Bajo la Lupa
EU y la
anarquía que vieneen Colombia y Venezuela, según Robert D. Kaplan, de Stratfor
Alfredo Jalife-Rahme
El presidente venezolano Hugo Chávez, acompañado por militares, durante una visita a la base de El Sombrero, en el estado de Guarico, 322 kilómetros al sur de Caracas, el miércoles 18 de julioFoto Reuters
Pareciera respuesta a mi artículo
Nueva visión geoestratégica de Brasil(Bajo la Lupa, 18/7/12), ya que al día siguiente, la superestrella de la geopolítica de los superhalcones de Estados Unidos y flamante colaborador de Stratfor, Robert D. Kaplan, publicó
La fuente del poder de EU, que encubre ominosas amenazas de desestabilización tanto de Colombia, en forma
sorprendente, como de Venezuela (por la propaganda negra consabida), mediante la aplicación de los conceptos geopolíticos del holando-estadunidense Nicholas J. Spykman, quien se ha puesto de moda en los círculos geoestratégicos de Brasil y EU.
Cabe destacar que el artículo sobre la
Nueva visión geoestratégica de Brasilcausó fuerte impacto en el cono sur al día siguiente (Vermelho, 19/7/12).
El controvertido portal Stratfor fue desnudado por Anonymous en sus nexos con la CIA, Israel y la filial en México del superfascista Committee on the Present Danger.
La geobiografía del israelí-estadunidense Robert D. Kaplan (soldado cabal del ejército de Israel), que apoyó la invasión de Estados Unidos a Irak, evidencia el choque conceptual de las geopolíticas de Estados Unidos y Brasil: miembro del Consejo de Política de Defensa con el secretario Robert Gates, consultor de las tres ramas del ejército de Estados Unidos y considerado por Foreign Policy entre los
100 primeros pensadores (sic) globales (sic).
A mi juicio, Robert D. Kaplan representa el heraldo del Pentágono para palpar el pulso de sus adversarios y/o amenazarlos. Su indeleble artículo
La anarquía que viene(Atlantic Monthly, febrero de 1994) cautivó al presidente Clinton y, de hecho, anunció
premonitoriamenteel caos geopolítico global posterior a los polémicos atentados del 11/09.
Los
análisisde Robert D. Kaplan han sido demolidos, con justa razón, como poco ortodoxos y sin rigor. No importa. Aquí vale más el mensaje trascendental del heraldo que su cualidad académica.
Aduce que pese a la hegemonía de Estados Unidos en el gran Caribe y a su control geopolítico hasta la frontera del Amazonas,
donde ningún poder significativo puede desafiar a Estados Unidos, paradójicamente
Estados Unidos no puede contar con la estabilidad de Colombia o Venezuela, aun cuando la guerra de las drogas continúa en su frontera norte.
Así que
Estados Unidos puede dominar el gran Caribepero, con todo y su
poderío, no puede garantizar la estabilidad (¡súper sic!) en ningún lugar de la región misma.
Robert D. Kaplan define
La fuente del poder de EU, con enfoque geopolítico, que representa el gran Caribe, lo cual hace temer que el Pentágono pretende recuperar lo perdido en Latinoamérica –que ya empezó: Haití, Honduras y Paraguay, después de su abandono durante la década fallida de la
guerra contra el terrorismode la aciaga fase de Baby Bush– y hasta librar una tercera guerra mundial termonuclear contra los nuevos inquilinos indeseables de Latinoamérica (Irán, Rusia y China).
Robert D. Kaplan define el gran Caribe desde Yorktown (¡súper sic!) hasta las Guyanas (¡súper sic!), es decir,
desde los estados a la mitad del océano Atlántico de Estados Unidos hasta las selvas del norte de Sudamérica (¡súper sic!), con base en una extensión del concepto de
hemisferio occidentaldel geoestratega Spykman en 1942.
Por cierto, la línea Yorktown-Guyanas llega a la frontera de Brasil y deglute a todas las islas del gran Caribe.
El gran Caribe de Robert D. Kaplan choca con la definición de
Sudaméricadel profesor universitario brasileño Ronaldo Carmona.
Para Spykman, según Robert D. Kaplan, el hemisferio occidental no está dividido entre Norte y Sudamérica, sino entre
las latitudes norte de la gran barrera de la selva amazónica y la latitud sur de ésta. ¡Qué fuerte!
La
barrera naturaldel Amazonas, a mi juicio, balcanizaría de facto el concepto de
Sudaméricade Brasil, al Mercosur y al mismo Brasil.
Se deduce que Argentina y Chile serían más
sudamericanosque Brasil y quedarían a la merced de una doble asfixia desde la Antártida y las islas Malvinas.
Robert D. Kaplan trastoca la geografía en beneficio de los intereses geopolíticos irredentistas de Estados Unidos y sentencia que
Venezuela no es para nada un país sudamericano. Es un país caribeño: la mayor parte de su población 28.8 millones vive en el norte a lo largo del mar Caribe, lejos de sus selvas al sur. ¿Dónde quedarían Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Uruguay?
Estados Unidos, a su juicio, constituye la
potencia hegemónica del hemisferio occidental con la salvedad del Ártico canadiense y el cono sureño (sic) de Sudamérica que incluye las zonas grises (sic) de Bolivia, Ecuador y Perú, más allá del cinturón de seguridad esculpido (sic) por la armada de EU.
Lo interesante: “con el hemisferio occidental bajo su dominio, Estados Unidos fue capaz de afectar el balance del poder en el hemisferio oriental. Las victorias de Estados Unidos en las dos guerras mundiales y en la guerra fría fueron originalmente construidas sobre la geopolítica del gran Caribe”. ¡Sin duda!
Considera
una exageración (sic) decir que Estados Unidos perdió su control del gran Caribey juzga en forma despectiva que hasta su
Guardia Costera (¡súper sic!) es capaz de manejarla.
A su juicio, los problemas hoy provienen del
contrabando masivo de drogas de México y Centroamérica a Estados Unidos y por una presencia comercial robusta de China en el Canal de Panamá y Venezuela. Cita a Colombia como
un Estado fallido parcialy a Venezuela como asiento del
radicalismo anti EUcuando las
apuestas son elevadas debido a la ampliación del Canal de Panamá en 2014 que aumentará el trafico marítimo global de Colombia y Venezuela.
Me salto las diatribas contra Venezuela y concluyo brevemente con el linchamiento a Juan Manuel Santos, a quien culpa de la resurrección de las FARC y quien
ha cambiado retóricamente su política exterior lejos de la amistad con Estados Unidos y más hacia un acomodamiento con Venezuela y Ecuador. Se le pasó el espectacular acercamiento geoeconómico de Santos con China.
En realidad, Venezuela es tan caribeña como es sudamericana (ver Radar Geopolítico, Contralínea,
EU captura el mar Caribe frente al BRIC, 21/2/10).
La novedad no es que Estados Unidos considere al mar Caribe como su mare nostrum ni que busque desmontar tanto a los BRICS como al Mercosur, sino que por medio de su heraldo predilecto anuncia la
anarquía que vieneen Colombia y Venezuela, para impedir la nueva conexión con China e incendiar la jungla amazónica de Brasil.
Conclusión. Mi hipótesis: Estados Unidos controla hegemónica y geopolíticamente el gran Caribe y deja hacer, si es que no promueve, la
anarquía que vieneen Colombia (citada antes que Venezuela, debido a su singular característica bioceánica) para incitar
cambios de régimenque se coordinen con la irredentista agenda hemisférica y global de Estados Unidos.
En el caso de México, no está en juego el
cambio de régimen–que Estados Unidos avasalla desde la Revolución– sino el control de los hidrocarburos en el Golfo de México (parte sustancial del gran Caribe), donde en forma paulatina Estados Unidos comienza a recuperar sus
activosmediante la expulsión española de Repsol en América Latina y del megaescándalo del
lavadodel banco británico HSBC exhibido por el Senado de Estados Unidos después del
accidente ambientalde BP.
Los
lavados(ampliamente expuestos por un servidor desde hace mucho) son eso: sirven para las
limpiezas energéticas y financierascon objetivo geopolítico.
Lecciones de historia: la política de austeridad en Europa
Alejandro Nadal
El mundo está ya en lo que deberíamos ir llamando la Segunda Gran Depresión. Mientras Estados Unidos entra de lleno en una nueva recesión, la crisis en Europa va de mal en peor. La economía china pierde velocidad y los mal llamados mercados emergentes comenzarán a sufrir las consecuencias de la crisis dentro de pocos meses.
Una referencia pertinente es el libro de Peter Temin, historiador de la economía y del cambio técnico. En su libro Lecciones de la Gran Depresión Temin examina la evolución de los gobiernos de la alemana República de Weimar (1919-1933) y sus esfuerzos por enderezar una economía devastada por la guerra y los altos costos de las reparaciones impuestas por los aliados en el Tratado de Versalles. Tal y como había anunciado Keynes, las reparaciones impuestas sobre Alemania resultaron ser impagables. En 1921 Francia y Bélgica enviaron 70 mil tropas para ocupar el valle del Ruhr en represalia por la falta de pago y los efectos fueron desastrosos. En reacción, el gobierno alemán hizo un llamado a una huelga general. La resistencia fue sofocada con lujo de violencia por las tropas francesas.
La economía se colapsó. La producción se redujo drásticamente y el desempleo se disparó (a más de 23 por ciento). La recaudación se desplomó y el gobierno recurrió a financiar su déficit a través de la monetización. Estaban dadas todas las condiciones para el episodio de hiperinflación que dejó una profunda cicatriz en las percepciones del pueblo alemán.
Para 1923 era evidente que la economía alemana estaba a punto de explotar. Estados Unidos e Inglaterra presionaron para aliviar la situación. En 1924 el famoso comité Dawes presentó sus recomendaciones para retirar las tropas francesas del Ruhr, recalendarizar el pago de reparaciones y restructurar el banco central. El objetivo era dar un respiro a la economía alemana para que pudiera recuperar un ritmo de crecimiento aceptable. La prosperidad (algo artificial) de los años veinte le brindaba a Estados Unidos suficiente margen de maniobra para intervenir en la reconstrucción de la economía alemana: Washington comprometió una cantidad importante de recursos para invertir en la economía alemana.
Todo esto implicaba que cualquier descalabro en Estados Unidos significaría el colapso de la economía de la república de Weimar. Por otra parte, las recomendaciones del comité Dawes eran de corto plazo y la carga de las reparaciones siguió siendo un gravamen muy pesado. En 1929, poco antes del colapso en Wall Street, se estableció otro mecanismo para aligerar el peso de las reparaciones. El resultado fue el llamado plan Young, anunciado en 1930. Pero ya era demasiado tarde pues era claro que Estados Unidos ya no podría proporcionar el oxígeno que necesitaba la maltrecha economía de Weimar y Alemania nunca podría pagar las reparaciones.
Las autoridades en Berlín se manejaban dentro del marco de referencia de las finanzas ortodoxas y del sistema de pagos internacionales que imponía el patrón oro. Tuvieron que responder a las restricciones que este entorno internacional imponía con una fuerte depresión interna. Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank y su sucesor, Hans Luther, aplicaron políticas restrictivas y mantuvieron la tasa de descuento muy por arriba de las tasas de Londres y Nueva York con el fin de reducir la pérdida de oro. Las autoridades fiscales fueron aún más agresivas en su afán deflacionario: desde principios de 1930 el canciller Heinrich Brüning mantuvo recortes fiscales brutales y una política deflacionaria (reducciones salariales y de la ayuda por desempleo) para restablecer un
equilibrioen el contexto del patrón oro.
En vista de que Alemania tenía que pagar sus cuentas externas con poder de compra equivalente al patrón oro, el ajuste debía pasar por la deflación en el plano interno hasta alcanzar ese objetivo. Las políticas deflacionarias y el revanchismo cristalizado en las reparaciones de guerra acabaron por hacer añicos la república de Weimar. Entre 1929 y 1932 el partido nacional socialista pasó de 12 a 107 diputados.
Los dogmas de la ortodoxia en materia financiera y fiscal carecen de sentido económico. Se apoyan en algunas ideas que suenan lógicas pero que son falsas. Y cuando se les traduce en política macroeconómica, el resultado es un desastre: no sólo son capaces de hundir una economía en la depresión más profunda, sino que conducen a destruir el tejido social y a un paisaje de violencia desoladora. En México y en Europa las lecciones de la historia no deben olvidarse.
“…While you’re busy making other plans”
Claudio Lomnitz
Esta semana leo dos noticias ambientales que hacen pensar en la penosa insuficiencia de la política, tal y como la entendemos hoy. La primera, es que científicos de la Universidad de Hawai están congelando huevos y esperma de corales marinos (que, ya lo saben, es un animal, y no una planta), para estar en situación de reproducir la variedad ecológica de los arrecifes según se vayan afectando por el calentamiento global.
sistemas complejos.
Por lo que alcanzo a entender, una de las características de los
sistemas complejoses que cuando el cambio pasa de cierto umbral (llamado en inglés tipping point), resulta verdaderamente difícil restaurar el sistema original. Scheffer demostró su teoría mediante el estudio de proyectos para recuperar la transparencia del agua en los lagos de Holanda. Demostró que se trataba de una meta sumamente difícil de conseguir, y explicó por qué. Dada la dinámica de los sistemas complejos, había que reconstruir los lagos casi desde cero para recuperar su transparencia.
Hoy se está utilizando este abordaje para entender cuán avanzado está el cambio climático, y para pensar en lo que se tendría que hacer para restaurar los sistemas estresados que, si llegaran a pasar de cierto umbral, serán realmente difíciles de recuperar.
Todo ello refuerza nuestra convicción de que el mundo está ante un verdadero cambio de época. Para encararla, importa enfrentarnos a los límites de nuestras tradiciones, incluidas nuestras tradiciones políticas.
Desde tiempos de los antiguos hebreos, y hasta los revolucionarios del siglo XXI, ha habido una tendencia a imaginar que cuando las cosas empeoran mucho, es porque se está en el umbral de la redención. Por eso los revolucionarios han tendido a aplaudir el deterioro social (al menos en privado). Marx pensaba que el colonialismo británico sería, a la larga, positivo para India y para China. Por su parte, en plena Primera Guerra Mundial, Ricardo Flores Magón escribía que: “El mundo es un volcán próximo a hacer erupción. México y Rusia son los primeros cráteres anunciadores del despertar de las fuerzas de la miseria y del hambre… Todo indica que estamos en vísperas de una catástrofe depuradora y santa.”
Se trata de posturas muy arraigadas en las tradiciones políticas de occidente, y que no son en esencia tan distintas de las visiones del profeta Isaías: “La altivez del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada. Y quitará totalmente los ídolos … por la presencia temible de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando él se levante para castigar la tierra.”
Pero nuestro mundo contemporáneo no está para esas.
Hasta hace poco, los milenarismos redentores iban y venían cíclicamente, como la rubeola: en el año 1000, los cristianos esperaban el apocalipsis; en el siglo XIII, San Francisco de Asís fue adorado por muchos como un segundo Jesús, que anunciaba, de nueva cuenta, el apocalipsis y la redención. Y esta lógica de restauración se repetía también en las culturas asoladas por la expansión europea: las danzas multitudinarias de los aztecas recién conquistados, por ejemplo, interpretaban la amargura de los tiempos como signo del regreso inminente de sus reyes y dioses…
Todo eso tenía también algo en común con la dialéctica hegeliana o marxista, que postulaba que tenía que aumentar la polarización para poder pasar a otro estadio, redentor.
El problema está en que hoy, primera vez en la historia de la humanidad, el destino del mundo natural depende de manera fundamental de la sociedad humana. La filosofía de dar la bienvenida al empeoramiento de corto plazo, para llegar por ese medio a la redención, no cuadra con lo que se requiere para hacer frente al problema del tipping point en el medio ambiente. Por eso el cambio climático exige una transformación radical de nuestra conciencia histórica.
Los campesinos del medievo respondieron a los llamados del Papa para ir a la conquista de la Tierra Santa, muriendo como lemmings, lanzándose en masa al desfiladero, pero ni una hecatombe de esas podía alterar la temperatura del mundo, ni acabar con los corales de los mares.
Vivimos en un mundo en que la política a la antigüita está sobredimensionada: un mundo en que los políticos todavía no aceptan la idea de que el crecimiento económico no es un bien en sí mismo.
En este sentido, las izquierdas latinoamericanas, con su imaginario nacionalista neorrepublicano –su obsesión con la corrupción y con la virtud ciudadana, y con figuras decimonónicas que las más de las veces resultan francamente anacrónicas– están en una bancarrota casi tan onda como la del imaginario neo-liberal al que tanto se oponen. Ambos imaginarios aplauden y procuran el crecimiento de las economías nacionales, con insuficiente consideración a la discusión de verdaderas metas colectivas.
No quieren entender que, a punta de nuestros inventos, los humanos hemos conseguido ser los señores de nuestro planeta. Ahora tenemos que cargar con esa responsabilidad.
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