Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 30 de enero de 2012

Irán y el juego peligroso de Occidente- Margaret Thatcher revivida- En la ruta de la colisión mundial


Irán y el juego peligroso de Occidente
   La ofensiva diplomática, económica y política de Occidente contra Irán se desarrolla a partir de una doble lógica: por una parte, las potencias europeas y Estados Unidos buscan liquidar o cuando menos someter a un Estado con determinación independiente y soberana; por la otra, propiciar el surgimiento de nuevos escenarios bélicos o prebélicos, cuando las guerras contra Irak y Afganistán se encuentran agotadas, en un escenario de economías desesperadas en la que la industria militar parece ser la única capaz de sacar a los países de la Unión Europea (UE) del precipicio en el que los ha hundido la desmedida especulación financiera.
En este contexto cobra relevancia la declaración del ministro iraní de Petróleo, Rostam Qasemi, quien ayer advirtió que su país se dispone a interrumpir el suministro de crudo a algunos países, presumiblemente los que hace unos días promovieron el embargo europeo a las exportaciones de hidrocarburos de Irán. Por su parte, Ahmad Qalebani, viceministro del ramo y director de la empresa estatal de petróleo, señaló que el precio del barril de crudo en los mercados internacionales puede llegar a entre 120 y 150 dólares a consecuencia de la prohibición europea de importar crudo iraní.
Independientemente de las posibilidades de los clientes de Irán de diversificar sus fuentes de suministro petrolero y de un incremento de la producción de Irak, Libia y Arabia Saudita, jugar con la estabilidad de los mercados energéticos mundiales constituye una gravísima irresponsabilidad de la UE y de Estados Unidos, por cuanto las alzas y las caídas drásticas de las cotizaciones petroleras suelen tener efectos desastrosos para la mayor parte de los segmentos económicos, particularmente para los países menos desarrollados y para los asalariados, sin distingo de nacionalidad y residencia, de por sí afectados por la recesión que se origina en el sur de Europa y que, en lo inmediato, proyecta una perspectiva ominosa hacia el resto del mundo.
Pero aparte de las negativas consecuencias económicas que puede traer aparejadas la hostilidad de Bruselas y de Washington contra Irán, dicho acoso es condenable porque carece de fundamento según la normatividad internacional, constituye una agresión injustificable a un Estado soberano e incrementa las probabilidades de un nuevo conflicto bélico en una región ya devastada por las guerras. Consciente de esta perspectiva, y en un aparente coqueteo con el voto conservador estadunidense, la administración de Barack Obama incrementa la presencia militar de su país en el golfo Pérsico y en los alrededores del estratégico estrecho de Ormuz, en lo que constituye otra vertiente del peligroso juego occidental. Tal aumento de fuerzas, especialmente navales, puede llevar en cualquier momento a una escaramuza, incluso accidental, que a su vez detone una escalada bélica de consecuencias imprevisibles.
El cerco contra Irán debe cesar y para ello es preciso que las sociedades europeas y estadunidense hagan oír su voz ante sus respectivos gobiernos, y los disuadan de emprender una nueva guerra colonial que, pese a los cálculos de quienes sueñan con obtener utilidades de la destrucción y de la muerte, sería necesariamente desastrosa para todos.

Margaret Thatcher revivida
Arturo Balderas Rodríguez
   La paulatina privatización de los servicios públicos por la vía de incrementar su costo es uno de tantos agravantes en contra de la sociedad en su conjunto, pero básicamente de aquellos que se encuentran en los escalones más bajos de ingreso y, por supuesto, de los desempleados. El comentario viene al caso por dos hechos aparentemente disímbolos: el marco de la campaña por la candidatura republicana y el estreno de la película La dama de hierro, en la que Meryl Streep realiza una espléndida personificación de Margaret Thatcher. Es una lástima que la película haya desperdiciado la oportunidad para dar cuenta de algunas de las razones de fondo del cómo la señora Thatcher sentó las bases para que el Estado abdicara en su obligación de promover el estado de bienestar. Ella en Inglaterra y Reagan en Estados Unidos fueron artífices en la creación de una generación de políticos, economistas y sociólogos cuya misión fundamental ha sido eliminar la asistencia pública a la sociedad. Su expresión no hay tal cosa como la sociedad, podría ser uno de los enunciados de campaña de cualquiera de los precandidatos a la Presidencia por el Partido Republicano. Es más, ella misma se mostraría sorprendida por la desnaturalización conceptual de la sociedad en el discurso de esta generación de políticos conservadores.
Habría que escudriñar cuidadosamente las intervenciones de los precandidatos republicanos durante los 18 debates que han celebrado para encontrar alguna referencia a la cuestión social o la asistencia pública. En un país donde es cada vez más palpable el crecimiento de la desigualdad, sería lógico que quienes pretenden llegar a la Presidencia debieran expresar alguna idea de cómo atenuarla. Contrario a ello se habla de encarecer aún más los servicios que el Estado presta, reducir el déficit parece ser la única meta. No parece importar que se incrementa el nivel de desigualdad por la vía de suprimir servicios públicos o encarecerlos.
Entre los servicios a los que cada vez menos personas tienen acceso es la educación pública. El país que se preciaba de tener uno de los mejores sistemas de educación, de investigación e infraestructura en el mundo ha experimentado una estrepitosa caída en el gasto en esos rubros, de 12 por ciento del producto interno en 1970 a menos de 3 por ciento en 2011, de acuerdo con un artículo reciente de Robert Reich, ex secretario del Trabajo y actualmente profesor de la Univesidad de Berkely, en California. Una de las consecuencias directas de tal restricción es que en un estado como California las colegiaturas de las universidades públicas han sufrido un incremento de 30 por ciento en tan sólo tres años, cuestión que no es muy diferente en la mayoría de los estados de Estados Unidos. El resultado es que cada vez menos jóvenes tienen acceso a la educación superior y a un mejor empleo y nivel salarial. No obstante lo pernicioso de las evidencias, todavía hay quienes insisten en tomar a Reagan y Thatcher como los modelos a seguir.
En la ruta de la colisión mundial
Gonzalo Martínez Corbalá
   No me refiero con este título alarmista a México en singular, aunque, dicho sea con el corazón en la mano, tampoco hay razones para estar optimistas todavía. Estoy pensando en la Unión Europea, en el mundo del Islam y en Estados Unidos. En ese orden.
La directora del FMI, Christine Lagarde, quien no se prodiga mucho en declaraciones, cuando habla todo el mundo la escucha por la sabiduría y el acierto de sus palabras; en esta ocasión dijo a CNN que la eurocrisis es un problema de todos, y que ningún país estará a salvo si no se toma una acción pronto.
En el cuarto foro económico de Davos afirmó, en entrevista con Richard Quest, que la crisis ya impacta a las economías de países muy lejanos de Europa: creo que si ha habido mejoras en la situación es porque Italia lo está haciendo más y mejor, y porque España también lo está haciendo más y mejor, pero no debe haber complacencia. Debe haber una urgencia de continuar haciendo lo que debe hacerse. De otra manera, el futuro se ve muy incierto y muy peligroso.
Así ve la directora del FMI la situación económica actual en el mundo, de modo que nosotros no podemos hacer menos que tomar en cuenta las expresiones preocupantes de la directora Lagarde y tomar las previsiones que nos permitan estar en guardia de lo que pudiera sobrevenir de Europa a América Latina, pues, como ella ha afirmado, ningún país en el mundo puede estar verdaderamente a salvo si la crisis de la Unión Europea continúa como hasta ahora.
La llamada primavera árabe ha pasado a convertirse en el otoño del Islam, según el interesante y bien documentado artículo de la revista El País Semanal. En un análisis muy amplio del experto arabista Juan Goytisolo, quien ha seguido el desarrollo de los acontecimientos en el conjunto de todos los países que integran el complejo mundo del Islam, que el autor compara con una tela elaborada con parches de diferentes colores y texturas.
Inicia su análisis en el momento que es invitado a la celebración del primer aniversario de la revolución de Argel, que condujo Ben Bella para obtener la independencia después de una lucha verdaderamente sangrienta, puerta por puerta, sobre todo en la ciudad blanca, ocupada entonces por la legión extranjera de Francia.
Recordemos que la primavera árabe empezó en 2011, muy recientemente, pues, en Sidi Bouzid, lugar donde se prendió fuego, sacrificándose de esta brutal manera, Mohamed Bouazizi, y desde donde se continuó la lucha en todo el mundo del Islam, que así fue deshaciéndose de gobernantes que si bien algunos en el principio de sus gobiernos inspiraban confianza en que sus movimientos independentistas serían un camino de libertad democrática e incluso socialista, no fue así.
Precisamente fue en Argelia donde hubo figuras como Ben Yedda, honesto dirigente que con Budiaf fue desposeído del poder por el coronel Boumedien, quien mediante un golpe de Estado, en 1965, se convirtió con apoyo del ejército, originalmente libertador, en un dictador que llevó a Argelia por una ruta bien distinta a la que se perfilaba entonces esperanzadoramente en el conjunto de países llamados no alineados, que en las décadas de los 60, y también de los 70, daba la impresión de que se convertía en un grupo democrático de amplio horizonte.
Fue entonces cuando el surgimiento del islamismo radical se dio con éxito en sustitución de la frustración democrática, alejado de los intereses de los pueblos árabes que luchaban por liberarse del colonialismo en el poder. Dice Goytisolo que “las mezquitas se convirtieron en el único espacio de abierta oposición al régimen y el retorno a las fuentes más puras del Islam, en el refugio de millones de marginados, en su rechazo al hogra (desprecio), corrupción y arrogancia del llamado despectivamente el partido francés”.
Después de Argelia, siguieron un camino semejante Yemen y Libia, que a semejanza de Irak, con Saddam Hussein, se caracterizaron por la completa ausencia de una constitución que legitimara las acciones gubernamentales y se abriera así el camino de los factores de poder inspirados en los de carácter étnico y confesional. Así fue como se iniciaron las cuatro décadas del gobierno de Kadafi, quien se proclamó rey de reyes y desplegó sus cualidades histriónicas hasta el triste final de todos conocido, que tuvo en un agujero maloliente en las afueras de la ciudad de Sirte, donde fue asesinado brutalmente y de la manera más denigrante. Tiempo después de haber sido recibido con honores en Roma, París, Londres y Madrid por quienes habrían de llevar a cabo la invasión a Irak, encabezada por George W. Bush, en hechos que son del conocimiento de la opinión pública mundial.
Está ahora en la mira Irán y su presidente Mahmud Ajmadineyad, quien está al borde de una guerra que involucrará a Israel y Afganistán, y que dará inicio en los momentos más críticos, cuando la Unión Europea en su conjunto atraviesa por una crisis sin precedente en la historia, la que, como ha dicho la directora del FMI, no es ajena a ningún país en el mundo. Y este juicio certero tampoco nos deja fuera a los mexicanos.
No hay momentos adecuados para desatar una conflagración mundial, la cual sin duda tendría que ser realizada con armamentos nucleares. Se trataría de ver qué potencia asestaría el first strike (primer golpe), y sea el que fuere, no dejaría a salvo a ningún país ubicado en este planeta. El poderío nuclear en manos de las potencias mayores, que en términos generales son las mismas que integran el consejo de seguridad de las Naciones Unidas, salvo Irán y Afganistán, es suficiente para hacer volar en pedazos varias veces nuestro planeta. Quién sabe si la crisis de la Unión Europea salve a la Tierra del final de la historia más absurdo y más trágico, que el mismo Nostradamus no llegó a imaginar.

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