Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 26 de febrero de 2013

Es la política, estúpido- Inversiones en el exterior, pobreza en el interior- México SA

Es la política, estúpido
José Blanco
La frase emblemática de la campaña de Bill Clinton, es la economía, estúpido, se forjó en un contexto en el que George Bush padre había alcanzado un récord de popularidad histórica (90 por ciento), derivado de sus éxitos –frente los estadunidenses– de política exterior que, según esto, lo hacían imbatible: el fin de la guerra fría y sus triunfos en el golfo Pérsico.
 
Clinton lo enfrentó con su consigna que aludía a los problemas inmediatos de la sociedad. No fue todo, por supuesto, pero el imbatible fue abatido.
 
Como nunca los problemas del mundo de hoy son la economía, la crisis de la globalización neoliberal; pero como nunca las soluciones son, en primer lugar, políticas.
 
Es sintomática la pesadumbre que mostró Cristina Lagarde, directora del FMI, en una entrevista de pasillo, previa al inicio de la reunión de Davos. La ex ministra francesa de Economía precisó que sería grave para la economía estadunidense que sus fuerzas políticas no se pongan de acuerdo sobre el presupuesto o la deuda. Y es que, en efecto, el desacuerdo provocaría un daño extremo a la economía mundial. Al momento de escribir este artículo el Partido Republicano/Tea Party, vueltos kukluxklanes políticos, seguían oponiéndose a la propuesta de Obama (algunos recortes, mayores impuestos a los superricos).

 
En medio de los miles de fuerzas e intereses encontrados en la economía mundial de hoy, con sociedades crispadas, desesperadas, o con tumultos crecientes, no hay fuerza política en el planeta que se haya convertido en el más áspero, poderoso e insensible clan, decidido, por sus razones políticas, a convertir el orbe en el mayor pandemónium de la historia. El umbral de ese horror se halla en las primeras horas hábiles del próximo viernes, y no sería una bomba cualquiera, sino como un alud estremecedor que asestará el primer golpe a los más inermes de los propios estadunidenses. Se extenderá después con rudeza por el planeta.
 
Si, como se dice en la arcana jerga presupuestaria de la Cámara de Representantes, los republicanos han decidido operar el secuestro de los automáticos, en breve plazo el gasto público caerá verticalmente y los impactos negativos volarán en todas direcciones. Lo harán con el argumento de que están defiendo a las generaciones venideras de la inmensa deuda pública.
Que el Estado tiene que poner orden, lo dijeron –o lo implicaron– en Davos múltiples voces. He aquí algunas (tomado del blog de Marco V. Herrera):
 
Las empresas tienen más poder y dinero que nunca, ellas pueden destruir gran parte del planeta. Si el impacto de su actividad es alto, su responsabilidad también. Ya los gobiernos no pueden resolver solos los problemas mundiales, como el cambio climático o la escasez de recursos y la de alimentos, por lo que las empresas deben de trabajar en conjunto para resolver esta situación mundial. Feike Sijbesma, director ejecutivo de la junta directiva del Royal DSM de los Países Bajos”.
 
William W. George, profesor de la Harvard Business School, mencionó: Cualquier compañía centrada en el valor del accionista, eventualmente estará creando autodestrucción; para que las compañías prosperen, se debe de crear valor a la sociedad y con esto sus accionistas serán recompensados. Muchas empresas han perdido el camino y han entrado en crisis. ¿La mano invisible puede corregir todo esto?
 
Jim Walilis, presidente y consejero delegado de Sojourners, consignó: el mercado no puede funcionar en el largo plazo si no hay fundamento moral; los líderes mundiales tienen el potencial de restaurar la confianza entre las diferentes partes de la sociedad y crear un nuevo pacto social. El mundo está en busca de decisiones sobre los valores humanos, no sólo sobre la discusión de valores.
 
Olivier Blanchard consejero económico y director del departamento de investigación del FMI, y Daniel Leigh, economista del mismo departamento, escribieron –a título personal– una importante investigación titulada Growth forecast errors and fiscal multipliers (Errores de previsión de crecimiento y los multiplicadores fiscales), un trabajo de alta complejidad técnica, centrado en los países europeos. Dicen los autores: en las economías avanzadas, la consolidación fiscal [el fallido intento de reducir el déficit: JB] se ha asociado con un menor crecimiento del PIB a lo esperado, con una correlación particularmente fuerte, tanto estadística como económica. Una interpretación natural es que los multiplicadores fiscales son sustancialmente más altos que los implícitamente asumidos. Los autores explican que la subestimación de los multiplicadores fiscales es una de las causas (fuertes) de la subestimación de los pronósticos de crecimiento (en realidad de decremento del producto). Se trata de un estudio que debería tener un fuerte impacto en el diseño de las políticas económicas hacia el futuro no sólo en la UE.
 
Los asustados por el déficit fiscal ven un futuro que nos empobrece. Ven al país como si fuera una familia endeudada. Pero las familias deben pagar su deuda, los gobiernos no; todo lo que tienen que hacer es asegurarse de que la deuda aumente más lentamente que su base imponible.
 
Al fin de la segunda guerra, los contribuyentes estadunidenses debieron pagar una deuda que era mucho más elevada, como porcentaje del PIB, que la deuda actual. ¿Quiénes eran los titulares de esa deuda? Pues los mismos contribuyentes, que habían comprado bonos del ahorro, principalmente. Esa deuda no impidió que la generación de la posguerra tuviera el mayor aumento de ingreso y nivel de vida de su la historia.
 
 
Inversiones en el exterior, pobreza en el interior
De acuerdo con un informe del Banco de México, referido a la balanza de pagos del año pasado, la inversión de capitales mexicanos en otros países duplicó la realizada por extranjeros en el nuestro. Según el documento, la primera de esas cifras fue de casi 25 mil 600 millones de dólares (110 por ciento superior al monto correspondiente a 2011), en tanto la inversión directa del exterior en territorio nacional fue de 12 mil 659 millones. Adicionalmente, 4 mil 839 millones de dólares fueron colocados en bancos fuera del país y otros 6 mil 850 millones de dólares de divisas salieron bajo el rubro de otros.
 
 
Si al primero de esos datos se agrega el servicio de la deuda externa (la cual creció también en forma desmesurada en el periodo de referencia, habida cuenta de que el gobierno colocó en los mercados financieros internacionales bonos por 46 mil 639 millones de dólares), así como las utilidades que las empresas bancarias trasnacionales transfieren año con año a sus países de origen, no es difícil hacerse una idea de la magnitud de la transferencia neta de capitales de México hacia otros países.
Ese fenómeno, a su vez, es una de las razones centrales del crecimiento experimentado por la economía nacional desde hace décadas y, particularmente, en el pasado sexenio, mediocre en términos macroeconómicos y del todo insuficiente en términos sociales: cotejada con el incremento de la población que llega a la edad laboral, la economía se contrae en lugar de expandirse; ello se traduce en desempleo, pobreza y marginación y, a la larga, en incremento de los índices delictivos y estrechamiento de los márgenes de gobernabilidad.
 
Debiera resultar claro, a estas alturas, que en los términos en los cuales México fue insertado en la economía global resulta inevitable que el país sea un exportador neto de capitales y que, en consecuencia, es perentorio emprender un cambio de paradigmas en el manejo de las prioridades y de las finanzas públicas. En tanto éstas sigan diseñadas para favorecer a los grandes capitales y no a la población en general, se seguirá experimentando un déficit de recursos para mejorar las deterioradas condiciones de vida de la población y alimentando, así sea en forma indirecta, la inseguridad, el descontento y la debilidad de las instituciones.
 
Se configura, así, un círculo vicioso, en la medida en que los fenómenos sociales señalados desalientan el flujo de inversiones productivas procedentes del extranjero e impulsan la salida de capitales mexicanos hacia otros países.
 
Finalmente, las cifras mencionadas indican claramente la improcedencia de políticas de aliento a la inversión extranjera, la cual, como fuente legal de divisas, queda muy por debajo de las exportaciones de petróleo y de las remesas de los mexicanos en el exterior. Tales inversiones, sin embargo, implican en muchos casos una perceptible degradación de las condiciones laborales y del salario, como ocurre en el sector de la maquila; daños ambientales y destrucción de tejidos sociales regionales, como en el caso de las trasnacionales mineras, o bien reglas de operación depredadoras, como es el caso de las trasnacionales bancarias, las cuales imponen en nuestro país tarifas desmesuradas en relación con las que imperan en sus naciones de origen, y logran con ello utilidades desmesuradas que son enviadas al extranjero.
 
 
 
México SA
La deuda pública creció 117%
El grueso, a pago de intereses
Felipe Calderón te dirá cómo
Carlos Fernández-Vega
El triste personaje que en el discurso prometió a los mexicanos, entre tantas otras cosas, no endeudar a sus familias, procedió exactamente en sentido contrario, y en los hechos no sólo incrementó la deuda pública hasta niveles verdaderamente peligrosos, sino que lo hizo para (¡sorpresa!) pagar intereses de la deuda, de tal suerte que de cada peso de endeudamiento contratado durante su sexenio casi 70 centavos se destinaron a tal fin.
 
Espléndido balance, en especial cuando se recuerda que en los dorados tiempos de la campaña electoral 2006 el candidato panista al hueso mayor y su aparato propagandístico aseguraban que “hay formas de que México avance sin deudas… ¡Felipe Calderón te dirá cómo!” Nunca lo dijo, desde luego, pero lo que sí hizo, ya como inquilino de Los Pinos, fue incrementar la deuda pública en la friolera de 117 por ciento, al pasar de 2.22 billones de pesos en diciembre de 2006 a 5.07 billones al cierre de 2011, sin incluir los pasivos avalados por el gobierno federal, que a esa fecha sumaban 602 mil 248 millones de pesos (incluye el rescate carretero).
 
Con el susodicho en la residencia oficial, la deuda pública creció a un ritmo anual promedio de casi 17 por ciento, mientras la economía lo hizo con una tasa anual promedio de 1.5 por ciento (hasta 2011). Así, el saldo del débito avanzó a un ritmo más de diez veces superior al de la economía, y la Auditoría Superior de la Federación documentó por qué 69 por ciento de la nueva deuda contratada se destinó a pagar los intereses de la propia deuda pública, lo que resulta extraño al recordar que tanto Carlos Salinas de Gortari (en 1990) como Vicente Fox (en 2004) decretaron que el de la deuda pública es un problema superado.

 
La propia Auditoría Superior de la Federación también documentó que sólo en 2011 el gobierno federal destinó un total de 240 mil 537.6 millones de pesos para cubrir el costo financiero de la deuda, equivalente a 73.5 por ciento de los recursos que obtuvo por endeudamiento neto de 327 mil 302.3 millones de pesos, lo que significa que los recursos que se obtienen de la deuda se aplican al pago de los intereses y no para amortización de capital, por lo que la deuda continúa en aumento.
 
Ese mismo año, detalla la ASF, el déficit presupuestario del gobierno federal (362 mil 122.2 millones de pesos) se cubrió con el endeudamiento neto (327 mil 302.3 millones) y parte de los ingresos ordinarios excedentes del sector público presupuestario, que ascendieron a 215 mil 738.5 millones. Así, el endeudamiento se destinó al pago de los intereses de la deuda, con lo que se desvió a fines totalmente distintos a los establecidos por la ley, que no son otros que la ejecución de obras que directamente produzcan un incremento en los ingresos públicos, y fomenten el crecimiento y el desarrollo económico y social del país.
 
Y la ASF no deja dudas: el artículo 73, fracción VIII, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece que ningún empréstito podrá celebrarse sino para la ejecución de obras que directamente produzcan un incremento en los ingresos públicos, salvo los que se realicen con propósitos de regulación monetaria, las operaciones de conversión y los que se contraten durante alguna emergencia declarada por el presidente de la República en los términos del artículo 29.
 
Al 31 de diciembre de 2011, apunta la ASF, la deuda pública bruta del sector público federal representó 35.3 por ciento del producto interno bruto (casi 13 puntos porcentuales más que al inicio del sexenio), que sumados a la deuda contingente de la Comisión Federal de Electricidad (más de 478 mil millones de pesos) y al pasivo del IPAB (heredero del Fobaproa) por 794 mil 307 millones, tal deuda alcanzó un monto total de 6 billones 348 mil millones, equivalente a 44 por ciento del PIB.
 
Y en el análisis no podía faltar Petróleos Mexicanos. Documenta la ASF que la deuda pública interna y externa de Pemex pasó de 363 mil 561.6 millones de pesos de diciembre de 2006 a 743 mil 25.4 millones en el mismo mes de 2011, o lo que es lo mismo, un crecimiento de 104 por ciento en el sexenio de quien, en campaña, prometió que México avanzaría sin deuda. Lo mismo para la empresa de clase mundial, la Comisión Federal de Electricidad: el saldo de su endeudamiento pasó de casi 330 mil millones de pesos en diciembre de 2006, a cerca de 478 mil millones en igual mes de 2011, es decir, un incremento de 45 por ciento.
 
Sobre el rescate bancario que implementó el gobierno de Zedillo en 1995, la ASF señala que el comportamiento de la deuda del IPAB (heredero del Fobaproa) muestra que en la medida en que la economía ha ido creciendo, la deuda del IPAB ha ido perdiendo importancia relativa, ya que de 2006 a 2011 la deuda disminuyó 2.9 por ciento real a valores constantes de 2011; sin embargo, el pago del principal continúa sin amortizarse; en 2006 la deuda neta del IPAB ascendía a 714 mil 541 millones de pesos, lo que representaba 6.9 por ciento del PIB de ese año, mientras para 2011 ascendía a 794 mil 307 millones y representaba 5.5 por ciento del PIB.
 
Lo anterior quiere decir que a pesar de la millonada que año tras año se destina a tapar el tremendo boquete heredado por el Fobaproa, este débito se ha reducido a razón anual de 0.0875 por ciento, de tal suerte que a ese ritmo faltan otros mil 127 años para que el “rescate bancario se pague en su totalidad. Entonces, ¡ánimo, mexicanos pagadores!, que para eso sirven las generaciones futuras.
 
Y para redondear el panorama, allí está la llamada deuda subnacional (estados y municipios), que bien a bien nadie sabe a cuánto asciende, porque todos los días brotan adeudos no relacionados, créditos de última hora que no se documentaron, pero destinados al año de Hidalgo, y demás gracias de los señores gobernadores y los presidentes municipales. Sin embargo, para efectos oficiales la Auditoría Superior de la Federación reconoce un saldo de 390 mil 777.5 millones de pesos al cierre de diciembre de 2011, o lo que es lo mismo, 144 por ciento de incremento respecto al último mes de 2006, más lo que se acumule en la semana.
Las rebanadas del pastel
 
Si se suman todos los adeudos y se consideran los aún no reconocidos, los mexicanos pueden presumir orgullosamente de que quien sabía cómo hacer las cosas sin endeudarse heredó un terrorífico saldo cercano a los 7 billones de pesos… de deuda pública, cerca de 50 por ciento del PIB. Entonces, ¡cuidado! generosos señores de Harvard, porque si lo dejan, a quien dieron refugio político también les reventará financieramente su universidad.

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