Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 28 de noviembre de 2012

La guerra de Calderón deja entre los jóvenes más asesinatos y violencia sexual

La guerra de Calderón deja entre los jóvenes más asesinatos y violencia sexual

Asesinan a 5 hombres en el municipio de Juárez, Monterrey. Foto: Xinhua / Víctor Hugo Valdivia
Asesinan a 5 hombres en el municipio de Juárez, Monterrey.
Foto: Xinhua / Víctor Hugo Valdivia
MÉXICO, D.F (proceso.com.mx).- Incremento alarmante en los homicidios entre adolescentes, reclutamiento de menores por bandas del crimen organizado y violencia sexual contra jovencitas en las zonas de disputa entre cárteles, son algunos de los saldos que deja la guerra contra el narcotráfico lanzada por Felipe Calderón.
 
 
Con datos oficiales en mano sobre la evolución de la violencia entre jóvenes, el director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia (REDIM), Juan Martín Pérez da cuenta de los efectos de la guerra en el sector “más desprotegido de la sociedad que son los niños y niñas, porque en este escenario de lucha contra el crimen organizado, el Estado mexicano no tenía una institucionalidad sólida para a atender a la infancia, la única institución que conocemos está reducida al asistencialismo del DIF, que no ha cambiado en 50 años, pero las niñas y las niños sí”.
 
Entrevistado por la agencia Proceso, el activista resalta que a unos días de que concluya el gobierno de Calderón la REDIM identificó a Chihuahua como el “más peligroso” para la infancia, seguido de Tamaulipas, Durango, Sinaloa, Coahuila, Veracruz y Guerrero, entidades donde los niños y niñas “viven en un escenario de ausencia de institucionalidad que los proteja”.
 
 
Las consecuencias más claras de la falta de protección, asienta, es un incremento alarmante de jóvenes involucrados con el crimen organizado, lo que la REDIM llama “narco explotación”, que también ha cobrado víctimas mortales.
 
“Tenemos un conteo hemerográfico aproximado de mil 700 homicidios (de menores) asociados al crimen organizado sólo en el sexenio de Felipe Calderón y calculamos que actualmente hay unos 30 mil adolescentes explotados por el crimen organizado”, apunta el especialista en derecho de la infancia.
 
Pérez dice que aún cuando hay cierta opacidad de las instituciones federales y locales para detallar las causas por las que los jóvenes son enviados a centros de internamiento, lo cierto es que el número de detenidos por delitos de orden federal han crecido.
 
De acuerdo a datos obtenidos por la REDIM, de 2006 a 2011, la Procuraduría General de la República (PGR) remitió a los juzgados a 7 mil 575 adolescentes de 16 y 17 años por algún delito federal; del total de jóvenes el 91%, es decir 6 mil 882 eran hombres.
La mayoría de los muchachos en conflicto con la autoridad, 3 mil 386, es decir 44.5%, fueron detenidos entre 2010 y 2011.
Del total de jóvenes arrestados entre 2006 y 2011, 3 mil 089, es decir el 40.77%, fueron procesados por delitos contra la salud; mil 520, 20%, por portar armas de uso exclusivo del Ejército y, 3 mil 134, o sea el 41.37%, por posesión o consumo de enervantes.
En el periodo mencionado y continuando con información de la PGR, 76 jóvenes de entre 16 y 17 años, de los que 60 eran hombres y 16 mujeres, fueron consignados por violar la Ley Federal sobre Delincuencia Organizada.
 
En el caso específico de Chihuahua, “donde no hay una legislación de protección a la infancia y el 31% de los adolescentes no estudian ni trabajan”, abunda Juan Martín Pérez, hay un incremento sostenido de homicidios de jóvenes de entre 15 y 17, así como de embarazos de adolescentes.
 
“Los embarazos los hemos asociado a agresiones sexuales, porque ocurren en zonas de altos niveles de violencia producto de la pelea por el territorio entre los cárteles y de las fuerzas del Estado contra la delincuencia organizada”, dice el especialista.
 
En el caso de las muertes violentas, de acuerdo a información sistematizada por la REDIM, en su informe la Infancia cuenta en México 2012, mientras en el 2000 en el estado del norte hubo 19 homicidios de jóvenes de entre 15 y 17 años, a partir del sexenio de Calderón las cifras crecieron de forma preocupante: 27 en el 2006; 24 en 2007; 86 en 2008; 144 en 2009 y 253 en 2010.
 
En cuanto a embarazos entre jovencitas de entre 15 y 17 años, Chihuahua pasó de registrar 5 mil 879 en 2006, a 6 mil 863 en 2010, es decir, pasó de una tasa de 63.2 jovencitas embarazadas por cada mil, a 71. 2, aunque hubo años, como el 2008, uno de los más violentos en esa entidad, en el que hubo 7 mil 511 adolescentes embarazadas, una tasa de 79.3 por cada mil.
 
Los parámetros de homicidio y embarazo en adolescentes, también son preocupantes en entidades con altos índices de violencia por la guerra contra el narcotráfico.
 
En Durango, las muertes de jóvenes de entre 15 y 17, pasaron de ningún caso registrado en 2000, a 45 en 2010.
Los embarazos de las jóvenes duranguenses de la edad en mención, tuvieron un incremento sostenido, empezaron en 2006, con una tasa de 56.5 jovencitas por cada mil, equivalente a 2 mil 762, 71.8 por cada mil muchachas en 2010, es decir, 3 mil 600.
 
En Tamaulipas, en el primer año de gobiernos panistas, en 2000, se registraron 7 homicidios de adolescentes, para pasar a 23, en el primer año del gobierno de Calderón, y llegar a los 33 crímenes de adolescentes en 2010.
La tasa de embarazos por cada mil jovencitas pasó de 52.6 (4 mil 361) en 2006 a 58.9 (5 mil 151) en 2010, pero en 2009, la tasa estuvo en 62.1 (5 mil 360).
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En Sinaloa, el historial de jóvenes asesinados empezó en 2000 con 9 registros, durante los dos primeros años de Calderón la tendencia bajó a 6 por año, pero en 2008, 27 adolescentes fueron abatidos, en 2009, fueron 58 los asesinados y en 2010 82.
La tasa de embarazos juveniles (de 15 a 17) arrancó en 54.9 por cada mil muchachas, al inicio del gobierno de Calderón, y en 2010 cerró con 62.9.
 
En Coahuila, escenario de una violencia que ya ha tocado a sectores encumbrados, el reporte de la REDIM registró en 2000 tres asesinatos de adolescentes de entre 15 y 17 años, pero con Calderón incidencia creció a 5, en 2006, y fue creciendo hasta llegar a 25 jóvenes muertos de forma violenta en 2010.
En materia de embarazos, pasó de registrar 4 mil 458 en 2006, es decir 61.8 jovencitas por cada mil, a 5 mil 319, una tasa de 67 por cada mil, en 2010.
 
Particularmente violento, en Veracruz, los homicidios de adolescentes registró una tendencia a la alza en homicidio de adolescentes. En 2000 fuero 10 los registrados, en 2006, bajaron los reportes a 8, pero en 2008 volvieron a subir a 14; un año después la cifra fue de 22 en 2009, y en 2010 quedó en 21.
En este estado, se registraron en 2006 10 mil 999 embarazos de jovencitas de entre 15 y 17 años, en 2009, se llegó a niveles que rebasaron los 13 mil casos, y en 2010 el registró quedó en 12 mil 762. La tasa pasó de 48.9 jovencitas embarazadas por cada mil a 55.4.
 
Otro de los estados que para la REDIM tiene focos rojos es Guerrero, donde los homicidios a jovencitos de entre 15 y 17 años fueron 5 en el 2000, pero en el 2006, ya envuelto en una vorágine de violencia, se registraron 32 crímenes, y en el 2010 se reportaron 50 asesinatos.
En esta entidad con un alto porcentaje de población indígena, en 2006, 65.9 por cada mil jovencitas de entre 15 y 17 años resultaron embarazadas (7 mi l89) y en 2010, la tasa fue de 77.6 por cada mil (9 mil 99).
 
Al insistir que los jóvenes son los más afectados por la guerra contra el narcotráfico, Juan Martín Pérez recuerda que en marzo de este año la ONU a través del Comité de Derechos del Niño “recomendó al Estado mexicano que en la lucha contra el crimen organizado o la lucha por la seguridad debía dar garantías especiales de protección a los niños y niñas, algo que la administración que concluye lo hizo”.
 
Advierte que después de una serie de crímenes en los que niños y niñas fueron víctimas, como el caso de Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, fue la creación de una mesa interinstitucional de atención a niños y niñas en escenarios de crimen organizado, “que fue un conjunto de buenas voluntades de las secretarías de Defensa, Marina, Seguridad Pública, Gobernación y la PGR, y que está en riesgo de desaparecer porque no se institucionalizó, no quedó en marco de ley”.
A unos días para que concluya el gobierno de Calderón, el director ejecutivo de la REDIM puntualiza que esa administración “fue omisa no sólo para dar garantías de seguridad y protección a las niñas y niños en general, sino que nunca consideró lo que estableen los instrumentos internacionales, para que las estrategias de lucha por la seguridad en el país no les afectara”.
 
 

Juventud sin caminos

Los jóvenes de México. Fotos: León Muñoz Santini
Los jóvenes de México. Fotos: León Muñoz Santini
 
 
Relegados socialmente, los jóvenes del país viven una de las peores etapas para su generación en la historia nacional: sus oportunidades son mínimas en los ámbitos educativo, político, laboral y de salud, además de que son carne de cañón para el crimen organizado y atractiva clientela para los surtidores de droga. Ante esta realidad que viven quienes suelen ser designados con el banal lugar común de “futuro de la sociedad”, el fotógrafo y diseñador León Muñoz Santini recorrió distintas zonas del país para retratar las condiciones en que viven alrededor de 3 mil jóvenes. Con este material y el apoyo de Conaculta realizó el libro Horizontales y verticales. Adolescentes de México, de próxima aparición y en el que mediante fotografías y entrevistas se reflejan las preocupaciones, realidades e ideales de los muchachos. Con autorización del sello editorial Alas y Raíces se presenta aquí el texto escrito por el reportero Diego Enrique Osorno como introducción a la obra.
 
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El mundo de un adolescente mexicano de hoy es un mundo brusco. En especial cuando se mira desde San Fernando, Tamaulipas, Ciudad Juárez, Chihuahua, o La Huacana, Michoacán, donde la muerte va ganando el juego de la vida. Algunos chicos de estos lugares aparecen retratados aquí con rostros de risa y vértigo. Mientras hacemos el viaje al que nos lanza León Muñoz, los vamos conociendo. Viven en sitios donde no solamente hay un mundo alimentando de horror la cotidianidad. Si se les mira con el corazón, en sus ojos veremos cómo se trasluce una brusquedad que es todavía más dramática que la realidad gore de su entorno. Estos mexicanos del mañana transcurren su adolescencia en sociedades en las que las libertades civiles, en lugar de fortalecerse, retroceden desde hace unos años. Si los alumnos del Colegio Madrid estudian entre noticias de que en su ciudad, el Distrito Federal, ahora hay más derechos para minorías como la homosexual o para que las mujeres puedan abortar, en San Fernando, Tamaulipas, los muchachos ni siquiera tienen derecho de leer en los periódicos locales amenazados, la noticia mundial de que el día anterior fueron hallados 72 migrantes masacrados en un galpón de su pueblo. A la agonía de la libertad de prensa en sitios como en San Fernando, se suma la de la libertad de tránsito, la de la libertad empresarial y varias más, incluida hasta la de un sueño manso. Esta desproporción entre el Distrito Federal y muchas otras ciudades y pueblos del país no es nueva. Pero está más marcada que nunca a causa de los años de violencia enloquecida con los que acabó la primera década del siglo XXI.
 
En algún momento del libro un chico dice: “El que no usa Facebook, no vive”. Eso es cierto y quizá ya no resulte tan llamativo a estas alturas de la pandemia facebokera. Casi cualquiera que pueda comprar un plato de comida a diario, tiene la posibilidad de acceder hasta la médula de ese entramado de ilusiones ópticas que, sin embargo, cada vez produce más de nuestras realidades objetivas. Lo que llama la atención es que cuando alguien dice “El que no usa Facebook, no vive” y es de Ciudad Juárez –donde la palabra vida es desafiada a diario por la palabra muerte– podemos ponernos a reflexionar, quizá hasta a apreciar, lo que significa la realidad virtual de Facebook en espacios en los que las calles, muy seguido, son zonas de guerra, o sea, zonas de destrucción y dolor.
–¿Cómo describirías el mundo que te rodea? –pregunta León a otro chico de Ciudad Juárez.
–Casi no salgo –le responde.
Otra forma de encarar el reto de la realidad es volver a los lemas populares que nos han dado patria y extraer de ahí un poco de actitud de combate. Uno de los muchachos retratados de Tijuana dice en el libro: “Yo tengo una frase: Aquí en México tienes que chingar y rechingarte para ser alguien, viendo para arriba, porque viendo para abajo tienes que chingarte a alguien”.
Sin embargo, hay que tener cautela. La descripción del ánimo que había al momento en el que fueron hechos los retratos de este libro, quizá pueda ser otra construcción subjetiva de quienes estamos enfrascados a diario en tratar de captar y generalizar “la realidad”. Lo pienso después de leer la respuesta que le da a León un muchacho de San Fernando, Tamaulipas.
–¿Cómo describirías el mundo que te rodea?
–Gracias a Dios a mí me va bien.
 
¿Estamos seguros de que no hay entre los adolescentes retratados en este libro, alguno que volverá a aparecer después ante nuestros ojos, pero ahora en la calle de enfrente cargando un cuerno de chivo en los brazos?, o bien, ¿en la televisión, con el rostro parco que suelen tener los detenidos cuando son presentados públicamente por la policía? No podemos estar seguros de ello. El futuro en México es muy tramposo con sus esperanzas.
 
Quizá lo más lamentable de la situación que padecen muchas ciudades y pueblos de donde son los chicos retratados en este libro, no es que las autoridades hayan sido rebasadas por su propia incompetencia, sino que todavía no puedan explicar de forma convincente a las sociedades que gobiernan lo que está causando, en el fondo, esta violencia actual. Cuando una persona padece una enfermedad, el momento más difícil es aquél en el cual no se sabe qué es lo que causa tan grave malestar. Y mientras se espera a que le den un diagnóstico, la zozobra se vuelve insoportable e incluso se convierte en otra enfermedad en sí misma. Eso pasa con ciertos lugares de México. Hay muchos síntomas y dolores pero aún no se determina cuál es la enfermedad padecida.
 
En Los muchachos perdidos (Debate, 2011), Humberto Padgett hace el esfuerzo de dar un diagnóstico sobre dicha enfermedad, desde la perspectiva de las juventudes atrapadas por el mundo de la criminalidad. Padgett informa que más de la mitad de los adolescentes criminales del Distrito Federal crecieron en hogares con un alto grado de marginación, mientras que seis de cada 10 lo hicieron con la presencia exclusiva de la madre, cuya formación educativa suele ser mínima. “Abandonan la escuela durante la secundaria. Buena parte de ellos vivieron en casas con un solo cuarto. Muchos conocieron la violencia desde muy pequeños, con sus padres”, dice en el libro Raquel Olvera, directora de Tratamiento a Menores en la Ciudad de México.
 
Papás y mamás de los mexicanos del mañana también son retratados en este viaje fotográfico por nuestro país adolescente. No miramos sus rostros maduros de forma directa, pero aparecen gracias a otra virtuosa forma con la que León ha hecho este trabajo que también es un intento de diagnóstico de nuestra enfermedad. León, además de la mirada, emplea su oído para, entre foto y foto, escuchar con atención a sus más de 3 mil muchachos retratados y colocar luego, a lo largo de este libro, una interesante selección de las respuestas que le dieron. Cuando les pregunta acerca de la ocupación de sus padres, en Monterrey como en ningún otro de los lugares recorridos por León y su cámara, el mosaico de respuestas de los muchachos es tan diverso y a la vez peculiar. En la antes llamada Sultana del Norte, tenemos a un hijo cuyo papá es Presidente de la banca patrimonial de Banamex, mientras que su mamá es ama de casa; a otro cuyo papá falleció y cuya mamá vende comida. De entre ese listado sólo hay dos madres que repiten “oficio”. La del chico que responde que la suya no hace nada porque su papá murió y ella heredó una fábrica gasera, y la del hijo del vicepresidente de un equipo de fútbol, quien explica que su mamá –literalmente– no hace nada.
 
Hace tiempo conocí en Colombia a Gustavo Bolívar, escritor de la telenovela Sin tetas no hay paraíso, cuya trama gira sobre adolescentes de ciertos barrios de Medellín poco interesadas en estudiar y desesperadas por ver crecer sus senos para conseguirse un novio narco. “Una niña –me explicó Bolívar– prefiere salirse del colegio a conquistar el mundo y ganar dinero en las fincas de los narcotraficantes porque considera que el estudio no sirve para nada, eso mismo pasó con los sicarios. Es decir, tengo dos opciones: estudiar 15 años para que el Estado me dé un sueldo de miseria por ser un médico; o me enriquezco matando a otra persona por 10 mil dólares. Esa es una de las herencias que ha dejado el narcotráfico.”
A Alonso Salazar también lo conocí en aquel viaje. En ese momento era alcalde de Medellín, pero una década atrás, en los noventa, durante los años de Pablo Escobar, Alonso había hecho una notable investigación de los chicos de los barrios marginales que se dedicaban al sicariato. No nacimos pa’ semilla, el libro resultado de su investigación, pertenece a una saga que Fernando Vallejo llevó a su máxima expresión con la novela La Virgen de los Sicarios. En No nacimos pa’ semilla, Alonso dice que “los sicarios suicidas, si así se les puede llamar, no son un producto exótico. Son el resultado de una realidad social y cultural que se ha desarrollado frente a los ojos impávidos del país”. De acuerdo con el escritor y político, los muchachos encontraban en la violencia y el narcotráfico una posibilidad de realizar sus anhelos y de ser protagonistas en una sociedad que les había cerrado las puertas. “El sicario pone en evidencia nuestra sociedad: ‘Para conseguir el billete se hace lo que sea’. Ellos son sólo la llaga, la manifestación externa de una enfermedad que recorre todo el cuerpo social”.
 
Cuando lo conocí y hablamos en su despacho de la alcaldía con vista a las bellas montañas de Medellín, le pregunté sobre qué había hecho él, ahora como gobernante, para abrir a esos muchachos las famosas puertas cerradas. Me habló, entre otras cosas, de un exitoso programa de televisión oficial llamado Arriba mi barrio, a través del cual visitaron zonas bastante inaccesibles debido a la violencia de ese tiempo. Al llegar, la gente les pedía que no se hablara de sus problemas, sino de sus orgullos, de sus calidades. Para ello ponían la calle más bonita para que el programa se transmitiera desde ahí y presentaban a los adolescentes trabajadores e interesados en el deporte o el arte. Estaban invocando que su dignidad y no sus desgracias fueran lo que conociera el resto de la ciudad, la cual imaginaba a los habitantes de estos “territorios del crimen” como auténticos monstruos. El resto de la ciudad los vio en directo y comenzó a entender la humanidad que había ahí. Medellín se conoció más. Supo cuál era su enfermedad y ahora es una ciudad que cambió los altos índices de violencia por los de la esperanza.
 
Este admirable esfuerzo de León Muñoz representa algo parecido en medio de nuestra barbarie. Gracias a él podemos ver a muchachos mexicanos en una situación digna, aunque sepamos que su entorno está impregnado por una brusca vileza. Horizontales y verticales puede verse de muchas formas, por supuesto, pero por lo ambicioso del proyecto (los chicos retratados van desde Mérida hasta Los Cabos) y la calidad con la que se concreta, es posible decir que este libro permite que los mexicanos del mañana se conozcan. Que se miren y los miremos a los ojos. Que tratemos de descifrar sus sonrisas. Que los conozcamos y, por ende, que también nos conozcamos a nosotros mismos para iniciar de una vez el camino hacia el alivio.
 
No todo está perdido. Hay un mañana. Y hay unos mexicanos que se aproximan a él. Por aquí podemos asomarnos a verlos. Esos héroes nuestros ya vienen y parecen decirnos: Libraremos las trampas que nos ponga el futuro mexicano. Después de tanta muerte, la vida va a ganar.

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