Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El cardenal Norberto Rivera contra el IFE- El banco central que no quería serlo- Lo que sucede en la Armada

Lo que sucede en la Armada
Jorge Carrillo Olea
Una característica de los tiempos, por lo menos en México, es la disfunción de las instituciones. En el actual gobierno el saldo no es positivo. Las facultades se trivializan, pero sobre ello la regla clásica subsiste: si hay que transformar a uno de los puntales del país, hay que empezar por la ley que lo creó. Transformar sin fundamento legal contrae lo no deseado: inseguridad, desconfianza, fragilidad, riesgos diversos.
Nada de esto ha tenido en cuenta el secretario de Marina. Impulsado por una compulsión inexplicable, está transformando autoritariamente a una gran institución, de un fin y propósito nacionalista, respetable e indispensable, como la custodia del interés nacional en aguas jurisdiccionales y en el mar patrimonial. La está transformando en un agente parapoliciaco más, todo para ganar espacios ante el Ejército. ¿Qué hace la Marina en Durango? Complejos y resentimientos no tienen cabida en la función pública.
Entre los jóvenes no hay la madurez necesaria para advertir el trasfondo personalista de tal irresponsabilidad y son arrastrados por el aventurerismo y belicosidad propios de las primeras edades. Miembros de la Armada con mayor reflexión abrigan sentimientos que van desde la desaprobación hasta una significativa indignación. Se sienten ultrajados. Para ellos, la Armada la constituyen sus misiones clásicas, los elementos humanos embarcados y el material a flote, más sus lógicas derivaciones terrestres.
Fueron educados en las ciencias del mar. En ello depositaron su pasión, muchos su heredad moral, todos su visión de un futuro profesional justamente orgulloso y satisfactorio. El secretario nunca recogió la opinión de nadie para esa desviación. No se le pide una abdicación de facultades, sino que él, de no empezar por modificar la ley, no las tiene para su intento.
No recogió la opinión de los legisladores, su primera obligación; nunca oyó a sus antecesores, ni a los viejos marinos; menos auscultó a quienes sueñan justamente con un futuro distinto. Nada convino con la Sedena. Todo ello era indispensable para legitimar el caprichoso bandazo. ¿Con qué artes aprovechó las debilidades presidenciales? Todo mundo las sabe y no son edificantes.
Lo afectado es muy serio, pero el punto de vista quizá más grave es que está perturbando los instrumentos de defensa, protección y promoción del interés nacional en las vastísimas aguas de valor irrenunciable y con ello a la seguridad nacional. Está deformando los instrumentos legalmente responsables de ello. Los está poniendo en un alto riesgo para alimentar su visión de profeta, está creando un ente que a la larga no tiene sustentabilidad lógica, lo está empujando a un despeñadero. De paso está comprometiendo a miles de jóvenes en un futuro desvanecente, carente totalmente de legitimidad.
La Armada de México, institución respetabilísima, se debilita en lo que le es indispensable para sus misiones: unidades navales y aeronavales. No se actualiza y sí envejece día con día porque así son sus materiales. Mientras, en tierra se malgasta expansivamente en vehículos, armamento y equipo sin aplicación naval. Ante un aumento presupuestal de casi 100 por ciento que ha dado Calderón, ¿cuánto se ha destinado a atender exigencias propias del mar?
Desde los primeros tiempos de la República, la Armada de México ha librado batallas navales memorables: Mariel, Campeche, Topolobampo, las defensas de Veracruz contra franceses y estadunidenses. Protege nuestros intereses en el mar, la soberanía en ellos, el imperio de nuestras leyes, nuestras riquezas. Ante lo que sucede, ¿qué se esperaría de ella en el futuro? Hay una equivocación gravísima de fondo. Es de mover la cabeza que Calderón, como jefe supremo de las fuerzas armadas, no advierta estos riesgos.
El banco central que no quería serlo
Alejandro Nadal
La destrucción de la unión monetaria europea no es resultado de una inverosímil combinación de factores improbables. Es la consecuencia lógica de un diseño equivocado y de un modelo económico fracasado.
Lo único que puede salvar al euro es la intervención directa del Banco Central Europeo (BCE) para apuntalar la deuda de los países de la unión monetaria en su calidad de prestamista de última instancia. Pero eso va en contra de la letra del Tratado de la Unión Europea (art. 101) que prohíbe al BCE comprar directamente bonos de países miembros.
Es cierto que el BCE ha estado interviniendo en el mercado secundario de deuda soberana desde mediados de 2010. Para evitar incrementar la base monetaria, ha procedido a operaciones de esterilización. Esta intervención indirecta le ha permitido dar la vuelta a los tratados y dar un respiro a países como España e Italia.
Sin embargo, la polémica subsiste. El país clave en esto es Alemania, donde impera el dogma de que la única función del banco central es la lucha contra la inflación. Como si la inestabilidad financiera no fuera importante. Además, la mayoría de los líderes políticos alemanes considera absurdamente que respaldar la deuda italiana equivale a transferir riqueza a los vecinos indolentes del Mediterráneo. También piensa que la presión de los mercados financieros es la única forma de obligar a estos países irresponsables a caminar por la senda de la virtud presupuestaria. Por estos prejuicios es probable que el BCE nunca adopte el papel de prestamista de última instancia que requeriría el salvamento del euro. Renunciar a esta función es casi equivalente a renunciar a ser banco central.
Cuando la crisis comenzó a golpear a los bancos europeos a finales de 2008, el BCE inyectó fuertes cantidades de liquidez al sistema bancario para respaldar a los bancos europeos. Pero cuando el peso de la crisis se trasladó a los bonos soberanos en 2011, el BCE no mostró el mismo entusiasmo para intervenir. Anunció que haría intervenciones puntuales en los mercados de deuda soberana, pero que estas operaciones le repugnaban y las terminaría tan pronto fuera posible. Es como si Patton hubiera declarado voy a la batalla, pero no utilizaré mi artillería y retrocederé lo antes posible.
El Banco Central Europeo estuvo dispuesto a desempeñar el papel de prestamista de última instancia en el sector bancario, pero no quiere hacerlo en el mercado de bonos soberanos. Por ese motivo se creó el Fondo europeo de estabilidad financiera (FEEF), instrumento que no tiene los elementos de que dispone el BCE y nunca los tendrá. Ahora que fracasó el plan para aumentar los recursos del FEEF a través del apalancamiento, las cosas han quedado claras: no hay prestamista de última instancia.
Uno de los grandes problemas en la construcción del euro es que los gobiernos de la eurozona pueden emitir deuda en una divisa que no controlan. Es como si emitieran deuda denominada en la divisa de una potencia extranjera. Este es el problema de cualquier unión monetaria. Esto significa que un país miembro de la unión monetaria no puede garantizar que siempre tendrá la liquidez necesaria para solventar sus pagos.
Los gobiernos que no forman parte de la unión monetaria pueden emitir deuda en su propia divisa. Desde esa perspectiva, siempre pueden garantizar que tendrán la liquidez necesaria para enfrentar sus compromisos de deuda soberana. El banco central en estos países que mantienen su soberanía monetaria puede fungir como prestamista de última instancia en el mercado de bonos de esos gobiernos.
Claro que los tenedores de bonos de esos países tienen que enfrentar el riesgo de que la moneda en la que se les va a reembolsar esté devaluada por la inflación. En ese sentido, el país deudor también tiene el recurso de reducir la deuda a través de la inflación. En contraste, insertado en la unión monetaria y sin un verdadero banco central a quien recurrir, el único camino para el deudor es la recesión y el desempleo.
Sin prestamista de última instancia, los gobiernos de la eurozona han quedado a merced de los mercados financieros. Aquí hay círculos viciosos desagradables y una gran volatilidad. Si los agentes financieros piensan que un gobierno puede pagar, mantienen bajas las tasas de interés. Por el contrario, si piensan que no podrá pagar, la prima de riesgo será muy alta y el costo financiero de la deuda terminará por hacerse insoportable. Las profecías de los agentes financieros llevan implícitas las condiciones de su cumplimiento. Lo único que puede frenar la dinámica perversa de estos mercados es un banco central capaz de desempeñar la función de prestamista de última instancia.
En la construcción del euro se rompió el vínculo entre la política fiscal y la monetaria. Además, los miembros de la unión monetaria depositaron su soberanía monetaria en una entidad que rehúye el desempeño de su función más importante. Hoy es lógico que la moneda común esté amenazada.
El cardenal Norberto Rivera contra el IFE
Bernardo Barranco V.
El editorial del pasado domingo de Desde la Fe, semanario de la arquidiócesis de México, arremetió con rudeza contra el Instituto Federal Electoral (IFE). Le cuestionó su aporte cada vez más debilitado a la democracia electoral; le reclamó burocratización, los altos costos y salarios tanto del instituto como de funcionarios y, sobre todo, se lamentó de que el IFE se haya partidizado al extremo de quedar a merced de los intereses político-partidarios.
En el editorial, Desde la Fe indica: No podemos dejar de señalar que el IFE se ha convertido en una enorme burocracia que, comenzando por los ciudadanos consejeros, requiere de inmensos recursos. Con cierto oportunismo, la arquidiócesis se hace eco de un creciente malestar de la población ante la clase política y ante sus excesos, que indudablemente tienen efectos en instituciones como el IFE. Sin embargo, culpa a los consejeros como si éstos fueran responsables del deterioro general de la democracia electoral, de las reformas defectuosas y supuestas aplicaciones arbitrarias de la ley. La arquidiócesis parece fabricar réplicas sísmicas cuyo epicentro se ha desatado en diferentes medios electrónicos. Sin embargo, Desde la Fe no propone alternativas. Critica de manera demoledora y contundente, pero no ofrece sino ahondar el descrédito de una institución clave en la sacudida transición que nuestro país ha optado. Parece apenas descubrir los altos salarios de los funcionarios, cuando este acuerdo está motivado desde hace más de 15 años, pero en realidad arremete contra una institución cada vez más dispuesta a aplicar la normatividad electoral a la continua tentación política de la Iglesia.
De inmediato los consejeros electorales han revirado. Las críticas publicadas –dicen– carecen de sustento, no son constructivas y sólo pretenden desacreditar la imagen del IFE con un fin perverso, subrayó con esta fuerte expresión el consejero Baños. En Radio Fórmula, agregó que en la arquidiócesis de la ciudad de México no quieren reconocer que no les corresponde meterse en los temas electorales; ellos tienen una misión fundamental que cumplir y eso tiene que ver con los asuntos de la moral. Aseguró que es recomendable que los religiosos ejerzan en materia política los derechos con los que legalmente cuentan y están reconocidos en la Constitución.
El semanario Desde la Fe asume una posición que ha repetido continuamente el propio cardenal Norberto Rivera, que es el desacato a la autoridad cuando ésta a su juicio se desvía. Algo así como un clerical al diablo con las instituciones, exaltando la objeción de conciencia. Sin embargo, la Iglesia históricamente, a pesar de tener contradicciones con los sistemas políticos, tiende al respeto y obligación de las leyes y la normatividad. La realpolitik que impulsó el cardenal Agustino Casaroli durante la guerra fría es ejemplo de respeto, a pesar de las divergencias, al orden social establecido.
El cardenal Rivera muestra una vez más su actitud teocrática. Es decir, la supremacía de los principios religiosos sobre los políticos. En otros momentos nos ha regalado perlas al anteponer la ley divina sobre el orden secular realmente existente. Las certezas absolutas del cardenal se llaman, en sociología política de la religión: catolicismo intransigente.
En el ámbito político la Iglesia se siente fortalecida. La visita del papa Benedicto XVI en la primavera del año próximo, en pleno proceso electoral, así como la pleitesía que le rinden los políticos encumbrados, encabezados por el propio Presidente de la República, propician la soberbia clerical, que, lejos de asumir los justos reclamos de la sociedad, la jerarquía católica aprovecha para insertar sus reivindicaciones e intereses. ¿Cuáles son sus intereses? Desde hace mucho un sector del clero pretende plena participación político-partidaria incluso en procesos electorales que tanto la Constitución, como el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales y la ley de asociaciones religiosas y culto público le prohíben de manera explícita y tajante.
A riesgo de ser reiterativos, por ello debemos reivindicar el carácter laico del Estado. Sin laicidad no hay libertad religiosa de las propias iglesias ni del Estado. Sin laicidad no hay democracia, porque el Estado laico permite a cualquier iglesia defender y sostener hasta con pasión sus posturas; sin embargo, el Estado laico no puede resistir ni tolerar la amenaza ni la deconstrucción de sus fundamentos, basados en el respeto a la pluralidad, en la tolerancia y la equidad, especialmente a las instituciones. Un sector de la jerarquía, ante el proceso electoral en puerta, amenaza con desatar sus intereses y pasiones.

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