqueriéndolo calificar de
puto, es decir, homosexual. La respuesta tendría que ser simplemente: ¡Yyyyyyy! Porque como insulto, el hacer mención a las preferencias sexuales de una persona está francamente en desuso. Según últimos datos, la diversidad sexual se da desde los orígenes. Recientemente una leyenda urbana de carácter edénico o paradisiaco cuenta que el quijadazo con el que Caín ultimó al joven Abel no fue por ninguna cuestión testamentaria, sino porque lo encontró reptando con la difamada serpiente que, dicen, era serpiente macho. De allí p'al real. No ha habido civilización, desde las más remotas, en la que esta condición haya estado ausente: la antigua Grecia y el imperio romano tienen lo suyo, pero las páginas rojas del Antiguo Testamento son pródigas en testimonios al respecto. Pero en fin, este argüende de… iba a decir comadres, pero que me acuerdo de esa nueva Espada de Damocles llamada misoginia y corrijo: este argüende entre compadres no es el motivo principal de mi indignación al inicio de semana. Me irrita la mentalidad y comportamiento de muchos de los integrantes de la Suprema Corte. No los conozco personalmente, por eso lo que a continuación expreso no puede tomarse sino como un libérrimo ejercicio de mi imaginación. A la distancia me resulta un añejo consejo de ancianos, aunque tengo entendido que la mayoría es más joven de edad que yo. Los veo también como curadores de arte, es decir, comisarios (artísticos en este caso) decidores de
discursos hegemónicossobre su materia. Un curador es un conservador del arte, un ministro, un conservador del status quo. Muy sabios en códigos o mejor en códices (libros manuscritos anteriores a la imprenta). Se me ocurre que, si por extraña transfiguración fueran de golpe convertidos en miembros de un Congreso Constituyente, serían incapaces de proponer modificación, reforma o cambio alguno. Estas actitudes no están en su naturaleza, y lo sabemos: “ Quod natura not dat…”
Escribí el
perfil de un ministro: su infancia, juventud, estudios, gustos, aficiones, vestimentas, rol familiar, militancias, creencias, comportamientos conductuales, etcétera. Pero preferí dejarlo para ocasión posterior a fin de que el espacio me alcanzara y poder terminar el asunto concreto de los peleoneros poblanos. Pienso que los señores ministros cometieron un error inicial: confundieron su libro de cabecera y se metieron en honduras: el suyo es la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, no el diccionario de la Academia de la Lengua. Su misión es garantizar que los actos de autoridad de cualquier instancia gubernamental se ajusten, rigurosamente, a los preceptos constitucionales. Semántica, ortografía, sintaxis y demás partes de la gramática no están bajo su jurisdicción. ¿Se arrogan los señores ministros la capacidad de evaluar los tropos (figuras del lenguaje) que se utilicen en una parrafada? Imagino una conversa entre dos ilustres togados: No sabe colega qué preocupado estoy, resulta que mi nieta está en la Ibero estudiando Historia de las Religiones, y uno de esos jesuitas, que deben tener a San Ignacio o a San Felipe de Jesús (primer santo, paisano) muertos de la pena (muertos sí), le encargó la lectura de la Sagrada Biblia. Se imagina cuando llegue a Samuel 1: 17, 26, o 18,1 que, dedicado de pleno al hebrew gossip, nos relata que “en cuanto terminó David de hablar con Saúl, el alma de Jonatán se quedó ligada a la de David y le amó […] Jonatán, hijo de Saúl, se deleitaba mucho con David, y cuando éste compone un canto por la muerte de Saúl y Jonatán, se suelta la cabellera (todo para atrás, todo para atrás) y sale de la parte posterior de la tienda (el clóset de entonces) y dice: ‘Jonatán, que me fuiste muy amado. Para mí tu amor fue más maravilloso que el amor de las mujeres’”. Aparece el coro hebreo y exclama:
¡Puñal, puñal!, ¡puñal!¿Cómo voy a explicar a la nieta mi opinión de censura al agresivo poblano, que a siglos de distancia replicó el calificativo? –Olvídese del Antiguo Testamento –interrumpe el digno interlocutor– seguramente ni el che Francisco lo conoce todo. ¿Qué me dice de esos señores Paz y García Márquez que, validos del premio que les otorgó la Svenska Akademien (el Nobel, por supuesto), se regodean en el uso de vulgaridades: recuerden el poema de Paz: “Dales la vuelta/ cógelas del rabo (chillen, PUTAS)…” Y el otro, dedicarle un libro a la memoria de unas putas, nada más porque están tristes. O el chileno este... (Roberto Bolaño, señor ministro), que se atreve a dedicarles unos cuentos a unas putas, pese a reconocer que son asesinas.
Tengo una amplia colección de expresiones salidas de diversos ámbitos del Poder Judicial, que son mucho más ofensivas y homofóbicas que las que causaron la bronquitis poblana: el alegato sobre la supremacía de la Constitución sobre los tratados internacionales. La declaración del juez federal Carlos López Cruz sobre la absolución a Raúl Salinas de Gortari, y estoy en espera de lo que decida el magistrado Freddy Celis Fuentes respecto de los 13 años de prisión que ha purgado el maestro tzotzil Alberto Patishtán, acusado y confeso de rebelión contra el hambre, la injusticia, la discriminación. Hablaremos al respecto.
Twitter: @ortiztejeda
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