Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Los amorosos- Disyuntiva final- El fin del mundo


Los amorosos
Carlos Martínez García
Tomo el título del poema de Jaime Sabines para tratar la cuestión del amor en los actos de gobierno y la política. El asunto ha sido abordado de variadas formas a raíz de que Andrés Manuel López Obrador diera a conocer, en estas páginas, su propuesta Fundamentos para una república amorosa (La Jornada, 6 de diciembre).
En el sector de lopezobradoristas que han apoyado irrestrictamente al personaje desde su campaña presidencial de 2006, la nueva propuesta del candidato de la izquierda electoral para los comicios del año entrante ha sido vista desde distintas perspectivas. Para unos se trata de un lema electoral que es necesario en un ambiente caracterizado por la violencia, argumentan que el recurso discursivo amoroso es imprescindible porque mucha gente necesita escuchar algo distinto a la realidad que la flagela.
Para otros y otras, dentro del amplio abanico del movimiento que encabeza López Obrador, el asunto del amor como motor para la acción política necesariamente tiene que ir más allá de lo meramente discursivo. Es más una reconstrucción ética, que nace de convicciones morales abrevadas en muchas fuentes. A varias de éstas se refirió Andrés Manuel (las llama reservas morales) en el artículo antes citado. La fuente a que más recurrió en su escrito es la Cartilla moral de Alfonso Reyes.
El mayor helenista mexicano dice en su pequeña obra, publicada en 1944, que el ser humano “debe educarse para el bien. Esta educación, y las doctrinas en que ella se inspira constituyen la moral o ética […] Todas las religiones contienen también un cuerpo de preceptos morales, que coinciden en lo esencial. La moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el cristianismo”. Reyes replica lo que varios autores del siglo XIX mexicano intentaron al redactar catecismos cívicos y/o políticos, contribuir a formar ciudadanos virtuosos, que a su vez con su virtuosidad contribuyesen a crear un entorno social más hospitalario para todos.
En las trincheras opuestas a todo lo que sea y signifique Andrés Manuel López Obrador, la propuesta de la república amorosa está dando para todo tipo de acerbas críticas. Algunas de ellas demandan mayor sustancia programática sobre cómo tomaría forma lo amoroso en el contexto de permanente enfrentamiento entre las elites de los distintos partidos políticos. Otros críticos más lo han tomado a chunga, y lanzan mordaces bromas contra López Obrador y quienes adoptan el discurso fraternal.
Es importante discutir, razonar, dialogar acerca del amor y su papel en la construcción de nuevos y mejores horizontes para el gobierno y los ciudadanos. Ya en lo que el tema tiene de pertinente históricamente dentro de las fuerzas de izquierda ha sido referido ayer en estas páginas por Luis Hernández Navarro (El amor en campaña). Es un grave error banalizar el asunto, pero también lo es romantizarlo sin caer en cuenta que el amor tiene sus entretelones, y que no son fáciles de abrir.
Concuerdo con la propuesta de López Obrador sobre la urgencia de que el país se funde sobre bases firmes, una de ellas la honestidad. Si la honestidad ciudadana, y sobre todo de sus gobernantes, resulta de fuertes convicciones morales, el fruto es bueno para todos y todas. Pero corresponde a las instituciones del Estado crear los marcos legales y las instancias que hagan realidad su cumplimiento por aquellos que buscan, y se organizan, para evadir el acatamiento de normas necesarias para salvaguardar la armonía social. Uno de los pendientes en una real transición democrática es la penalización a los altos grados de deshonestidad de las elites políticas. Si la persuasión moral no es suficiente para hacer que se conduzcan honestamente en sus muy bien remunerados puestos gubernamentales, que sean los inescapables efectos de las leyes y su inmediata aplicación los que sirvan como diques a su voracidad. A escala lo mismo debe ser cierto para ciudadanos que vulneran el bienestar de otros ciudadanos.
La otra base sobre la que desea edificar Andrés Manuel la república amorosa es la justicia. En nuestro país campea la injusticia, y una gran parte de ella es resultado histórico de la maquinaria gubernamental en sus distintos niveles. Cuando desde las instancias oficiales de procuración de justicia se fabrican horrores ilegales y penales, cuando el encubrimiento político de la corrupción galopante se mediatiza y deja pasar por correligionarios del corrupto en turno (para no dar armas a los enemigos), cuando desde el poder se deja el mensaje a la sociedad de que lo cotidiano es la impunidad, no nos espantemos de que en buena parte de esa sociedad haya aventajados discípulos de esos connotados maestros. Es inaplazable que las instituciones del Estado mexicano se reorienten para caminar por el sendero de la justicia.
Un programa político y de gobierno hace bien al manifestar que busca implantar la honestidad y la justicia como características esenciales de su funcionamiento interno, a la vez que sean puentes para su trato con los ciudadanos. El otro elemento de la triada que busca implantar Andrés Manuel López Obrador en la conciencia del país es el amor. Aquí entramos en terrenos más difíciles, en tierras que competen al fuero interno de cada quien. No se puede amar por decreto de nadie, hace falta un proceso personal (aunque no individualista) para decidir reorientar la vida y ponerla al servicio de los demás.

Despedida con optimismo-Magú

Disyuntiva final
Luis Linares Zapata
El asueto de fin de año se lleva también las nebulosas que continuamente la opinocracia inyecta en el ánimo colectivo. Poco a poco se va asentando la ruta a seguir en el definitorio año 2012. La disyuntiva que se le presenta a los mexicanos, ya bien definida desde hace tiempo, ahora se torna transparente. Y la trascendencia de la decisión, implícita en la venidera elección muestra, a las claras, su complicada realidad. No hay de otra: será inevitable elegir entre dos modos distintos de conducir los asuntos públicos. Y habrá que inclinarse por alguna de las dos rutas delineadas en la presente contienda. Habrá, en fin, que inclinarse por alguna de esas dos opciones de convivencia ofertadas ante la soberana voluntad del pueblo.
No existe, en sentido estricto y en la actualidad, el deseado tripartidismo. Dos agrupaciones partidarias, las del PRI y el PAN, ofrecen horizontes y métodos casi idénticos. Las diferencias entre ellas dos son, ciertamente, menores, indistinguibles. Las disonancias las dan, si acaso, los rostros o las sonrisas aunadas al catálogo de promesas y cánticos que, por lo demás, se entonan al unísono. Ninguna inquietud sobresale del conjunto de frases lanzadas al viento, sólo planos de voces intercaladas, sustituibles unas por otras. Los dos coros, uno de panistas y el otro de la innoble coalición formada alrededor del PRI (Verde y Panal), responden a las pulsiones que emanan desde las meras cúspides del poder establecido. Es en ese ambiente donde anidan y donde se nutren sus comunes intereses, diseñados para regocijo de las élites y plagados de rampante desigualdad.
En el lado opuesto del cuadrilátero ha ido puliendo sus rasposas aristas una opción que, a pesar de su destierro, a pesar del ninguneo con que se le ha tratado, se levanta, con valores propios, como una esperanza de cambio real. Un cambio que bien puede considerarse radical por las consecuencias distributivas que acarrea en su médula espinal. Y no la podrán hacer de lado a pesar de las tácticas para esquivar su masiva presencia. No podrán arrinconarla, destazarla, destriparla tal como hicieron en 2006. La fuerza de su ofrecimiento, empapado en honrada justicia solidaria, le aporta el cuerpo requerido para atraer la simpatía de buena parte del electorado.
Son, en efecto, dos las coordenadas que orientarán el futuro ciudadano. Una, la más conocida, tiene que ver, como se ha dicho hasta el cansancio, con la continuidad del orden establecido. Una experiencia que acumula ya más de 30 años de escaso crecimiento, cruentos manojos de penurias, descontento generalizado, inserción subordinada a la globalidad y crisis recurrentes forma el sello que distingue al modelo impuesto. Es el distintivo, inequívoco, que lo acompaña y que, con gemelas ofertas de pura forma, trata de prolongarse a pesar de los golpes y fracasos sufridos. Poco es lo que puede esperarse que no sea más de lo mismo. Las chatas promesas de cambio que vienen enarbolando los abanderados promovidos desde el poder cupular chocan de frente con la estridente realidad. Tampoco se adivinan mejores tiempos sólo porque tales promesas de seguridad y cambio devengan de acicalados candidatos que proclaman, con voz meliflua, su alegada capacidad para conducir los esfuerzos colectivos hacia puerto distinto al actual. Y no lo son, porque la biografía de todos ellos destaca el mismo ambiente de élite desprendida de la base de sustento. Los adalides lanzados al ruedo de las campañas son individuos amasados por sus patrones y empujados por compactas cuadrillas de socios. Sus posiciones han sido dictadas y se arrellanan con los privilegios de sus mentores o de esos sus cómplices en múltiples negocios. Es por ello que las simpatías que se les adhieren provienen, en su mayoría, del espectro ideológico de la derecha, tal como revela, con precisión, la encuesta publicada por el diario Reforma (Enfoque, 18/12/11). De esta singular manera, es, y será, de necios, esperar que personas con similares instrumentos, ya probados en sus limitantes, procreen ideas renovadoras, justicieras, humanas. Es y será fútil enrolarse con candidatos aprisionados por rituales y conductas inerciales, esperando resultados diversos, innovadores, capaces de sostener el anhelado bienestar.
La otra opción de gobierno es una que aparece como alternativa para modular y conducir, con arraigados valores, la convivencia. Una que es distinta en origen y, más todavía, con pretensiones de semilla fundadora. Una, en fin, que se plantee la renovación integral de la sociedad. Propuesta que no ha surgido de la casualidad y, menos aún, de una mente calenturienta. Pues, a pesar de la versión malévola que corre por ahí, tampoco la apadrina un mesías supuestamente tropical o un grupúsculo de seguidores iluminados. Versión ideada y esparcida desde los conspicuos retablos de la opinocracia, ciertamente de corte clasista. Los pretendidos efectos disolventes de tal conseja y crítica, sin embargo, se estrellan ante el empuje de los de abajo, la mera causa eficiente que define su existencia y, sobre todo, le da contenido a sus pretensiones de bienestar.

Se alquilan guaruras-Fisgón

El fin del mundo
José Steinsleger
Sería azaroso preguntarse si el fin del mundo ya aconteció, transcurre día a día, o si el que viene en camino tomará forma de bola de fuego destructora de todo lo existente, conllevando ciertas propuestas de última hora para arrepentirnos de nuestros desmanes terrenales.
En los primeros meses del año, los medios de comunicación más importantes de Estados Unidos divulgaron la profecía del ingeniero y pastor Harold Camping (89), quien profetizó el día del juicio final para el 21 de mayo de 2011, cuando un violento terremoto marcaría el inicio de la cuenta regresiva a las 6 pm, hora del Este.
Camping afirmó que los no creyentes pagarían caras sus burlas, viviendo un calvario de terror: cinco meses de fuego, azufre y plagas forzarían a los ateos, agnósticos y creyentes de otras confesiones a temblar de miedo.
Grupos de ateos profesionales rechazaron el vaticinio y diseminaron ropas de desprovista de cuerpos ascendidos. Otros soltaron muñecas sexuales infladas con helio, y en 26 de los 50 estados de la Unión la empresa Bart Centre abrió el sitio web Eternal Earth Bound Pets, ofreciendo el rescate y adopción de las mascotas de los cristianos seleccionados para ir al cielo.
El anuncio del sitio no se prestaba a dudas existenciales: “Prometiste tu vida a Jesús. Ahora estás a salvo. Pero cuando llegue el Éxtasis… ¿qué sucederá con las amadas mascotas que dejes atrás?” En pocas horas, 259 creyentes no tuvieron reparos en celebrar con los ateos pragmáticos un contrato válido por diez años: 135 dólares por la primera mascota, y 20 más por mascota adicional.
La empresa garantizaba que el animal tendría compañeros, cuidados y amor aunque sus amos cristianos se hubieran ido al cielo. Aunque también advirtió que si el fin del mundo no llegaba en el día y a la hora señalados, no habría devolución de dinero. Pero eso sí: de llegar “… todos los rescatistas serían notificados para que se pongan en acción”.
Luego de que el fatídico acontecimiento no tuvo lugar, los escuchas de Radio Family, emisora fundada por el pastor en San Francisco (1958), y con sede en Oakland (66 repetidoras nacionales), fueron enterados de que en lugar de la profecía se había producido un terremoto espiritual.
Casting añadió: “He probado, matemáticamente, que todos y cada uno de los creyentes en mi profecía son los verdaderos, y están seguros eternamente con Dios en el cielo… y el resto serán aniquilados por completo junto al mundo físico en su totalidad, el 21 de octubre de 2011”.
Muchos de los seguidores del religioso renunciaron a sus empleos y vendieron todas sus pertenencias. Sin contar casos más graves, como la madre que estuvo por matar a sus dos hijos, o la niña rusa que se quitó la vida. Acerca del dinero de los donantes, Casting manifestó que no sería devuelto, pues “… nunca le decimos a nadie lo que debe hacer con sus posesiones. Esto es totalmente entre ellos y Dios”.
Casting ya había pronosticado el fin del mundo para el 21 de mayo de 1988. Y cuando el vaticinio falló, publicó el libro titulado ¿1994?, donde afirmaba que el evento se postergaba para el 6 de septiembre de 1994.
La profecía del 21 de octubre pasado tampoco se hizo realidad, y los ateos organizados decidieron otorgar al pastor el Premio Ig Nobel 2011 (a la ignominia), junto con Dorothy Karting, quien predijo el fin del mundo en 1954, así como Pat Robertson lo anunció en 1982, Elizabeth Clare Prophet en 1990, Lee Jang Rin en 1992 y Credonia Mwerinde en 1999.
Parecería que en asuntos apocalípticos, el día del juicio final cuenta menos que la opción creer/no creer. Soplando el polvo de When profecy falls (libro publicado en 1956 por los sicólogos estadunidenses Leon Fesinger, Henry Riecken y Stanley Schachter), el bloguero Alejandro Agostinellei concluyó que conviene no tomar el asunto a la ligera.
Periodista y editor del sitio Factor 302, Agostinelli subrayó algunos párrafos de la referida investigación, donde se dice que la actitud de compromiso hacia el sistema de creencias es tan fuerte que casi ninguna otra acción es preferible. En el fondo, puede ser menos doloroso tolerar la disonancia cognitiva que desechar la creencia y admitir que uno ha estado equivocado.
Por consiguiente, no importa cuán profunda sea la diferencia entre la expectativa y la realidad. En ambos casos, los fieles cerrarán los ojos ante las evidencias de que sus creencias están erradas.
Agostinelli ofrece también la percepción del antropólogo de la religión Alejandro Frigerio, quien sostiene que la llamada disonancia cognitiva menospreciaría la plasticidad de los sistemas de creencias. O lo que es igual: siempre se podrá elaborar algún contrargumento o justificación, minimizando la inventiva de la gente a jugar con estos sistemas que nunca están sistematizados.
Si yo creo en el principio más general de una voluntad divina –sostiene Frigerio–, puedo aceptar sin disonancia tanto la idea de que ésta quiera acabar con la humanidad, como que después nos quiera dar otra oportunidad.
Ahora sólo cabe esperar y tener fe para el 2012. Las profecías de los mayas no han dicho (aún) la última palabra.
No se vale-Hernández

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