El ilegítimo, el electo y el capo (¿reparto o disputa por el poder?)
Los mexicanos llevamos (más de 50 millones de pobres apenas sobreviven) años en medio de una guerra que no ha dado más resultados que cientos de miles en las cárceles, millones de pesos lavados en operaciones internas financieras
Los mexicanos llevamos (más de 50 millones de pobres apenas sobreviven) años en medio de una guerra que no ha dado más resultados que cientos de miles en las cárceles, millones de pesos “lavados” en operaciones internas financieras (al banco HSBC por ese delito apenas le impusieron una multa) e inversiones en el extranjero, que debieron haberse intervenido. Los cárteles nacionales siguen más fuertes que nunca. Les matan sicarios y dirigentes que inmediatamente relevan, ocupando territorio con su inmenso poder de armas y dinero. Poblaciones enteras aceptan el sometimiento a los narcos, ya que reciben de ellos obras de caridad en sus iglesias, obras municipales, dinero para sus fiestas y pagos millonarios por sembrar mariguana, amapola y prestarles cuevas y subterráneos para la fabricación de drogas sintéticas.
El mercado estadounidense vende armas a los capos que pasan por las aduanas, ya que los narcos han corrompido a funcionarios, policías, soldados, marinos; y quienes no aceptan el sangriento juego tienen la alternativa de irse de sus puestos, como desplazados, o son secuestrados y reciben una bala en la cabeza. El ilegítimo de Calderón lleva más de 100 mil homicidios con su estrategia militar fallida; y mantiene a los mexicanos en el miedo y la angustia. El derecho a vivir se ha transformado en la paz, no de los sepulcros, sino de fosas comunes, como cuando el nazismo-fascista. Y el presidente electo ha enviado señales que habrá más y peor de lo mismo, con el general colombiano Naranjo como su asesor.
El ilegítimo Calderón en su retirada, y el electo que no sabe cómo acortar la distancia para ser ya constitucional, con su carga de ilegitimidad por un proceso electoral viciado de fraude, sellaron la complicidad para más neoliberalismo económico, menos liberalismo político y… más sacrificio para los trabajadores, más pobreza, menos escuelas y más cárceles, dejando fuera de sus objetivos al Chapo Guzmán. Los tres se disputan el poder presidencial. El Chapo Guzmán con sicarios armados hasta los dientes, Calderón y Peña con soldados, policías y marinos, a partir de julio pasado, se han arreglado en una trinidad de poder político y económico, vulnerando la soberanía nacional con el tráfico de armas, presencia de agentes de la DEA, CIA y FBI y por un militarismo que crea una crisis de ingobernabilidad y deja una sociedad asustada, sin empleo para todos y agobiada por los impuestos (de los narcos y de las administraciones).
Tres están en la pelea por el poder. El poder del Estado y de los poderes gubernamentales sobre la sociedad. Y no tenemos movimientos de protesta suficientes, como pasa en Grecia, Portugal, Italia, España, donde sus pueblos combaten a sus oligarquías y plutocracias en el filo de posibles revoluciones. Calderón se va armando tremenda polvareda. Peña no halla cómo ocupar su tiempo (anuncia la secretaría del agua, donde suena el nombre del pillo ex desgobernador Robinson-Bours, y es que le metió dinero a la campaña). Y El Chapo Guzmán, el cártel favorito de Fox y Calderón, negocia su entrega a cambio de mantener su imperio.
Álvaro Cepeda - Opinión EMET
Con Peña Nieto los mexicanos estamos condenados a ser ciudadanos de quinta en nuestro propio país.
Con todo, lo fundamental para Peña Nieto es convencer a los grupos de poder trasnacional, que sin ninguna oposición podrán convertirse en propietarios de los recursos energéticos nacionales, al fin que habrá de encabezar un gobierno
Mientras aquí en el país Felipe Calderón se esmera en cumplir a cabalidad sus compromisos espurios con la elite empresarial ultra reaccionaria, de gira por Europa Enrique Peña nieto comienza su labor de zapa en contra de México, como lo demostró su encuentro con la canciller de Alemania, Ángela Merkel, a quien le prometió que trabajará incansablemente para crear las condiciones que permitan la venta de Pemex al mejor postor extranjero, pues no otra cosa se concretaría con la reforma energética y con la ampliación de la política de libre comercio durante su administración.
Con un grupo gobernante como el que padecemos desde hace muchas décadas, los mexicanos estamos llamados a ser ciudadanos de quinta en nuestro propio país. Esta situación es favorecida por quienes no se ponen a pensar en las consecuencias de nuestra dramática realidad, y desgraciadamente su número es aún muy alto, como lo prueban los votos “duros” de un PRI que llega de nuevo a la palestra política con el objetivo primordial de acabar de depredar las riquezas nacionales.
Claro que tal número de ciudadanos inmaduros es posible porque existen condiciones para ello, no porque la gente actúe de manera consciente en contra de sus propios intereses. Aquí es oportuno señalar que las fuerzas de izquierda han tenido una gran responsabilidad en esta situación, debido a su falta de compromiso de clase con el pueblo, a su oportunismo y a su fragilidad ideológica. Obviamente, mientras no cambien, los conservadores ultramontanos tendrán magna ancha para seguir actuando en contra del país.
Esto, curiosamente, lo han entendido mejor quienes no han tenido un pasado izquierdista ortodoxo, como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Monreal y, para nuestra sorpresa, incluso Manuel Bartlett, quien está actuando de manera patriótica en su calidad de senador.
Ellos saben que México no tendrá otra oportunidad para garantizar un futuro a sus ciudadanos, si la oligarquía se sale con la suya de imponer su proyecto a la nación, con el firme apoyo de las instituciones bajo el mando de una clase política apátrida, voraz y mezquina. De ahí su firmeza para oponerse a medidas que tienden a clausurar toda posibilidad de lucha patriótica en los años venideros, pues en este sexenio se podrían afianzar condiciones que neutralizaran una mínima posibilidad de organización social en favor de causas democráticas elementales.
Por eso es vital en este momento la lucha de los trabajadores en contra de la reforma laboral, pues su aprobación, tal como la quiere la elite empresarial, sería la sentencia de muerte para las nuevas generaciones de asalariados: se retrocedería a los tiempos nefastos de los inicios de la Revolución Industrial, de fines del siglo diecinueve y principios del veinte. Es una perversidad monstruosa la manera como la titular de la Secretaría del Trabajo, Rosalinda Vélez, defiende la traída y llevada reforma laboral: la pinta de color de rosa cuando en realidad es un pozo negro que acabaría ahogando a la clase trabajadora.
Ni que decir tiene que eso es precisamente lo que quiere la oligarquía: una clase trabajadora totalmente indefensa, al borde de la extenuación, incapaz de defender sus legítimos derechos. Por eso es una grave traición del PRI prestarse a servir de peón de brega de la oligarquía, cuando su compromiso histórico debería ser con las clases mayoritarias, como sí lo cumplió (a medias) durante los primeros treinta años de su gestión política.
Sin embargo, ha sido de tal magnitud el retroceso de la sociedad en México durante las últimas tres décadas, que hasta los organismos rectores del neoliberalismo, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), se muestran preocupados por la situación mexicana. En varias oportunidades, los últimos meses, ambos organismos han señalado la necesidad de que no se fuercen las circunstancias, que se atiendan también las necesidades del pueblo.
Tal preocupación fue externada el jueves en Tokio, durante la asamblea anual conjunta del BM y del FMI, por el economista en jefe de la primera institución, Augusto de la Torre, quien afirmó que antes de propiciar la inversión privada en Pemex es indispensable lograr un consenso social. “Hay dos áreas, no son las únicas, que son claves para el crecimiento de México: la laboral y la energética” (La Jornada. 12-10). Por eso mismo deben contar con el suficiente consenso social, a fin de que su aprovechamiento sea más fructífero, afimó.
Con todo, lo fundamental para Peña Nieto es convencer a los grupos de poder trasnacional, que sin ninguna oposición podrán convertirse en propietarios de los recursos energéticos nacionales, al fin que habrá de encabezar un “gobierno” con la fuerza suficiente para imponer condiciones a las fuerzas opositoras. Tal es el sentido de su viaje a Europa, asiento de otro de los principales bastiones del Nuevo Orden Económico que implantó la plutocracia mundial a fines de los años setenta.
Con un grupo gobernante como el que padecemos desde hace muchas décadas, los mexicanos estamos llamados a ser ciudadanos de quinta en nuestro propio país. Esta situación es favorecida por quienes no se ponen a pensar en las consecuencias de nuestra dramática realidad, y desgraciadamente su número es aún muy alto, como lo prueban los votos “duros” de un PRI que llega de nuevo a la palestra política con el objetivo primordial de acabar de depredar las riquezas nacionales.
Claro que tal número de ciudadanos inmaduros es posible porque existen condiciones para ello, no porque la gente actúe de manera consciente en contra de sus propios intereses. Aquí es oportuno señalar que las fuerzas de izquierda han tenido una gran responsabilidad en esta situación, debido a su falta de compromiso de clase con el pueblo, a su oportunismo y a su fragilidad ideológica. Obviamente, mientras no cambien, los conservadores ultramontanos tendrán magna ancha para seguir actuando en contra del país.
Esto, curiosamente, lo han entendido mejor quienes no han tenido un pasado izquierdista ortodoxo, como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Monreal y, para nuestra sorpresa, incluso Manuel Bartlett, quien está actuando de manera patriótica en su calidad de senador.
Ellos saben que México no tendrá otra oportunidad para garantizar un futuro a sus ciudadanos, si la oligarquía se sale con la suya de imponer su proyecto a la nación, con el firme apoyo de las instituciones bajo el mando de una clase política apátrida, voraz y mezquina. De ahí su firmeza para oponerse a medidas que tienden a clausurar toda posibilidad de lucha patriótica en los años venideros, pues en este sexenio se podrían afianzar condiciones que neutralizaran una mínima posibilidad de organización social en favor de causas democráticas elementales.
Por eso es vital en este momento la lucha de los trabajadores en contra de la reforma laboral, pues su aprobación, tal como la quiere la elite empresarial, sería la sentencia de muerte para las nuevas generaciones de asalariados: se retrocedería a los tiempos nefastos de los inicios de la Revolución Industrial, de fines del siglo diecinueve y principios del veinte. Es una perversidad monstruosa la manera como la titular de la Secretaría del Trabajo, Rosalinda Vélez, defiende la traída y llevada reforma laboral: la pinta de color de rosa cuando en realidad es un pozo negro que acabaría ahogando a la clase trabajadora.
Ni que decir tiene que eso es precisamente lo que quiere la oligarquía: una clase trabajadora totalmente indefensa, al borde de la extenuación, incapaz de defender sus legítimos derechos. Por eso es una grave traición del PRI prestarse a servir de peón de brega de la oligarquía, cuando su compromiso histórico debería ser con las clases mayoritarias, como sí lo cumplió (a medias) durante los primeros treinta años de su gestión política.
Sin embargo, ha sido de tal magnitud el retroceso de la sociedad en México durante las últimas tres décadas, que hasta los organismos rectores del neoliberalismo, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), se muestran preocupados por la situación mexicana. En varias oportunidades, los últimos meses, ambos organismos han señalado la necesidad de que no se fuercen las circunstancias, que se atiendan también las necesidades del pueblo.
Tal preocupación fue externada el jueves en Tokio, durante la asamblea anual conjunta del BM y del FMI, por el economista en jefe de la primera institución, Augusto de la Torre, quien afirmó que antes de propiciar la inversión privada en Pemex es indispensable lograr un consenso social. “Hay dos áreas, no son las únicas, que son claves para el crecimiento de México: la laboral y la energética” (La Jornada. 12-10). Por eso mismo deben contar con el suficiente consenso social, a fin de que su aprovechamiento sea más fructífero, afimó.
Con todo, lo fundamental para Peña Nieto es convencer a los grupos de poder trasnacional, que sin ninguna oposición podrán convertirse en propietarios de los recursos energéticos nacionales, al fin que habrá de encabezar un “gobierno” con la fuerza suficiente para imponer condiciones a las fuerzas opositoras. Tal es el sentido de su viaje a Europa, asiento de otro de los principales bastiones del Nuevo Orden Económico que implantó la plutocracia mundial a fines de los años setenta.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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