Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 22 de julio de 2012

Bajo la Lupa- La crisis mundial y el ambiente en América Latina- España: el miedo atenaza, la mentira política desarma

Bajo la Lupa
Fase pos-Bashar: guerra de baja intensidad de EU contra Irán, Rusia y China
Alfredo Jalife-Rahme
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Vecinos pasan a un lado de vehículos destruidos por ataques de rebeldes contra el gobierno del presidente sirio, Bashar Assad, ayer en el campo de refugiados palestinos de Yarmouk, en el sur de Damasco
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      Antecedentes: El carnicero de Hama –entre 30 mil y 100 mil asesinatos en serie, dependiendo quien opere las estadísticas funerarias–, Rifaat Assad (tío de Bashar y peleados a muerte) vive como príncipe en París sin ser molestado por nadie en Occidente y, desde luego, menos por los defensores de los derechos humanos contrarios a los intereses propios.
Pese a las atrocidades en Hama (bastión sunnita de los Hermanos Musulmanes), el oftalmólogo Bashar –hijo del sátrapa Hafez, patriarca de la dinastía alawita (minoría esotérica del Islam cercana al chiísmo: 10-15 por ciento de la población)– estudió en Londres sin ser perturbado, donde se casó con la ciudadana británica Asma (hija del cardiólogo sunnita Fawaz Akhras, también británico) en ese entonces alta funcionaria del banco de inversiones anglosajón JP Morgan. ¿Interesante, no?
Bashar no estaba destinado a asumir el liderazgo del nepotismo Assad que había ungido a Basel, su hermano, quien pereció en un extraño accidente (se presumen, como hipótesis, sus nexos con el también alawita de origen sirio Carlos Saul Menem, ex presidente argentino, lo que apuntaría a una operación vengativa del Mossad).
Ya en el poder sin preparación alguna, un 14 de julio, Bashar fue invitado especial de Nicolas Sarkozy y en diciembre 2010 con su esposa Asma fue recibido a desayunar por Sarkozy cuando aún no era considerado un dictador sanguinario por París (Le Point, 2/3/12).
Ergo, la pista de la farisea y poco creíble ayuda humanitaria que abogan EU-GB-OTAN-Israel –que se han caracterizado por su misantropía local y global– para intervenir en los asuntos sirios es insuficiente cuan deficiente para entender cuál fue el punto de ruptura entre la satrapía siria, en el poder desde hace 42 años –vestigio de la guerra fría– con los poderes occidentales que lo han maldecido hoy como desechable con el fin de avanzar la agenda de los Hermanos Musulmanes en Medio Oriente.
Hechos: En la esfera geopolítica, el cambio cualitativo de Occidente proviene del inicio del cerco a China con la intervención militar de la OTAN en Libia que concluye con la sodomización barbárica del dictador Muamar Khadafi –quien nunca fue demonio de mi devoción hasta el final: cuando, después de haberse entregado infantilmente a Occidente, se arrepiente para defender la soberanía libia– por agentes de EU (Putin dixit) y donde, a mi juicio, Moscú y Pekín cometen el imperdonable error de no haber usado su veto para una mejor salida diplomática.
Existen tres niveles de abordaje en la fase pos-Bashar –que ya había sido bendecida por el encuentro en Los Cabos entre Obama y Putin, como detecté (Bajo la Lupa, 20/6/12) cuando pregunté “Bye bye, Bashar?”– que resumo sucinta y metódicamente, dejando de lado subjetivismos hormonales: 1. local, 2. regional y 3. global.
Escala local: quienes hemos vivido y hemos sido educados en la región sabemos en teoría y práctica la hipercomplejidad de la sociedad siria, lo cual hay que manejar delicadamente con pinzas de microneurocirugía, así como las reverberaciones en sus seis incandescentes fronteras (Líbano, Turquía, Israel, Irak, Jordania y el virtual Kurdistán). Quedan como testimonio mis artículos sobre Siria que escribí el año pasado desde Líbano (22, 26 y 29/6/11). Aquí, como de costumbre, el pensamiento maniqueo occidentaloide, despojado de las sutilezas que definen al Medio Oriente antes de que haya existido el propio Occidente (whatever that means), clasifica y se arroga el derecho unilateral de juzgar a buenos y malos de acuerdo con sus intereses monetaristas.
Baste enunciar que Siria se encuentra en una guerra civil donde se rompió la alianza alawita-sunnita, con la familia militar y burguesa de los Tlass. Siria es ingobernable sin la anuencia de los sunnitas (85 por ciento de la población).
Recomiendo el reportaje de L’Orient Le Jour (14/7/12) que revela las prístinas señales de Firas (hermano de Manaf) desde un bastión de las petromonarquías en el golfo Pérsico, en el más depurado estilo árabe.
La extraña fuga del sunnita Manaf Tlass –íntimo de Bashar e hijo de Mustafá (ministro de Defensa de Hafez Assad y su compañero militar de toda la vida)– a París vía Turquía, me hace pensar en la probabilidad de la sustitución del alawita Bashar por el sunnita Manaf, digerible por todos los actores en juego. La fresca declaración del embajador de Rusia en París, sobre el deseo de dejar el poder por Bashar en forma civilizada, abona a mi hipótesis de su sustitución por Manaf, el otrora máximo militar sunnita de la pretoriana Guardia Republicana que precipitó la decapitación de Assaf Shawqat, intransigente cuñado de Bashar, mediante un bombazo espectacular cuan demoledor en el corazón militar del régimen en ascuas.
Las demás minorías son actores menores: cristianos, drusos, turcomenos, con la salvedad de los kurdos (que no son árabes) y quienes pueden aprovechar la oportunidad para crear su región autónoma en el norte (ídem Irak).
Los cristianos de Irak fueron desechables por los paganos seudo cristianos de EU/GB/OTAN y la peor suerte le espera a sus correligionarios en Siria, Egipto y Líbano (que me perdonen mi familia y mis paisanos) debido al triple ascenso irresistible de Hermanos Musulmanes, salafistas (integristas coránicos) y jihadistas de Al Qaeda empujados conspicuamente por EU y GB para incendiar las fronteras islámicas de Rusia (el Cáucaso) y China (Xinjiang) y, en un descuido, India, si no se portan bien, en sus fronteras musulmanas (Pakistán, Cachemira, Bangladesh) y su vigoroso Islam interno: 10 por ciento de su población. Asistimos en la región del Creciente Fértil, en Irak como en Siria –imágenes étnico-sectarias en espejo–, a la deslaicización del partido socialista Baas y a su reislamización.
2. Escala regional: La caída del alawita Bashar (quien con su carismática esposa Asma adoptaría el dorado exilio de Moscú) es un fuerte golpe al Creciente chiíta bajo dominio de Irán que va desde el occidente de Afganistán hasta el eje alawita (sirio)-Hezbolá-Hamas (Gaza) en el mar Mediterráneo y que el sionista mesiánico, el premier Netanyahu, en imitación de Baby Bush, fulmina como el eje del mal.
No es gratuito que en sincronía a la sustitución del régimen alawita en Siria, EU despliegue su poderío marítimo de cuatro portaviones en el golfo Pérsico en un clásico operativo de pinzas para impedir el rescate de Bashar por la teocracia jomeinista.
3. Escala global: Amén de la expulsión de Rusia de su último aliado en el mundo árabe y más allá de su posesión del puerto de Tartus en Siria (su único puerto en el Mediterráneo), así como del peligro del irredentismo jihadista en el Cáucaso, pende el ominoso riesgo de una tercera guerra mundial termonuclear (que manejan más los medios rusos y que ocultan los multimedia occidentales) entre Washington y Moscú en la fractura tectónica geopolítica de Irán. Desarrollaré luego los dos rubros regional y global con enfoque geopolítico.
Conclusión: En medio de la grave crisis financiera a los dos lados del Atlántico norte, EU-GB-OTAN-Israel profundizan su guerra de baja intensidad contra Rusia y China en los teatros de Siria e Irán.
España: el miedo atenaza, la mentira política desarma
Marcos Roitman Rosenmann
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Cientos de personas se manifestaron ayer de nueva cuenta en Madrid contra las medidas de austeridad que ha impuesto el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy
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       En más de 80 ciudades, por primera vez en la historia reciente de España, la población sale a la calle a pedir la dimisión de un gobierno a sólo seis meses de haber ganado las elecciones. Ya no se protesta contra los recortes salariales, el rescate a los bancos. Ahora se clama contra el engaño, la farsa, la mentira y la pérdida de soberanía. Pero la clase política no se da por aludida. La diputada del Partido Popular Andrea Fabra, hija de una saga familiar franquista, sintetiza el sentir de sus correligionarios al exclamar una vez aprobados los recortes: ¡Que se jodan!
 
Ahora son muchas las explicaciones para justificar los recortes sociales, las reformas laborales y los planes de austeridad económica. Todas derivan de un tronco común; el argumento es banal. Empresarios, tecnócratas y políticos en turno se han confabulado para contar una mentira y vivir de ella. Para razonar la crisis, apuntalan: España ha vivido por encima de sus posibilidades, llegó la hora de pagar los excesos. Bajo este principio se han generalizado las justificaciones para el rescate. El PSOE y el PP se tiran los trastos a la cabeza y se acusan mutuamente. El PP ataca al PSOE diciendo que recibió un país en bancarrota y los socialdemócratas le achacan incumplimiento de programa. Los socios menores se suman al carro y piden moderación. Pero todos llegan a la misma conclusión: es la hora de apoquinar con la factura. Lo sensato es no mirar cómo se repartió el gasto. En tiempos de vacas gordas, apostillan, todos sacan tajada y se dejan llevar por el optimismo, el despilfarro y la opulencia. Si España creció, alguna migaja tocó a los más desfavorecidos, aunque sea de manera indirecta. Hubo subidas salariales, se amplió la cobertura sanitaria, se edificó más vivienda social, se dotó de fondos a la investigación, se otorgaron mejores becas, no se subió el IVA, las pensiones crecieron y se impulsaron obras de infraestructuras. Se construyeron autovías, aeropuertos, tren de alta velocidad, instalaciones deportivas, colegios públicos, universidades. Se potenció el arte y la cultura, y las desigualdades no eran visibles. El neoliberalismo hizo ondear su bandera triunfante bajo la fórmula de la democracia de mercado. Todo funcionada a las mil maravillas. A decir de Aznar, España iba bien, era socio fiable y, desde luego, potencia mundial.

De ellos, nadie pensó en el colapso. Rodríguez Zapatero se resistió a pensar que España entraba en una crisis profunda. Primero negó su existencia y posteriormente acabó hablando de brotes verdes. Mientras duró el festín, nos dicen, las clases medias prosperaron, invertían en bolsa, compraban acciones, casas, apartamentos en la playa, yates, viajaban en primera clase y comían en restaurantes de postín. Se las prometían felices. España pasó a tener un parqué de coches de lujo impensables. Por sus calles se pueden ver Mercedes, Porsche, Audi, Volvo, BMW, Ferrari, 4x4. La alta gama se convirtió en objeto de deseo. Los bancos se frotaron las manos, en medio de la desregulación y sin que nadie les pusiera topes a sus productos; participaron del sarao otorgando créditos a diestro y siniestro. Claro, nadie se podía quedar sin crédito. Hubo ofertas para todos. Los bancos mintieron para captar clientes, sean quienes fuesen.

España es un país donde la cultura de la vivienda en propiedad constituye una razón de Estado. Vivir de alquiler está mal visto. Todos quieren tener un apartamento, y se ahorra para conseguirlo. En ello se fundamenta la especulación inmobiliaria. Mientras los trabajadores gozaban de empleo fijo tenían crédito y podían acceder a la casa de sus sueños. Los migrantes llegados en los años 90 y principios del siglo XXI abrazaron esta cultura y como manera de progresar se sumaron al carro de las hipotecas. La oferta de viviendas creció a la par de su demanda. Había para todos. Invertir en el ladrillo se consideró opción de ahorro en el medio y largo plazos. Nunca se devaluarían. Con los bancos deseosos de vender productos hipotecarios y conceder préstamos dilatados a 30 y 40 años, la burbuja creció. Mientras hubo trabajo, aunque fuese precario y basura, el globo podía seguir inflándose y las inversiones de riesgo no ser un problema. Si alguien mencionaba que la economía financiera sobre la que se sustentaba era un castillo de naipes, inestable, se le apartaba. Se le tildaba de aguafiestas, gafe o se le ignoraba. Tal vez era un resentido, un ecologista, un antisistema o un izquierdista frustrado. Escucharlo no valía la pena.
Hoy asistimos a una crisis cuya salida no se avizora. Paralizados y con la cartera vacía, nos dicen que son tiempos de vacas flacas, de apretarse el cinturón y asumir las consecuencias del despilfarro. El discurso está en boca de todos, no importa ser peón de la construcción, albañil, trabajador de la minería, empleado de servicios, enfermero, policía o administrativo. El sentimiento de haber vivido por encima de las posibilidades cala y se acepta a regañadientes. Se interioriza, llegó la hora de recuperar la cordura. Por este motivo los primeros recortes se asumieron con resignación. No gustó, pero se vieron como necesarios para salir del agujero. Protestas, huelgas generales durante el gobierno del PSOE y los sindicatos llamando al diálogo social, el compromiso y la defensa de los derechos laborales. En este contexto, el Partido Popular ganó las elecciones señalando que no habría más recortes ni subidas del IVA, ni bajadas salariales, que no se dejaría avasallar por Angela Merkel, la Unión Europea y la troika. Con estos eslóganes logró mayoría parlamentaria y la gente creyó su discurso. Hoy, el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, se desdice. Caricompunjido dice que “no tiene libertad para hacer lo que quiere, que debe cumplir con la troika y que no le gusta lo que hace”. Lo suyo sería dimitir, por ética política. En esto tiene razón el PSOE, pero no lo plantea sólo el PSOE. Es clamor popular. Inclusive, concejales y senadores del propio Partido Popular han dimitido por vergüenza y reiterando que no era ese su programa.

No estamos ante un discurso y una economía del miedo. El miedo está presente en toda actividad humana. Controlarlo, evitar sentirse atenazado, no ser osados, en eso consiste la valentía. Pero la mentira política nos transporta a otro lugar, nos desarma. Tiene múltiples caras y ninguna es su rostro. Bajo el principio de que si es conveniente mentir al pueblo, Rajoy se mantiene en el poder y reprime, criminalizando la protesta social que lo pone en evidencia. El recurso de la mentira como fórmula política hace que España sufra una profunda crisis de dignidad que afecta a su clase política, a sus instituciones y sus poderes. Si realmente quiere construir una ciudadanía democrática sólo queda purgarla y comenzar una nueva andadura.

La crisis mundial y el ambiente en América Latina
Guillermo Almeyra
 
       La aguda crisis que afecta a la Eurozona y a Estados Unidos no sólo reduce la atracción de esos mercados de trabajo para los latinoamericanos, africanos y mediorientales que allí emigraban ilegalmente sino que, también, al cerrarles la posibilidad de trabajar les obliga a refluir a sus regiones de origen en cantidades cada vez más masivas, unidos esta vez incluso con los más pobres de los que hasta ahora era países ricos. En efecto, no sólo retornan de España los latinoamericanos que allí buscaban trabajo, sino que este año han salido más españoles que los extranjeros que fueron a la península.
 
De este modo, la presión sobre los recursos locales –tierra y agua, sobre todo– y sobre la desocupación regional, aumenta continuamente y los ingresos locales no disminuyen sólo por el cese o la reducción de las remesas que antes recibían, sino también porque sus parientes deben sostener, al menos parcialmente, a quienes hasta entonces eran el sostén de ellos.

Para algunos países exportadores de alimentos, como Brasil, Uruguay o Argentina, la sequía en Estados Unidos y en Europa, resultante del cambio climático, puede ser beneficiosa porque aumenta el precio de los granos y de los alimentos en general, no sólo por una menor oferta sino también porque la crisis, al reducir la producción industrial y los consumos, aleja a los especuladores del petróleo y de los minerales, cuyos precios se estancan.

Pero el aumento del precio de los alimentos –porque la demanda de éstos no es elástica y todos tratan de seguir comiendo como comían, con crisis o sin ella–, reduce los ingresos de los consumidores, sobre todo en países donde la gente por su pobreza dedica más de dos tercios del ingreso familiar a la compra de alimentos y al pago de servicios (transporte, agua, gas, electricidad).

La carestía de los alimentos principales (trigo, maíz, leguminosas, carne) por otra parte afecta mucho más directamente a los pobres que a los ricos (que tienen otro tipo de consumos), o sea, golpea a la inmensa mayoría de la población que, con los injustos y aberrantes sistemas impositivos de los países dependientes, es la que paga más impuestos bajo la forma sobre todo de IVA y de otras tasas indirectas.

Esta reducción del consumo domiciliario y, por consiguiente del monto de los impuestos que el Estado recauda, afecta las finanzas estatales. Porque, aunque la soya bata récord y esté a 630 dólares la tonelada, quienes la exportan son sólo unas pocas empresas que evaden impuestos mediante triangulaciones y paraísos fiscales. Las ventajas de los altos precios del grano y del bajo precio petrolero para la producción son por lo tanto para ellas, o sea para los que son productores masivos, acopiadores y exportadores trasnacionales y no para las arcas estatales.

Los países centroamericanos viven, sobre todo, de la exportación de mano de obra superexplotada que, como dijimos, ahora les rinde menos. Los países exportadores de petróleo ven afectados sus ingresos por el estancamiento del precio del combustible debido a la baja demanda industrial resultante de la crisis. Los países importadores de alimentos y de petróleo, como la mayoría de los africanos, Cuba o los del Caribe, están apretados crecientemente por el aumento de su factura de importación alimentaria. Incluso los pocos países dependientes que son grandes exportadores de alimentos tienen problemas porque sus otras exportaciones caen y el aumento del precio del trigo o de la soya no compensa esas dificultades en la balanza de pagos.
De ahí la desesperación de todos los gobiernos –progresistas o no– por producir cada vez más metales preciosos, atrayendo la inversión de las grandes mineras canadienses o estadunidenses, que están en abierta competencia con la agricultura y la ganadería de las zonas pobres, las cuales son mucho menos lucrativas que la gran minería pero aseguran más empleo local y no afectan tan drásticamente el ambiente como la extracción minera.

De ahí también los conflictos sociales con los pobladores de esas zonas, que desean conservar el uso del agua para la agricultura y para los pueblos así como los bienes comunes (tierra, aire no contaminado, bosques, paisaje). Por eso actualmente, desde Centroamérica hasta Chile y Argentina, a lo largo de las zonas montañosas, las pobladas (luchas de toda una comunidad) y las rebeliones campesinas e indígenas se enfrentan con la represión gubernamental de gobiernos que tienen una concepción extractivista y desarrollista y un decisionismo vertical y autoritario.

Se llegó al extremo de que la presidenta de Argentina vetó una ley de protección de los glaciares, fuente principal de agua para el país, para no afectar los intereses de las transnacionales mineras y que algunos gobiernos de las provincias andinas reprimen ferozmente protestas antimineras como la de Tinogasta o Faimallá absolutamente legales y legítimas. El presidente peruano Ollanta Humala fue elegido entre otras cosas gracias a sus declaraciones de que entre la sed y el hambre de los peruanos y el oro optaría por su pueblo, pero ahora reprime, con alto costo en heridos, muertos y presos en Cajamarca, una de las zonas donde más apoyo obtuvo, para favorecer el proyecto minero Conga, violentamente resistido por los pobladores y las autoridades locales. El mismo Evo Morales no sólo enfrenta a los pobladores del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), violando lo que establece la Constitución, para construir por su territorio una carretera hacia Brasil sino que también fomenta la minería, entrando en conflicto con los comuneros. El mercado mundial, no el ambiente y el desarrollo humano, es la preocupación principal incluso de gobiernos que dicen luchar contra ese mismo mercado y que se declaran populares. Este giro económico a la derecha les debilita y prepara otros giros políticos derechistas. Nuevamente están en peligro los avances antes duramente conseguidos.

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