Decisiones en Europa
Orlando Delgado Selley
Hoy se inicia una cumbre de gobernantes europeos que pudiera ser una
de las últimas oportunidades para resolver la crisis de deuda soberana que ha
cuestionado la viabilidad de la moneda única, el euro, y, con ello, las
perspectivas futuras de la economía global. Los gobiernos de derechas de
Alemania y Francia llegaron a un acuerdo previo y bilateral que piensan que
podría salvar al euro y resolver definitivamente la crisis. Este acuerdo será
discutido en esta cumbre y, en caso de acordarse, se pretende que empiece a
funcionar en la próxima primavera.
La propuesta franco-alemana establece cinco decisiones centrales: uno) nunca
volverá a haber en Europa una situación en la que los bancos acreedores de
gobiernos tengan que aceptar una quita en el valor de sus tenencias de bonos
gubernamentales, es decir, los bancos no perderán un centavo por sus créditos a
gobiernos; dos) se mantiene la autonomía del Banco Central Europeo (BCE) y, en
consecuencia, su propósito único de lograr la estabilidad de precios; tres) se
crea el consejo de presidentes de gobierno y jefes de Estado, que será el órgano
de gobierno de la zona euro, lo que significa que la Comisión Europea deja de
tener importancia; cuatro) se fija como
regla de oroel déficit fiscal de 3 por ciento, que deberá llevarse a las constituciones nacionales, y que, en caso de rebasarse, ameritará sanciones
automáticasdel Tribunal de Justicia europeo; cinco) el mecanismo de estabilidad financiera adelanta su inicio de operaciones de 2013 a 2012, de modo que los recursos para enfrentar dificultades próximas podrán utilizarse antes.
Los propósitos de esta propuesta son claros: asegurar que los bancos se
mantendrán como empresas solventes y convencer a los mercados, precisamente a
los grandes inversionistas globales que los gobiernos pagarán su deuda. Las
consecuencias económicas y sociales también son claras: los gobiernos europeos,
aunque probablemente serán sólo los de la zona euro, tendrán que ajustar
severamente sus finanzas para cumplir la regla de oro, reducirán el gasto social
y aumentarán los impuestos, lo que afectará la actividad económica
sensiblemente. Las poblaciones respectivas serán castigadas por excesos
financieros de los que no son responsables, exacerbando la desigual distribución
de los costos del ajuste.
La propuesta ha sido recibida con reservas. Ch. Lagarde, la directora general
del FMI, ha advertido que es insuficiente. Se requerirán acciones adicionales
que detengan drásticamente la especulación respecto del valor de mercado de las
obligaciones emitidas por gobiernos europeos. Para resolver esto será necesario
replantear el papel del BCE. Se tendrá que aceptar que el mandato único del
banco central de la zona euro, piedra de toque de la determinación alemana, ha
permitido que se cometan errores importantes que han afectado la situación de
las finanzas de muchos gobiernos europeos.
La famosa decisión de aumentar la tasa europea de 4 a 4.25 a mediados de
2008, cuando los otros grandes bancos centrales la reducían aceleradamente, tuvo
un impacto muy fuerte en el costo de la deuda que tomaron los gobiernos europeos
para enfrentar las consecuencias de la quiebra de Lehman Brothers. Hace unos
meses, de nuevo mientras la Fed, el Banco de Japón y el del Reino Unido
mantenían sus tasas cerca del cero el BCE las aumentó dos veces ante
riesgos inflacionarios, llevándolas a 1.5 por ciento.
Mantener como objetivo único de un banco central la lucha contra la
inflación, piedra angular de la economía ortodoxa, resulta inadecuado. Este es
el planteo de un grupo de conocidos economistas, entre los que están
Eichengreen, Ito, Pisany-Ferry, Rajan, Reinhart, Rodrik, Rogoff, el chino
Yongding Yu, entre otros, constituidos en un Comité sobre Economía Internacional
y Reformas Políticas, auspiciado por Brokings Institution, en su informe
Repensando la banca central. Las consideraciones expuestas en este informe, por cierto, valen también para nuestro banco central que en la crisis ha mantenido su postura ortodoxa sin importar los costos en el empleo y el crecimiento.
Así las cosas, los gobernantes europeos dirigen esa zona hacia el abandono de
los principios solidarios e incluyentes que la condujeran varias décadas. El
costo social será enorme para ellos y para las perspectivas de un mundo global
equitativo.
Paréntesis: el siglo del Pacífico
Jorge Eduardo Navarrete
Se me
ha convertido en un lugar común denominar al XXI el siglo del Pacífico. Al hacerlo, se quiere subrayar que el dinamismo de la economía, el comercio y las finanzas mundiales, así como el epicentro de las alteraciones geopolíticas de alcance global, se situará alrededor de la cuenca del Pacífico, sobre todo en su litoral asiático. No se trata de una noción por completo novedosa. Recuérdese, para no ir más atrás, que las iniciativas relacionadas con APEC datan de finales de los años 80 del siglo anterior. (Años antes, de la mano del doctor Miguel S. Wionczek, de El Colegio de México, tuve oportunidad de participar en algunas mesas redondas y otras discusiones en las que el doctor Saburo Okita, a la sazón presidente del Japan Economic Research Center, propuso los lineamientos de lo que habría de convertirse años después en la APEC. Es posible que sin la visión y perseverancia del doctor Okita, ministro de Asuntos Externos de Japón a finales de los años 80, la noción de la cuenca del Pacífico como área de cooperación comercial y económica hubiera tenido un despegue más tardío.) Sin embargo, la noción se ha fortalecido y ganado viabilidad y relevancia en el primer decenio del siglo debido, entre otros, a dos factores de signo contrario. El positivo: el extraordinario dinamismo de China, convertida ya en la segunda economía del mundo en términos de producto total y, sin duda, en la mayor potencia global en ascenso, que ha acrecentado la ponderación de los países del Pacífico, en especial los asiáticos, en todas las vertientes de la vida internacional. El otro, la declinación relativa de las potencias del Atlántico, Estados Unidos y la Unión Europea, en esas mismas vertientes de la globalidad.Con estas palabras inicié, el 30 de noviembre, la Cátedra Asia-Pacífico de la Universidad Nacional, el Ministerio de Relaciones Exteriores y la Academia Diplomática de Colombia. Abro un paréntesis en los artículos que he dedicado al G-20 desde finales de octubre, para recoger lo esencial de mis señalamientos en Bogotá.
Si se atiende sólo al pasado más inmediato, el giro estadunidense hacia el
Pacífico –del que todo mundo habla ahora– se originó en el artículo que la
secretaria de Estado Hillary Clinton publicó en el número de noviembre en
Foreign Policy con el sugestivo título de
El siglo del Pacífico estadunidense(“America’s Pacific century”). Es evidente que la gestación de la tesis que se plantea ha tomado largo tiempo y amplios debates. Formalmente se arguye, en palabras de Clinton, que el fin de la guerra en Irak y el retiro anunciado de las tropas de Afganistán colocan a Estados Unidos en un punto de flexión. Viendo al próximo decenio, Estados Unidos debe decidir dónde invertir su tiempo y energía para mejor
mantener su liderazgo, asegurar sus intereses nacionales y promover sus valores. La respuesta parecía previsible: “volcar las inversiones –diplomáticas, económicas, estratégicas y de otra naturaleza– a la región de Asia-Pacífico”. En declaraciones subsecuentes de diversos altos funcionarios estadunidenses, entre ellos el presidente Obama, se dijo que esa región constituiría el nuevo pivote de la política exterior de Estados Unidos. Ni más ni menos.
Deben atenderse diversas dimensiones externas de esta inflexión. Externas en
el sentido de que aluden a las opciones que se abren ante Estados Unidos más
allá de sus fronteras e, incluso, del entorno subregional estadunidense. Sin que
el orden de su presentación prejuzgue sobre su importancia relativa, habría que
considerar, por lo menos, las siguientes: En primer término, la desalentadora
perspectiva de la asociación trasatlántica, lastrada por los intratables
problemas europeos –cuya salida es, en estos momentos, difícil de imaginar– y
los también dificultosos que enfrenta Estados Unidos. En seguida, la
perspectiva, mucho más promisoria, de evolución económica en la cuenca del
Pacífico, destacadamente en su litoral asiático, cuyo potencial dinámico de
comercio e inversión se antoja mucho más amplio. En tercer lugar, la necesidad,
muy aguda en la coyuntura electoral de Estados Unidos, de definir una actitud
ante el creciente poderío y proyección global de China, que puede verse –para no
escapar del lugar común– tanto como un riesgo cuanto como una
oportunidad.
Estos factores, entre otros, se suman para configurar una nueva concepción
geopolítica y geoestratégica del círculo del Pacífico. El tercero de ellos, la
proyección global de China, se manifiesta ahora no sólo en las cuestiones
comerciales, económicas y financieras, sino cada vez más en la esfera
geopolítica y militar.
Una parte sustantiva del artículo de la secretaria Clinton en Foreign
Policy está dedicada a China. Primero y sobre todo, se reconoce la
interdependencia:
El hecho indiscutible es que un Estados Unidos próspero y vibrante será una ventaja para China y una China próspera y vibrante será ventajosa para Estados Unidos. Podemos ganar mucho más de la cooperación que del conflicto. Sin embargo, una relación no puede construirse sólo sobre aspiraciones. Ambos debemos, de manera más consistente, traducir las palabras positivas en cooperación efectiva. Es crucial que ambos cumplamos con nuestras respectivas responsabilidades y obligaciones globales.
Podría quizá decirse que, por el momento, un problema mayor es que China y
Estados Unidos tendrían una enorme dificultad para convenir cuáles son,
específicamente, las obligaciones y responsabilidades globales de uno y otro. En
todas las esferas: en lo comercial, en lo monetario, en lo financiero, en lo
militar, en lo político, etcétera.
Recientemente he concluido un ensayo sobre la relación bilateral
China-Estados Unidos, a la que considero la primera relación de interdependencia
genuina en la era de la globalidad. En ese trabajo hago notar, de entrada, que
si uno se atiene a los datos –a las estadísticas de capacidad militar
disponible– China no puede considerarse sino un muy lejano rival de Estados
Unidos. Sin embargo, en estas cuestiones, las percepciones y los temores pueden
ser, a veces, más importantes que los hechos. Así, por ejemplo, la perspectiva
es muy diferente cuando se aprecia desde el vecindario inmediato y desde el
ámbito regional de Asia y el Pacífico.
No puede dudarse, a la luz de hechos como los anteriores, de que el deseo de
contener a China, sobre todo en el terreno geoestratégico, sea una de las
motivaciones importantes de la renovada prioridad estadunidense a las relaciones
con Asia-Pacífico. Al mismo tiempo, hay también una coincidencia con los deseos
de no pocos países asiáticos del Pacífico, que buscan equilibrar, con una mayor
presencia estadunidense, la más densa sombra que China proyecta en la
región.
La Celac y la desmesura del sueño bolivariano
Ángel Guerra Cabrera
La cumbre constitutiva de la Comunidad de Estados de América Latina
y el Caribe (Celac), celebrada en Caracas los días 2 y 3 de diciembre, es un
hecho de incuestionable dimensión histórica. En este caso cabe utilizar el
calificativo sin temor a exagerar. La reunión superó las expectativas más
optimistas por el espíritu democrático con que fue preparada por los anfitriones
venezolanos en permanente consulta con los demás gobiernos, por el ambiente de
hermandad en que se desarrolló, por lo sustancioso de sus documentos
fundacionales que transpiran espíritu y léxico emancipadores, independientes y
latinoamericanistas. A partir de ahora América Latina y el Caribe hablarán con
voz propia en el concierto internacional multipolar, acelerado por la debacle
del capitalismo neoliberal y las fracasadas guerras de agresión de
Washington.
No obstante que en la Celac existan naciones con políticas neoliberales y
otros que las cuestionan frontalmente, la cumbre marca la ruptura de la región
con el monroísmo. Como lo prueba la experiencia previa, estas diferencias no
deben impedir su funcionamiento. Sí conviene reiterar que el camino a seguir en
adelante no estará exento de obstáculos endógenos y principalmente amenazas
exógenas. En todo caso, la magnitud de sus objetivos de integración económica,
cultural y política con inclusión social, cuidado por la naturaleza y
participación ciudadana es inherente a la magnífica desmesura del sueño
bolivariano y martiano. Así lo corroboran la Declaración de Caracas, el
Procedimiento para el Funcionamiento de la Celac, el Plan de Acción de Caracas y
los otros 20 documentos adoptados.
Cuando Bolívar enunció este ideal, luego actualizado por Martí, unos no lo
creyeron viable, aunque lo acogieran como noble y hermoso; a otros les fue
indiferente; otros más –los imperios y las oligarquías– se erigieron en sus
enemigos jurados e hicieron cuanto estuvo a su alcance por ahogarlo en la cuna
cuando se transformó en propuesta política. Pero siempre, hasta en las
circunstancias más adversas, hubo quienes lo defendieran y le fueran fieles,
como puede apreciarse en el interesante mano a mano sobre historia
latinoamericana protagonizado en vísperas de la cumbre por los presidentes
Cristina Fernández y Hugo Chávez en la televisión venezolana(www.cubadebate.cu/noticias/2011/12/03/cristina-y-chavez-un-dialogo-excepcional).
Aunque el espacio no me permita mencionar nombres, la creación de la Celac
obliga a recordar a los luchadores sociales, revolucionarios y estudiosos que
mantuvieron el sueño vivo y lo enriquecieron a lo largo de los años, muchos de
ellos vinculados a la Universidad Nacional Autónoma de México. Más si me
pidieran mencionar sólo un nombre de alguien que en los siglos XX y XXI ha
creído, predicado y actuado fecundamente a favor de la necesidad de unir a
Latinoamérica y el Caribe, ese sería Fidel Castro. Por citar un hecho poco
conocido, el líder de la revolución cubana es el único personaje no
perteneciente a la Comunidad de Estados del Caribe (Caricom) que por decisión de
todos sus líderes ha recibido la Orden Honoraria de la misma,
homenaje al fervor y sacrificio que han acompañado a Fidel durante toda la vida de servicio dedicada a su país, a su región y al resto del mundo en desarrollo, reza el acuerdo.
Por supuesto, es imposible explicarse la Celac sin la labor del Grupo de Río,
primer mecanismo de concertación política netamente latinoamericano, y las
cumbres de América Latina y el Caribe para el Desarrollo, en Brasil y México.
Forman parte de su acervo, como se proclama en los documentos fundacionales.
Añado como indispensable evocar que en la etapa comprendida entre los años 90 y
la actualidad ha sido Hugo Chávez el mayor impulsor y tejedor de las alianzas,
de los grandes entendimientos y consensos, uno de los forjadores principales de
las instituciones y los contenidos solidarios en las relaciones latinocaribeñas
que hicieron posible la exitosa creación de la Celac. Entre ellos tiene gran
valor la restauración de las relaciones entre los gobiernos de Colombia y
Venezuela gracias a una encomiable voluntad mutua.
Hace 17 años –cuatro antes de ser elegido presidente–, Hugo Chávez afirmó en
la Universidad de la Habana:
El siglo que viene, para nosotros, es el siglo de la esperanza; es nuestro siglo, es el siglo de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí, del sueño latinoamericano. La historia le está dando la razón.
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