Presidentes acorralados
El titular del Ejecutivo, Enrique Peña Nieto. Foto: Eduardo Miranda |
MÉXICO, D.F. (apro).- Por octavo año consecutivo, ningún presidente de la República puede ir al Congreso a presentar su informe de gobierno. Lo más normal en cualquier democracia es que el jefe de Estado o el jefe de gobierno en un sistema parlamentario, acudan cada año a la sede del Congreso o el Parlamento para rendir cuentas de su gestión.
No es el caso de México desde que el panista Vicente Fox no pudo presentar su último informe de gobierno el 1 de septiembre de 2006, cuando la oposición de izquierda le impidió el paso en medio de la incertidumbre y la inestabilidad política por su intromisión en la elección presidencial de ese año, adjudicada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a Felipe Calderón.
Ese día, Fox no pudo pasar de las escaleras de la entrada principal de la Cámara de Diputados para entregar su último informe. No le importó y no entendió lo que significaba que le cerraran la puerta del Congreso de la Unión. Fue todo un símbolo de su fracaso personal y de su partido en la democratización de México.
Furtivo como su triunfo, Calderón ingresó al Palacio Legislativo de San Lázaro tres meses después por la puerta de atrás, blindado por el Estado Mayor Presidencial. En vilo, juramentó como presidente y nunca más se volvió a parar sino hasta diciembre pasado, para entregar el poder a Enrique Peña Nieto, mientras en las afueras se producían violentas protestas nunca aclaradas.
Huérfano de legitimidad, Calderón no pudo nunca entrar como presidente de la República en funciones al recinto de San Lázaro. Desde que ocupó Los Pinos sabía que así iba a ser, por lo que en agosto de 2008 con el aval del Congreso modificó el artículo 69 de la Constitución Política para justificar su obligada ausencia.
Con el pretexto de que durante el régimen autoritario del PRI el 1 de septiembre se había convertido en el “día del presidente”, decidió que el titular del Ejecutivo presente “un informe por escrito” sobre su gestión, y mantuvo la simulación de rendición de cuentas a través de las comparecencias de los secretarios de Estado.
Como los presidentes de facto, se mandó a hacer un traje a la medida y se creó escenarios y públicos ad hoc para poder hablar sobre su gestión de gobierno, marcada por la violencia desbordada. Esa salida fue la ratificación del fracaso de la alternancia del PAN en el poder.
La llegada de Peña Nieto no ha significado la superación de la atrofia de la democracia mexicana. A horas de su obligación constitucional de informar sobre su gestión “en la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo de cada año” –que es cada 1 de septiembre–, el país está de nuevo en la incertidumbre.
Lo que en una democracia es certeza, en México se ha vuelto una costumbre no saber qué va a pasar cada día primero del llamado mes patrio. No se sabe si el presidente va a poder entrar al Congreso de la Unión o qué se va a inventar para poder cumplir con su obligación constitucional y dar su mensaje político.
Acosado por los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y los opositores a su propuesta de reforma energética que privatiza la renta petrolera, Peña Nieto descartó acudir a San Lázaro.
La propia Presidencia de la República soltó varias versiones. Primero, que el informe sería en el Palacio Nacional; luego, que en Auditorio Nacional, el centro de espectáculos usado como foro cívico por los panistas.
Después esparció la versión de que su mensaje con motivo del informe lo daría en el Campo Marte, dentro de las instalaciones del Ejército. Esta información no oficial provocó rechazo porque recordó a Calderón y su refugio en los militares.
Era, además, contradictoria con la propaganda previa el primer informe de Peña Nieto: el respeto a los símbolos de México, que no tienen nada que ver con un presidente tutelado por las Fuerzas Armadas. Una cosa es que sea su comandante en Jefe y otra muy distinta que se escude en ellos para poder dirigirse al país.
El globo sonda de la Presidencia funcionó y el propio Peña Nieto declaró a la prensa el miércoles 28 que aún no estaban decididas las circunstancias ni de tiempo ni de lugar, y ni siquiera el formato, del informe. La incertidumbre absoluta en boca del jefe del Ejecutivo.
Finalmente, la Presidencia informó el jueves que el mensaje de Peña Nieto será la mañana del lunes 2 de septiembre en la residencia oficial de Los Pinos.
Estas son apenas las circunstancias que rodean al informe. Son el reflejo del estado del país con miles de personas que han tomado de rehén a la capital del país, con la proliferación de grupos civiles armados sobre todo en Guerrero y Michoacán, con la generación de peligrosos vacíos en la delincuencia organizada, con una economía en picada y la tentación, de nueva cuenta, de imponer gravámenes a alimentos y medicinas. Nueve meses apenas y el país está en sus peores momentos.
jcarrasco@proceso.com.mx
@jorgecarrascoa
Fuente: Proceso.mx
No es el caso de México desde que el panista Vicente Fox no pudo presentar su último informe de gobierno el 1 de septiembre de 2006, cuando la oposición de izquierda le impidió el paso en medio de la incertidumbre y la inestabilidad política por su intromisión en la elección presidencial de ese año, adjudicada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a Felipe Calderón.
Ese día, Fox no pudo pasar de las escaleras de la entrada principal de la Cámara de Diputados para entregar su último informe. No le importó y no entendió lo que significaba que le cerraran la puerta del Congreso de la Unión. Fue todo un símbolo de su fracaso personal y de su partido en la democratización de México.
Furtivo como su triunfo, Calderón ingresó al Palacio Legislativo de San Lázaro tres meses después por la puerta de atrás, blindado por el Estado Mayor Presidencial. En vilo, juramentó como presidente y nunca más se volvió a parar sino hasta diciembre pasado, para entregar el poder a Enrique Peña Nieto, mientras en las afueras se producían violentas protestas nunca aclaradas.
Huérfano de legitimidad, Calderón no pudo nunca entrar como presidente de la República en funciones al recinto de San Lázaro. Desde que ocupó Los Pinos sabía que así iba a ser, por lo que en agosto de 2008 con el aval del Congreso modificó el artículo 69 de la Constitución Política para justificar su obligada ausencia.
Con el pretexto de que durante el régimen autoritario del PRI el 1 de septiembre se había convertido en el “día del presidente”, decidió que el titular del Ejecutivo presente “un informe por escrito” sobre su gestión, y mantuvo la simulación de rendición de cuentas a través de las comparecencias de los secretarios de Estado.
Como los presidentes de facto, se mandó a hacer un traje a la medida y se creó escenarios y públicos ad hoc para poder hablar sobre su gestión de gobierno, marcada por la violencia desbordada. Esa salida fue la ratificación del fracaso de la alternancia del PAN en el poder.
La llegada de Peña Nieto no ha significado la superación de la atrofia de la democracia mexicana. A horas de su obligación constitucional de informar sobre su gestión “en la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo de cada año” –que es cada 1 de septiembre–, el país está de nuevo en la incertidumbre.
Lo que en una democracia es certeza, en México se ha vuelto una costumbre no saber qué va a pasar cada día primero del llamado mes patrio. No se sabe si el presidente va a poder entrar al Congreso de la Unión o qué se va a inventar para poder cumplir con su obligación constitucional y dar su mensaje político.
Acosado por los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y los opositores a su propuesta de reforma energética que privatiza la renta petrolera, Peña Nieto descartó acudir a San Lázaro.
La propia Presidencia de la República soltó varias versiones. Primero, que el informe sería en el Palacio Nacional; luego, que en Auditorio Nacional, el centro de espectáculos usado como foro cívico por los panistas.
Después esparció la versión de que su mensaje con motivo del informe lo daría en el Campo Marte, dentro de las instalaciones del Ejército. Esta información no oficial provocó rechazo porque recordó a Calderón y su refugio en los militares.
Era, además, contradictoria con la propaganda previa el primer informe de Peña Nieto: el respeto a los símbolos de México, que no tienen nada que ver con un presidente tutelado por las Fuerzas Armadas. Una cosa es que sea su comandante en Jefe y otra muy distinta que se escude en ellos para poder dirigirse al país.
El globo sonda de la Presidencia funcionó y el propio Peña Nieto declaró a la prensa el miércoles 28 que aún no estaban decididas las circunstancias ni de tiempo ni de lugar, y ni siquiera el formato, del informe. La incertidumbre absoluta en boca del jefe del Ejecutivo.
Finalmente, la Presidencia informó el jueves que el mensaje de Peña Nieto será la mañana del lunes 2 de septiembre en la residencia oficial de Los Pinos.
Estas son apenas las circunstancias que rodean al informe. Son el reflejo del estado del país con miles de personas que han tomado de rehén a la capital del país, con la proliferación de grupos civiles armados sobre todo en Guerrero y Michoacán, con la generación de peligrosos vacíos en la delincuencia organizada, con una economía en picada y la tentación, de nueva cuenta, de imponer gravámenes a alimentos y medicinas. Nueve meses apenas y el país está en sus peores momentos.
jcarrasco@proceso.com.mx
@jorgecarrascoa
Fuente: Proceso.mx
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