Enfrenta rezagos extremadamente altos, revelan Cepal y Unicef
De los 2.7 millones de esos menores, 22.8% carecen de educación formal
Sin acceso a una vivienda digna, 88.7 por ciento de ese sector en México
Privados del derecho al agua potable, 67.5%, señala estudio sobre la región
La mayor
privaciónen México es su derecho a la información, detectan Cepal y Unicef
Extremadamente altos, rezagos en niños y adolescentes indígenas
En cuanto a la vivienda digna y segura, 88.7 por ciento de ese grupo en el país carece de ésta
No tienen acceso a la educación 22.8% de los menores, 4 puntos arriba del promedio regional
Mujeres indígenas tzotziles en una marcha en Chenalho, Chiapas
Foto Víctor Camacho
Susana González G.
Periódico La Jornada
Domingo 22 de julio de 2012, p. 25
Domingo 22 de julio de 2012, p. 25
Niños y adolescentes indígenas en México presentan rezagos mayores, que llegan a ser
severoso
extremadamente altos, ante los de sus similares de otros países de América Latina en el acceso a una vivienda digna, agua potable, educación e información.
Así lo revela un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) sobre la pobreza en los pueblos indígenas y afrodescendientes en la región latinoamericana.
México concentra el mayor porcentaje de población infantil indígena entre 17 naciones analizadas con 2 millones 733 mil menores que representan 21.3 por ciento del total regional, calculado en 12 millones 814 mil infantes de 700 etnias diferentes.
Así que, uno de cada cinco niños indígenas en América Latina es mexicano, según el estudio, aunque nada dice sobre los menores afrodescendientes en el país. Después de México, Perú es la segunda nación con más población infantil indígena en la región al concentrar 20.2 por ciento del total, le sigue Guatemala con 19 por ciento y Bolivia con 17.4 por ciento.
Predominan en zonas rurales
El documento puntualiza que en las comunidades indígenas hay más niños que adultos y en México representan 45 por ciento, por encima del promedio regional y también de la composición general de la población donde sólo 37 por ciento son menores de 18 años. Además 68.6 por ciento de los infantes indígenas de México viven en zonas rurales, cuando el promedio regional es de 61 por ciento.
La mayor
privaciónque detectan Cepal y Unicef entre los niños indígenas es en su derecho a la información, definida como
la libertad de buscar, recibir y difundir información e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito, de forma impresa o artística, o por cualquier otro método. Su cumplimiento debe incluir el acceso al equipamiento necesario como teléfonos, computadoras o televisores y se considera
condición necesaria para que los pueblos indígenas y afrodescendientes puedan ejercer todos sus derechos humanos.
En México, la privación en información entre los menores indígenas es de 95.4 por ciento –desglosada en 28 por ciento como
privación severay 67.4 por ciento
privación moderada–, pero que sube hasta 98 por ciento entre quienes viven en zonas rurales.
Con tales cifras, México se ubica en los tres países más rezagados en la materia, sólo superado por Panamá y Honduras. Rebasa con mucho el promedio regional de 87.8 por ciento, el del resto de la población en México que se ubica en 58.8 por ciento e incluso el de otros dos países con fuerte presencia indígena, como Perú y Bolivia, cuyos porcentajes de privación son de 86.6 y 90.8 por ciento.
En cuanto al acceso a una vivienda digna y segura en materia jurídica, con disponibilidad de servicios y asequible, 88.7 de los niños indígenas mexicanos padecen privaciones al respecto (52 por ciento privación severa y 36.7 por ciento privación moderada). Contraste con el 59.6 por ciento del resto de la población del país y nuevamente se coloca arriba tanto del promedio regional de 84.2 por ciento, como de Bolivia y Perú.
Sobre la educación, los organismos indican que pese al impulso que América Latina ha dado a la cobertura en educación básica persisten diferencias étnicas y más de medio millón de menores indígenas, equivalente a 6.3 por ciento de los niños y adolescentes en edad escolar, no han accedido nunca a la educación formal o la han abandonado sin aprobar ningún año de estudio.
La privación en educación afecta a 22.8 por ciento de los niños indígenas en México (llega a 25 por ciento en el caso de las niñas indígenas), cuatro puntos arriba del promedio regional y seis del que afecta al total de la población infantil del país. En Bolivia sólo es 12.3 por ciento, en Perú 10 por ciento y en el extremo de la lista se ubica Chile, donde sólo es 0.7 por ciento.
Otro factor que analiza Cepal y Unicef es el derecho al agua potable: 67.5 por ciento de los niños indígenas de México están privados de éste, frente al promedio regional de 62.6 por ciento y de 36.5 por ciento de los niños no indígenas en el país, similar al porcentaje de niños indígenas de Guatemala.
Estamos frustrados por un sistema de selección injusto, que con apenas 120 preguntas califica toda una vida escolar, señalaron algunos de los más de 69 mil aspirantes a cursar una carrera en el IPN que fueron rechazados, y que ayer celebraron una asamblea en el Casco de Santo Tomás Foto María Luisa Severiano
Muchos se han presentado al proceso en repetidas ocasiones pero se quedan a un paso
Jóvenes rechazados en el examen de ingreso a la educación superior buscan solución
Nos frustra un sistema de selección injusto que con 120 preguntas califica toda una vida escolar, dicen
Integrantes del MAES realizan su primera asamblea en el IPN, ayer en el Casco de Santo TomásFoto María Luisa Severiano
Laura Poy Solano
Periódico La Jornada
Domingo 22 de julio de 2012, p. 34
Domingo 22 de julio de 2012, p. 34
Con apenas 20 años de edad, Alexis, Patricia, Sandra, Miguel Ángel y Ana Lilia son parte de los miles de jóvenes que han intentado hasta en tres ocasiones ingresar al Instituto Politécnico Nacional (IPN) y a las universidades Nacional Autónoma de México (UNAM) y Autónoma Metropolitana (UAM) para cursar una carrera profesional sin conseguirlo.
Muchos de nosotros nos hemos quedado a un acierto de ser aceptados, aseguraron.
Al darse a conocer los resultados del proceso de admisión al ciclo escolar 2012-2013 del Politécnico –en el que se registraron 92 mil 772 aspirantes para cursar alguna de las 54 carreras que ofrece su sistema escolarizado, que sólo cuenta con 23 mil lugares para nuevo ingreso, por lo que sólo uno de cada cuatro jóvenes que desean ingresar a esta casa de estudios podrá hacerlo–, afirmaron que
estamos frustrados por un sistema de selección injusto que con apenas 120 preguntas califica toda una vida escolar.
A pesar del esfuerzo que realizan desde hace tres años, hoy son parte de los más de 69 mil aspirantes que no obtuvieron un espacio educativo en el IPN, es decir, 75.2 por ciento de quienes presentaron el examen, por lo que, reconocieron, deberán esperar
un año más para intentarlo de nuevo.
Además de participar en el Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior (MAES), son egresados de instituciones públicas de educación superior con formación técnica. Esta condición, afirmaron,
es el primer paso de nuestra exclusión, agregó Alexis.
En mi caso no soy primerizo en ser rechazado, también lo fui en el bachillerato: presenté dos veces el examen de admisión, pero en ninguna me quedé en la opción que solicité y me asignaron a un Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS), donde me formé como técnico en computación, pero yo quiero ser economista o abogado.
La historia se repite para Sandra, Patricia y Ana Lilia, quienes cursaron su educación media superior en el Colegio de Bachilleres y en Centros de Estudios Tecnológicos Industriales y de Servicios (CETIS), respectivamente, a los que no deseaban ingresar y donde fueron formadas como técnicas en contaduría y laboratoristas.
Patricia, con 19 años, ha intentado en tres ocasiones ingresar al Poli.
Es tanta mi desesperación que he cambiado en todas las opciones de carrera: primero intenté medicina, luego economía y por último turismo, pero sin resultados. Asegura que al igual que sus compañeros, durante seis meses del año buscaron empleos temporales en la formación técnica que recibieron, pero
a mí no me gustó lo de ser contadora; busqué trabajo y me decían que no tenía experiencia y que además soy muy joven, que regresará cuando cumpliera los 20 años. Igual ocurrió con Ana Lilia, técnica laboratorista, a quien
simplemente me dijeron no porque era muy joven.
Con sus propios recursos o el apoyo de sus padres, afirmó Ana Lilia, se han pagado cursos de preparación para el examen de ingreso con precios de 2 mil a 4 mil pesos.
Miguel Ángel, quien por tres años consecutivos ha intentado ingresar a la Facultad de Psicología de la UNAM, afirmó que “nos quitan hasta las ganas de seguir estudiando, porque en mi primera prueba me quedé a un acierto y sentí muy feo, me frustré. Luego volví a intentarlo al año siguiente, pero me faltaron tres aciertos y creí que mi educación se había ido al demonio. Me fui a Puebla a trabajar con unos familiares, cuidé vacas y corté zacate, pero no hay futuro en eso. Regresé a la ciudad y he trabajado en los call center, en bancos y en empresas distribuidoras de gas, pero ahí te das cuenta de que con o sin carrera a lo más que puedes aspirar es a ganar 5 mil pesos al mes, y con eso no vive una familia”.
El campamento instalado en el municipio mexiquense de Tultitlán para atender a los indocumentados no se da abasto, por lo que muchas de las personas en tránsito deambulan junto a las vías del tren en busca de un sitio para descansar. Las autoridades locales, que dicen no contar con un predio para construir un nuevo albergue, colocaron cámaras de vigilancia en la zona Foto Francisco Olvera
Los viajeros incómodos
Escapan migrantes de las otras guerras
Hay conflictos que se enmascaran con la falta de trabajo, escuela y agua
En los albergues hay comida y resguardo para
los que quepan
Juan Ramón y su compañera Gloria, de Lago Yojoa, Honduras, ven pasar el tren en la zona de LecheríaFoto Francisco Olvera
Bajo un puente vehicular de la avenida Independencia un indocumentado hondureño descansa y mitiga su sedFoto Francisco Olvera
Fernando Camacho Servín
Periódico La Jornada
Domingo 22 de julio de 2012, p. 2
Domingo 22 de julio de 2012, p. 2
Hay guerras que se nombran en voz alta, y otras que se disimulan con las máscaras de la falta de trabajo, de escuela, de agua corriente. En las dos –en ciertos momentos– se llega a pelear con armas de fuego, y en las dos se puede morir. Más rápido o más lento, pero se muere.
Algo de eso sabe Denis Peñaloza, quien ha visto los campos de batalla de Irak, pero también los de Honduras. Difícil saber cuál de los dos es más peligroso: del primero salió con algunos sustos, pero vivo; en el segundo perdió a su esposa y sus dos hijos en manos de la criminalidad.
Sentado frente al albergue temporal para migrantes instalado en el barrio Independencia, en Tultitlán, el ex sargento del ejército hondureño mata el tiempo rememorando sus días en la base militar de la ciudad iraquí de Nayaf, su secuestro a manos de Los Zetas en la zona de la Chontalpa, Tabasco; las ofertas de trabajo que le hicieron los narcos por saber manejar armas, y la forma en que rehizo su vida casi por casualidad en León, Guanajuato, donde vive ahora con su esposa y su hijo mexicanos.
Entre sorbo y sorbo de café, Denis le cuenta sus historias a un grupo de paisanos que también relatan las suyas, y donde las palabras comunes son
trabajo,
difícil,
pobreza,
dinero. Son las 10 de la mañana, y a esa hora los migrantes ya terminaron de desayunar su plato de huevo, frijoles y arroz, y hacen fila para bañarse en regaderas portátiles, o para conseguir ropa limpia y seca.
Instalada desde el viernes anterior bajo un puente vehicular, esta carpa blanca de plástico sustituye al albergue San Juan Diego –cerrado hace unos días en la colonia Lechería, por presión de los vecinos–, y hace las veces de dormitorio y comedor para cerca de 200 indocumentados que llegan al día, en busca de un poco de comida, agua y descanso en su largo camino hacia el norte.
Ahí, un grupo de jóvenes voluntarios se encarga de registrar en una computadora el nombre de los recién llegados. Otros más sirven la comida y el agua, o se encargan de ordenar el acopio. En ese mismo trajín, van y vienen algunos integrantes del Grupo Beta, doctores del colectivo Médicos sin Fronteras, o representantes de la comisión local de derechos humanos.
Resolviendo las dudas de los migrantes y atendiendo su celular cada 10 minutos, el padre Christian Rojas Pocasangre, coordinador del albergue, se da el tiempo de informar que desde hace cinco días han atendido a unos 800 trabajadores internacionales sin documentos, dándole comida y espacio para descansar
a los que quepan.
A pesar del clima de xenofobia que enfrentó el refugio en Tultitlán –incluido el ultimátum de los vecinos para que retiren la carpa a finales de este mes–, el campamento “ha sido un boom. No tenemos miedo, porque como Iglesia sólo nos toca dar caridad y atender al necesitado, pero a quien le toca responder después es a las autoridades”, subrayó el sacerdote.
Allá estudiar no sirve de nada
César Omar Iría Ricona lo tiene claro: su prioridad es trabajar en Houston como soldador industrial y ahorrar lo suficiente para comprar una casa y poner una pulpería (tienda de abarrotes). Pero si en el camino puede cumplir su sueño de conocer Las Vegas, tanto mejor.
Originario de la comunidad de Potrerillos, en la provincia hondureña de Cortés, a sus 23 años César está tomando el viaje como
una aventura. Este antiguo marero viaja solo y se declara
hijo de nadie, tras haber sido regalado por su madre cuando era un niño, pero quizá justo por eso, el motivo que lo hace caminar son sus propios hijos.
Imagen del campamento provisional para ayuda a migrantesFoto Francisco Olvera
–Mi meta es darles lo que yo no tuve, y que ya a cierta edad trabajen, para que sepan que el dinero cuesta.
–¿Y no quieres que estudien?
–Mire, compa, allí en Honduras el estudio ya no vale. Usted puede ser graduado por la universidad, y trabajar como barrendero, porque de todas maneras no hay chamba. Allá sólo se estudia hasta tercero de secundaria, y después cada quien a su oficio.
Gina Martínez, también de Honduras –el único país latinoamericano donde creció la pobreza en 2010 y 2011, junto con México, según Naciones Unidas–, no podría estar más de acuerdo. A sus 19 años, decidió que no valía la pena esperar tres años más para terminar su licenciatura en lenguas extranjeras, y se lanzó rumbo al norte acompañada de sus cinco primos.
El camino es bastante duro, más para una mujer, pero tomé la decisión para ayudar a mi familia a salir adelante. La situación en mi país está bien difícil, y no hay oportunidades de nada, por eso quiero ir a Nueva York con familiares que tengo allá, trabajar unos años y luego regresarme. Sí tengo miedo, pero la necesidad puede más, cuenta.
Con la misma necesidad, pero sin miedo en el rostro –pese a tener siete meses de embarazo–, Jocelyn Lara, de 16 años, camina por las vías del tren, a varias cuadras del campamento, mientras su padre, Osman (de 35), trata de pagar una torta con un billete de 200 lempiras que nadie le acepta.
Nos vinimos para que tenga al niño en Estados Unidos, en Virginia. Ella me salió así (encinta) y fue despreciada por el chavo. El camino está muy duro, pero vamos con la fe en Dios, a ver si nos da la oportunidad, dice Osman con una sonrisa cándida y desconcertante. Como si tres personas no se estuvieran jugando la vida.
El otro, el peligroso
Más allá de la Iglesia o de las instituciones de gobierno, uno de los sectores que han acudido en mayor número para paliar la crisis de los migrantes en Tultitlán y otros puntos, son los grupos de la sociedad civil.
Octavio Barrientos, estudiante de la licenciatura en derechos humanos en la Universidad del Claustro de Sor Juana, es uno de los jóvenes que se han organizado para acopiar alimentos, agua y ropa, y repartirlos entre los indocumentados del albergue temporal.
“Me queda la desolación tremenda de que México es un país salvaje con los migrantes, que ya traen una situación difícil y encima se encuentran con policías que los extorsionan, y con la gente que piensa que son delincuentes, por el cliché de las maras”, afirma.
“Entiendo que es un poco intimidante si los ves pasar –dice–, y no sabes quiénes son. Pero cuando los conoces te das cuenta de que tienen más miedo de ti, que tú de ellos. Es un tema al que nadie le quiere entrar, porque hay toda una economía basada en las extorsiones y los secuestros”.
Andrea González, académica universitaria e integrante del colectivo Ustedes Somos Nosotros, coincide en que la vulnerabilidad de los indocumentados ha dado lugar a un mercado local de gente que les vende agua o comida, o les alquila el baño, pero al mismo tiempo les teme o los desprecia.
Los medios han vendido una imagen estigmatizada del migrante. Esta zona siempre ha sido conflictiva, marginada y violenta, y ahora los vecinos ya le encontraron un rostro, que es el del otro, el que no es como yo, lamenta.
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