Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 22 de febrero de 2012

Crisis Global- Los cinco amigos globales de Obama y sus lecturas poco recomendables- En el laboratorio secreto de la producción burguesa- G-20: Repensar las instituciones internacionales

Bajo la Lupa
Los cinco amigos globales de Obama y sus lecturas poco recomendables
Alfredo Jalife-Rahme
Foto
Barack Obama, acompañado por el vicepresidente Joe Biden, habla acerca de la importancia del recorte de impuestos a nóminas y la extensión de los beneficios para las personas sin empleo, ayer en la Casa BlancaFoto Ap
     En la lista de los cinco amigos globales de Barack Obama no aparece Felipe Calderón (pese a su supino entreguismo), ni ningún mandatario latinoamericano, ya no se diga algún africano o medio oriental. Según Foreign Policy (19/1/12) y el periódico turco Sunday Zaman (20/1/12), en entrevista con Fareed Zakaria, de la revista Time, Obama nombró a sus cinco amigos internacionales: el premier turco Racip Erdogan, la canciller alemana Angela Merkel, el premier de India Manmohan Singh, el presidente de Corea del Sur Lee Myung-bak y el premier británico David Cameron.
El criterio de su ranking se basa en las buenas (sic) relaciones de trabajo que mantiene con ellos.
De los 193 países de la ONU llama la atención que el mandatario del país aún más poderoso del planeta (pese a su declinación notable) solamente cuente a sus amigos con los cinco dedos de una mano. Sería también interesante colocar la lista de los principales líderes mundiales enemigos de Obama, en la que vendría ante todos el premier israelí Bibi Netanyahu, quien lo obstruye permanentemente.
No sorprendió en absoluto la nominación del premier Erdogan, ya que Turquía –encrucijada geoestratégica en Eurasia– se ha convertido en el eje principal de su política medio oriental. Con la excepción del sudcoreano Lee Myung-bak –quien, dicho con respeto, juega un papel geoestratégicamente menor a los otros considerados–, las amistades de Obama no han tenido concreciones en el terreno de los hechos, cuando la canciller Merkel se ha negado a implementar la política hiperinflacionaria de rescate bancario formulada por Timothy Geithner (secretario del Tesoro de Estados Unidos), y el premier indio Singh ha profundizado su relación de compra de hidrocarburos a Irán (pese al boicot asfixiante de la OTAN).
Sorprende también que Obama haya citado al premier británico David Cameron (muy cercano a Israel), del Partido Conservador, cuando era usual que los presidentes del Partido Demócrata mantuvieran óptimas relaciones con los laboristas, a diferencia de la intimidad del Partido Republicano con los conservadores británicos (v.gr. la dupla Reagan/Thatcher). No aduzco que la relación especial entre Estados Unidos y Gran Bretaña haya desaparecido (todo lo contrario), sino que había entrado en crisis con las políticas financieristas unilaterales del laborista Gordon Brown. Se desprende que Obama maneja más bien intereses pragmáticos que una ideología depurada.
Dejo de lado a los amigos domésticos de Obama –entre los que se encuentran el hoy alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, y el megaespeculador con máscara de filántropo George Soros– para escudriñar las lecturas preferidas de Obama, según Josh Rogin, de Foreign Policy (26/1/12), y Richard Cohen, de The Washington Post (13/2/12).
A mi juicio, la intelligentsia estadunidense (donde pululan los halcones sionistas, debido a su control masivo de Wall Street, los multimedia, Hollywood y el Congreso) hoy se ha fragmentado en dos bandos, con muy pocos realistas, ya no se diga idealistas: la escuela declinista (minoritaria) y la escuela negacionista (mayoritaria).
A juicio de Josh Rogin, Obama abraza la teoría de los consejeros de Romney sobre el mito del declive estadunidense (ver Bajo la Lupa, 19/2/12). Resulta que el ensayo sobre El mito (sic) del declive estadunidense en The New Republic (11/1/12), por Robert Kagan –íntimo de Israel y consejero del candidato presidencial por el Partido Republicano Mitt Romney–, ha sido adoptado como lectura de cabecera por Obama, a grado tal que durante su informe a la nación citó algunas de sus frases domingueras: Estados Unidos está de regreso; Cualquiera que les diga que Estados Unidos se encuentra en declinación o que nuestra influencia se ha desvanecido, no sabe lo que dice. ¡Uf!
Pues ante todo, a quien Obama debe convencer es nada menos que al ex asesor de Seguridad Nacional de Carter (y su también consejero) Zbigniew Brzezinski, quien en su reciente libro Visión estratégica: EU y el caos global que viene, asimila la inevitable decadencia de Estados Unidos (ver Bajo la Lupa, 5/2/12).
Para equilibrar sus juicios, Obama debería también leer el reciente libro de Brzezinski, de mayor estatura geoestratégica que Robert Kagan, quien con sus teorías alocadas empujó –al unísono de los neoconservadores straussianos– al desastre militar de Estados Unidos desde Irak hasta Afganistán.
El debate es intenso. Joseft Joffe –miembro alemán de la revista The American Interest (enero/febrero 2012), que dirige el controvertido nipón-estadunidense Francis Fukuyama–, se mofa de la quinta ola de declinacionismo.
En su libro común –Lo que éramos nosotros: cómo EU cayó atrás en el mundo que inventó (sic) y cómo regresamos–, Thomas Friedman (periodista de The New York Times) y el politólogo conservador Michael Mandelbaum aseveran que la misma pauta del pasado medio siglo se volverá a repetir (léase: la indestructibilidad de Estados Unidos pese a sus tropiezos).
Robert Kagan, miembro de la cofradía secreta Huesos y Calaveras (de Yale) y cofundador del superbélico Project for the New American Century (PNAC), pretende desmontar todos los argumentos declinacionistas (a mi juicio, con mucha locuacidad y poca sustancia).
El neoconservador straussiano Robert Kagan es hijo del polémico historiador Donald Kagan (muy galardonado por los circuitos israelíes), hermano de Frederick (quien favorece un aumento del gasto militar) y esposo de Victoria Nuland (anterior embajadora ante la OTAN y hoy portavoz de Hillary Clinton). ¡Toda la famiglia Kagan al servicio de la guerra!
Muy prolífico, Robert Kagan acaba de publicar El mundo que EU hizo (sic), que le valió una entrevista muy a modo con Jennifer Rubin (The Washington Post, 14/2/12), donde presenta una visión apocalíptica del planeta en caso de la declinación de Estados Unidos y su suicidio preventivo (sic) como superpotencia: retorno a la guerra entre los nuevos poderes emergentes; retirada de la democracia frente a la influencia de Vladimir Putin en Rusia y de una China autoritaria, y debilitamiento global de la economía de libre mercado, que Estados Unidos creó y ha sostenido militarmente (sic) durante más de 60 años. ¡Vaya ignorancia! Estados Unidos no creó el libre mercado, sino Gran Bretaña (en práctica y teoría).
En un artículo relevante, Tom Barry –director de política del think tank International Relation Center– desmenuza la anatomía patológica del Committee on the Present Danger (CPD: comité del peligro presente) y sus vínculos con los superhalcones y neoconservadores del PNAC (donde descuella Robert Kagan) y del Center for Security Policy (CSP) fundado por Frank Gaffney (Asia Times, 23/6/06), quienes fomentan el nivel de miedo en la opinión publica y con los hacedores de la política en Estados Unidos, con el objetivo de incrementar los presupuestos militares, movilizar al país para la guerra y destruir a las fuerzas aislacionistas, anti intervencionistas y realistas de la política de Estados Unidos. ¡El modelo CPD!
A Tom Barry le faltó agregar que los pocos realistas que quedan en Estados Unidos tienen la batalla perdida hasta ahora debido al apabullante control totalitario y orwelliano que ejercen en los multimedia de Estados Unidos (por ende, de alcance global) los súper halcones y neoconservadores straussianos coaligados en el modelo CPD del CSP y el PNAC.
Dime en quién te inspiras en tus lecturas y te diré quién eres.
En el laboratorio secreto de la producción burguesa
Alejandro Nadal
     Mucho se ha escrito sobre la naturaleza de la crisis global. Los economistas heterodoxos y post-Keynesianos han hecho importantes contribuciones. Pero parece que siempre se les queda algo crucial en el tintero. Las perspectivas de corte marxista sobre los orígenes y evolución de la crisis son claves para suplir estas lagunas y completar nuestra comprensión de la naturaleza de la crisis.
Los enfoques de Marx sobre las crisis del capital se encuentran diseminados en muchos trabajos (entre los que destaca la Contribución a la crítica de la economía política, los Gründrisse y, por supuesto El Capital y las Teorías sobre la plusvalía). Pero en todos existe un hilo conductor: la crisis no es una patología del capital, es resultado de las contradicciones que le definen como modo de producción históricamente determinado. La crisis está íntimamente ligada a la lucha de clases.
El descalabro en el sector de las hipotecas chatarra en Estados Unidos es sólo un eslabón en una cadena que arranca de acontecimientos que arranca en los años setenta con la caída en la tasa de ganancia en Estados Unidos y Europa. Ese fenómeno ha sido estudiado y corroborado por muchos autores, entre los que destacan Gérard Duménil y Dominique Lévy, Michel Husson, Anwar Shaikh, Fred Moseley, James Crotty y Robert Brenner. Un estudio econométrico interesante es el de Basu y Manolakos (scholarworks.umass.edu).
Las causas de esta caída en la tasa de ganancia son objeto de un acalorado debate. En todas las interpretaciones, la lucha de clases está presente. Algunos autores prefieren la interpretación en términos de un incremento en la composición orgánica del capital (mayor mecanización para incrementar la productividad), mientras que otros se inclinan por los incrementos en salarios o la relación entre trabajo productivo e improductivo.
Frente a la reducción en la rentabilidad, la clase capitalista reacciona con gran fuerza y busca por todos los medios reducir el salario real. En este proceso se desencadena una gran ofensiva en contra de los sindicatos a partir de 1971-73. Más tarde se complementa esto con la contratación temporal, la segmentación del proceso productivo, y hasta la colocación de plantas enteras en países con bajos costos laborales (eufemismo que significa salarios miseria).
La clase capitalista tuvo gran éxito en su ofensiva. El salario real se estancó desde los años setenta y la clase trabajadora tuvo que compensar esa pérdida con mayor endeudamiento. Para decirlo de otra manera, el salario dejó de ser importante y el endeudamiento le reemplazó como principal referente para la reproducción de la fuerza de trabajo. La medida del triunfo del capital está en la magnitud de la crisis global que hoy hunde a las economías capitalistas.
La reducción en la rentabilidad en los años setenta generó incentivos para la especulación en el sector financiero. Para el capital, la producción es un mal necesario; su sueño es pasar directamente a la rentabilidad sin tener que contratar trabajadores y comprar medios de producción. Por eso, según Marx, todas las naciones capitalistas son periódicamente presa de un deseo febril de producir ganancias sin tener que pasar por la producción. Pero faltaban los caminos para cumplir este deseo.
El colapso del sistema de Bretton Woods (de paridades fijas) aumentó el riesgo cambiario para los capitalistas, pero también abrió un enorme campo de acción para la especulación en los mercados de divisas. La liberalización financiera permitiría el pleno aprovechamiento de este terreno. Una consecuencia directa de esta combinación es el surgimiento del monstruo financiero que hoy domina no sólo a la política macroeconómica, sino que pone de rodillas a estados completos.
La interpretación marxista de la crisis entreteje una iluminadora narrativa que va desde la lucha de clases en el interior del laboratorio secreto de la producción burguesa (fórmula de Marx al iniciar su análisis del proceso de producción capitalista) hasta la circulación general y la expansión del sector financiero, pasando por la evolución de la tasa de ganancia y la inversión. Este análisis integra también el papel del Estado y del gasto público en la reproducción del ciclo del capital. Se comprende así la naturaleza suicida de las políticas de austeridad que hoy se imponen en beneficio del capital financiero.
Los problemas teóricos que ha enfrentado el análisis marxista, en especial en lo que se refiere al problema de la transformación de valores en precios de producción no debe impedir recurrir a la rica perspectiva analítica marxista para comprender la naturaleza de la crisis actual.
El capital tiene sus propias interpretaciones sobre sus crisis y ciclos. Están destinadas a facilitar la intervención en el terreno de la política económica. La perspectiva desde un análisis marxista tiene un objetivo diferente: revelar a la clase trabajadora las fuerzas con las que puede deponer y remplazar al capital.
Crisis Global
G-20: Repensar las instituciones internacionales
Pierre Charasse / I
     La crisis económica y financiera que explotó en 2008 fue un duro golpe al proceso de globalización y un revelador de la extrema complejidad del manejo de un mundo dominado por la finanza. En los años recientes hubo un cantidad impresionante de cumbres de jefes de Estado o de reuniones de ministros (en la UE, el G-7, el G-20…), todas con las mismas conclusiones: más liberalismo, más austeridad y menos regulación por parte de los estados. A pesar de los grandes desastres financieros y sociales de los pasados meses, la maquinaria internacional no se pone de acuerdo para imponer un mínimo de regulación a los flujos de capitales y, peor aun, se multiplican las relaciones incestuosas entre los gobiernos, los bancos centrales (ahora todos independientes de los gobiernos) y el sector financiero privado, permitiendo la impunidad total de grandes actores privados que a través de operaciones de alto riesgo o francamente fraudulentas, ponen en peligro todo el sistema financiero internacional. Con la globalización entramos en un sistema de pensamiento único, como definió Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique, con un grado impresionante de dogmatismo.
Al mismo tiempo que se expande el pensamiento único se multiplican los foros informales donde un número muy limitado de jefes de Estado o ministros toman decisiones que comprometen el futuro de la humanidad (asociando actores no-estatales como las empresas o la sociedad civil). La cuestión es muy seria, porque como dijo el presidente Sarkozy, el sistema de las Naciones Unidas que tiene toda la legitimidad para representar a los 192 países del planeta está agotado y no responde más a las exigencias de un mundo económicamente interdependiente. En los pasados 20 años todos los intentos de reformar el sistema de las Naciones Unidas, empezando por el Consejo de Seguridad, fracasaron. Por tanto es inevitable y urgente repensar las instituciones internacionales. El tema de la arquitectura institucional del mundo estaba en la mesa de la cumbre del G-20 en Cannes en diciembre, y sin duda será discutido en la próxima cumbre en Los Cabos, como reclamaron los cancilleres en su reunión del 20 de febrero.
Coexisten hoy dos sistemas paralelos de instituciones intergubernamentales, las del viejo mundo con la Organización de las Naciones Unidas en su centro, donde todos los estados tiene igualdad de derechos, y los nuevos foros como G-7 y G-20, que reagrupan los países industrializados y emergentes en un marco totalmente informal. Ahí esta el verdadero poder. Igualmente el Fondo Monetario Internacional, muy desprestigiado en los años 80, es hoy la institución financiera de mayor peso en el mundo. Lo fundamental en el proceso de globalización empezado en los años 90 es que los grandes países industrializados occidentales se organizaron para no dejar a ningún otro grupo de países la capacidad de formular modelos alternativos de desarrollo. El G-7, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OCDE, controlados por las potencias occidentales, fijaron las nuevas reglas del juego en los países ex comunistas sin encontrar resistencias, para después generalizarlas a todo el mundo. El tercer mundo se desintegró, y ni China ni Rusia, convertidas al capitalismo, han tenido hasta la fecha el peso suficiente y la voluntad de hacer contrapropuestas al esquema occidental. Sobre todo China, que está todavía en una fase de incorporación a la economía mundial para satisfacer las necesidades de crecimiento de su pueblo, avanzando con mucha prudencia para no desestabilizar el orden económico y financiero mundial. Le interesa sobremanera la estabilidad de un sistema que le da acceso a todos los mercados y fuentes de materias primas, y le permite tomar el control de muchas grandes empresas de Estados Unidos o Europa, protegiéndose al mismo tiempo de los excesos de la desregulación financiera. China tiene una política a muy largo plazo y decidirá en el momento oportuno si le conviene o no provocar un cambio fundamental en el pilotaje del mundo globalizado. Por eso tiene un perfil relativamente bajo en el G-20; prefiere las discusiones bilaterales, en particular con Estados Unidos.
Mientras, vivimos una situación paradójica: los grandes países industrializados atraviesan una profunda crisis, pero conservan todo su poder de influencia, al lado de economías emergentes en crecimiento rápido que no encuentran todavía el lugar que les corresponde en los procesos de toma de decisión. Eso fue uno de los puntos más significativos abordado por algunos cancilleres en Los Cabos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario