Rusia: Saña contra las rockeras de Pussy Riot
Las rockeras rusas en la Catedral de Moscú, el 21 de
febrero de 2012.
Foto: AP
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MÉXICO, D.F. (apro).- “Se movían cínicamente frente al púlpito en un área
prohibida, cantando durante un minuto tonadas de hostilidad religiosa y de odio.
Con frases obscenas y palabras de insulto a los creyentes, saltaban y levantaban
sus piernas.”
Así, “se colocaron en oposición al mundo cristiano e intentaron desacreditar
las tradiciones de la Iglesia y los dogmas que han sido protegidos por siglos.
De manera clara, expresaron su odio religioso y su hostilidad a la
cristiandad”.
No es la acusación contra Juana de Arco en Francia antes de ser condenada a
la hoguera, ni contra las Brujas de Salem en Estados Unidos hace tres siglos, ni
un proceso de la Santa Inquisición.
Es la acusación de la justicia rusa contra las integrantes del grupo de rock
punk Pussy Riot: Nadezhda Tolokonnikova, estudiante de filosofía y madre de
Vera, de 4 años de edad; Yekaterina Samutsevic, fotógrafa; y María Alejina,
estudiante de periodismo y madre de Filip, de 5 años.
Las tres jóvenes están detenidas en la prisión de Butyrskaya, después de que
el pasado 21 de febrero, a unos días de las elecciones presidenciales rusas,
cometieron el “delito-pecado” de rezar una plegaria en la catedral de Cristo El
Salvador. Lo hicieron con sus rostros tapados con pasamontañas de colores y
acompañadas por guitarras eléctricas.
“Madre de Dios, echa a Putin”, pidieron a la Virgen.
Las jóvenes, que no cometieron ningún acto de violencia contra ningún miembro
de la Iglesia ni destruyeron ningún objeto, fueron arrestadas a comienzos de
marzo, y desde entonces Nadezhda y María no pueden ver a sus hijos.
Las acusan por realizar actos de “vandalismo”; es decir, “una seria violación
del orden público realizada con total desprecio de la sociedad (…) y por razones
de odio político, ideológico, racial, nacional o religioso”. Este delito puede
ser castigado con penas de hasta siete años de prisión.
El juicio a las tres mujeres ha dividido al país: unos son partidarios de una
caza de brujas medieval y piden para ellas duros castigos –algunos han propuesto
azotarlas–; otros –incluidos creyentes religiosos– consideran que deben ser
liberadas o condenadas con una multa administrativa o trabajo comunitario.
En los próximos días el procurador de Justicia debe realizar la acusación. El
juicio se iniciará en el curso de las siguientes semanas.
Nikolai Polodov, abogado de María Alejina, dice a Apro que “lamentablemente,
existen muy pocas esperanzas de que las tres jóvenes puedan ser absueltas o
condenadas a una sanción menor. Desafortunadamente, es muy difícil que este
juicio termine y las liberen. Intentan acelerar la condena. Entre más se alargue
el juicio, más difícil será contestar a la pregunta: ¿por qué están presas? A
juzgar por la dinámica, quieren condenarlas, no de manera condicional, sino
real”.
La organización Amnistía Internacional considera a las tres jóvenes
prisioneras de conciencia y la Corte Europea de Derechos Humanos dará prioridad
al seguimiento del caso, a pedido de la defensa.
Punk y protesta
Pussy Riot nació en septiembre de 2011 para protestar contra la postulación
de Vladimir Putin para un nuevo periodo presidencial, cargo para el cual fue
electo por tercera vez en las elecciones del pasado 4 de marzo.
Las integrantes del grupo explican que el nombre Pussy Riot se refiere a la
vagina (“pussy”, en inglés): ésta, “que se supone que debe ser algo meramente
receptor, de repente empieza una rebelión radical contra el orden cultural”,
dice una de ellas –cuya identidad no se puede detectar dado que usa su
tradicional pasamontañas— en una entrevista realizada a mediados de febrero
pasado y publicada en el sitio en internet de la revista Bise Magazine.
Pero cuando la policía les pregunta qué quiere decir su nombre, contestan:
“esas palabras sólo significan ‘gatitas rebeldes’”. En Rusia, dice otra de
ellas, “nunca debes decir la verdad a un policía ni a ningún agente del régimen
putinista”.
En su corta vida, las chicas han logrado ser una de las bandas punk más
famosa de Rusia, con sus pasamontañas de colores, sus vestidos chillones y sus
presentaciones relámpago en estaciones de subterráneo, sobre un tranvía, en el
techo de una cárcel y en la Plaza Roja, en pleno invierno, logrando más de 300
mil visitas en Youtube. No dan conciertos en clubs ni teatros, sólo hacen
actuaciones ilegales, lo cual en Rusia no es nada difícil, pues cualquier
expresión pública sin autorización es delito.
Las chicas no son ningunas tontas. Se inspiraron en Simone de Beauvoir y en
la obra El Segundo Sexo; en feministas sufragistas como Emily Pankhurst de Gran
Bretaña a comienzos del siglo XX, en las feministas de los años sesenta en
Estados Unidos, y en filósofas contemporáneas como Judith Butler, poco conocidas
para los mortales que las escuchan con sus arengas anti Putin.
“Si la policía putinista nos mete en la cárcel, cinco, diez o quince chicas
más se pondrán pasamontañas de colores y continuarán la lucha contra sus
símbolos de poder”, decía una de ellas, insolente, antes de su detención.
Sus pasamontañas coloridos pronto se convirtieron en emblema de rebelión y desataron un revuelo internacional, con actos de solidaridad en Nueva York, Londres y París.
Sus pasamontañas coloridos pronto se convirtieron en emblema de rebelión y desataron un revuelo internacional, con actos de solidaridad en Nueva York, Londres y París.
Relaciones “carnales”
La gran “cruzada santa” contra las tres jóvenes ha puesto en el candelero las
estrechas relaciones entre la Iglesia ortodoxa y el gobierno de Putin.
Los canales oficiales de televisión lanzaron una campaña contra ellas
buscando atraer a millones de fieles. “El diablo se burló de nosotros”, dijo
Vlamidir Gundiayev, conocido como el patriarca Cirilo I, jefe de la Iglesia
ortodoxa, durante un debate publicado el pasado 25 de junio por la revista Novoe
Vremia. El reverendo Vsevolod Chaplin señaló que Dios condena la acción de Pussy
Riot. Incluso afirmó que el propio Dios le hizo tal revelación “tal como reveló
los Evangelios a la Iglesia”. Este pecado “será castigado en esta vida y la
siguiente”, agregó.
Las costumbres religiosas, largamente reprimidas en un país ateo como la
Unión Soviética, resurgieron en las últimas décadas. Aunque Rusia es un país
laico, la Iglesia ortodoxa encontró su lugar al lado del poder, al cual le vino
muy bien para reforzar su autoridad desde el púlpito.
Lev Ponomarev, exdiputado y fundador del Movimiento por los Derechos Humanos,
dice a Apro que el ensañamiento contra las tres jóvenes es porque “a Putin no le
quedan muchos recursos políticos, y uno de los más importantes es el apoyo de la
Iglesia. El patriarca dice que la acción de Pussy Riot fue un ataque contra
Dios, pero en realidad fue un ataque contra Putin”.
Hasta ahora, Putin no ha dicho ni una palabra sobre el tema, con lo cual
parece que avala lo actuado contra las jóvenes.
Esto ha provocado una división en las filas de los creyentes. Por un lado
están los fanáticos, como los Portadores de la Bandera Ortodoxa, cercanos a la
extrema derecha, que atacan marchas homosexuales, rompen los retratos de Madona,
queman los libros de Harry Potter y se oponen a que las escuelas enseñen a
Charles Darwin. Según Ponomarev, son “wahabitas” ortodoxos, como si fueran los
wahabitas islámicos” de Bin Laden.
Por otro lado, una amplia franja de creyentes, a pesar de no estar de acuerdo
con el acto punk en la catedral, considera que no debe ser castigado de manera
tan severa.
Aunque se hayan reabierto las iglesias, Rusia dista mucho de ser un país
devoto y creyente. Según una encuesta del Centro Levada, la mitad de las
personas consultadas está de acuerdo con una seria condena a las rockeras punk;
pero la otra mitad cree que deben ser liberadas o recibir una sanción leve.
Indignación
El severo castigo que se cierne sobre las jóvenes provocó una enorme reacción
contra el rigor de una jerarquía ortodoxa que parece demasiado acomodada con el
poder político, y alejada de la caridad y la misericordia.
Circuló ampliamente por internet una foto en la cual el Patriarca Cirilo
llevaba en su muñeca un reloj Breguet suizo de 30 mil euros, que luego
desapareció por encanto del fotoshop.
El patriarca, un monje con votos de pobreza, es propietario de un
departamento de más de 100 metros cuadrados en el edificio de la Rivera, antes
destinado a la elite comunista. Una mujer de su familia que vive en el
departamento del patriarca ganó una querella judicial contra un vecino, enfermo
de cáncer terminal, quien se vio obligado a pagar 630 mil dólares por haber
llenado la casa del patriarca de polvo durante una remodelación.
Las acciones de Pussy Riot se dan en un escenario de creciente descontento
contra el retorno de Putin al poder. La nueva generación rusa, nacida después de
la desaparición de la Unión Soviética, se siente europea y copia los métodos de
los “indignados” y de los jóvenes de la Plaza Tahrir en Egipto, con sus
adecuaciones locales.
Por eso, la dureza contra las tres jóvenes, ha logrado un inusitado consenso
entre los intelectuales del país. “Toda la sociedad culta de Rusia está
indignada”, dice Ponomarev.
Altos funcionarios como el defensor del pueblo, Vladímir Lukín; el ministro
de Justicia, Alexandr Konoválov; y el exministro de Finanzas, Aleksei Kudrin,
han declarado que las chicas no merecen la cárcel.
Una carta de 103 intelectuales y políticos lleva 35 mil firmas de apoyo a la
demanda de libertad para las tres jóvenes.
“Rusia es un Estado laico” y “ninguna acción anticlerical puede ser
perseguida penalmente, si no está recogida en un artículo del código penal”,
dice la carta. “Tenemos opiniones diversas sobre el cariz moral y ético de la
acción de febrero en la catedral”, pero “esas jóvenes no han matado, ni robado
ni ejercido violencia”.
Entre los firmantes se encuentra la actriz Chulpán Jamátova, representante de
Putin en su campaña electoral; los directores de cine Eldar Riazánov, Andréi
Konchalovski y Fedor Bondarchuk (éste último apoya a Putin); el director de
teatro Mark Zajárov; Yuri Shevchuk, del legendario grupo de rock DDT; el
escritor Boris Akunin; la escritora Liudmila Ulitskaia; el millonario Aleksandr
Lebedev, dueño de Novaya Gazeta, el único diario de oposición ruso y de varios
diarios ingleses.
La actriz y directora Olga Darfi se puso un pasamontaña rosado para caminar
por la alfombra roja en la apertura del Festival Internacional de Cine de Moscú.
El conocido crítico Artiem Troitsky, exdirector de la revista Playboy, también
usó un pasamontaña para presentar un festival de rock y está preparando el
lanzamiento de un Álbum Blanco, en referencia al Álbum Blanco de los Beatles en
el cual cantaban “Back to USSR”, pidiendo la libertad de las Pussy Riot, y
contra las medidas represivas.
El caso ha tenido una enorme resonancia internacional, con conciertos de
solidaridad en Nueva York, París, Praga, Varsovia y Talinn.
Justicia ausente
La justicia rusa ha dado que hablar en los últimos tiempos:
El millonario Mijail Jodorkovsky y su socio Platon Lebedev, exdueños de la
petrolera Yukos, están detenidos desde 2003 y han sido condenados a 13 años y
medio de prisión por delitos impositivos. Ambos han sido declarados prisioneros
de conciencia por Amnistía Internacional.
Serguei Magnitsky, un abogado de 37 años representante de una firma inglesa,
murió en la cárcel en 2009, donde se encontraba desde hacía un año sin ser
juzgado, tras haber destapado un enorme fraude impositivo, cometido por los
mismos que lo arrestaron y lo mantuvieron en condiciones tortuosas, negándole
ayuda médica hasta que murió en su celda.
Este hecho tuvo una reacción internacional: el Departamento de Estado impuso
la prohibición de ingresar a Estados Unidos a 60 funcionarios involucrados en el
asunto, y el Capitolio discute la Ley Serguei Magnitsky de Rendición de Cuentas,
para imponer una prohibición de viaje contra violadores de derechos humanos.
Desde la cárcel, Nadezhda Tolokonnikova escribió: “Juzgan a las activistas de
Pussy Riot desde una comprensión acrítica de la verdad, asumiendo que sólo
existe una verdad y que ellos son los únicos que tienen el derecho de
establecerla. Yo llamo a esa verdad patriarcal, sexista, homofóbica, xenofóbica,
tradicionalista y fundamentalista”.
No sería la primera vez que, desde el banquillo de los que esperan condena,
se levanta una voz acusadora.
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