Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 26 de diciembre de 2011

American Curios- La piel que habito


American Curios
El regreso de Tom
David Brooks
Foto
Campamentos, marchas y otras expresiones de Ocupa Wall Street detonaron una nueva resistencia con miras a la recuperación del rumbo y del sueño americano Foto Mike Fleshman
El monumento a Washington en la capital del país sufrió serios daños durante el sismo de agosto. El Congreso también sufrió, pero de otra manera, al obtener el índice de aprobación más bajo jamás registrado (¡9 por ciento!), y más de tres cuartos de la población creen que el país ha equivocado el rumbo, mientras uno de cada dos habitantes del país más rico del mundo está en la pobreza o gana apenas lo mínimo para atender sus necesidades básicas.
Los daños estructurales tanto a los símbolos como a las vidas de este país no fueron provocados por causas naturales (con la excepción del monumento fálico en el epicentro del superpoder), sino por un largo proceso destructivo de lo que se llamaba el sueño americano.
Bruce Springsteen escribe, en el prólogo del nuevo libro Someplace Like America, que las últimas tres décadas de Estados Unidos son la historia de “la deconstrucción del sueño americano, pieza por pieza, literalmente barra de acero por barra de acero, desbaratado y enviado hacia el sur, al este, a puntos desconocidos... Aquí está el costo en sangre, tesoro y espíritu que la posindustrialización de Estados Unidos ha impuesto sobre sus ciudadanos más leales y olvidados, los hombres y las mujeres que construyeron los edificios en que vivimos, asentaron las autopistas sobre las cuales viajamos, crearon cosas y no pidieron a cambio más que un buen día de trabajo y una vida decente”.
Las historias de estos ciudadanos, estos trabajadores –agrega–, hablan del fracaso de nuestros representantes en detener esta marea (cuando no la promovían abiertamente), de su fracaso en guiar a nuestra economía en una dirección que pudiera servir a la mayoría de los ciudadanos estadunidenses tan trabajadores, y permitir que todo un sistema social fuera secuestrado al servicio de la élite. Las historias de estos ciudadanos comunes, documentadas en el libro por el periodista Dale Maharidge y el fotógrafo Michael Williamson durante 30 años, continúa Springsteen, permiten sentir la destrucción aplastante del propósito, la identidad y el significado en la vida estadunidense, chupada por una plutocracia decidida a exprimir sus últimas gotas de tributo, sin importar el costo humano.
Elogia la presentación de estas historias de trabajadores, desempleados, personas sin techo y otros en su plena humanidad y el vínculo común entre todos. “Al regresarnos ese sentido de conexión universal, crearon espacio para algún optimismo de que aún podemos encontrar el camino de regreso a un terreno más elevado como país y como pueblo… es el único camino adelante”.
Springsteen ha cantado algunas de estas historias, y con ello el jefe del rock se ha rencontrado con el folk, o sea, la música del pueblo y para el pueblo, que es parte de la esencia estadunidense, casi siempre oculta debajo de la superficie. Está en su extraordinaria canción El fantasma de Tom Joad, inspirada por estas historias y con un poco de Steinbeck: Hombres caminando a lo largo de las vías del ferrocarril/hacia algún lugar sin retorno/helicópteros de la patrulla de caminos se aproximan desde la loma/sopa caliente sobre un fogata debajo del puente/la cola para el albergue da vuelta a la esquina/Bienvenidos al nuevo orden mundial:/familias durmiendo en sus coches en el suroeste/sin casa, sin empleo, sin paz, sin descanso.
Pero ante esto, en estos últimos días y semanas de 2011, también han brotado los otros versos de ese canto en las calles de este país, con ese mismo mensaje de optimismo que surge de la solidaridad, de la conexión universal. Campamentos y otras expresiones de Ocupa Wall Street inauguraron, detonaron, una nueva resistencia, un capítulo más de la larga historia de rebelión también casi siempre oculta en aproximadamente mil 400 ciudades y pueblos a lo largo y ancho del país. Algunas de las manifestaciones y marchas fueron acompañadas por veteranos de las viejas luchas (del movimiento de derechos civiles, del movimiento anti-guerra, del movimiento altermundista, del movimiento obrero y más) junto con algunos de sus trovadores, canciones y banderas. Ahí esta Pete Seeger, ahí está la maravillosa canción de la lucha minera Which Side Are You On?, junto con himnos de varias luchas más.
Escenas simples en los campamentos Ocupa: dos sindicalistas, un veterano de guerra, cuatro estudiantes universitarios, tres maestras, un reverendo, un rabino, un imán, un poeta, una madre soltera, unos inmigrantes latinoamericanos y otros africanos… estos encuentros, estos hallazgos, estas reuniones rompieron silencios, el clima de temor impuesto por el 11-S, el aislamiento producto de Facebook, Twitter y la Internet (que no dejan oler, probar, bailar ni sentir otro cuerpo, otra vida) fueron tal vez lo más peligroso que ha ocurrido en este país en tiempos recientes: peligroso para los dueños del juego.
Policías empleando equipos y capacitación antiterrorista fueron enviados para enfrentar a este mosaico popular desarmado que se atrevió a juntarse y ocupar espacio público. Pero más que eso, abrió la puerta al canto de ira, al canto de solidaridad, al canto de resistencia, declarando que rehusaba ya cantar los versos compuestos por el 1 por ciento. Con ello, todo cambió, por ahora.
Tom Joad incluye versos tomados de la novela de John Steinbeck, donde Tom, que está por morir, consuela a su madre: “Ahora Tom dijo: ‘Madre, donde esté un policía golpeando a un tipo/donde grite un recién nacido hambriento/donde haya una lucha contra la sangre y el odio en el aire/Búscame ahí mamá, ahí estaré/donde haya alguien que luche por un lugar para ponerse de pie/O por una chamba decente o una mano de ayuda/donde esté alguien luchando por ser libre/Ve en sus ojos, mamá, ahí me verás”. [Una versión magnífica de esta canción es la de Springsteen y Morello].
Otro símbolo nacional ahora está dañado y por lo tanto bajo protección estatal. El toro de Wall Street, esa escultura de bronce ubicada donde acaba la gran avenida Broadway, en el punto sur de Nueva York, está literalmente acorralado, detrás de barreras metálicas con policía asignada las 24 horas para defenderlo.
Pero ya es demasiado tarde. Ya nacieron las promesas rebeldes que son la esencia del cuento navideño, y el año concluye con versos muy diferentes a los que se cantaban hace 12 meses. Tom está presente. De nuevo.

La piel que habito
Carlos Bonfil
Después de haber sido durante décadas el gran niño terrible –provocador, irreverente, maestro de la parodia y el desenfado humorístico– del cine español de la era posfranquista, Pedro Almodóvar explora en sus cintas más recientes temáticas que juzga serias y trascendentes, a partir de guiones que también considera complejos y significativos, para aterrizar en su creación más reciente, La piel que habito, en una sofisticación muy convencional y en un cliché cultural digno de un manual de autoayuda: el arte es garantía de salud.
En la muy truculenta trama –mezcla de thriller y cine de horror– que propone hoy el cineasta manchego, a partir de Mygale, relato policiaco del francés Thierry Jonquet, aparece Vera (Elena Anaya), un bello personaje transgénero que vive recluido en la clínica del sombrío profesor Robert Ledgarde (Antonio Banderas). Luego de perder a su esposa (en un accidente automovilístico del que sale desfigurada, desgracia que la precipita al suicidio) y a su hija (quien luego de una supuesta violación termina en una clínica siquiátrica para morir poco después), el médico decide vengarse secuestrando al joven Vicente (Jan Cornet), sospechoso del estupro, y sometiéndolo a un cambio de sexo (vaginoplastia y transgénesis completa), para castigarlo por su crimen sexual y utilizarlo como conejillo de indias experimentando sobre él la fortuna de una nueva piel resistente al fuego.
En la retorcida mente del cirujano la joven Vera habrá de remplazar a la esposa perdida y, al mismo tiempo, la emasculación practicada habrá de castigar al responsable de la muerte de su hija. Paulatinamente Ledgarde sucumbirá al encanto de su fantástica creación quirúrgica e intentará ser el amante del pretendido violador reducido ahora a la calidad de una hermosa prisionera inerme.
Esta propuesta narrativa, de sí muy enredada, sufre de digresiones banales que alargan penosamente el relato. La más ociosa tiene que ver con un medio hermano del protagonista, Seca, ratero brasileño buscado por la policía y que en días de carnaval se disimula bajo un disfraz de tigrillo.
Almodóvar juega además con saltos temporales e identidades azarosamente confundidas para envolver al espectador en una telaraña que remite a la figura fetiche del título del relato de Jonquet, Mygale, y también al enorme arácnido que con gran éxito propuso la escultora Louise Bourgeois.
La piel que habito acusa un buen número de referentes cinematográficos, mismos que, por contraste, superan en interés y novedad la empresa almodovariana:
Los ojos sin cara (1960), fascinante cinta de horror de Georges Franju; Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, y El coleccionista (1964), de William Wyler, entre otros. Es poco lo que el realizador español añade a lo propuesto por los directores mencionados, salvo tal vez la meticulosa mirada a mutaciones de género e identidad tan en boga en tiempos recientes y que el cineasta coreano Kim Ki-duk examina con malicia mayor en su película Time (2006).
En su esfuerzo por ingresar a las grandes ligas de un cine de autor serio, poético y trascendente, Almodóvar pierde progresivamente lo que durante años fue su mejor tarjeta de presentación, la irreverencia humorística, el diálogo chispeante y la anarquía lúdica que lo emparentaba con los grandes maestros de la comedia clásica estadunidense.
En lugar de aquella traviesa espontaneidad que hizo escuela creando personajes formidables, arquetipos memorables, y carreras artísticas fulgurantes, lo que revela ahora el cine del veterano manchego es una sofisticación high-tech de grandes marcas y diseños vistosos, de vestuarios Gaultier detenidos en la pasarela del glamur y en las portadas de moda, en la superficialidad sin encanto, cargada de solemnidad y espíritu arribista, en las tramas pretenciosas que con pesadez desdibujan el pretendido homenaje a las películas serie B, y en el oficio y la técnica que aspiran a la perfección y se trivializan en un preciosismo estético.
Lo que parecía un tributo lúdico a los seriales de Feuillade, con Vera como nueva Irma Vep en Los vampiros (1915), o una relaboración camp de Frankestein (James Whale, 1931), o el homenaje a la formidable cinta del ya mencionado Georges Franju, se transforma en un laberíntico juego de espejos que remiten siempre al narcisismo irrefrenable de un viejo maestro del humor que, para desdicha de sus antiguos admiradores, hoy se muestra empeñado en tomarse demasiado en serio.
Su propia dedicatoria al final del filme es al respecto elocuente: A Louise Bourgeois, cuyo arte no sólo me ha emocionado, sino que sirve de salvación al personaje Vera. ¿Cómo? ¿De qué manera? Lo olvidábamos: El arte es garantía de salud. Enhorabuena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario