Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 27 de octubre de 2011

¿Continuidad o cambio?- El liderazgo presidencial

¿Continuidad o cambio?
Octavio Rodríguez Araujo
Carlos Fernández-Vega, como siempre, nos recuerda diariamente cómo está la economía de México, en este caso a partir de los gobiernos neoliberales (véase su columna del 25/10/11 en La Jornada). Establece, con acierto, una línea de continuidad entre Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto en relación con las privatizaciones. Esta línea, la misma y sin desviaciones de fondo, se dio con Salinas, Zedillo y Fox. Es nuestra obligación, como mexicanos, no perderla de vista, pues en esto consiste la pugna por la Presidencia de la República hacia 2012. Lo que está en juego es el manejo de la economía del país: en manos privadas para las cuales el Estado sólo está de adorno y para proteger sus intereses; o en manos de la nación y de su pueblo, para las cuales el Estado debe recuperar su papel regulador, distribuir la riqueza y garantizar nuestra soberanía.
Fernández-Vega nos ha recordado, en apretada síntesis, la transferencia de la infraestructura industrial del Estado a la iniciativa privada: siderúrgicas, cementeras, químicas, petroquímicas, aerolíneas, mineras, aeropuertos, puertos, fertilizantes, textiles, comercializadoras, bancos, aseguradoras, afianzadoras, hoteles, ingenios azucareros, carreteras, inmobiliarias, una gruesa rebanada de la generación eléctrica, gas, constructoras, fábricas de bicicletas y de ropa popular, empresas de alimentos, armadoras automotrices, embotelladoras, astilleros, telefónicas, televisoras, almacenes, instalaciones pesqueras, satélites, ferrocarriles, transbordadores, imprentas, red nacional de fibra óptica, varias áreas del sector petrolero y lo que se quede en el tintero, que no es poco. Falta Petróleos Mexicanos, la empresa pública más codiciada por empresarios nacionales y extranjeros.
Todos los gobiernos neoliberales la han ofrecido al capital, y Peña Nieto, quien hasta ahora cree que ganará, ya lo dijo: abrir la explotación y refinación a la iniciativa privada, aunque no supo exponer los cómos. Éstos, por cierto, no importan, ya se le ocurrirán si lo dejamos gobernar el país.
Si somos rigurosos el servicio de Pemex a la iniciativa privada, incluso trasnacional, ya se ha hecho desde los tiempos de Echeverría si no es que desde antes. Han pasado más de 40 años de subsidios petroleros al capital, en principio por la vía de precios: el control de Pemex se ha dado, por ejemplo, en la petroquímica básica, la que tiene menor valor agregado en el rubro, pero no a la secundaria, la de mayor valor agregado (y más ganancias) y que ha estado en manos de empresas privadas, nacionales y extranjeras.
Lo ha dicho muy bien Guillermo Ortiz Martínez: el valor agregado del petróleo es menor a 10 por ciento de la economía (La Jornada, ídem), y esto es así porque desde hace unos 40 años la petroquímica secundaria ha sido dejada a la industria privada y, además, subsidiada por la vía de los precios de los insumos producidos por Pemex en lo que se conoce como petroquímica primaria. (Sólo como recordatorio: la petroquímica primaria procesa los derivados del petróleo y del gas natural, y la petroquímica secundaria es la que transforma productos básicos e intermedios en productos elaborados tales como fibras sintéticas, materias plásticas y elastómeros, fertilizantes, pinturas, solventes, polímeros, como el PVC, detergentes, y muchos productos más conocidos como derivados del petróleo.)
Pero una cosa es el subsidio, que se puede suspender si así lo desea el gobierno, y otra dejar al capital que controle la empresa. Al pastel Pemex se le han quitado ya varias rebanadas, unas delgadas y otras gruesas, pero los empresarios lo quieren completo.
Calderón, aunque lo ofreció, como también sus antecesores cercanos, no lo ha logrado; Peña Nieto lo ha vuelto a ofrecer con desplantes, dijo, de audacia. No es audacia, señor Peña, es entrega; la entrega de un bien de la nación considerado estratégico y que genera, según el mismo Ortiz Martínez, 35 por ciento de los ingresos fiscales.
Si estos ingresos dejan de percibirse habrá que obtenerlos de otro lado y no veo a un gobierno de corte neoliberal, sea del PRI, del PAN o del chuchismo del PRD, subiendo progresivamente los impuestos al capital. Hablan de acrecentar la productividad, de generar empleo, de aumentar el consumo interno, etcétera, y todo esto con base en la activación de las inversiones privadas.
Justamente esto es lo que se ha hecho y el resultado ya lo conocemos: mayor desempleo, pérdida del valor adquisitivo del salario, crecimiento económico casi nulo y, ¡sólo faltaba!, mayor enriquecimiento de unos cuantos, cada vez menos, pero cada vez más ricos, tanto que pueden perder miles de millones de dólares y siguen tan campantes.
Que quede claro que no estoy diciendo que las empresas en manos del Estado son mejores, necesariamente, que si estuvieran en manos privadas. Si una empresa estatal se administra como si fuera privada y no al servicio de la población más necesitada, el resultado no cambia. Ahí está la Comisión Federal de Electricidad como un ejemplo. El mismo Ortiz multicitado ya lo dijo: el precio del servicio es mucho más alto del que se paga en Estados Unidos. Y así es, porque el gobierno, expresión concreta del Estado, es el que orienta a las empresas estatales: éstas no se mandan solas. Y el gobierno ha resuelto que los costos del servicio lo paguen los consumidores por igual, sean ricos o sean pobres, en lugar de establecer sus precios verdaderamente diferenciados en favor de los más.
Lo que se requiere es un gobierno con sensibilidad popular que regule al capital y los mercados para beneficio de la nación (de sus riquezas y de su población) y no para quienes ya son privilegiados o lo serán por su cercanía al gobernante.
Generar riqueza, sí, pero también distribuirla, incluso por razones prácticas: entre más capacidad de consumo tengan los mexicanos menos dependerá el país del extranjero. No se necesita ser especialista para saber que la producción sin consumo no reactiva la economía. Hasta los narcotraficantes lo saben.
El liderazgo presidencial
Soledad Loaeza
En estos tiempos de precampaña vale preguntarse en qué consiste hoy el liderazgo presidencial y reflexionar acerca de qué queremos en 2012. Tomaré como referencia a dos presidentes que fueron líderes muy efectivos, pues ambos emprendieron acciones transformadoras que moldearon las instituciones de la segunda mitad del siglo XX: Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán. Los dos lograron forjar a su alrededor una coalición de intereses que apoyó sus acciones, pero para ninguno esa coalición fue un obstáculo y su influencia sobre sus acciones fue limitada, por la simple y sencilla razón de que ellos mismos fueron sus promotores.
Hago a un lado la sobresimplificación que ve en el PRI el mismo partido que era el PRM, sólo que con otro nombre; entonces lo primero que anoto es que estos presidentes provenían de partidos diferentes, aunque comparables en su debilidad. El PRM de Cárdenas nunca llegó a consolidarse como una organización estable, y el PRI de Alemán apenas despuntaba cuando llevó al poder a su primer candidato presidencial. En estas condiciones ambos personajes gozaban de amplia libertad de maniobra en cuanto a redes de intereses y de compromisos ideológicos, que habrían pesado sobre sus acciones en caso de que la organización partidista hubiera sido fuerte. En ese sentido no hay duda que los dos presidentes fueron en su momento líderes que ejercieron un poder altamente personalizado, pero ¿qué significa esto? ¿Que sus decisiones y sus acciones se explican por su biografía, sus rasgos de carácter, su idiosincrasia o su físico? Esta explicación es francamente débil; estoy convencida de que hemos exagerado el peso del factor personal.
En este caso, poder personalizado más bien significa que los presidentes actuaban en un entramado institucional de escasa densidad que les abría un amplio margen de maniobra. Fueron líderes porque tenían un mensaje y una propuesta, y no porque uno fuera de Michoacán y el otro de Veracruz, o porque uno fuera reservado y su estilo austero, y el otro, en cambio, desplegara una amplia y contagiosa sonrisa, y tuviera un estilo mundano que era muy novedoso en el México de finales de los cuarenta.
Cárdenas y Alemán representan dos tipos distintos de liderazgo presidencial, el cual cada uno construyó a partir de las circunstancias en que le tocó gobernar a México. Cárdenas llegó a la Presidencia cuando la dominación callista había dejado en ruinas al país; y a Alemán le tocó la atmósfera entusiasta de la posguerra. En ambos casos había mucho espacio para la reconstrucción política. La desconexión ideológica entre ellos era la oposición entre la ortodoxia de la Revolución Mexicana que representaba el primero, y la heterodoxia que introdujo el segundo. Pero además, en estos personajes parecían encarnar dos tipos distintos de país: uno hablaba desde el México profundo, en apariencia renuente al cambio acelerado, era el país rural, eterno, amenazado por la industrialización; el otro, hablaba desde el país urbano, ávido de modernidad, desprendido del pasado que retrataban los murales de Rivera, y cercano a las abstracciones universales de Tamayo.
Estas diferencias parecerían confirmar la visión de quienes ven en el ejercicio del poder presidencial una experiencia estrictamente personalizada, y por eso mismo, única, cuando en realidad lo irrepetible de estos episodios es el contexto, y su contribución a la formación del liderazgo presidencial; las particularidades de cada caso nos dicen más del país que gobernaban estos presidentes que de ellos mismos.
En cambio, los patrones del liderazgo presidencial se repiten. Por ejemplo, algunos presidentes han gobernado sobre todo desde una óptica clientelar y partidista; otros, en cambio, se han concentrado en acciones legislativas y en la ampliación de la administración pública, una vía de extensión del poder presidencial. Es indudable que nuestras nociones del liderazgo presidencial, como la cultura, se han transformado en el tiempo. Ahora, mientras más cercano a los ciudadanos esté, o parezca estar, un político, mayor será su atractivo electoral. En 1958 en Francia, ¿quién le hubiera pedido al presidente De Gaulle cercanía y calor humano? Y en México, ¿quién le hubiera reclamado a Adolfo Ruiz Cortines sus silencios?
El cambio tecnológico también ha influido sobre nuestras nociones del liderazgo presidencial. Dicen los comunicólogos que para ser un líder influyente hay que ser telegénico, es decir, caerle bien a las cámaras de tv, como se dice de alguien que pasa bien por televisión. ¿Podemos imaginar al general Cárdenas en el programa de Brozo? Difícilmente. La fuerza de Cárdenas residía en lo que representaba y no en su sentido del humor. Vicente Fox creía ciegamente en el poder de los medios para construir su liderazgo; en consecuencia echó mano tanto como pudo del radio y de la televisión. ¿Y qué pasó? ¿Quién se acuerda de alguna de sus intervenciones, a no ser aquélla del ¡Hoy! ¡Hoy! ¡Hoy!, que la habilidad mefistofélica de un publirrelacionista convirtió en un supuesto programa de gobierno?
Creen algunos que el carisma es un componente central del liderazgo presidencial. Pero ¿quién posee esa calidad excepcional que hace a un político el líder persuasivo y convincente capaz de atraerse el apoyo de cientos de miles, de millones de personas? Nadie puede saber a ciencia cierta quién tiene el potencial de ser un verdadero líder presidencial; el problema es que la vuelta de la tuerca no ocurre sino hasta que llegan a Los Pinos.

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