Comisión mediadora emplaza a sortear el diferendo
Al continuar ayer la mesa de diálogo entre los grupos antagónicos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, la comisión mediadora, integrada por representantes de la Asamblea Legislativa, el gobierno capitalino y la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, exigió un acuerdo definitivo. Miembros del Consejo Estudiantil de Lucha se manifestaron a favor de
asumir esta redacción para dar salida al conflicto. En la imagen, autoridades de la institución, incluida la rectora Esther Orozco Foto José Antonio López
Ultimátum para que lleguen a solución mañana a más tardar
Legisladores recomendarán además la recuperación de los planteles
Se busca
perpetuar la violencia, acusan partidarios de la rectora
Ultimátum de la ALDF: el lunes debe llegarse a un acuerdo para resolver la crisis
Si no hay arreglo, pedirá la ALDF remover autoridades en la UACM
Anuncian Manuel Granados que también analizarían recomendar recuperación de los planteles
Rectoría cuestiona el proyecto, paristas aceptan la redacción
para darle salida al conflicto
La rectora de la UACM, Esther Orozco, durante la mesa de negociación en la que no se llegó a ningún acuerdoFoto José Antonio López
Rocío González y Alejandro Cruz
Periódico La Jornada
Domingo 25 de noviembre de 2012, p. 30
Domingo 25 de noviembre de 2012, p. 30
La comisión mediadora, integrada por la Asamblea Legislativa, Gobierno del Distrito Federal y la Comisión de Derechos Humanos local, dio un ultimátum anoche a las partes en conflicto de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) para que a más tardar el próximo lunes firmen un acuerdo definitivo para resolver la crisis en esta casa de estudios, luego de que ayer, durante cinco horas, no lograron consensos en torno a los integrantes del tercer consejo universitario y la convocatoria a la sesión del mismo.
El presidente de la Comisión de Gobierno de la Asamblea Legislativa del DF (ALDF), Manuel Granados Covarrubias, sostuvo que de lo contrario
se tomarán otras medidas, en las que se contempla emitir recomendaciones administrativas, como la remoción de todo el consejo universitario y de las autoridades de la UACM, así como la recuperación de los planteles, aunque no precisó de qué manera. Para ello, señaló que en el marco legal de sus atribuciones presentarían una iniciativa de ley, a efecto de darle continuidad a los trabajos institucionales de esa casa de estudios.
Advirtió a ambos grupos que el plazo para signar el acuerdo de nueve puntos propuesto por esta comisión mediadora es inamovible, por lo que la reunión del próximo lunes a las 18 horas en la sede de la ALDF será definitiva y no habrá ninguna prórroga, independientemente de cuál sea el resultado.
A petición de la representación de los estudiantes y académicos que mantienen cerradas las instalaciones universitarias, se acordó que este domingo a las 17 horas sesione la comisión técnica, para elaborar la propuesta final.
La representación del denominado tercer consejo universitario –identificada con la rectora Esther Orozco–, se había pronunciado por un receso hasta el próximo martes para analizar el documento, al mostrar su preocupación, que por un
acuerdo político se puede soslayar la legalidad.
La propuesta fue rechazada por la comisión mediadora, al señalar que ya no están en posición de seguir extendiendo la crisis.
Por su parte, los representantes del Consejo Estudiantil de Lucha señalaron que como muestra de su
voluntad políticapara alcanzar un acuerdo, se manifestaron en favor de
asumir esta redacción para darle salida al conflicto.
En la propuesta leída anoche se establece que la convocatoria a la próxima sesión del consejo universitario será, extraordinaria y de instalación, el próximo 29 de noviembre, en la cual se deberán establecer las condiciones para la entrega de las instalaciones a una comisión integrada por representaciones de la ALDF, CDHDF, autoridades universitarias y del Consejo Estudiantil de Lucha.
Los trabajos de la mesa de dialogo se extendieron desde las diez de la mañana hasta las ocho de la noche, con la participación del ombudsman capitalino, Luis González Placencia; el secretario de Gobierno, Héctor Serrano, e integrantes de la comisión de Gobierno de la ALDF, la rectora Esther Orozco, y las partes en conflicto.
Por la noche, la Red en Defensa de la Educación, grupo identificado con las autoridades de esa casa de estudios, aseguró que la propuesta de resolución presentada en la mesa de diálogo
busca perpetuar la violencia y lleva a la universidad a un estado de ingobernabilidad.
Mar de Historias
El fugitivo
Cristina Pacheco
Añorve era un tipo raro en cuanto a su físico y a su modo de ser. Su aspecto resultaba en exceso alargado y su carácter voluble más allá de lo que puede esperarse en una persona. Sin explicación ni motivo pasaba de la charla animada al mutismo, de la conversación amistosa a los términos agresivos, de la serenidad a la inquietud que lo hacía sentirse asfixiado en todas partes.
En esos periodos se encontraba incómodo lo mismo en su casa que ya no era suya (se la había vendido a su prima Tula a buen precio y bajo la condición de que le permitiera quedarse en calidad de huésped alojado en el mismo cuarto en donde había crecido con su hermano Omar), que en el hospital (donde era reconocido como excelente médico y de allí el privilegio de que pudiera retomar su puesto tras alguna de sus desapariciones); en las salas domésticas adonde era invitado (y en las que sus palabras eran escuchadas con un interés próximo a la devoción).
Parecía satisfecho de llevar una vida útil y armoniosa y sin embargo, sin que mediara motivo, de un momento a otro Añorve encontraba inhabitable el pueblo. Su pequeño zócalo, sus calles angostas lo oprimían como si se tratara de prendas de vestir que se hubieran encogido mientras él seguía alargándose y volviéndose más y más anguloso.
En cuanto a sus conocidos de siempre, hacia quienes experimentaba indudable afecto, de la noche a la mañana le parecían seres insulsos, mezquinos, planos. Añorve lo decía sin miramientos ante sus colegas, sus amigos, sus contertulios de la cantina. Entre ellos, alguno se atrevía a decirle:
Si no estás a gusto aquí ¿qué esperas para irte?Añorve podía hacerlo sin que nadie de su familia lo lamentara porque toda estaba en el cementerio. Sus miembros habían llegado a ocupar sus fosas a un ritmo que respetaba la lógica del tiempo: primero fallecieron sus abuelos, luego sus padres y al fin su hermano Omar, tres años mayor que él.
II
Los primeros indicios de que Añorve estaba a punto de abandonar el pueblo eran el quebrantamiento de sus horarios, el desinterés hacia su trabajo y luego el abandono del hospital. Las horas que antes pasaba en su consultorio las invertía caminando sin rumbo o en la cantina donde gastaba el tiempo entre conversaciones insulsas, las risotadas de los borrachos y el rumor de las bolas de billar.
En medio del barullo, Añorve, ya ebrio, se emocionaba recordando las aventuras infantiles con su hermano Omar, lo mucho que aún lo quería y la tristeza de no haber logrado devolverle la salud. A pesar de todos sus conocimientos y el celo con que los aplicó para salvarlo, tuvo que resignarse a verlo consumirse hasta morir sin alcanzar su sueño de conocer el mundo.
Acentuada por el alcohol, la conciencia de la pérdida fraternal lo hacía llorar, interrogarse, preguntarles a todos por qué si había sido capaz de curar a tantos enfermos no lo había logrado con una persona tan querida como su hermano. Por respuesta recibía una palmada en el hombro, la invitación a beber otra copa o la frase que El Diablo, el cantinero, murmuraba siempre, viniera o no a cuento, y sin abandonar el lienzo con que pulía obsesivamente la barra:
Son misterios de la vida.
Esa respuesta lo desesperaba y fortalecía su necesidad de huir a cualquier sitio lejos de ese pueblo en donde nadie era capaz de explicarle un hecho algo remoto que además de seguir provocándole culpa y tristeza lo martirizaba a todas horas devolviéndole imágenes de Omar delirante, atemorizado, agónico. Era como si su hermano, desde donde estuviera, se hubiese propuesto obligarlo a que abandonara el pueblo empezando por la casa que ya no era suya, el hospital, las calles angostas, la cantina en donde la única voz lúcida era la de El Diablo:
Misterios de la vida.
III
La primera en saber que Añorve estaba decidido a irse del pueblo era Tula, quien en cambio nunca pudo lograr que él le dijera adónde iba. Protegido por el silencio arrojaba en su maleta sus pocos libros y alguna ropa. Tula le prometía guardarle el resto de sus pertenencias y Añorve le ordenaba que lo regalara todo porque esta vez no volvería.
Tula confiaba en que no fuera así. En otras ocasiones él le había dicho lo mismo y, sin embargo, al cabo de algunos meses reaparecía sin dar explicaciones. Como si hubiera adivinado los pensamientos de Tula, él aseguró que se iba para siempre. Lo reiteró con un breve
adiósen el momento en que abordó su coche y se fue rumbo a la carretera sin tener claro hacia dónde se dirigía pero con la certeza de que esta vez no iba a volver. Lo juró en varias ocasiones mientras en el espejo retrovisor las calles y la gente de su pueblo se empequeñecían y también se alejaban de él.
IV
La ausencia de Añorve se prolongó más que nunca. Sus antiguos colegas y amigos acabaron por aceptar que lo habían perdido en definitiva. Para llenar su ausencia en el cuarto de su casa que ya no era suya, en el hospital, en las salas domésticas, en la cantina y en el resto de los sitios que frecuentaba el médico, siempre había alguien que recordara su excelencia profesional, su conversación, su brillantez. Al fin todos terminaban tratando de explicarse la compulsión de Añorve por huir. La respuesta, al menos en la cantina, se oía en la voz de El Diablo:
Misterios de la vida.
Esas evocaciones constantes volvieron a Añorve más presente que nunca, tal vez por eso el día en que él regresó inesperadamente al pueblo todos lo trataron con la calidez habitual y como si él jamás se hubiera ido. Esa familiaridad contribuyó a que Añorve se reconciliara con todo aquello de lo que había escapado: el pueblo con sus calles angostas y su quiosco diminuto le pareció fascinante, en la casa que ya no era suya se sintió más dueño y más acompañado por el recuerdo de Omar niño. Regresó al hospital con ánimos renovadores y descubrió estímulos poderosos en las salas domésticas adonde lo invitaban.
Pasados algunos meses, sin explicación ni razones aparentes, la vida armoniosa de Añorve se fracturó. Nuevamente se apoderaron de él la sensación de asfixia y hartazgo. Abandonó el hospital. Hizo de la cantina su refugio. En medio de la ebriedad se preguntó otra vez por qué no había logrado devolverle la salud a su hermano y postergar su muerte. Obtuvo las respuestas de siempre: la palmada en el hombro, la invitación a seguir bebiendo y la voz de El Diablo:
Misterios de la vida.
Ante esa vaguedad, la incógnita acerca de su hermano se hizo más profunda, lo perseguía, lo torturaba con mayor saña que otras veces. Temió enloquecer y decidió huir. Lo consiguió, sólo que aquella vez Añorve en verdad no volvió: está en el cementerio junto a Omar.
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