Miles protestarán contra Peña Nieto
Ante las reacciones de inconformidad registradas el lunes y la mañana del martes así como las severas críticas –a las que nos unimos- a la instalaciones de retenes, vallas y exceso de personal policíaco-militar para sitiar el recinto legislativo de San Lázaro, se decidió la retirada no sin que antes se registrara un derrumbe muy significativo del armazón de uno de estos cercos. Esta acción fue descrita por el coordinador de los diputados perredistas, Silvano Aureoles, como la “liberación de la Cámara” y en ella intervinieron, incluso, vecinos de toda esa zona que fue reabierta a la circulación tanto de vehículos como de personas en todos los sentidos que la tenían bloqueada. Fray Servando, Sidar y Rovirosa, Eduardo Molina, Viaducto Piedad, Congreso de la Unión ya fueron despejadas y se circula libremente aunque se advierte que esto puede cambiar unas horas antes de la ceremonia de arribo al poder del mexiquense. Igual con el cierre de las estaciones del Metro.
Ayer le señalamos que la decisión de establecer ese cerco provino del equipo calderonista previa autorización de quien todavía se ostenta como el Jefe de las Fuerzas Armadas. Esto ha provocado que Murillo Karam, presidente de la Cámara de Diputados y futuro titular de la PGR –será también quien le impondrá la banda presidencial a Peña Nieto-, se deshiciera la mañana de ayer en explicaciones a todos los legisladores y hasta declaró que él no estaba enterado de ese cerco hasta que revisó las notas de prensa. Habló de la vigilancia en el interior, en el recinto legislativo, y dijo que no había más perros que los de ellos –quiera esto decir lo que sea- y que tal se monta para seguridad de los invitados ¿??
Por su parte, Miguel Ángel Osorio Chong, quien tendrá a su cargo la política interior, también intentó dar explicaciones e incluso en su cuenta de twitter sostuvo: “ante el cerco de seguridad dispuesto por el Estado Mayor en San Lázaro, se tomó la decisión de retirarlos y abrir las estaciones del metro y las calles cerradas”. Y, ¿quién manda todavía al Estado Mayor Presidencial? Peña Nieto y los suyos parecería que todavía no, por respeto, ¿o ya ni eso tienen unos y otros?
Todo esto nos lleva a preguntarnos por qué no hablaron muy claro con Calderón y le hicieron ver que no se trata de asuntos personales, ni de partido, sino del pueblo que lo rechaza y que los lleva al extremo de tener que garantizar una seguridad para que no sea agredido, que rebasa todo lo que se ha escrito en materia política y de transmisión de poderes en el país durante toda su historia. ¿O acaso quisieron verse ante el mundo entero como muy civilizados? ¿Qué supondrán que no se sabe en el extranjero la serie de atrocidades que aquí se cometen en todos los sentidos que lo mismo van a la mutilación de cuerpos que a las incongruencias camarales?
Y ni que decir de lo que despierta opiniones tras conocer las declaraciones de un ex presidente de México del mismo partido del que se despide, Vicente Fox, y que lo convierten en el centro de la burla: “yo le dije que no sacara al Ejército a las calles y no me hizo caso”, señaló al reprobar la estrategia de seguridad de Calderón, no sin antes reconocer que tanto su sexenio como el de Zedillo “fue perdido”, argumentando que el Congreso no les dio apoyo. Por si fuera poco allá en Madrid, España, el guanajuatense sostuvo: “sabemos que el Ejército viola los derechos humanos todos los días pero nadie dice nada y ¿para que?, no hay más presos en México de los que había en mi sexenio; yo cerré con 205 mil y actualmente hay unos 20 mil más y ¿para eso la muerte de 70 mil personas, para eso sirvió esta guerra? Creyó que a garrotazos terminaría con el enemigo y no fue así”. Eso es suficiente o ¿nos exhibimos más?
En fin, con vallas o sin ellas, habrá miles de manifestantes en las calles protestando y el no dar a conocer esa situación serán facturas por cobrar de las televisoras. Eso sí. Como ya quedó acordado habrá espacio para dar la nota sobre la reunión en el Ángel, la cual tendrá lugar a las once de la mañana del mismo sábado primero de diciembre y el orador principal será López Obrador. Al tiempo que por ahora no hemos visto ni el menor indicio de que existe la autocrítica por parte de Calderón, sino esas girar enloquecedoras en las que pone en marcha obras inconclusas e incluso señala que cuando se terminen revelarán todos los beneficios de su mandato. Ordenar pues este cerco no está alejado de su pensamiento sin orden ya que no solo ha sido lo de cambiarle el nombre al país sino hasta hablar de una segunda vuelta electoral. Y eso que todavía no llega a las horas libres que tiene Fox. Tal vez sea don Felipe quien se convierta en la piedra en el zapato para Peña Nieto.
Lilia Arellano - Opinión EMET
Calderón y Peña, inmersos en la ilegitimidad
El sexenio de Felipe Calderón termina del mismo modo que comenzó: con temor a la ciudadanía por la ilegitimidad de su asunción al poder. Tal temor ahora está justificado, al finalizar su sangrienta gestión, por los resultados pero no porque el pueblo agraviado pretendiera tomar justicia. No hay indicios de que una cosa así pudiera llegar a suceder. A menos que se tuviera información de actos de provocación, que no provendrían del pueblo.
Tal decisión, que Jesús Murillo Karam achaca a autoridades federales, patentiza el divorcio entre el “gobierno” de Calderón y la sociedad mayoritaria, pero también refleja igual actitud del nuevo ocupante de Los Pinos. A menos que no tenga todavía una mínima posibilidad de tomar decisiones que ya le competen, lo que se antoja inaceptable. El hecho contundente es que la clase política en el poder se sabe muy distante de la población y toma sus providencias, de conformidad con lo que le dicta su torcida conciencia.
Como quiera que sea, nada justifica el cerco tan aberrante a la Cámara de Diputados que afecta a miles de ciudadanos en varios kilómetros a la redonda. Sí en cambio demuestra el gravísimo retroceso histórico del país luego de tres décadas de férreo conservadurismo. Estamos reviviendo hechos de hace una centuria, como si el tiempo se hubiera detenido en el porfiriato. Tal realidad es improcedente porque México es otro país muy distinto, aunque sólo en su estructura social y económica, no en el modo de ejercer el poder.
Si la orden de cercar el recinto camaral vino de Calderón o de Peña Nieto es irrelevante, pues lo definitivo es que ambos están inmersos en las consecuencias y para los afectados da lo mismo uno que otro. Aunque desde luego es más preocupante que la orden viniera del equipo de quien tomará posesión el sábado primero de diciembre: estaría demostrando el estilo que adoptará en sus relaciones con las clases mayoritarias. Así se confirmaría que no hay empacho en tomar decisiones de corte fascista, al fin que lo que importan son los resultados, no los medios para alcanzarlos.
Es muy obvio que Peña Nieto no se andará con medias tintas para lograr los fines que tiene programados junto con la oligarquía. Lo dijo muy claro en el artículo que con su firma apareció en el diario conservador estadounidense “The Washington Post”, en el que hizo hincapié en demostrar su estrategia entreguista: “Tenemos que fortalecer y ampliar nuestros profundos vínculos económicos, sociales y culturales. Es un error limitar nuestra relación a preocupaciones de drogas y seguridad. Nuestros intereses mutuos son demasiado vastos y complejos para ser limitados de esta manera de corto alcance”.
Pero profundizar una estrategia de largo alcance como la que presupone, sólo podrá lograrse mediante una plena disposición para actuar conforme a las directrices de la Casa Blanca, motivo por el que se compromete a “abrir el sector energético de México a la inversión privada nacional y extranjera”, tal como en sus tiempos lo hizo Porfirio Díaz para asegurar el apoyo a su régimen de las principales potencias de la época. Luego así procederían, con ese mismo impulso entreguista, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, usando los recursos naturales del país como patrimonio propio y moneda de cambio para mantenerse en el poder.
Calderón ya hizo su parte y se va, tal como llegó, por la puerta de atrás de la Cámara de Diputados, habiendo disfrutado hasta el último minuto de su mandato a extremos inauditos, una extraordinaria riqueza que al paso del tiempo se irá conociendo, y con un irrefrenable deseo de prolongar el sexenio como lo demuestra su incansable afán de aparecer en la televisión inaugurando obras inconclusas, haciendo recomendaciones a Peña Nieto, recibiendo los interesados aplausos de su cada vez más reducido número de incondicionales.
Lo más extraordinario es que el país todavía aguante otro “gobierno” más de prevaricación y traiciones impunes, pues Peña Nieto ya dijo: “daremos la bienvenida a nuevas tecnologías, nuevas asociaciones y nuevas inversiones. Junto con Estados Unidos Y Canadá, esto muy bien podrá contribuir a garantizar la independencia energética de América del Norte”. Por supuesto, la de Estados Unidos y Canadá, a costa de una mayor dependencia de México que desgraciadamente no garantizará ni siquiera un menor número de pobres en el país, sino todo lo contrario.
Como el futuro del país se mira sombrío, el grupo en el poder toma sus providencias y se protegerá con todos los recursos a su alcance, tal como lo demuestra con su pánico inexplicable a una turba que sería incapaz de organizarse para hacerse justicia. Aun así, en los años venideros veremos que las fuerzas represivas serán un escudo firme, no porque Peña Nieto suponga que sufrirá ataques del pueblo, sino porque así se lo dicta su conciencia.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
¿Civilidad ante la burla electoral?
La civilidad de las relaciones sociales no es resultado de acuerdos entre las diferentes fuerzas políticas, sino de equilibrios básicos entre los grupos que conforman una sociedad. Así ha sido a partir de que los países fueron dejando atrás las formas de gobierno de tipo monárquico para abrir paso a la democracia, aunque inicialmente de una manera muy esquemática, sin los rasgos que más caracterizan este sistema de gobierno: división de poderes, elecciones periódicas, instituciones al servicio de la sociedad.
De ahí que llame la atención el exhorto de Manlio Fabio Beltrones, a iniciar el primero de diciembre un periodo de civilidad, en el marco de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como presidente de México. Dijo que “conviene a todos que el periodo de gobierno comience como es debido y espera la ciudadanía”.
Lo que en verdad convendría, desde cualquier punto de vista, es que la civilidad comenzara en el mismo proceso electoral, no ya después de que se burló la voluntad del pueblo, como es ya costumbre en nuestro país. Sin elecciones limpias, creíbles y transparentes, exentas de dudas y plagadas de artimañas, no es pertinente hablar de civilidad. No se tiene autoridad moral para hacer tal llamamiento, cuando el proceso electoral no reunió condiciones mínimas de credibilidad y legalidad.
Afirmó Beltrones: “Adquirimos una responsabilidad constitucional y cívica que habremos de cumplir en la ceremonia solemne de transmisión de gobierno”. La responsabilidad se debería adquirir con el pueblo durante los procesos electorales, conforme al postulado constitucional, no con un grupo de interés desvinculado por completo de las responsabilidades fundamentales emanadas de un régimen democrático. La civilidad se pone en tela de juicio cuando se usa la fuerza del Estado para contravenir y forzar la voluntad popular, como así ha sucedido ostensiblemente en tres elecciones federales.
Está plenamente documentado cómo fue burlada la voluntad de los votantes en los comicios de 1988, de 2006 y en los de este año. En cada uno, la civilidad pasó a segundo plano, en la que se suponía era ya una democracia representativa consolidada. Lo que quedó muy claro fue que setenta años de partido único y hegemónico habían mellado el sistema democrático. Pero también se vio que sin una reforma del Estado que vaya al fondo de las causas y efectos de los fenómenos políticos, es impensable avanzar hacia una verdadera transición que deje atrás todos los obstáculos que frenan un cambio progresista de régimen.
Es muy cómodo hablar de civilidad cuando ya se fortalecieron intereses de grupo, cuando ya se instaló un “gobierno” logrado a base de triquiñuelas, de compra de votos, de uso discrecional de recursos no del todo claros, como así fue en los comicios de julio. Lo que se logró, así hay que decirlo, fue un “avance” más “civilizado” de los mecanismos ilegales para “ganar” el proceso electivo, en comparación con los de 1988 y de 2006. Sin embargo, la capacidad y astucia para cometer un fraude con las menores huellas posibles no es sinónimo de civilidad.
En México estamos muy lejos de la verdadera civilidad, como lo estamos de una verdadera democracia. Con todo, siempre ha sido característica de los grupos en el poder auto designarse como portadores de progreso, aunque en los hechos se opongan precisamente a cualquier avance progresista.
En los últimos doce años, en muchos sentidos caminamos en reversa, pues de la derecha laica pasamos a la ultraderecha clerical, más perversa como lo demuestra el desprecio a la vida que caracterizó al “gobierno” de Felipe Calderón. Aunque es tal la ceguera, o fariseísmo de los panistas en el poder, que hasta consideran haber hecho un mejor trabajo que el realizado por los priístas en siete décadas, como afirmó el viernes pasado, sin inmutarse, el dirigente nacional del PAN, Gustavo Madero Muñoz.
Se podrá hablar de civilidad en México cuando haya pleno respeto a la voluntad popular, cuando no se desprecie al pueblo como lo hace la oligarquía, cuando el egoísmo individualista no sea lo que defina las relaciones sociales. Mientras tanto, es hasta un insulto hablar de civilidad, como lo es también afirmar que los desgobiernos panistas cumplieron objetivos sociales y progresistas. Sobran ejemplos de lo contrario, lo que no puede ser borrado por las obras de infraestructura construidas a lo largo y ancho del país, no conforme a un plan en beneficio de la sociedad, sino simple y llanamente para hacer negocios.
Mucho menos cuando se tiene una concepción monárquica del poder como la tienen los panistas, como lo ejemplifica claramente la campaña de despedida de Calderón, en la que en vez de que él agradezca la oportunidad que le dio la vida, pide que la sociedad sea la que le agradezca por las obras realizadas, como si no fuera una elemental obligación ejecutarlas.
De ahí que llame la atención el exhorto de Manlio Fabio Beltrones, a iniciar el primero de diciembre un periodo de civilidad, en el marco de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como presidente de México. Dijo que “conviene a todos que el periodo de gobierno comience como es debido y espera la ciudadanía”.
Lo que en verdad convendría, desde cualquier punto de vista, es que la civilidad comenzara en el mismo proceso electoral, no ya después de que se burló la voluntad del pueblo, como es ya costumbre en nuestro país. Sin elecciones limpias, creíbles y transparentes, exentas de dudas y plagadas de artimañas, no es pertinente hablar de civilidad. No se tiene autoridad moral para hacer tal llamamiento, cuando el proceso electoral no reunió condiciones mínimas de credibilidad y legalidad.
Afirmó Beltrones: “Adquirimos una responsabilidad constitucional y cívica que habremos de cumplir en la ceremonia solemne de transmisión de gobierno”. La responsabilidad se debería adquirir con el pueblo durante los procesos electorales, conforme al postulado constitucional, no con un grupo de interés desvinculado por completo de las responsabilidades fundamentales emanadas de un régimen democrático. La civilidad se pone en tela de juicio cuando se usa la fuerza del Estado para contravenir y forzar la voluntad popular, como así ha sucedido ostensiblemente en tres elecciones federales.
Está plenamente documentado cómo fue burlada la voluntad de los votantes en los comicios de 1988, de 2006 y en los de este año. En cada uno, la civilidad pasó a segundo plano, en la que se suponía era ya una democracia representativa consolidada. Lo que quedó muy claro fue que setenta años de partido único y hegemónico habían mellado el sistema democrático. Pero también se vio que sin una reforma del Estado que vaya al fondo de las causas y efectos de los fenómenos políticos, es impensable avanzar hacia una verdadera transición que deje atrás todos los obstáculos que frenan un cambio progresista de régimen.
Es muy cómodo hablar de civilidad cuando ya se fortalecieron intereses de grupo, cuando ya se instaló un “gobierno” logrado a base de triquiñuelas, de compra de votos, de uso discrecional de recursos no del todo claros, como así fue en los comicios de julio. Lo que se logró, así hay que decirlo, fue un “avance” más “civilizado” de los mecanismos ilegales para “ganar” el proceso electivo, en comparación con los de 1988 y de 2006. Sin embargo, la capacidad y astucia para cometer un fraude con las menores huellas posibles no es sinónimo de civilidad.
En México estamos muy lejos de la verdadera civilidad, como lo estamos de una verdadera democracia. Con todo, siempre ha sido característica de los grupos en el poder auto designarse como portadores de progreso, aunque en los hechos se opongan precisamente a cualquier avance progresista.
En los últimos doce años, en muchos sentidos caminamos en reversa, pues de la derecha laica pasamos a la ultraderecha clerical, más perversa como lo demuestra el desprecio a la vida que caracterizó al “gobierno” de Felipe Calderón. Aunque es tal la ceguera, o fariseísmo de los panistas en el poder, que hasta consideran haber hecho un mejor trabajo que el realizado por los priístas en siete décadas, como afirmó el viernes pasado, sin inmutarse, el dirigente nacional del PAN, Gustavo Madero Muñoz.
Se podrá hablar de civilidad en México cuando haya pleno respeto a la voluntad popular, cuando no se desprecie al pueblo como lo hace la oligarquía, cuando el egoísmo individualista no sea lo que defina las relaciones sociales. Mientras tanto, es hasta un insulto hablar de civilidad, como lo es también afirmar que los desgobiernos panistas cumplieron objetivos sociales y progresistas. Sobran ejemplos de lo contrario, lo que no puede ser borrado por las obras de infraestructura construidas a lo largo y ancho del país, no conforme a un plan en beneficio de la sociedad, sino simple y llanamente para hacer negocios.
Mucho menos cuando se tiene una concepción monárquica del poder como la tienen los panistas, como lo ejemplifica claramente la campaña de despedida de Calderón, en la que en vez de que él agradezca la oportunidad que le dio la vida, pide que la sociedad sea la que le agradezca por las obras realizadas, como si no fuera una elemental obligación ejecutarlas.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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