American Curios
El momento poselectoral
David Brooks
Algunos en Texas desean salirse de la unión estadunidense por el resultado electoral. El derrotado candidato presidencial republicano Mitt Romney justificó lo sucedido acusando que los demócratas hicieron cuantiosos regalos a sus bases antes de la elección, y el líder cristiano ultraconservador Pat Robertson dijo que tal vez no entiende bien lo que le dijo Dios sobre quién ganaría la elección, ya que, por supuesto, la conversación divina no contemplaba el retorno de
esea la Casa Blanca.
Dios está de nuestro lado.
Todos los días se informa aquí de un mundo ficticio donde todo está dentro del guión oficial, tan adaptable que absorbe y hasta festeja las críticas, las expresiones de oposición, las ONG con sus foros y sus informes, todo lo cual son muestras de
democracia, según se dice. Mientras tanto, en paralelo, existe otro mundo, que es el de la realidad de los trabajadores y clientes de Walmart, que se consuelan de ver anulado su sueño americano comprando productos baratos de trabajadores sobrexplotados en China y Bangladesh, mientras los dueños de esa empresa comercial más grande del mundo se convierten en la familia más rica del país.
Esta pesadilla americana, fuera del guión oficial, incluye a los inmigrantes perseguidos por atreverse a buscar una vida digna para sus familias, a los cientos de miles de jóvenes encarcelados por delitos menores no violentos, casi siempre relacionados con el uso de droga ilícitas, y a los que padecen la crisis provocada por las maniobras cínicas, ineptas e histéricas de unos banqueros que siguen ostentándose como personas íntegras, honestas y confiables.
Los de arriba continúan repitiendo el mantra de ese sueño americano: que si uno se esfuerza puede llegar a ser uno de ellos, o por lo menos uno de sus servidores políticos, que ahora piden el voto para continuar administrando el negocio, incluida la maquila de sueños falsos tan efectivos aquí, sobre todo ese de que éste sigue siendo el país mas chingón de la historia.
Para intentar entender esta realidad esquizofrénica, uno tiene que encontrar ese espacio en el que acaba la ilusión del sueño americano y empieza la pesadilla cotidiana. Para eso es vital ver más allá de lo que ocurre en Washington o en la cúpula económica y enfocarse en las grandes pugnas, disputas y tendencias de
abajo.
Las locuras de políticos, financieros, líderes
religiosos, generales enamorados y más que aparecen en las noticias diarias a veces ocultan más de lo que revelan. El trabajo de un corresponsal extranjero en este país –incluido uno muy bien disfrazado de gringo– se dificulta al tratar de desenredar el guión oficial de la realidad cotidiana, y de tratar de reportar no sólo lo que se dice y se hace en nombre de Estados Unidos, sino también qué es lo que se dice y hace entre las diferentes, fragmentadas y poco coherentes capas sociales y qué tiene que ver una cosa con la otra.
Todo esto complica cualquier intento de análisis poselectoral. Sin moños académicos ni pretensiones intelectuales –ambas cosas casi siempre nocivas para un reportero–, es imposible no tener como base de cualquier intento para ese análisis tres aspectos que se manifestaron en la coyuntura electoral:
Primero, la realidad no se explica sin ver las clases. Datos de 2010, uno de los estudios más minuciosos de la concentración de riqueza por el economista Edward Wolff, de la Universidad de Nueva York, publicado en 2012, demuestra que el 1 por ciento de los hogares son dueños de aproximadamente 35 por ciento de toda la riqueza en manos privadas; 20 por ciento de los hogares mas prósperos en este país son dueños de 89 por ciento de la riqueza y dejan sólo 11 por ciento de la riqueza para el 80 por ciento de abajo (los trabajadores). Todo esto ha empeorado (o mejorado si uno es rico). Según un informe del Servicio de Investigaciones del Congreso (CRS), la riqueza nacional en manos del 50 por ciento más bajo de los hogares estadunidenses se desplomó dramáticamente después de la crisis financiera de 2007, para llegar a sólo 1.1 por ciento del total. Mientras tanto, el 10 por ciento más rico era dueño de 74.5 por ciento de la riqueza nacional. Eso se llama
clase.
Segundo, raza y racismo continúan definiendo la dinámica nacional aquí a todo los niveles. Uno sólo se tiene que asomar a las jaulas del país con el mayor índice de población encarcelada en el mundo, o ver la educación, la salud, el hambre para ver los colores reales del país. En el ámbito político la elección demostró el enfrentamiento entre el Estados Unidos blanco, que se está desvaneciendo, contra el multirracial y multiétnico que va surgiendo. Para mediados de este siglo se proyecta que los blancos pasarán a ser una minoría más, y la coalición del voto que llevó al triunfo a Obama fue justo el Estados Unidos del futuro: latinos, afroestadunidenses, asiáticos, mujeres, jóvenes, contra el del voto de hombres blancos, invitados por una promesa de un regreso al viejo Estados Unidos controlado, pues, por hombres blancos.
Finalmente, el poder imperial en declive fue tema para ambos candidatos, que una y otra vez afirmaron su compromiso de mantener a Estados Unidos como el poder supremo del universo. Immanuel Wallerstein lo acaba de describir perfectamente en La Jornada:
El gobierno estadunidense sigue empeñado en proseguir una política imperial por todo el mundo. El problema que enfrenta es muy simple. Su capacidad para hacerlo ha decaído dramáticamente, pero las élites (incluido Obama) no quieren reconocerlo. Siguen hablando de Estados Unidos como la nación indispensable y como el país más grande jamás visto. Esta es una contradicción que no saben cómo manejar.
El guión oficial no ofrece respuestas y menos brújulas para el camino hacia el futuro inmediato después de esta elección. Eso sí, se pronostican más huracanes.
Cuando desaprovechar era mejor
Hermann Bellinghausen
Para ese entonces el mundo ya se habría acabado varias veces, de distintas maneras, como por partes. Los que fueran nosotros entonces ya estarían acostumbrados a que la hecatombe sucediera por aquí, por allá, a veces local, a veces abarcando grandes extensiones de océano o terreno. Muchos países habrán cambiado de nombre, dueño y tamaño. No pocos dejando de existir. Pero donde siga, la vida continuará: la de los sobrevivientes, en el peor de los casos. Y en el mejor, sencillamente de las generaciones futuras, como ha ocurrido ininterrumpidamente desde hace algunos milenios, a pesar de dos o tres sobresaltos hemisféricos y las múltiples catástrofes de todas las tallas que ya sabemos.
Supongamos punto y seguido un entonces después de todo eso, en que no hubiera terminado la vida, o los mundos hubieran vuelto a comenzar su Mandala. El planeta ya no aguantaba a tantos de nosotros cometiendo barrabasadas de parte de quién sabe quién en otra parte (por abreviar la solíamos llamar Wall Street). La Tierra, harta y lastimada, llegó a un límite, cuando ya estuvo bueno, y comenzó a exterminarnos. En tal tarea resultamos muy útiles, ya ven cuántos se dedican siempre a eso mismo, eficientemente.
Para entonces, la Tierra habría perdurado al demasiado calor, al demasiado frío, las demasiadas aguas y la ausencia universal de ellas. Donde se pueda, seguiría habiendo alma de fiesta. Sonrisas de verano. Paseos a los recintos del agua montaña arriba, valle adentro. Y los nosotros de entonces que sean los afortunados nadarán y jugarán como Tritones (¿recordarán que hubo Tritones?) en los remansos como espejo esmeraldino. Los peces les acariciarán la espalda cuando crucen a la otra orilla y saltando entre el lodo levanten cocos y guanábanas y beban inmediatamente, escurriéndoles las comisuras la blancura de la guanábana exprimida como bota de vino, la prodigalidad traslúcida de los cocos reventados con rocas a falta de mejores filos.
Qué importará si regresamos a la prehistoria o poco menos si el agua aún fluye clara y el caminito de la carne sigue abierto, como corresponde a los animales que venturosamente seguirán siendo, hormonales y sexuales, los humanos de ese entonces por venir que deberíamos aprender a vislumbrar detrás de cualquier conspicuo pesimismo, pero sin exagerar, nada de profetas: o están locos, o mienten y les creemos a sabiendas.
En ese entonces pasaremos tardes enteras nadando no lejos de los nenúfares y los altos lirios morados, donde las carpas –naranja, rojo, amarillo, blanco– comerán de nuestras manos con sus ávidas bocazas de reyezuelos del estanque. Nadaremos en el río contiguo que da sus vueltas alegres entre verdes orillas de helecho y palma donde las chachalacas chapalean a la caza del sustento diario y cuatro sirenas de faldas blancas se toman fotos subacuáticas haciendo piruetas y riendo burbujas al emerger de la finísima membrana que separa el agua del aire.
Hipotético futuro, qué frondoso, con la memoria de lo que pudo haber sido y las lecciones para que se pueda hacer, pues nunca es tarde mientras Nunca no se vuelva Siempre. Ya sabremos lo que no se hace, dejen ahí, levanten su tiradero, no anden rompiendo los frágiles ciclos de las cosas. Una humanidad mejorada, capaz de educar bien, que no mande a sus chamacos a cazar pájaros y roedores por el placer de depredar y matar. Eso es mala educación.
Echar mano, cuando ya nadie se acuerde de las escuelas filosóficas, del principio esperanza de aquel presocrático del siglo XX con nombre de roca. Hará sentido en ese remanso al pie de unas montañas no muy altas pero con la humedad íntegra y desabotonada, como mujer que se acerca al momento de hacer el amor. Nadando, nuestros ultra y recontra tataranietos verán fosforescer bajo el agua las ramas de las enredaderas sumergidas en un planeta anfibio y primario, listo para todo menos echarse a perder miserablemente. Se trata de que habremos aprendido que desperdiciar no es el problema. Que llega a resultar preferible. O dicho al revés: que aprovechar no sea la meta siempre. ¿Quién dijo que el provecho es ilimitado? Nuestros sucesores sabrán que desaprovechar es lo mejor a veces. El agua no necesita botellas ni termoeléctricas para existir y servir. Le mojará al clavadista todas las partes expuestas al río desde su caída, quizá torpe pero hasta el fondo.
Y si la letra entra entonces con o sin sangre pero resonando y nuestros descendientes leen La Odisea, por ejemplo, estaremos a salvo.
Cataluña: la derrota de Artur Mas
En las elecciones realizadas ayer en Cataluña la coalición gobernante, Convergència i Unió (CiU), perdió 12 de los 62 escaños que ocupaba en el parlamento autonómico; el Partido Socialista Catalán (PSC, filial local del Socialista Obrero Español, PSOE) se quedó sin un tercio de sus legisladores, al pasar de 28 a 20; el Partido Popular (PP), gobernante en España, ganó uno (tendrá 19), y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que representa al nacionalismo catalán de izquierda, experimentó un importante avance, al pasar de 10 a 21 diputados. Avanzó también la formación de izquierda ecologista Iniciativa per Catalunya Verds (CV), que logró tres asientos más de los que tenía en el órgano legislativo, para totalizar 13.
La paradoja de estos resultados es que si bien los catalanes dieron un varapalo a Mas y a su proyecto secesionista, el sector nacionalista salió, en su conjunto, fortalecido frente a los partidos
españolistas(el PSC y el PP), los cuales, también en conjunto, experimentan un retroceso respecto de las elecciones del año antepasado. Sin embargo, tal fenómeno no necesariamente se expresará a corto plazo en un nuevo plan soberanista como el que Mas había propuesto al electorado.
Es significativo, por otro lado, que las formaciones más favorecidas por los resultados de la selecciones catalanas de ayer hayan sido las que de manera más clara propugnan un viraje en las políticas económicas devastadoras impuestas a España en general por la troika compuesta por la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Se trata, acaso, de la expresión en las urnas de la indignación social que recorre al país ibérico en todas sus regiones.
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