Uno sólo es un pendejo
Por: Alma Delia Murillo - febrero 23 de 2013 - 0:00
COLUMNAS, Posmodernos y jodidos - 16 comentarios
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Una mañana te levantas y te has cansado de ser tú.
Porque ser tú misma o tú mismo es terriblemente agotador. Y una condena insalvable. Es cargar con la piedra de Sísifo ad infinitum. Ser una rutina. Ser un itinerario. Ser una suma de hábitos. Repetirse con una precisión diabólica, matemática, científica. Ser la domesticación encarnada en una aburrida serie de infinitivos.
Despertar. Desayunar. Conducir. Trabajar. Pagar las cuentas.
Enamorarse. Desenamorarse. Enamorarse.
Más despertares, más desayunos, más autos, más trabajo, más cuentas. Cada vez menos enamorarse y desenamorarse.
¿Por qué hacerse adulto se reduce a un rosario infinito de responsabilidades? Vaya tortura disfrazada de éxito.
Estoy cansada. Sí, entiendo bien que trabajar dignifica al hombre (y a la mujer) y que una vida productiva es una vida sana. Pero, pero, pero: tengo mis asegunes. Permítanme, muy míos y bienamados lectores, que reniegue, una vez más, de nuestros provechosos y eficientes valores dosmileros.
Para empezar: ¿por qué siempre tengo algo que hacer?, ¿y por qué cuando ocurre el milagro de que por un nanosegundo no estoy haciendo nada, me entra una culpa intolerable?
Para seguir: ¿por qué tengo que cambiar de coche cada tres o cuatro años?, ¿por qué tengo que cotizar para el IMSS y alimentar mi fondo de ahorro para el retiro si ni siquiera sé hasta cuándo voy a vivir? ¿Por qué tengo un crédito hipotecario de quince años que me obliga a trabajar como perro de trineo para poder liquidar un departamento que me habrá costado el triple de su valor gracias a la tasa de interés más abusiva del mercado y a que este gobierno pusilánime y huevostibios es incapaz de regular a los rapaces bancos?
Para continuar: ¿por qué tengo que despedazar mi cuerpo y mi metabolismo para ser atlética y delgada?, ¿por qué no puedo engullir sin angustia ni promesas de penitencia una barra de chocolate con almendras?
Para deprimirme: ¿por qué debo tener el smartphone más reciente y más smart que yo? Háganme el recabrón, rechingado y recarísimo favor. Para que se asusten: la estadística de personas que se endeudan con el fin de comprar un smartphone, comprometiendo incluso su préstamo de desempleo del IMSS, va en aumento. Todo por un insignificante teléfono. Todo por un pinche teléfono. Todo por un objeto que hace veinticinco años ni siquiera figuraba en nuestro panorama y ahora nos resulta tan vital como el oxígeno que respiramos.
Para deprimirme otro poquito: ¿por qué vivo sola?, ¿por qué vivir solo es lo más cool de nuestro tiempo?, ¿por qué practicamos este fanático culto a la individualidad?, ¿por qué la felicidad se asocia a la “calidad de vida” que a su vez se asocia a cuánto me gasto al mes en mí misma?
Para pensarlo en serio: ¿por qué nos empeñarnos con tal terquedad en alargar el promedio de vida?, ¿por qué y para qué queremos ser tan longevos si sólo vivimos en un conteo permanente de la existencia? Para pensarlo tan crudo como es y sin hacer concesiones autocomplacientes: ¿para qué queremos llegar a viejos si cuando nos convertimos en respetables ancianos, estamos condenados a ser excluidos por completo de esta sociedad ciegamente adoradora de la juventud? Que alguien nos ilumine o nos elimine, o nos dé algo. Eutanasia, por ejemplo.
Cuantificamos las calorías ingeridas y las quemadas, los días, las horas, los kilómetros, los kilos y los gramos ganados o perdidos. Cuantificamos los amigos en Facebook, las estrellitas en Twitter, los correos electrónicos sin leer y los leídos, las canciones en la playlist, los contactos en WhatsApp, la memoria disponible en los gadgets. Los puntos en esta tarjeta y en la otra y en aquella. Los sellitos de cliente frecuente en esta tienda, en la otra y en la de más allá. Sellitos infantiloides y ridículos. Puntos premia. Puntos viaja. Puntos oro. Puntos triples. Puntos recompensa. Pinches putos puntos. Punto.
Soy una amargada, ya lo sé, no les voy a regatear en ello. También sé que soy una Narcisa clasemediera, por eso me ocupo tanto de mí misma. Es más, para ser justa: ocuparme de mí misma es a lo único que me dedico. Estoy del carajo pero algo me dice que no voy sola en esto.
Dedicarse a sí mismo parece ser la especialización del siglo. Y contar, insisto. Somos nuestros números. Soy mis números.
Tres son los empleos que he tenido.
Dos mis créditos con el banco.
Y uno es el cansancio permanente, incesante, vitalicio.
No, corrijo: uno sólo es un pendejo.
@AlmitaDelia
El gran mito del sexo femenino
Por: Mariana Gallardo - febrero 22 de 2013 - 0:01
Crónicas Cotidianas, LOS ESPECIALISTAS - 53 comentarios
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Suena el teléfono y contesto al mismo tiempo que escribo un correo al director de una empresa y mantengo una junta por Skype y de paso, le doy Like a la foto en el dichoso Facebook de algún amigo, al que internamente envidio su vida despreocupada o tuiteo un artículo de una de las múltiples pestañas que tengo abierta en el ordenador.
Todo esto al mismo tiempo. Mujeres multi tareas, nos dicen. Pero la realidad es otra.
La realidad es que no lo somos. Ahora que reviso el correo, me doy cuenta que cometí dos errores –por lo menos no son garrafales–, no llevé la minuta adecuada de la reunión y confundí todas las citas de una semana de febrero y las anoté en marzo. De paso y por unos minutos me quedé pensando seriamente en la inmortalidad del cangrejo y cómo me revolcó la ola dejándome en cueros cuando intenté, estúpidamente, montarla en una tabla de surf, mientras platicaba con mi simpático profesor de la vida y el amor en las vacaciones de hace un mes.
Las mujeres, perdón, no somos multitasking. No es cierto que estamos viendo la televisión y al mismo tiempo sostenemos una conversación profunda sobre nuestros sentimientos con madre, padre o hermano, o amiga del alma. De hecho estamos ignorando la conversación y viendo el programa. O viceversa.
No podemos cocinar y aparte escuchar cómo le fue en el día al amor de nuestras vidas o de nuestros días contados. Estamos más concentradas en que el arroz no se bata. De aquí sale el típico “si, mi amor”, “ajá”, “no manches, qué bien”… Y esas frases tan odiosas que denotan presencia ausente.
Otra característica que percibo en mi género gracias al muestreo empírico en el supermercado y el tianguis a los que voy, es que no podemos ir y escoger un solo producto. Aún cuando llevemos lista. Siempre hay un antojo, un extra, una oferta.
No podemos manejar como Fernando Alonso (por cierto, qué guapo es…) sin aumentar irresponsablemente las estadísticas de choque o atropello sin intención.
¡Mentira total! Por lo menos desde mi punto de vista. Al mismo tiempo que escribo este texto, el café se me quemó (por cuarta vez en mi vida), don Valerio está esperando abajo con el agua y se me olvidó que tenía una cita en una hora, por lo que ahora estoy apresurada en todo. Me tendré que bañar en dos minutos, salir corriendo como loca y probablemente olvidar el celular o la agenda, vital para la reunión. Por lo general brinco de tema en tema, de paso me sirvo agua y en el transcurso del día voy rellenando huecos. Pero no con la profesionalidad que se le achaca a mi género.
Desde luego que la vida nos exige ser multi tareas, el problema es que se nos da mal. Por fortuna, a los hombres se les da peor. Y en efecto, hay estudios comprobados científicamente –como dicen los anuncios dentífricos– que muestran las diferentes capacidades de hombres y mujeres en el manejo y cálculo de espacios.
Innumerables estudios en psicología han revelado que, en promedio, los hombres se desempeñan mejor que las mujeres en las tareas cognitivas espaciales, mientras que las mujeres son mejores que los hombres en el aprendizaje y uso de las lenguas (en todos los terrenos, añadiría yo, aunque esa es apreciación muy personal y subjetiva).
Además, las mujeres suelen ser mejores que los hombres para adivinar lo que la gente puede estar pensando o sintiendo, y lo más importante, el cuidado e importancia que le dan a los temas. No todos, pero algunos hombres pueden ser bastante insensibles acerca de algunos asuntos. Porque tienen otras cosas, porque les incomoda un ex abrupto sentimental o vaya usted saber porqué…
Según el psicólogo británico Simon Baron-Cohen, las diferencias entre los cerebros masculinos y las mujeres pueden resumirse de la siguiente manera: los hombres son mejores en la “sistematización”, que consiste en analizar cuidadosamente la información y categorización en relación con algunos de los principios, mientras que las mujeres son mejores con la “empatía”, que implica la comprensión y el cuidado por los sentimientos de otras personas.
No sé qué tanto crédito habrá que darle al señor Baron- Cohen, espero que no sea el de las películas irreverentes y odiosas como Bruno. Porque entonces si me vuelvo feminista y de las extremas.
Que conste que los hombres que han transitado en mi vida son sensibles. Se los reconozco a todos y cada uno. Algunos miran de reojo el reloj con nerviosismo cuando lloro sin razón de ser, pero de que me dan un abrazo reconfortante, eso ni dudarlo.
Don Tácito, gobernador del Imperio Romano, vaya bacanal, fue muy explícito con su frase: “A las mujeres les está bien llorar, a los hombres recordar”. No sabría decir si estoy muy de acuerdo. No hay nada mejor que un buen desahogo.
@mariagpalacios
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