Grupos de autodefensa, síntoma del hartazgo
La autodefensa ciudadana en Tecoanapa, Guerrero.
Foto: Xinhua / Víctor López
Foto: Xinhua / Víctor López
MÉXICO, D.F. (apro).- Hace 18 años, la inexistencia de un estado de derecho y el abandono de las autoridades para con su gente recrudeció los homicidios, violaciones y secuestros en la región de La Montaña de Guerrero. El olvido de sus autoridades los obligó a protegerse a sí mismos, a organizarse, armarse y detener la ola de violencia que vivían.
“Ninguna persona podrá hacerse justicia por sí misma, ni ejercer violencia para reclamar su derecho”, se advierte en el artículo 17 de la Carta Magna.
Sin embargo, cuando el Estado es incapaz de cumplir con su obligación de proporcionar seguridad a la vida y propiedades de los ciudadanos, ¿qué se puede hacer”, ¿es válido y legítimo organizarse en brigadas de autodefensa?
Hoy una tercera parte del país decidió seguir el ejemplo de los guerrerenses. A esta entidad se han sumado Jalisco, Michoacán, Morelos, Estado de México, Oaxaca, Veracruz, Chihuahua y Tlaxcala.
En otras palabras, suman nueve estados, de 32 entidades, cuyos habitantes ya se hastiaron de discursos, promesas, abusos y olvido en que han incurrido las autoridades de los tres niveles.
Es por ello que al menos 40 comunidades distribuidas en nueve estados han decidido organizarse en las llamadas brigadas civiles de autodefensa. ¿Quién puede juzgarlos?
¿Los diputados que cuando hacen leyes se olvidan de quienes viven en zonas lejanas; gobernadores que sólo se preocupan por aumentar su escolta para que el crimen no los alcances, o un encargado del Ejecutivo federal que no hace sino anunciar programas sociales para aplicarse en lugares de próximas elecciones?
Si el Estado, en cualquiera de sus tres niveles, no se ocupa de ellos, ¿puede cuestionar su proceder o, lo que es peor, decirles que se unan a las policías legalmente constituidas para que hagan el trabajo por el cual a las autoridades les pagan?
El hartazgo de la gente sólo tiene una salida: la acción. ¿No fue acaso el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad el que con su activismo obligó a la Presidencia, partidos y legisladores a hacer una Ley General de Víctimas?
Acaso no fue la comunidad de San Dionisio del Mar en Oaxaca la que se movilizó para defender sus tierras de la expoliación de la empresa Mareña Renovables, que busca construir un parque eólico para ofertar energía a empresas privadas. Lo que no hizo el gobernador de Oaxaca, defender la seguridad y propiedades de sus ciudadanos, lo tuvieron que hacer ellos mismos.
Hoy la comunidad de San Dionisio del Mar cuenta, gracias a su organización, con la protección de un amparo que ha detenido los trabajos de la empresa privada. Y no fue gracias precisamente a su gobierno.
Este proyecto afecta a 13 comunidades, una de ellas, Alvaro Obregón, ya se organizó: juntó a 300 hombres como grupo de autodefensa para luchar por lo que les da para vivir. Esta comunidad tiene hoy una de las 36 brigadas de autodefensa.
No es poco, se arman ante la indefensión en que los tiene el Estado.
El Estado de México, la entidad que gobernó Enrique Peña Nieto, es la segunda con más grupos de autodefensa, pues cuenta con seis ubicados en las comunidades de Tejupilco, Zacualpan, Almoloya de Alquisiras, Luvianos, Tlatlaya y Amatepec.
En esta última comunidad, cansados de los abusos del crimen, el miércoles 13 Luis Enrique Granillo se organizó junto con otros miembros de la localidad, formando su grupo de autodefensa, sin embargo, a los cuatro días desapareció el activista.
Y es Guerrero, que cuenta con el mayor número de grupos de autodefensa, 20 por el momento, donde más organizados están los inconformes, pues tienen cuando menos 18 años trabajando en la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias y Policía Comunitaria (CRAC-PC).
Ellos se rigen por usos y costumbres y sus policías no van encapuchados. Hacen lo que debiera hacer la autoridad en las cárceles: reeducar. En sus 18 años de vida, la CRAC ha logrado reducir en 90% el índice delictivo en las 108 comunidades donde tiene presencia.
Un caso distinto son los grupos que surgieron en Ayutla, en la Costa Chica guerrerense, en donde la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG) organizó sus brigadas de autodefensa.
Se organizaron así porque la autoridades no hacen nada para mitigar el crimen. A ellos no se les puede juzgar, se les debe ayudar, pues el gobierno estatal y federal tiene la obligación de proporcionarles seguridad en su vida y bienes.
En Tixtla, Guerrero, los letreros de los grupos de autodefensa advierten: “Comunidades unidas contra la delincuencia”. Ahí estos grupos pudieron detener a por lo menos 52 delincuentes, a los que poco a poco ya entregaron a las autoridades formales.
Es un caso más en que su actuación resulta ser una expresión legítima ante un gobierno que no hace nada frente a la violencia de las bandas del crimen organizado o de la delincuencia común.
En Michoacán, el crimen organizado y la incapacidad del gobierno estatal orillaron a las comunidades a tomar las armas para defenderse.
En esta entidad ya hay cuatro grupos de autodefensa; en Chihuahua hay dos; uno en Jalisco, tres en Morelos, dos en Oaxaca y otros tantos en Veracruz.
Más aún, hasta el momento se desconoce cuántos grupos de este tipo existen en Tlaxcala, aunque es evidente su presencia en la entidad.
Una vez más: ante la ausencia de un efectivo estado de derecho en varias zonas del país, la ineptitud de los tres niveles de gobierno y el hartazgo ciudadano, estos grupos de autodefensa van surgiendo por doquier, aunque el peligro que se corre es que puedan ser infiltrados por quienes buscan combatir: la delincuencia.
Basta recordar lo que sucedió en Colombia en los años noventa, cuando surgieron las llamadas Autodefensas Unidas, que terminaron convirtiéndose en un grupo paramilitar respaldado por grupos del narcotráfico.
Este es el peligro que corren los grupos de autodefensa que han aparecido en México.
Y la cantidad de estados en que hoy operan no es nada despreciable. Son por lo menos nueve de 32 entidades del país, contando el Distrito Federal.
Se trata de la expresión de hartazgo de un pueblo que tampoco tolera ya el cinismo de sus gobernantes; los excesos de éstos generan coraje y rencor entre los ciudadanos.
Vale la advertencia: el desdén y menosprecio con que se trata a la ciudadanía llega a un tope que inevitablemente lleva a que uno se defienda, eso es lo que hoy hace esta gente, y no es culpa de ellos, sino de quienes dictan y aplican las leyes.
Si un gobierno, federal, estatal o municipal, no puede cumplir con su primera obligación: brindar seguridad en la vida y bienes de la población, no debe hacer otra cosa que hacerse a un lado, renunciar y permitir que hombres y mujeres comprometidos con la seguridad de la ciudadanía, la democracia, salud y bienestar de la población ocupen el lugar que las autoridades con su inacción han dejado vacante.
Se ve difícil que Peña Nieto renuncie al cargo por su ineptitud, o que un diputado o senador, que gustan de usar “charolas”, pagar con viáticos sus primeras necesidades o ganar más de 200 mil pesos al mes, dejen sus prebendas.
Menos aún dimitirá un gobernador, y ejemplo de ello lo tenemos en la historia inmediata: Juan Sabines y Andrés Granier, quienes nunca tuvieron idea de lo que era gobernar y sólo supieron enriquecerse a costa del erario.
Los mandatarios de los nueve estados en donde han surgido los grupos de autodefensa difícilmente renunciarán al cargo, pero más les vale atender las demandas de seguridad si es que no quieren abrir la puerta a problemas mayores.
Cierto que nadie debe hacer justicia por mano propia, pero el pueblo se harta y los grupos de autodefensa son una prueba de ello.
A final de cuentas son también una expresión legítima frente a un Estado que no hace nada, inoperante y funcional sólo a los intereses de las grandes empresas, de los grandes poderes.
Comentarios: mjcervantes@proceso.com.mx
Twitter: @jesusaproceso
Twitter: @jesusaproceso
FUENTE: PROCESO
Campa y el deber de memoria
Mancera bautiza como Valentín Campa a tren del Metro.
Foto: Hugo Cruz
Foto: Hugo Cruz
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Toda sociedad tiene un “deber de memoria” que consiste en que las generaciones venideras no olviden lo que ocurrió antes. Por eso, para conjurar el olvido, es necesario que la sociedad exija a sus gobernantes formas de recuerdo para que lo que aconteció en el pasado sea conocido por los más jóvenes. Para los integrantes del “Yo soy # 132” Valentín Campa es un desconocido; en cambio, para quienes fuimos parte del movimiento del 68, uno de los puntos del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga –Libertad a los presos políticos– aludía precisamente a él y a Demetrio Vallejo. Ya existe una plaza Valentín Campa en Iztapalapa, y hace unos días un tren del Metro lleva su nombre. Sin embargo, hace años circula una propuesta cuya eficacia para el deber de memoria es mayor: ponerle el nombre de Valentín Campa a la estación de Buenavista del Metro.
Campa fue un líder ferrocarrilero que nació el 14 de febrero de 1904 en Monterrey, en el seno de una familia de pequeños comerciantes, que se movió a Torreón, donde el niño Valentín hizo su primaria. Ya adolescente emigró a Tamaulipas, donde a los 16 años consiguió trabajo de obrero petrolero.
Posteriormente regresó a Coahuila, e ingresó a Ferrocarriles Nacionales de México, donde se inició en los talleres como cargador. Su conciencia sobre la importancia de la unión de los trabajadores lo llevó a integrarse a la Alianza de Ferrocarrileros. A los 23 años, durante la huelga ferrocarrilera de 1927, fue encarcelado y amenazado con una orden de fusilamiento firmada por el propio presidente Calles. A partir de entonces nada lo asustaría en su defensa de los derechos de los trabajadores, y se convertiría en uno de los más destacados líderes del movimiento obrero.
En 1929 participó en la fundación de la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), y fue electo como secretario de organización en su primer Comité Ejecutivo, compartiendo la dirección con el pintor David Alfaro Siqueiros. Durante los inicios de los años treinta Campa, que entendía la importancia de las intervenciones simbólicas en la política, aceptó ser postulado como candidato a gobernador por el Estado de Nuevo León por el Bloque Obrero y Campesino Nacional.
A partir de la CSUM participó en 1936 en la fundación de la CTM, hasta que en 1940 los sindicalistas comunistas fueron expulsados. El estalinismo estaba en su esplendor y Valentín Campa rechazó el plan de asesinar a León Trotsky, por lo que también fue expulsado del Partido Comunista Mexicano.
No obstante, Campa continuó su actividad sindical y cuando estalló el conflicto ferrocarrilero conocido como “el charrazo”, fue detenido y encarcelado de 1949 a 1952. A su salida de prisión prosiguió su actividad sindical y cuando sobreviene el conflicto ferrocarrilero de los años 1958-59, es nuevamente detenido. Estará en la cárcel diez años, de 1960 a 1970.
Poco después de su salida de la prisión, fue postulado como candidato a la Presidencia de la República por la más amplia coalición de todas las izquierdas. Otra vez una candidatura simbólica, ya que el PCM no tenía aún registro legal. Sin embargo, consiguió un millón 600 mil votos, en un momento de gran desencanto y abstencionismo. Este resultado fue un elemento significativo para que el Partido Comunista Mexicano alcanzara su registro legal y pudiera participar en las elecciones federales de 1979. Entonces fue diputado por el PCM en el periodo 1979-82.
Su convicción democrática lo llevó a participar activamente en el proceso de integración del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), la fusión del PCM con otras agrupaciones de izquierda, y en la posterior transformación del PSUM en PMS, y finalmente, en el PRD. Además de su actividad política en la izquierda con su militancia sindical, Campa escribía en Excélsior y publicó un valioso libro: Mi testimonio: Memorias de un comunista mexicano.
El pasado 14 de febrero, día de su natalicio, el Gobierno del Distrito Federal le puso el nombre de este líder de la izquierda a uno de los trenes de la línea 12 del Metro. Es loable el que el gobierno del DF haya recuperado la figura de este político de conducta y honestidad intachables, ejemplo para las actuales y siguientes generaciones, precisamente ¡en un tren!
Se agradece el atinado gesto, doctor Mancera. Pero también me parece que la justa petición de un grupo de prestigiadas figuras de la izquierda mexicana de cambiar el nombre de la estación de Buenavista por el de Valentín Campa complementaría tal honor. La memoria histórica es necesaria para continuar la lucha por un México más justo, y ponerle a las estaciones del Metro y del Metrobús de esa zona ferrocarrilera el nombre de Campa implica reconocer la importancia de las luchas obreras como semillas que nutrieron los cambios democráticos de nuestro país.
Por eso, al mismo tiempo que celebramos que el recuerdo de Valentín Campa haya sido honrado en un tren del Metro, persistimos en plantear la necesidad de que también sea recordado de manera más amplia, y no sólo por quienes viajan en la línea 12. Así, el necesario deber de memoria del Gobierno del DF culminaría al poner su nombre al espacio donde Campa libró muchas de sus batallas.
Campa fue un líder ferrocarrilero que nació el 14 de febrero de 1904 en Monterrey, en el seno de una familia de pequeños comerciantes, que se movió a Torreón, donde el niño Valentín hizo su primaria. Ya adolescente emigró a Tamaulipas, donde a los 16 años consiguió trabajo de obrero petrolero.
Posteriormente regresó a Coahuila, e ingresó a Ferrocarriles Nacionales de México, donde se inició en los talleres como cargador. Su conciencia sobre la importancia de la unión de los trabajadores lo llevó a integrarse a la Alianza de Ferrocarrileros. A los 23 años, durante la huelga ferrocarrilera de 1927, fue encarcelado y amenazado con una orden de fusilamiento firmada por el propio presidente Calles. A partir de entonces nada lo asustaría en su defensa de los derechos de los trabajadores, y se convertiría en uno de los más destacados líderes del movimiento obrero.
En 1929 participó en la fundación de la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), y fue electo como secretario de organización en su primer Comité Ejecutivo, compartiendo la dirección con el pintor David Alfaro Siqueiros. Durante los inicios de los años treinta Campa, que entendía la importancia de las intervenciones simbólicas en la política, aceptó ser postulado como candidato a gobernador por el Estado de Nuevo León por el Bloque Obrero y Campesino Nacional.
A partir de la CSUM participó en 1936 en la fundación de la CTM, hasta que en 1940 los sindicalistas comunistas fueron expulsados. El estalinismo estaba en su esplendor y Valentín Campa rechazó el plan de asesinar a León Trotsky, por lo que también fue expulsado del Partido Comunista Mexicano.
No obstante, Campa continuó su actividad sindical y cuando estalló el conflicto ferrocarrilero conocido como “el charrazo”, fue detenido y encarcelado de 1949 a 1952. A su salida de prisión prosiguió su actividad sindical y cuando sobreviene el conflicto ferrocarrilero de los años 1958-59, es nuevamente detenido. Estará en la cárcel diez años, de 1960 a 1970.
Poco después de su salida de la prisión, fue postulado como candidato a la Presidencia de la República por la más amplia coalición de todas las izquierdas. Otra vez una candidatura simbólica, ya que el PCM no tenía aún registro legal. Sin embargo, consiguió un millón 600 mil votos, en un momento de gran desencanto y abstencionismo. Este resultado fue un elemento significativo para que el Partido Comunista Mexicano alcanzara su registro legal y pudiera participar en las elecciones federales de 1979. Entonces fue diputado por el PCM en el periodo 1979-82.
Su convicción democrática lo llevó a participar activamente en el proceso de integración del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), la fusión del PCM con otras agrupaciones de izquierda, y en la posterior transformación del PSUM en PMS, y finalmente, en el PRD. Además de su actividad política en la izquierda con su militancia sindical, Campa escribía en Excélsior y publicó un valioso libro: Mi testimonio: Memorias de un comunista mexicano.
El pasado 14 de febrero, día de su natalicio, el Gobierno del Distrito Federal le puso el nombre de este líder de la izquierda a uno de los trenes de la línea 12 del Metro. Es loable el que el gobierno del DF haya recuperado la figura de este político de conducta y honestidad intachables, ejemplo para las actuales y siguientes generaciones, precisamente ¡en un tren!
Se agradece el atinado gesto, doctor Mancera. Pero también me parece que la justa petición de un grupo de prestigiadas figuras de la izquierda mexicana de cambiar el nombre de la estación de Buenavista por el de Valentín Campa complementaría tal honor. La memoria histórica es necesaria para continuar la lucha por un México más justo, y ponerle a las estaciones del Metro y del Metrobús de esa zona ferrocarrilera el nombre de Campa implica reconocer la importancia de las luchas obreras como semillas que nutrieron los cambios democráticos de nuestro país.
Por eso, al mismo tiempo que celebramos que el recuerdo de Valentín Campa haya sido honrado en un tren del Metro, persistimos en plantear la necesidad de que también sea recordado de manera más amplia, y no sólo por quienes viajan en la línea 12. Así, el necesario deber de memoria del Gobierno del DF culminaría al poner su nombre al espacio donde Campa libró muchas de sus batallas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario